jueves, 27 de junio de 2013

Análisis Canto I Divina Comedia

Análisis - Canto I - Divina Comedia - Dante
Infierno. Canto I

El primer canto de La Divina Comedia actúa como una introducción a la obra en la medida en que allí se anuncia el recorrido de Dante a través de los tres reinos de ultratumba: Infierno, Purgatorio y Paraíso. Queda además asentado el sentido de su viaje como único camino para la salvación del alma, y se anticipa la presencia de Beatriz como guía que lo conducirá por el paraíso así como el papel de Virgilio que lo guiará a través de Infierno y Purgatorio. Además de esta función de pórtico de una obra monumental, el canto primero actúa como introducción al primer reino que Dante debe recorrer; de ahí que el lector se vea inmerso en un ambiente de oscuridad y temor, elementos esenciales al infierno. La poesía del canto se ve en parte constreñida por la acumulación de elementos conceptuales que Dante vuelca en estas primeras páginas, creando con ello una estructura rígida, pero muy en concordancia con el gusto medieval.

Los elementos estructurales claves son: las alegorías de la selva, la colina, las alegorías de las tres fieras; el encuentro y diálogo con Virgilio.

El canto se inicia con una metáfora célebre: “Nell mezo del manin di nostra vita”. Con ella el autor nos introduce en un ambiente incierto en el que la realidad aparece desdibujada o trascendida por la fuerza de los significados alegóricos. La anécdota concreta del individuo perdido en la selva, deviene con toda naturalidad signo del hombre que va trazando su destino. El yo de Dante personaje es a la vez un “nosotros” y la selva, en cuya oscuridad se pierde, es transparente alusión al pecado, ausencia de luz divina.

Se ha definido a la alegoría como encadenamiento de símbolos o como materialización de ideas abstractas entendidas de forma convencional. El alegorismo, verdadera pasión del hombre medieval, proviene de una doble fuente: griega y semítica. Su origen estaría en el adorno de la expresión, en la comparación y la metáfora, fundándose en el placer refinado de ocultar el pensamiento. En las Escrituras, la alegoría encubre verdades de un orden superior, y es antes una noción teológica que literaria, pues Dios encubre unas realidades con otras, del mismo modo en que el hombre las oculta tras las palabras. Alejandro de Hales afirma que “la sabiduría se encuentra en el misterio”. Lo real visible es entonces signo de un mundo invisible y misterioso. Aristóteles encuentra la gracia del estilo en el ocultamiento del sentido literal; Santo Tomás defiende también la poesía alegórica como la más conforme a la naturaleza humana.

El papel del poeta consiste en envolver en bellas mentiras sublimes verdades. La alegoría es elemento fundamental para la captación del contenido; el supremo arte del poeta consiste en revestir toda una suma de saber e inteligencia con la belleza de un estilo adornado con gracia. La Divina Comedia intenta cumplir con este ideal. El alegorismo es pues una forma de concebir el mundo, no sólo un estilo literario. Es en el mundo real donde hay que buscar símbolos, pues todo prefigura lo invisible. Todo esconde un significado y la creación es un inmenso repertorio de símbolos cuyo enunciado final es Dios.

La Divina Comedia es ella entera una alegoría, un largo sueño que comienza en el canto primero del infierno. En este sueño, el poeta ve desfilar sus odios, sus amores, su tierra, sus creencias, su saber, ante un testigo y juez supremo: su conciencia. Hay infinitas alegorías dentro de La Divina Comedia, muchas de las cuales no podemos develar totalmente. Las imágenes de Dante tienen, según Fraciosi una doble función: embellecer verdades comunes o hace accesibles verdades sobrenaturales.

“Las imágenes, alegorías y símbolos tienen la función de ejemplos destinados a hacer comprender o admitir la lección” afirma Ivonne Batard.

El canto primero del Infierno es el más claramente informativo de la Divina Comedia: en él se expone el motivo del viaje y en él se acumulan numerosas alegorías: la pantera, la loba, el león, el veltro, y cada una de ellas es susceptible de diversas interpretaciones. El sentido literal desaparece bajo este alud de símbolos.

El lenguaje alegórico proveyó en la Edad Media material a tapices y vitrales, retablos, obras de teatro y poemas. El uso de símbolos se hacía imprescindible en una época profundamente religiosa en la que las realidades espirituales debían ser difundidas en un lenguaje accesible a todos los hombres. Descifrar símbolos y alegorías era la forma en que solían apreciarse las obras de arte, y esta traducción o lectura iba de la imagen concreta al concepto.

Aristóteles definió a la alegoría como una “metáfora continuada” valorizando así la amplitud o la diversidad de elementos que podían caber en ella. El arte medieval era entonces muchas veces un laberíntico juego de imágenes propuesto por el artista para que lectores o espectadores pusieran a prueba su ingenio.

El laberinto estaba integrado por alusiones bíblicas y mitológicas, culturales y políticas, de la más variada procedencia.

La metáfora de la vida como camino alude por un lado a la obra del propio Dante (Convivio IV, XXXIII, IX) según la cual la vida humana es como un arco cuyo punto central son los treinta y cinco años. Esta imagen, a su vez tomada de Aristóteles, se conjuga perfectamente con la concepción bíblica de la vida del justo como un camino recto que conduce a Yavé, mientras la del impío se pierde en la nada (Salmo I).

Por un lado Dante autor hace gala de sus conocimiento, por otro Dante personaje reconoce humildemente los errores de su espíritu y los pecados de su cuerpo. La senda de perdición a la que se encaminó le será duramente reprochada por Beatriz, pues sus infidelidades y su falta de elevación espiritual están a punto de alejarlo definitivamente de Dios. De ahí el viaje por el infierno, drástico recurso de la amada para volverlo al buen camino. “Cuando de cuerpo me convertí en espíritu, creciendo en hermosura tanto como en virtud, fui para él menos amada y grata. Extraviáronse sus pasos por erradas sendas, yendo tras las falaces sombras del bien, que ninguna de sus promesas dan cumplida. Ni me sirvió recabar para él santas inspiraciones, a las que, ya en sueños, ya despierto, hice por atraerle; con tal menosprecio las recibía; y llegó a tal estado de perdición, que para salvarle eran todos los remedios ineficaces, y sólo restaba poner ante su vista a los condenados (Purg. XXX).

Hay, pues, en la Comedia, toda ella militante, un doble combate: por un lado, contra el viejo yo, contra el pecado conocido por dentro y revivido afectivamente; por otro contra los vicios de la humanidad más ajenos al alma del poeta y personificados en los más inmediatos adversarios de su ideal de paz y de justicia.

