viernes, 19 de diciembre de 2014

Análisis "Continuidad de los parques"

Análisis de Continuidad de los parques - Cortázar

Análisis de Continuidad de los parque
(Este trabajo fue realizado por la Profesora Paola De Nigris. La mención a este dato se debe a que el profesor Pablo Rodríguez Ferrando, tomando una actitud muy poco ética, ha decidido robar este trabajo, abusando de la confianza de la profesora, y publicando el mismo como propio en su blog, sin permiso de su autora, y aún registrándolo como suyo.)
El tema de esta obra se presenta ya en el título, dado que “continuidad de los parques” es precisamente el planteo del punto de fuga. Existen, para Cortázar, mundos paralelos que no podemos verificar, pero como también existen fisuras de esos mundo, a veces logramos ver algún aspecto de ellos. Esta continuidad de los parques es el punto de fuga, el punto por el que se pasa de una ficción a otra. La comunicación de estas ficciones son los parques, uno el del lector de la novela y el otro es un bosque donde está la cabaña en que se reúnen los amantes. Ambas ficciones se juntan, porque estamos ante la literatura fantástica. Este concepto implica la aparición de un ambiente cotidiano donde aparecen elementos raros, hasta que en esta atmósfera irrumpe un elemento fantástico, inexplicable, sobrenatural, que amenaza a los personajes.

Para Cortázar, la literatura es un juego, en el que el lector debe ser partícipe, sino éste no tiene sentido, ni el juego, ni la literatura, ni el hombre mismo, ya que él lo define como “homoludens”.

Este texto se podría dividir en dos partes, desde el aspecto formal y desde el contenido. Desde el punto de vista formal vemos que hay dos párrafos, y si miramos atentamente el contenido de esos párrafos, veremos que se corresponden con las dos ficciones y con su unión. El primer párrafo contiene la ficción del cuento y la de la novela, que conocemos desde el punto de vista del lector, pero siempre desde un narrador omnisciente y exterior. Y el segundo párrafo habla de la fusión de estas dos ficciones. En este juego planteado por Cortázar, se reitera el número dos, y la matemáticas no juega con las reglas conocidas, ya que uno más uno, no será dos, sino tres. Lo mismo pasa con estos mundos que tampoco juegan con las reglas conocidas: hay una ficción que se mezcla con otra aunque eso sea imposible.

En la primera parte vemos la presentación del lector de la novela. Este es un lector hembra, es decir un lector pasivo, que no se compromete con la lectura, que se deja llevar por ella, y que lee para evadirse. Este es un lector que no sirve, para Cortázar. Este autor, adhiriéndose a la idea de Umberto Eco de “obra abierta” espera que el lector sea activo, sea un co-autor, y que construya con él la historia. La lectura de evasión no involucra al lector, y éste debe saber que se juega la vida en cada lectura, sino es así, el leer no tiene sentido.

Había empezado a leer la novela unos días antes. La abandonó por negocios urgentes, volvió a abrirla cuando regresaba en tren a la finca; se dejaba interesar lentamente por la trama, por el dibujo de los personajes.

Este es un lector de ocasión, lee cuando tiene tiempo, su vida no está en la lectura, sino en sus negocios, que le importan mucho más. Por eso interrumpe la misma, son más urgentes sus negocios que se oponen al vuelo de la literatura. Los negocios dan de comer, la literatura no, por lo menos en apariencias. El problema es que el hombre no sólo es comida y trabajo, sino mucho más que eso. Él tiene la voluntad de ir leyendo, de no abandonar la novela, pero lo que importa es la forma de leer, lee para escapar de los negocios, para divertirse, y no hay entre la lectura y él una lucha, sino más bien un “dejarse interesar por la trama”. Desde el principio, la lectura gana la partida que él ni siquiera se da cuenta que está jugando. La trama son los acontecimientos de la historia, ordenados por el narrador. Ni si quiera hay de parte de él una construcción de la historia, la consume digerida. La metáfora que apoya esta idea es “por el dibujo de los personajes”: él no mira la profundidad de los personajes sino su parte exterior. Todo personaje, como toda persona, es mucho más que sus apariencias, tiene sus contradicciones y sus propósitos, que no siempre son claros, ni siquiera para él mismo. Si miramos el dibujo de los personajes y de las personas, sólo vemos lo obvio y exterior, perdiéndonos de un riquísimo mundo que se esconde en el interior.