Estos dos aspectos no están netamente separados. “La Divina Comedia es autobiografía poética, pues su materia es un mundo visto a través de la historia de un alma, que, por añadidura, representa alegóricamente a toda la humanidad y a sus posibilidades de perdición, de purificación, de salvación.” (Luce Fabbri: Dante en la poesía comprometida del siglo XIV)

Tres adjetivos caracterizan a la selva: “salvaje y áspera y fuerte”. Con ellos Dante configura a la vez un paisaje físico y un estado de desolación espiritual en el que el hombre hundido en la oscuridad, es incapaz de encontrar una salida. Para el autor la intensidad del sentimiento vivido constituye un problema estético: “¿Cómo decir hasta qué punto aquella selva, cuyo recuerdo hace revivir mi pavor, era tupida, áspera y salvaje?”. Para Dante personaje, es un problema vital; la angustia del pecado es anticipación de la muerte en el alma. Pero ambos vibran a la vez cuando el sentimiento adquiere la fuerza suficiente como para anular el tiempo: “sólo recordarlo renueva mi pavor”.

El poeta atesora los recuerdos como imágenes vivientes, de modo que el temor, el dolor, o la compasión que con frecuencia dominan a Dante personaje en el infierno, afectan por igual al autor que los describe, y dan a la obra un tono de verdad, en la medida en que esos sentimientos son incuestionables. Esta verdad vital contrasta con el juego conceptual de la alegorías.

El ambiente desolado de los primeros versos admite con perfecta coherencia la presencia de las fieras y de la sombra, pero a la vez sugiere el estado de ánimo del caminante perdido que no desdeñará ningún recurso para huir de la selva. Es así que el canto primero introduce y a la vez justifica el viaje de Dante a los treinta y cinco años de su vida, durante la Semana Santa del año 1300. este peregrinar hacer coincidir la pasión y resurrección de Cristo evocada en ese período de la liturgia cristiana con el sufrimiento, purificación y salvación de Dante en su viaje por el más allá.

El autor recurre a la anticipación como forma de sugerir una salida a tan angustiante situación “mas por hablar del bien que allí encontré”... antes de seguir oscureciendo el paisaje con la presencia de las fieras, insinúa metafóricamente una esperanza. Ese bien que encontrará es Virgilio. El tiempo se desdibuja: pasado, presente y futuro se confunden, pues estamos en el mundo del recuerdo y del sueño. Los acontecimientos adquieren en este sueño de Dante, que es La Divina Comedia, una dimensión diferente que posibilita el paisaje de la realidad vital (Dante y su crisis espiritual) al mundo alegórico (el caminante perdido en la selva) y por fin al ámbito poético, donde la imaginación plasma todas las visiones.

La entrada a la selva es el ingreso al mundo de la fantasía de Dante, pero además el autor propone una reflexión acerca de la naturaleza de la tentación: el hombre se abandona al pecado como quien penetra en el sueño, dejando adormecer su conciencia por obra del demonio que “largamente acuna nuestro encantado espíritu”, como dice Baudelaire. El sueño es la muerte y el despertar será nacer a una nueva vida.

Toda obra es un sueño de valor catártico (purificador) en la medida en que conduce a la salvación.

La Divina Comedia es el sueño del que Dante sólo despierta después del encuentro con Dios, pero es también un sueño político: la ilusión de crear un día un mundo perfecto. Dice Gillet: “ Esta inmensa porción soñadora de la humanidad, siempre vuelve al mismo sueño de un salvador, de un ángel todopoderoso, que le traerá el término de sus desdichas”. Los sueños son en La Divina Comedia tanto anticipos de lo venidero como revisiones de los pasado.

La visión de la colina iluminada contrasta vivamente con la oscuridad que reina tanto en la selva como en el ánimo del personaje. La luz, símbolo de la salvación, es en el lenguaje poético de Dante el vestido que cubre la colina. Los recursos estilísticos se acumulan en este terceto: alegoría, personificación y metáfora; la colina representa alegóricamente el bien o la virtud, a la que sólo se accede mediante el esfuerzo de escalar; la luz que la ilumina es Dios, fuente de todo bien; el planeta, que “conduce rectamente por todos los caminos”, es el sol.

La angustia se aquieta a la vista de la luz, la tormenta provocada interiormente por el miedo se presenta bajo la forma de una nueva metáfora, agitando el lago del corazón, donde se supone que radican todos los sentimiento.

La metáfora de las aguas del lago se encadena dinámicamente con una nueva imagen marina que abarca los dos tercetos siguiente. Dante es ahora un náufrago, que habiendo logrado salvar su vida, mira inquieto el peligro que acaba de dejar atrás.

El símil fue tomado de Virgilio quien a su vez lo había tomado de Homero. En éste las comparaciones en general tienden a convertirse en símiles pues constituyen pequeños cuadros dotados de vida propia, que permiten aludir a un mundo ajeno a lo bélico que es el tema exclusivo de la Ilíada. Las comparaciones lo aligeran con visiones de la vida cotidiana, lejos de la sangre y de la guerra. La Divina Comedia posee tal variedad temática que los símiles no son necesarios desde este punto de vista, y por eso quedan mucho más profundamente ligados a su función comparativa.

Lo incontrolable del miedo resulta eficazmente sugerido con la imagen del ánimo de Dante “que todavía huía” mientras el cuerpo yacía en la playa. La gravedad de la situación es puesta en relieve al afirmar el poeta que de allí “jamás salió persona viva”. Luce Fabbri sostiene que el símil del náufrago podría servir de epígrafe a todo el infierno en la medida en que expresa “el sentimiento de riesgo inmenso milagrosamente superado y al que otros subieron”.

Este mundo de miedo, oscuridad y muerte anticipa eficazmente el clima del infierno donde las imágenes aterradoras se suceden unas a otras, con breves pausas que apenas permiten la distensión suficiente como para lograr un nuevo impacto. Así sucede con la aparición de las tres fieras.

Durante la Edad Media, entre los siglos XII y XIV, alcanzaron gran popularidad los bestiarios, narraciones en prosa acompañadas de ilustraciones en las que se atribuían características morales a los diferentes animales según sus costumbres reales o supuestas. Dante recurre a esta tradición de carácter didáctico para representar a los enemigos que el hombre tiene en su ascenso hacia la virtud. La pantera, por la belleza de su piel manchada y por la agilidad de su movimientos es una alegoría de la lujuria.