Esa tarde, después de escribir una carta a su apoderado y discutir con el mayordomo una cuestión de aparcerías, volvió al libro en la tranquilidad del estudio que miraba hacia el parque de los robles.

Complementando la visión de este lector hembra, vemos también que él es rico. Lo tiene todo. Una mansión, un apoderado que se dedique a sus negocios, un mayordomo, un parque para él sólo, una biblioteca. Todo esto no le sirve frente a lo que va a suceder, porque quien tiene todo, no necesita de la literatura, porque no puede reconocer sus vacíos. Este hombre potentado lee para evadirse porque no tiene vacíos, sino que quiere jugar a meterse en un mundo diferente, sólo que este mundo se meterá en el suyo y lo amenazará.

Es un hombre mezquino: discute con un subalterno una “cuestión de aparcerías”. Si a él le sobra, qué necesidad hay de discutir sobre cosas tan mínimas. Esto nos muestra que él no puede separarse de la plata, de lo material, de los negocios, por eso tampoco puede disfrutar de la literatura. Sólo después de resolver lo de su mundo, y encontrar todo en orden, puede sentarse a leer frente al parque de robles. Y la idea de parque no es casual, dado que un parque es un lugar inofensivo con árboles ordenados. Este lector necesita orden y tranquilidad para poder leer. Un lector verdaderamente comprometido y apasionado por la lectura, no necesita nada para comenzar esa lucha. Lo hace con placer, en cualquier lugar que se le proponga y en cualquier forma que esta lucha aparezca: así es un lector macho.

Arrellanado en su sillón favorito, de espaldas a la puerta que lo hubiera molestado como una irritante posibilidad de intrusiones, dejó que su mano izquierda acariciara una y otra vez el terciopelo verde y se puso a leer los últimos capítulos.

Necesita de toda la comodidad, un sillón favorito, que no lo interrumpan, porque eso lo “irrita”. Es interesante ver que esta mención a la irrupción será como una especie de anticipo del final, ya que el lector será interrumpido, por la misma ficción que está leyendo, y será ingenuo al no verlo. Otro dato importante que anticipa el final y lo explica es la mención al terciopelo verde del sillón. Es este dato, entre otros, que empieza a revelarnos lo que realmente está pasando. El lector acaricia el terciopelo como forma de disfrutar de dónde está, y como para no dejarse llevar totalmente por la ficción.

Su memoria retenía sin esfuerzo los nombres y las imágenes de los protagonistas; la ilusión novelesca lo ganó casi en seguida. Gozaba del placer casi perverso de irse desgajando línea a línea de lo que lo rodeaba, y sentir a la vez que su cabeza descansaba cómodamente en el terciopelo del alto respaldo, que los cigarrillos seguían al alcance de la mano, que más allá de los ventanales danzaba el aire del atardecer bajo los robles.

Aquí se platea el juego entre el lector y la novela, este juego es agónico, y si el lector fuera otro, podría manejarse de otra manera. Este lector no hace un esfuerzo para leer, porque retiene lo que necesita para entender lo que pasa superficialmente: los nombres y las imágenes. Esto no quiere decir que realmente entienda lo que lee. Ve y no ve. Los protagonistas de la novela están planeando su crimen, y él ve y no entiende realmente qué pasa.