“Tiempo era del comienzo de la mañana, el sol subía rodeado de aquellas estrellas que estaban con él cuando el amor divino puso en movimiento aquella obra hermosa, así de esperar el bien, tuve ocasión de aquella fiera de brillante piel, por la hora del día y la dulce estación”

La dulzura del ambiente sugiere una sensualidad propicia al amor. Es la mañana de un día primaveral, cuando la naturaleza se reviste de una belleza prístina. El autor emplea una perífrasis para aludir a la estación del año, gracias a ella nos remite a un mundo recién nacido, fruto del amor divino.

Lo súbito de la aparición y el brusco cambio de clima sugieren un ambiente de irrealidad que hace más transparente el significado alegórico. El personaje confía en la fiera; su belleza la hace atractiva y no temible. De este modo representa Dante el proceso de la tentación: el hombre se abandona a lo atractivo de las apariencias, sin ver el peligro que esconden. La lujuria que ella representa se vincula al amor aunque en forma inadecuada; de ahí el dominio que la pantera ejerce sobre Dante. El amor más perfecto es el amor divino – caritas – sugerido en la belleza de la creación; el extremo opuesto es la lujuria – eros – deformada imagen del amor verdadero. El autor ve a la lujuria con particular benevolencia, por ser el único pecado que se refiere al amor. Mientras el cristianismos medieval solía condenar el cuerpo y sus apetitos como uno de los elementos esenciales para la perdición del hombre. Dante admite a los lujuriosos en el purgatorio, y es con profunda compasión que los ubica en uno de los círculos superiores del infierno, como sin atreverse a castigar aquel pecado en el que puede quedar alguna chispa del amor divino.

Al vincular la imagen de la pantera al amor, los versos de Dante adquieren un refinamiento y una dulzura propia del dolce stil nuovo, muy poco frecuentes en el Infierno, salvo en el canto quinto, cuyo tema también es el amor.

De las tres bestias, la más hermosa es la pantera, de los tres pecados que ellas simbolizan, es el único que ni atemoriza ni repugna. Por segunda vez hay en el canto una alusión al sol, a la luz, símbolo de la salvación. Dante entrevé la posibilidad de una transformación lograda por el amor, pues el amor humano es un equilibrio entre eros y caritas, entre lo carnal y lo espiritual.

La figura del león se impone visualmente. Una característica esencial del estilo de Dante es la seguridad del trazado al presentar a sus personajes en una forma casi estatuaria. En pocas palabras quedan fijados en imágenes de gran fuerza visual y de gran valor simbólico. El león, con la cabeza erguida y un hambre rabiosa, representa alegóricamente a la soberbia. Su gesto sugiere el orgullo del que se sabe poderoso y goza al humillar a los demás. De ahí la observación de Dante: “Hasta el aire parecía temerle”.

La aparición de mayor fuerza dramática es la de la loba, que atemoriza de tal modo a Dante que éste pierde la esperanza de alcanzar la cima.

En esa estructura perfectamente simétrica que es la Divina Comedia, se hace evidente la progresión del miedo ante cada aparición. También hay que destacar el valor simbólico del número en la triple aparición de las fieras. La tradición cristiana solía valorizar el número tres como representativo de la Trinidad divina, y en la obra de Dante adquiere un valor clave.

La razón de la elección de estos tres vicios entre todos los que aquejan al hombre, puede justificarse porque sean aquellos que el autor siente como más difundidos entre sus contemporáneos; para Santo Tomás eran esos los tres pecados básicos de los que nacían los demás, también Dante se siente personalmente implicado en ellos. Estos tres pecados están sin duda entre los móviles más profundos del individuo y de la sociedad. La lujuria se vincula no sólo a las pasiones carnales sino a todos los placeres que pueda apetecer la sensualidad humana, es decir que representa en la estructura del infierno dantesco a los pecados de incontinencia. La soberbia implica el avasallamiento y la humillación del otro: la tiranía y la violencia pertenecen entonces al segundo gran núcleo de pecados infernales; los de loca bestialidad. La avaricia o la codicia presentados por Dante como los de mayor peligrosidad, se vinculan con todas las formas del engaño en la medida en que la insaciabilidad propia de la loba no se detiene ante ningún delito: violencia, fraude o traición. Esta estructura del infierno basada en tres tipos de pecados: incontinencia, loca bestialidad y malicia está expresada por Dante en el canto XI del infierno.

Algunos críticos han atribuido a las tres fieras un significado político. La pantera representaría a Florencia, el león a Francia, cuyo rey aspiraba al poder sobre la ciudad y la loba es el papado, que pretende unificar a Italia entera bajo su autoridad.

La loba es, entre las tres fieras, aquella en que se acumulan mayor cantidad de elementos simbólicos: su delgadez, sus torpes deseos, la miseria que genera a su alrededor. Su aspecto carece de la dignidad del león o de la belleza de la pantera: la codicia es para Dante un vicio repulsivo y degradante. La flacura alude a la insaciabilidad de sus apetitos: “cuanto más come más hambre tiene” dirá de ella Virgilio, pues la codicia pretende una acumulación de bienes que no produce más beneficio que la posesión misma. En su afán no hay placer ni descanso, de ahí lo desagradable de su aspecto. Pero la codicia se emparenta además con el egoísmo más cruel, y por eso genera miseria en torno a sí.

Dice Luce Fabbri: “Para Dante y – más en general – para el pensamiento medieval, la palabra avaricia tenía un significado mucho más amplio que para nosotros: diría que tenía, aún considerada en sí misma, un significado más político. Era amor por los bienes de la tierra en contraposición con los bienes celestes. Comprendía por lo tanto el deseo de poder para satisfacer una ambición personal.

La comparación a la que recurre Dante para explicar su derrota frente a la loba está fuertemente enlazada con el tema de la avaricia, pues él se ve a sí misma como el hombre que llora despojado de sus tesoros. Es característico del estilo de Dante el poder dinámico de las imágenes que se enlazan unas a otras con facilidad y se convierten de comparación en metáfora, de metáfora en símbolo, de símbolo en alegría.

Se acumulan en estos versos la perífrasis: la loba es “bestia sanza pace”, la selva “la dove il sol tace”. Hay también una personificación y una sinestesia, pues la oscuridad es el lugar donde el sol se calla, la falta de luz se asocia al silencio absoluto, y ambos a la muerte. Simbólicamente, oscuridad, silencio y muerte representan al pecado en el que el protagonista se cree ahora definitivamente sumergido.

Es en este momento de pérdida de la esperanza que aparece la sombra de Virgilio, de ahí el aferrarse del personaje esta figura misteriosa.

“apiádate de mi – le grité – quien quiera que seas: sombra u hombre verdadero”

En la atmósfera de irrealidad que se respira en la selva, no es extraña la aparición de una sombra, aún así es, por su aspecto humano, preferible a la loba. Su apariencia la hace confiable, pero además su presencia nos introduce con naturalidad en la atmósfera de ultratumba. Para Momigliano estos versos con los que Virgilio aparece en medio de la oscuridad y del silencio del “gran desierto” constituyen el primer gran cuadro del reino de las sombras. En efecto confluyen en él la angustia, la oscuridad, el miedo y la presencia espectral. Las palabras del Virgilio lo ubican progresivamente: primero en su doble condición de espíritu y ser humano, luego en su patria, su época y su profesión. Sus palabras, de carácter sobriamente informativo, dejan traslucir un sentimiento de nostalgia de la fe cristiana y la melancolía de quien se siente para siempre exiliado del bien o de la verdad. De su época destaca Virgilio dos figuras: la de Julio César, que conoció tardíamente, y tal vez con esto sugiera que no llegó a vivir el esplendor de la República, y la de Augusto, al que califica de “bueno” explicitando así su adhesión al imperio. De su obra poética alude sólo a la Eneida, y también por medio de perífrasis como lo había hecho con su propio nombre.

La alusión a ésta como obra única, en detrimento de las Bucólicas y las Geórgicas que también contribuyen a la fama del autor se debe a que es a obra épica la que Dante prefiere y la que más claramente le servirá de modelo literario. Dante se siente un nuevo Eneas, destinado por Dios a un viaje que lo conducirá, como al héroe troyano, de la muerte a la vida. Si el altísimo propósito del viaje de Eneas fue la fundación de Roma, el de Dante será la salvación de los hombres gracias al testimonio que él pueda dejar.

Son numerosas las razones por las cuales Virgilio fue elegido por Dante como su guía. Las de índole estética quedan explicitadas en las palabras de admiración con que lo saluda Dante personaje. Nada dice en cambio de las razones morales o políticas que se harán evidente a lo largo de la obra. La Edad Media vio en Virgilio a un profeta, a un taumaturgo y a un sabio. Fue el más leído de los poetas de la antigüedad. Se lo consideraba un hombre dotado de virtudes excepcionales en el mundo pagano: por su amor a la paz y al vida sencilla, expresando en las Geórgicas, y causa de la profecía de la Bucólica cuarta en la que anuncia el nacimiento de un niño que será el salvador del mundo.

Resulta admirable que un poeta muerto diecinueve años antes del nacimiento de Cristo pudiera anunciarlo. Estudios modernos han puesto de manifiesto que en realidad la “profecía” de Virgilio no se refería a Cristo, sino a un niño príncipe, hijo de uno de sus mecenas. Dante pone en su boca el anuncio del advenimiento de un príncipe que dominará a la loba, siguiendo el don que la tradición medieval le adjudicaba.

A éstas se suman razones políticas: Virgilio es un poeta de los comienzos del imperio, la forma más perfecta de gobierno que Dante puede concebir. Tal concepción política se pone de manifiesto en el tratado de Dante “De la monarquía”. Virgilio es además italiano, y Roma representa para la Edad Media el centro de poder religioso, así como había sido para el mundo pagano centro jurídico y político.

Por todo esto Virgilio representa la razón humana, que basta para apartar al hombre del pecado y conducirlo a los umbrales del paraíso.

“Dante representa en cierto modo la conciencia del medioevo iluminada por la sabiduría de la antigüedad, y es el más solemne testimonio de la continuidad que liga la cultura latina con la cultura medieval... Dante gusta y alaba la poesía de Virgilio con su sentido del arte que preludia al clasicismo de la época humanística” (Momigliano). Con estas palabras se pone de relieve uno de los valores fundamentales de la obra de Dante: siendo La Divina Comedia el máximo monumento de la literatura medieval, por su concepción filosófica y religiosa, por su tema, su estructura y su propósito didáctico, anticipa a la vez al Renacimiento por la belleza y el cuidado de su estilo, por la diversidad de fuentes en las que se inspira y por su admiración declarada por la antigüedad clásica.

Desde el punto de vista poético Dante es perfectamente conciente de ser el sucesor de Virgilio, de ahí que lo llame su maestro. Además Virgilio es su padre y su guía: “Virgilio nos había dejado huérfanos, Virgilio que había sido padre dulcísimo para mí, Virgilio a quien se había encomendado mi salvación” (Purgatorio XXX).

Este lamento de Dante ante la separación alude al vínculo afectivo que une a ambos personajes más allá de las intenciones doctrinales del autor, para quien la razón humana, representada por Virgilio, debe ceder ante la representada por Beatriz. La emoción de Dante en el encuentro en la selva también va más allá de todo argumento racional; el autor ama al poeta Virgilio con toda la pasión que un poeta puede experimentar ante la belleza de una obra.

Virgilio es fuente de la que brota un río de poesía ante el que Dante se siente intimidado. También es luz de los demás poetas por su papel destacado entre ellos, y por último es el maestro y el autor de Dante. Con estos sustantivos desprovistos de todo adjetivo encomiástico, Dante señala el valor único, exclusivo de Virgilio. El bello estilo “que le ha dado tanto honor” se debe al estudio y la imitación de Virgilio. Se evidencia aquí el criterio medieval de la valoración de los modelos y la desvalorización de la originalidad.

Este enfoque vale no sólo para la literatura sino para cualquier otra rama del saber y explica la lenta maduración del conocimiento durante todo este período. Esta concepción, propia de una época de muy fuertes convicciones religiosas y de estructuras jerárquicas inamovibles, se manifiesta en la poesía, por la imitación de obras consideradas paradimáticas. Así Dante cree que su fama no se debe a su propio genio sino el grado en que supo ser fiel a Virgilio.

En los versos siguientes Dante se centra en torno al tema de la loba. Reaparece allí el leit-motiv del Canto I: el miedo. La fiera adquiere aquí su mayor fuerza como figura real y alegórica. Su potencia destructiva es tan incontrolable como su hambre. El miedo ya no es sólo temor físico de ser devorado por la bestia, sino el de ver a la humanidad entera destrozada por el poder de la codicia. Todos los hombres formarían una especie de corte de animales que corren tras la loba aspirando a aparearse con ella.