Entre la ilusión novelesca y él se produce un juego de seducción, la ilusión lo gana en seguida, él se deja seducir, y eso implica perder el poder de manejar la situación. Esta relación lector/novela, empieza a parecerse a la relación sexual, hombre/mujer. A través de las palabras “gozaba del placer casi perverso”, podemos encontrar esta relación. Este juego erótico genera un placer, y la perversión está en ese irse dejando llevar por la ficción de la novela y a su vez tocar el terciopelo verde para recordarse dónde está. Y este recordatorio se refuerza con la confirmación de su entorno: los cigarrillos y el parque más allá de los ventanales. La metáfora “irse desgajando línea a línea” nos adelanta también el final. El personaje se irá perdiendo en cada línea que lee, va dejando parte de sí sin saberlo, ese es precisamente el peligro. Este peligro también se ve en la personificación del viento: “danzaba el aire del atardecer bajo los robles”. El aire tiene vida propia y le da vida al parque, por donde vendrá el peligro que el mismo lector ignora. La referencia al atardecer será otro dato que nos explique la correspondencia entre el mundo de la novela y el del cuento. Mientras en el cuento atardece, en la novela “empezaba a anochecer”.

Palabra a palabra, absorbido por la sórdida disyuntiva de los héroes, dejándose ir hacia las imágenes que se concertaban y adquirían color y movimiento, fue testigo del último encuentro en la cabaña del monte.

Éste es el final de la primera ficción. En este enunciado podemos ver cómo se da este juego. Cada expresión pertenece a una de las ficciones: “palabra a palabra, absorbido” esta expresión pertenece a la ficción del cuento, es el lector quien se encuentra absorbido; “por la sórdida disyuntiva de los héroes” se refiere a la ficción de la novela. Este diálogo por el cual el lector se siente absorbido es sórdido, oscuro, traicionero. Es interesante reparar en la palabra “disyuntiva” que sugiere otra vez el número dos. Estos personajes de la novela tienen dos alternativas y están tomando una decisión. La expresión “dejándose ir hacia las imágenes” vuelve a mezclarse en el enunciado y mira una vez más a la condición pasiva del lector del cuento; “que se concertaban y adquirían color y movimiento” ahora vuelve a la novela que empieza a tomar vida propia, así lo ve el lector, estos personajes empiezan a moverse por sí solos y el lector no ve el anticipo de esta situación, sino que lo siente como algo divertido. Es el final de este enunciado que muestra la sumisión absoluta del lector, que ahora es testigo del encuentro de estos amantes. Ser testigo implica no involucrase, sino ver, pero este lector que se encuentra en peligro no ve cuánto está involucrado en él.

Primero entraba la mujer, recelosa; ahora llegaba el amante, lastimada la cara por el chicotazo de una rama.

Vemos que entramos en la segunda parte porque cambia el ritmo de la historia, y cambia el punto de vista del narrador. Ahora éste se mete en la cabeza del lector de la novela y desde ahí cuenta lo que está leyendo. A su vez la narración se vuelve cinematográfica, porque predominan las imágenes. Se presentan a los protagonistas de la novela: la mujer y el amante, y todo se hace vertiginoso. La mujer está “recelosa”, es decir se siente temerosa, desconfiada. Se siente observada, y lo está. Pero quien lo hace no sabe qué está viendo en realidad. Si fuera un lector macho, ambos estarían perdidos, porque el lector no sería un testigo, sino o un cómplice o un estorbo para sus planes.

Es interesante ver que ese parque que se continúa, ahora es el bosque que oculta la cabaña y lastima al amante. Mientras el parque da tranquilidad al lector, por su orden y porque lo mira de lejos, en la novela, el bosque tiene otro desorden, es agresivo con los amantes, pero también los oculta.

Admirablemente restañaba ella la sangre con sus besos, pero él rechazaba las caricias, no había venido para repetir las ceremonias de una pasión secreta, protegida por un mundo de hojas secas y senderos furtivos.