Dante se reconoce derrotado, sea porque se siente más inclinado a la codicia que a ningún otro vicio, sea porque considera que ésta es el mal que más amenaza a la humanidad.

A esta imagen aterradora le sigue la profecía del Veltro (lebrel o perro de caza). Sólo aquel que se alimente del espíritu podrá ser inmune al poder de la codicia. Cuando todos los caminos terrenales están cerrados, sólo queda la esperanza de la salvación espiritual. Estos versos tienen una clara correspondencia con la situación vital de Dante en el momento de escribir La Divina Comedia. Exiliado, traicionado, desengañado de toda esperanza política. Dante ve muy lejana la salvación de Florencia, ávidamente codiciada por Francia y el Papado. Corresponde entonces renunciar a todo poder temporal y orientarse a la salvación del alma, superar las frustraciones personales y buscar una solución trascendente a los problemas humanos. El lebrel habrá de perseguir y cazar a la loba hasta lograr encerrarla en el infierno. El tono profético, frecuente en la Divina Comedia, implica siempre un lenguaje ambivalente cuyos contornos son lo suficientemente difusos como para abrir diversas posibilidades interpretativas. El lebrel o veltro puede ser Can Grande Della Scala, protector de Dante a quien dedica la obra, o también un emperador que podrá poner fin a la avidez material y conducir a Italia hacia un reinado de justicia y paz.

Al aludir a su patria, Dante menciona a los héroes que aparecen en la Eneida: Camila y Turno príncipes de los Bolgos y los Rutulos, que lucharon contra Eneas, Euríalo y Niso, héroes troyanos. Con esto evidencia la tradición heroica de su pueblo y demuestra el conocimiento detallado que posee de la obra de su maestro. A partir del verso ciento doce Virgilio describe el trayecto a recorrer y explica su propósito. Los tres reinos son caracterizados por medio de perífrasis: el infierno es el lugar “de las desesperadas lamentaciones”, el purgatorio el “de los que están contentos aún en medio del fuego”, y el paraíso “la alta región de los bienaventurados”. Se contraponen infierno y purgatorio como sedes de la desesperación y la esperanza respectivamente. También anuncia que él será su guía y luego aludiendo a Beatriz dice: “un alma más alta que la mía te conducirá a la región de los bienaventurados”. Virgilio designa a Dios como “el emperador que reina allá arriba” con lo que pone de manifiesto su concepción del mundo como un imperio regido por un Dios único del que los reyes dependen. Su reinado se ejerce directamente sólo en el cielo, donde está la sede de su trono y su ciudad. En la tierra los reyes son quienes lo representan. Esta concepción es expresada por Dante en su tratado “De la monarquía”.

La exclamación final de Virgilio: “felices los que él elige” deja asomar toda su melancolía por no haber conocido la fe cristiana y saberse apartado de Dios para siempre en el Limbo, donde moran los que no pudieron conocerlo. Queda así delineada la finalidad espiritual del viaje y trazado el camino a recorrer. No pudiendo superar por sus propias fuerzas los pecados ni apartarse del vicio, Dante deberá descender a los infiernos acompañado de Virgilio, lo que alegóricamente es interpretado por Momigliano como: “Meditar acerca de las consecuencias del pecado y arrepentirse de los cometidos guiados por la razón”.


Las palabras finales del canto que muestran a Dante siguiendo los pasos de Virgilio, poseen también un valor simbólicos: Dante es su discípulo no sólo en la poesía sino en la vida.

Información general de Divina Comedia.

Dante


Por Teresa Torres y Margarita Carriquiri
(resumen sobre el trabajo realizado por Paola De Nigris)

Alta Edad Media

Se podría llamar a este período de la Edad Media “oscurantismo”, ya que el mismo se vio marcado por la caída del imperio romano, una la permanente amenaza de los bárbaros y una supremacía religiosa de un cristianismo católico que pone énfasis en la vida ultraterrena. Lo que importa en esta época no es la vida en esta tierra, sino la promesa de una vida mejor luego de la muerte. Pero a esa vida mejor no resulta fácil de acceder, porque se pone énfasis en las obras del hombre, por esto el hombre se sienta culpable por el hecho de ser tal y estar siempre pecando a causa de sus deseos carnales, se sienta abrumado por la amenaza del fin del mundo y con la casi inevitable perdición de sí mismo.

San Agustín, teólogo de la época, ve a la historia del hombre como una manifestación de la voluntad de Dios y de su plan divino. El hombre, que es imperfecto por naturaleza, es salvado únicamente por la gracia divina, y ella sólo elige a unos pocos, mientras que la mayoría será condenada al infierno.

Según Hauser, historiador actual, esta época se caracteriza porque en ella la idea del progreso es desconocida. Esta es una época que busca conservar fielmente lo antiguo y lo tradicional. Los valores supremos están fuera de duda, y se encuentran encerradas en formas eternamente válidas. La posesión de estos valores es el objeto de la vida.

Esta es una época de tranquilidad, segura de sí misma, robusta en su fe, que no duda de la validez de su concepción de la verdad, ni de sus leyes morales, no conoce el conflicto espiritual, ni tiene problemas de conciencia, y no siente deseos de novedad ni se cansa de lo viejo.

Su arquitectura usa el estilo románico, también llamado “fortalezas de Dios”, que son edificaciones caracterizadas por su pesadez, sus gruesas paredes, escasas aberturas, y que hablan de un hombre encerrado, temeroso de lo externo y agobiado por la presencia de un dios distante y duro.

Baja Edad Media

Esta es una época de renacer en todos planos de la actividad humana. Nacen la ciudades, como lugar de encuentro y puesta a punto con el mundo. Comienza la economía monetaria y mercantil. Aumenta la producción. Los caminos se llenan de mercaderes y viajeros. Las clases altas descubren el placer de aparentar, de brillar en los acontecimientos mundanos y el lujo, que comienza a ser un signo de poder y una forma de disfrutar de lo terrenal y lo cotidiano.

La Iglesia intenta acompañar este movimiento disciplinando al clero y a la actividad de los laicos. La visión de la divinidad cambia, y ahora el hombre se siente protegido por un amoroso ser supremos al cual puede llegar a través de la invocación de los santos o de la virgen. Ahora el representante religioso de la baja Edad Media es Santo Tomás de Aquino, quien manifiesta su confianza en la posibilidad del hombre de comprender las verdades mediante la razón y planteaba el destino de salvación de los mortales, confiando en un racional plan divino.

La educación se va independizando del poder de la Iglesia: aparecen las Universidades laicas.

En arquitectura aparece el estilo gótico. La catedral ya no se aferra a la tierra sino que se lanza a la búsqueda de las alturas, con torres que terminan en agujas, muros que se adelgazan y luz que entra a raudales. El hombre se yergue sobre la tierra, pero aunque no olvida la posibilidad de castigos en el más allá, ahora la vida lo invita a disfrutar. El culto a la Virgen María pasa a un primer plano y se la ve como la intermediaria ideal entre el hombre y Dios.

La literatura

La lengua se desprende del latín y evoluciona hacia lo que hoy conocemos (español, francés, italiano) como lengua romances, aunque el latín seguirá conservando su puesto como lengua erudita, aunque estas nuevas manifestaciones lingüísticas irán ganando terreno.

Los primeros frutos de la literatura fue en la épica, donde surgen los “cantares de gesta”, que son narraciones poetizadas de las aventuras de los héroes. Pero es en la lírica donde se marcan las bases de la sensibilidad de Occidente.

Tres grandes pasos podremos hallar a este respecto: la lírica trovadoresca, la escuela de Sicilia y el Dolce Stil Novo donde encontramos a Dante.

Lírca trovadoresca

Esta fue la lírica cultivada por los trovadores entre los siglos XI y XII en lengua románica que se conoce por lengua “provenzal”. El trovador es un poeta que además de escribir, compone la música de sus creaciones, por lo tanto hace poesía destinada a ser cantada y a ser escuchada por un público analfabeto, en la mayoría de los casos.

La cultura de los trovadores es amplia ya que no sólo debe ceñirse a moldes estróficos fijos sino además conocer de música, mientras que el juglar sólo debe entonar bien y ejecutar al menos un instrumento. Solamente los trovadores pertenecen a la clases altas, a diferencia de los juglares, pero ambos gozan la consideración de los nobles.

A partir del siglo XII cambian las costumbres sociales. La mujer, vista hasta ese momento como un ojeto doméstico degradado por ser la causante del pecado, comienza a ejercer un rol protagónico como señora del castillo y centro de la vida social. En este marco la lírica trovadoresca desarrolla un concepto de amor, el amor cortés, que implica un traslación del vasallaje político al campo sentimental: la dama es el ser superior al que el enamorado rinde culto y ofrece su vida como servicio. Este sentimiento exige la discreción del poeta, dado que la dama ha de ser casada. Es este un amor adúltero basado idea de que no puede haber “amor verdadero” en el matrimonio. La dama aparece así idealizada y distante, vista como la poseedora de las máximas virtudes, tanto físicas como morales, y es origen y destinataria del hacer poético.

La escuela de Sicilia

En la corte de Federico II (Siglo XIII) se sitúa el centro de la vida intelectual del momento. Allí se tradujeron los primeros textos filosóficos y científicos de la Antigüedad. Surgen también una cantidad importantes de poetas que Dante llamo “De Vulgari Eloquentia”. Esta primera escuela de lírica italiana repite los temas, los motivos y hasta la misma métrica de la poesía provenzal. La dama es lejana, bella y soberbia como señora feudal y el poeta le habla como vasallo, en tono de extrema humildad. La monotonía que implica la repetición es disimulada por una habilidad técnica muy importante.

Parte del mérito de esta escuela fue el introducir y preservar la temática de los juglares franceses, además del realce que se le dio a la lengua romance.

El Dolce Stil Novo

Vinculados a la concepción del amor cortés y procurando reaccionar contra las convenciones y la frialdad de las composiciones de la escuela siciliana, los poetas del Dolce Stil profundizan en los conceptos de la lírica provenzal hasta el punto de elaborar una verdadera filosofía del amor. Dentro de esta escuela se encuentra Dante como uno de los exponentes emblemáticos de la misma.

Este movimiento sostiene la correspondencia entre el amor y el corazón gentil. Esta gentileza espiritual debe entenderse como la posesión de cualidades imprescindibles para sentir amor. Sólo hay verdadero amor si hay un corazón gentil. Esta unión es indisoluble y va más allá de la voluntad o cualquier otro poder. Esta “obligatoriedad” del sentimiento amoroso será la que llevará a Francesca a decir en el Canto V “el amor, que se apodera pronto de los corazones gentiles, hizo que este se prendase de la hermosa figura que me fue arrebatada del modo que todavía me atormenta. El amor, que al que es amado obliga a amar, me infundió por éste una pasión tan viva, que, como ves, aún no me ha abandonado”.

La figura de la dama idealizada también llamada la “donna angelicata” (la mujer ángel) llega con el Dolce Stil a su punto culminante, y su belleza física y espiritual es el estímulo para hacer vibrar el noble corazón del amante, que encuentra, a través de ella, el camino a la perfección y a la verdad.

En el corazón gentil irrumpe el amor ante la visión de la dama, esa fuerza amable pero feroz y enajenante produce un registro de particulares sensaciones, pensamientos, placeres y dolores. El poeta del Dolce Stil se vuelca complacido a la contemplación de sí mismo y a la recreación poética de todo lo que pasa dentro de su pecho. Amar, sufrir, gozar, complacerse en el sentimiento, recrearlo, analizarlo, he ahí uno de los grandes hallazgos del movimiento. Mientras que la mujer aparece como una sonrisa o una mirada distante, los estremecimientos del alma que ella produce son seguidos punto por punto, hay un enamoramiento de verse amar que se explota poéticamente.

Ser víctimas de “Amor” significa el ingreso a un mundo extraño, casi sobrenatural, y si es un signo de distinción de espíritu poder sentir de esta forma, también es una condena, un terrible dolor que se vincula con la muerte.

En la Divina Comedia, el poeta se proyecta a lo universal, propone un tratado moral y filosófico, pero también, el peregrino llega a la perfección a través del amor y eso es un principio del Dolce Stil.

Florencia y las luchas políticas

Durante los siglos XIII y XIV la organización social de Italia es diferente a la del resto de Europa: un número importante de ciudades alcanza un gran desarrollo económico y autonomía política. En el momento de Dante hay un gran florecimiento económico, financiero y cultural. Hay un auge del humanismo, una ansia de renovación, una exaltación de la personalidad.

Sin embargo, no todo se desarrolla armónicamente. Existe en esta época permanentes luchas políticas entre los güelfos y los gibelinos. Dante participó intensamente de estas luchas.