Entre ellos no sólo hay una relación de amantes, sino que también hay una relación vampiresca. Ella besa a su amante y limpia con ellos la sangre de la herida. La unión de ellos es por la sangre, por lo tanto están unidos por la pasión absorbente e inseparable, y a su vez están unidos por el proyecto de matar. Esta es una unión mucho más profunda que la simple relación de amantes. La sangre es símbolo tanto de vida como de muerte, y en los dos aspectos están unidos.

Pero este encuentro es diferente a todos los demás, por eso él rechaza las caricias. La relación entre ellos tiene otra característica que es la de ritual. Su encuentro es una “ceremonia”, algo sagrado, pero que siempre se repite de igual manera. Esta vez será diferente porque hay un proyecto que supone una esperanza de libertad. Su encuentro es secreto, porque son amantes, sin embargo nada hace suponer que sean amantes porque exista una relación de infidelidad. En ningún momento se dice que el lector de la novela sea casado, y por lo tanto nada nos hace suponer que la mujer sea su mujer. Si explicáramos el texto así, lo banalizaríamos y perdería su característica de fantástico.

Sin embargo, ellos están escondidos, y ese bosque que era agresivo para el amante, también es cómplice de ellos... oculta la cabaña. La expresión “protegida por un mundo de hojas secas y senderos furtivos” se vuelve polisémica (muchos sentidos) en este contexto. Las hojas secas del bosque y los senderos ocultos, protegen la cabaña, pero también podríamos pensar en las hojas secas de la novela. Secas porque el lector es incapaz de darle vida, y menos aún de descubrir los senderos ocultos que lo llevan a su propia muerte.

El puñal se entibiaba contra su pecho, y debajo latía la libertad agazapada.

Esta expresión encierra el propósito de este encuentro que rompe con la ritualidad de los amantes. Hay entre ellos un puñal que comienza a entibiarse, es decir, comienza a cobrar vida, porque la idea de matar también cobra vida, como para el lector, estos amantes cobraron vida gracias a su imaginación (“dejándose ir hacia las imágenes que se concertaban y adquirían color y movimiento”). Es el anhelo de los amantes, el pecho de ellos que dan vida al puñal, sus pasiones, sus deseos, van alimentando la idea de matar. Ahora la libertad está animalizada, late, al unísono con el corazón de los amantes. Esta libertad es como un animal, esperando el momento para atacar. De la misma forma están los amantes. Así la libertad, el puñal y los amantes se transforman en uno solo.

Un diálogo anhelante corría por las páginas como un arroyo de serpientes, y se sentía que todo estaba decidido desde siempre.

Otra vez aparecen las páginas como recuerdos de la presencia del lector, que se remite a ser testigo. El diálogo “anhelante corría”, lo que nos muestras una personificación del diálogo. Éste cobra vida, y el narrador, desde el punto de vista del lector, compara ese diálogo con un arroyo de serpientes. Esta comparación, a su vez encierra una metáfora. El diálogo corre como un arroyo, rápido, profundo, imparable, pero este arroyo no es de agua sino de serpientes, es decir hay referencia al mal, al veneno y a la traición. Si todo estaba decidido desde siempre, entonces la muerte del lector es parte de un destino que debe cumplirse, y del que no se puede evitar. Es esta expresión la que marca la necesidad de la muerte del lector, porque no se puede matar al autor, quien los creó. Y a causa de la falta de acción del lector, los personajes quedan atrapados por ese ritual que creó el autor, y que ya no quieren vivir más.

Hasta esas caricias que enredaban el cuerpo del amante como queriendo retenerlo y disuadirlo, dibujaban abominablemente la figura de otro cuerpo que era necesario destruir.