Dante nace en el seno de una familia güelfa. Los güelfos son en la Edad Media los partidarios del Papa y los gibelinos lo son del emperador. El güelfismo se divide en dos tendencias: “los negros” representados en esa época por Carlos de Anjou y el Papa Bonifacio VIII, que adquiere un cariz oficialista y cortesano que ostentaban antes los gibelinos y “los blancos” de los que Dante forma parte, que se oponen al poder temporal del papado. Dante participa en una misión diplomática que tiene como fin reconciliar los dos bandos y mientras parlamentaban con el pontífice, éste mandó a Carlos de Valois, quien entró en Florencia apoyado por “los negros”, lo que provocó la expulsión de “los blancos” y por supuesto, de Dante que conocerá la persecución y el destierro.

La Divina Comedia: estructura

“La Comedia”, nombre dado por Dante a su obra, fue conocida por el nombre de “La Divina Comedia” a partir del siglo XVI. Quienes agregaron el calificativo de “Divina” fueron sus admiradores posteriores, refiriéndose a su calidad estética así como a su sustancia religiosa. Se atribuye a Bocaccio la inclusión de este adjetivo.

“Comedia” es uno de los subgéneros del drama, sin embargo, la composición de Dante no tiene la estructura formal de ese género. Lo que sucede es que en la época en que la escribe se ponía mayor atención al contenido para dictaminar la pertenencia a un género, más que en la forma. Es así que para que una obra fuera considerada “comedia” debía comenzar en la tristeza y terminar en la alegría y el viaje del personaje central comienza perdido y en un momento doloroso y termina en la mayor de las felicidades, ver a Dios y obtener la salvación del alma.

Si leemos la Comedia y nos quedamos con lo literal tendremos que es la narración de un viaje realizado por el propio autor, Dante, que asume las condiciones de narrador y personaje, por los tres reinos de ultratumba (infierno, purgatorio y paraíso) según eran concebidos por la Iglesia de la época. La obra comienza con el personaje central perdido en la “selva oscura” (el pecado) y acorralado por las tres fieras que impiden la salida de ese paraje; gracias a la intervención de la sombra de Virgilio (poeta latino) emprenderá el viaje que lo sacará de esta situación primera y en cuyo recorrido verá los castigos eternos a los que son sometidas las almas de los condenados, los suplicios de aquellos que, habiéndose salvado aún deben someterse a un proceso de purificación, y, por último, habiendo sido dejado por Virgilio que cede su lugar de guía a Beatriz, Dante verá la alegría de los bienaventurados, los que han logrado la salvación eterna.

La idea de localizar la acción en el mundo de la muerte no es nueva, ya otros autores anteriores a Dantes lo han propuesto. Dentro del plano de la narración, los cambios introducidos por Dante son el proponer la experiencia como algo real, un viaje, y no una visión, y elegirse a sí mismo como protagonista. Dentro del plano de las ideas, una fuerza totalizadores que organiza el otro mundo según claras normas morales y la idea de perfeccionamiento del hombre que le conduce a la salvación, diferencia esta obra de las que le precedieron.

Estructura formal

La obra está dividida en tres cánticas: Infierno, Purgatorio y Paraíso.

Cada cántica está dividida en treinta y tres cantos, excepto la primera que tiene treinta y cuatro. El primer canto es considerado como una introducción general a la obra.

La obras está escrita en versos endecasílabos y la estrofa empleada es el terceto, donde coinciden el primero con el tercer verso, mientras el segundo marca la rima para el terceto siguiente de acuerdo a este esquema: aba – bcb – cdc. Cada canto termina con un cuarteto.

Toda la estructura se basa en la utilización cabalística de ciertas cifras: el 3 es un número perfecto, el número de la Santísima Trinidad y de allí la reiteración de esa cifra en la estructura; el 9 es un número místico y sagrado, resulta de la multiplicación del 3; el 33 se forma por la reiteración del 3, por lo tanto también es un número místico; el 1 representa la unidad divina y al combinarse con el 3 forma el 100 (33x3+1). Tres son las cánticas y cada una contiene treinta y tres cantos, el total es de 100 cantos, las estrofas son tercetos y cada rima se repite tres veces.

Esta forma se corresponde con el pensamiento medieval, acostumbrado a desarrollarse en moldes estrictos y significativos de por sí.

Los tres reinos

Según el sistema de Tolomeo, nuestro planeta está inmóvil en el centro del mundo y a su alrededor giran las esferas celestes en las que están suspendidos el sol, los planetas y las estrellas. Los puntos cardinales son: al norte, Jerusalén sobre el gran abismo del Infierno; al sur, en posición diametralmente opuesta, la montaña del Purgatorio; al este el Ganges; al oeste el estrecho de Gibraltar o columnas de Hércules.

El Infierno y el Purgatorio están en la tierra, el uno en forma de cono invertido que llega hasta el centro mismo, y el otro en forma de montaña altísima en cuya cúspide está el Paraíso terrenal.

El Infierno

Guiado por Virgilio, Dante llega al Infierno, gigantesco embudo en cuyo vértice está Lucifer. Es en el Canto III donde se ingresa a este reino y la inscripción en su puerta nos dará las características fundamentales del mismo: la ciudad del dolor eterno habitada por la gente perdida; ninguna esperanza de perdón o reconciliación pueden albergar los que allí pagan su culpa.

Físicamente este mundo está dividido en nueve círculos, donde se ubican las almas pecadoras según ciertas normas; cuanto más abajo, menor será el espacio y mayor la culpa y el castigo. Esta división espacial se corresponde con una estratificación moral: siguiendo la distinción aristotélica de las tres disposiciones viciosas del alma humana, incontinencia, bestialidad y malicia.

Dentro de la incontinencia, Dante agrupa a los lujuriosos, glotones, avaros, pródigos e iracundos; dentro dela tendencia a la “bestialidad” coloca a los herejes y violentos para terminar con los maliciosos que incluye a los fraudulentos y los traidores. Es de destacar como el mayor grado de racionalidad que implica un pecado para concretarse agrava la culpa. Los habitantes de los primeros círculos no hicieron otra cosa que dejarse dominar por pasiones inherentes a la esencia humana, mientras que los últimos utilizaron su capacidad intelectual para hacer el mal.