El mismo narrador omnisciente, desde el punto de vista del lector de la novela afirma que “era necesario destruir”, pero el lector no comprende esa expresión, no es lo suficientemente competente para darse cuenta que es su vida la que es necesario destruir. Hay intentos de evitar lo que es inevitable en las caricia de uno de los personajes, pero en cada intento se dibuja la figura del lector que él no ve. El peligro para estos amantes es mucho, si el lector los descubriera, la libertad no podría concretarse.

Nada había sido olvidado: coartadas, azares, posibles errores. A partir de esa hora cada instante tenía su empleo minuciosamente atribuido. El doble repaso despiadado se interrumpía apenas para que una mano acariciara una mejilla. Empezaba a anochecer.

Pero no existe la posibilidad de evitar el futuro, porque cada vez más se enredan en lo que se debe hacer. A esto sigue una enumeración de planificaciones que denotan el crimen (“coartadas”). Todo está planeado con absoluta perfección, este es un crimen motivado por la pasión, pero frío en su resolución. Es minucioso y no hay pérdidas de tiempo, cada minuto estaba perfectamente asignado en el plan.

Es interesante ver que este es un “doble repaso”, no olvidemos que son dos mundos muy diferentes los que se van a juntar. Y una pista de esa unión es la hora de la novela “empezaba a anochecer”, mientras que en el cuento era el atardecer. Son la misma hora del día, pero dicho de manera diferente.

Comienza luego la tercera parte de este texto. Es en realidad el segundo párrafo, el primero se ocupaba de la ficción del cuento y de la novela, presentaba ambas ficciones, ahora se presenta la mezcla, donde lo imposible sucede.

Sin mirarse ya, atados rígidamente a la tarea que los esperaba, se separaron en la puerta de la cabaña.

Esta última parte comienza con una separación, ya no necesitan estar unidos físicamente para estarlo, lo están desde la sangre, desde la tarea en común, están unidos por la muerte para la vida de ellos mismos. Por eso el narrador utiliza la metáfora “atados rígidamente”, junto con la antítesis “se separaron”. La unión de ellos no es visible. Ella hablará con él a través de la sangre, aunque él no esté presente.

Ella debía seguir por la senda que iba al norte. Desde la senda opuesta él se volvió un instante para verla correr con el pelo suelto.

La imagen de ella corriendo con el pelo suelto es una aliciente para el amante que ve la libertad de ella y se motiva a conseguirla definitivamente. Es una forma de tomar ánimos para la tarea que debe realizar, una tarea en la que se encuentra en peligro de ser descubierto.

Corrió a su vez, parapetándose en los árboles y los setos, hasta distinguir en la bruma malva del crepúsculo la alameda que llevaba a la casa.

Es en esta parte que empezamos a ver indicios que refieren a la primera ficción, sin embargo, a no ser que nosotros seamos lectores muy atentos (como no lo es el lector de la novela) no nos daríamos cuenta de ellos. Los árboles, los setos, la alameda de la casa son la casa del lector, pero presentados de una manera confusa, envuelto en la “bruma malva del crepúsculo” que le da al paisaje una especie de atmósfera onírica, o extraña, y que sirve para encubrir al asesino.

Los perros no debían ladrar, y no ladraron. El mayordomo no estaría a esa hora, y no estaba.

El narrador utiliza en este caso un recurso literario que cobra sentido en este doble mundo. Este recurso es un paralelismo sinonímico, esto es cuando se utiliza la misma estructura gramatical y sus contenidos son casi sinónimos. Así el paralelismo muestra los dos mundos, en el de la novela y el del cuento, y se repite dos veces, la primera oración responde al mundo de la novela que se coordina con la “y” con el del cuento. Y esta fórmula se repite en el segundo enunciado. Así, dos enunciados, y cada uno dos oraciones, siempre dos mundos, unidos, continuados.

Subió los tres peldaños del porche y entró.

Ahora son “tres peldaños”, dos mundos y el tercer mundo que es donde es posible que las realidades se junten. Las referencias numéricas en este cuento se hacen cada vez más visibles, y empiezan a ser una huella de lo fantástico que está ocurriendo. Una huella que sólo un lector prevenido puede ver.