La oscuridad, reflejo físico de la condición moral del alma de los condenados, domina este mundo, este “aire sin estrellas” que se hace más alucinante en la medida que se llena de gritos de dolor y terribles blasfemias, expresión de la ira y la impotencia de las almas pecadoras ante la justicia divina. Es éste el reino donde el recuerdo de la tierra está más presente, no sólo a través de las vivencias de cada uno de ellas, sino de la indiscutible “corporeidad” que asumen las almas. Fijos en su pecado se muestran generalmente ansiosos de contar su historia.

La escenografía del Infierno está cargada de puertas, tumbas, murallas, torres y castillos, así como ríos, pantanos, lagunas, lagos, viento, granizo, gusanos, perros o serpientes. Estos últimos colaboran con la función de los demonios, extraídos muchos de ellos del mundo mitológico greco latino; y en el vértice del cono, Lucifer, el ángel caído, concentra en su figura el terror del Infierno.

El castigo tendrá una evidente relación con la culpa; esta relación puede ser de similitud, como en el caso de los lujuriosos, arrastrados por la eternidad por el viento como en vida se dejaron arrastrar por la pasión , o los suicidas, que habiendo atentado contra su cuerpo se ven obligados a renunciar a él; o por oposición a la culpa, como el caso de los “indiferentes”, que no habiendo hecho una opción en vida se ven obligados ahora a experimentar el acicate de los moscones y las avispas y correr detrás de una bandera.

Todos estos castigos son eternos, o sea que el condenado no tiene ninguna esperanza de que cesen, y no tienen otra significación que la del dolor que ellos producen sin que sirva para disminuir la culpa.

El Purgatorio

Dante llega al canto XXXIV del Infierno, a contemplar lo más profundo de la degradación espiritual y desde allí comienza a ascender hacia la perfección. En el Purgatorio las almas sufren tormentos similares a los infernales, sin embargo éste es el reino de la esperanza, ya que los que allí habitan se han salvado, aspiran con certeza a ver a Dios, y el sufrimiento es para ellos una vía de purificación que acelerará el tránsito a la gloria.

Convencidos ya de la vanidad de las cosas terrenas, aspirando a gozar la gloria, las almas se hacen aquí menos corpóreas, más puras en su calidad de espíritus, y su registro emotivo deja de lado la violencia pasional de las almas infernales para teñirse de dulce melancolía. Los gritos son sustituidos por el canto y, en particular por el canto a coro; en el Infierno las almas están encerradas en su individualidad, aquí, unidas en el amor, trascienden sus límites para unirse en la alabanza al creador. Los demonios son sustituidos por visiones angélicas que hablan de la proximidad del Paraíso.

Geográficamente el Purgatorio se ubica en una isla inaccesible del hemisferio austral. Concebido como una montaña trunca está dividido en tres zonas: en la base una zona rocosa, de difícil acceso es el Antepurgatorio; en el cuerpo del monte está el Purgatorio propiamente dicho, dividido a su vez en siete terrazas donde el alma se purifica de los siete pecados capitales (soberbia, envidia, ira, pereza, avaricia, gula y lujuria); y por fin en la cúspide una planicie que es el Paraíso terrenal.

En este lugar termina la función encomendada a Virgilio, al que está vedado entrar en el reino de los bienaventurados. En la etapa intermedia del Paraíso terrenal, Virgilio desaparace y ante los asombrados ojos de Dante aparece Beatriz, símbolo de la Teología o la Gracia divina, únicas guías posibles para entrar en el Paraíso.

El Paraíso

Del Paraíso terrenal Dante asciende al Paraíso verdadero atravesando los nueves cielos, esferas concéntricas luminosas y transparentes, sobre las cuales está el cielo empíreo, fijo, sede del mismo Dios, y en torno a Él, las jerarquías celestiales y la rosa de los bienaventurados, iluminada directamente por el propio Señor de la creación.

Los nueve cielos son:

1 ) Cielo de la Luna, donde se ubican los espíritus que quebraron sus votos.

2 ) Cielo de Mercurio que es la ubicación de los espíritus activos y bienhechores.

3 ) Cielo de Venus donde están los espíritus amantes.

4 ) Cielo del Sol, donde se encuentran los espíritus de los teólogos y doctores.

5 ) Cielo de Marte, donde están los espíritus que combatieron la fe.

6 ) Cielo de Júpiter, donde se encuentran los espíritus justos y sabios

7 ) Cielo de Saturno, donde se ubican los espíritus contemplativos.

8 ) Cielo de las Estrellas, donde están los espíritus triunfantes

9 ) Cielo Cristalino, donde se ubica el Empíreo donde está Dios iluminando la rosa de los Bienaventurados y rodeado de nueve círculos de jerarquías angélicas que son: ángeles, arcángeles, principados, potestades, virtudes, dominaciones, tronos, querubines y serafines

El criterio utilizado por el autor para colocar las almas en distintas esferas no está en el Paraíso, explicitado en la obra, lo único obvio es que cuando más cerca de Dios se encuentre el almas, más perfecta es.

Este es el reino del espíritu absolutamente liberado de la carne, el reino de la contemplación y de la más absoluta alegría emanada de la visión de Dios, las almas nada lamentan de lo terreno, nada ansían, están completas en sí mismas. Las almas son puras de luz y puro amor y de allí que los trazos particulares se disuelven en mística unión; los elementos terrestres que reaparecen en este reino son sólo imagen de aquello que intentan transmitir. Lanzado a la contemplación de la unidad misma de Dios, Dante exclama: “¡Oh cuán insuficiente es la palabra y cómo es débil par expresar mi concepto!”

Posibles lecturas del texto

Para Dante todo enunciado tiene cuatro sentidos: literal, alegórico, moral y analógico.

El sentido literal no es otro que el que expresa la palabra en su sentido más directo; desde este ángulo la obra no es más que una narración de un viaje por los reinos de ultratumba.

En la alegoría, lo particular vale únicamente como ejemplo de lo general. La palabra se llena así de significaciones nuevas que la trascienden, y Dante se convertirá así en un representante de la humanidad, y su viaje, en el camino de purificación que debe seguir la misma para alcanzar la eterna salvación.

Más difícil de deslindar se nos presenta el sentido moral y analógico de la obra; el primero refiere a la misión edificante que cumple el texto, mientras que analogía, en teología, es la elevación del alma a Dios y, por extensión, la revelación de un misterio eterno. Ambos planos tienen muchos puntos de contacto. La Divina Comedia insiste en el tema moral, planteándonos la universalidad de la justicia divina que, si bien es dura cuando castiga, ofrece siempre al hombre la posibilidad de salvación guiado por dos fuerzas, una natural, la razón, otra otorgada directamente por Dios, la gracia.