Desde la sangre galopando en sus oídos le llegaban las palabras de la mujer:

Ella no está presente pero lo está. Esta paradoja se da a través de la sangre que fluye ahora en él, y que le habla de lo que encontrará. No olvidemos que están unidos por la sangre, con todas las connotaciones que esa palabra conlleva. La mujer conoce la casa, esto ha servido a muchos para decir que ella es la esposa del lector, pero recordemos que nunca se ha mencionado que él estuviera casado, y que eso rompería la magia de lo fantástico.

Esa sangre “galopa” y esta metáfora sirve para sugerirnos la libertad esperada y la pasión desenfrenada que mueve a estos amantes a buscarlas a través de la muerte. Pasión que no deja de ser controlada por lo racional.

primero una sala azul, después una galería, una escalera alfombrada. En lo alto, dos puertas. Nadie en la primera habitación, nadie en la segunda. La puerta del salón, y entonces el puñal en la mano, la luz de los ventanales, el alto respaldo de un sillón de terciopelo verde, la cabeza del hombre en el sillón leyendo una novela.

A partir de este momento, la narración se vuelve vertiginosa. Todo se sucede rápidamente en imágenes, como si una cámara de cine entrara en la casa, desde los ojos del asesino, que va viendo cada cosa que encontrará. Es presumible que al sentir esa rapidez en la narración, supongamos que existen muchos verbos, ya que los verbos son los que mueven la acción. En este caso el narrador demuestra lo contrario. No utiliza verbos. La acción se precipita por la imágenes.
Una última apreciación que podríamos hacer es que el hombre no se encuentra ni en la primera, ni en la segunda habitación, sino en la puerta del salón. Si recordamos las referencias numéricas del cuento, es claro que no se encuentre en ninguna de las dos. Una podría presentar uno de los mundos y la otra el otro, él se encuentra en esa zona peligrosa donde las ficciones se juntan.

Y es la referencia al sillón de terciopelo verde lo que nos da la pauta de lo que está pasando realmente. Es allí donde comprendemos que se ha producido, hace rato, el hecho fantástico, pero como lectores, el cuento cierra cuando vuelve al comienzo y vemos que quien muere es el lector que está “leyendo una novela”, siendo “leyendo” una forma no personal del verbo, un gerundio que muestra la pasividad de la acción que continúa plácidamente hasta ese presente en el que no conocemos un final acabado. El hecho de que el final sea abierto invita a nosotros lectores a que reflexionemos sobre nuestra propia forma de leer. ¿Somos lectores comprometidos? ¿Pudimos ver lo que sucedía? ¿Debemos entonces morir, por no haber podido ser co-autores? ¿Qué significa leer para nosotros?
Trabajo realizado por la profesora Paola De Nigris

Análisis "Explosión"

EXPLOSIÓN

Tema y Título

El tema del poema es la explosión que el yo lírico siente cuando el amor verdadero, el sensorial, llega a su vida. Según la Real Academia Española: explosión significa “liberación brusca de una cantidad de energía (…) encerrada en un volumen relativamente pequeño, la cual produce un incremento violento y rápido de la presión (…) va acompañada de estruendo y rotura violenta del recipiente que la contiene.

Si tomamos esta definición que en realidad refiere al proceso químico, podemos vincular el sentir de este yo lírico que se libera, y esta liberación está movida por esa mágica fuerza, esa energía inexplicable y enloquecedora que es el amor. Sentimiento que mueve al mundo y que revoluciona el interior humano. Cabe aclarar que el yo lírico habla de dos tipos de amor: el que contiene la idea, y no deja de fermentar en un “volumen relativamente pequeño” que es la mente humana, y el que se siente, sale, se vive, “explota”, “produce el incremente violento y rápido de la presión”, rompe las ataduras corporales y lo obliga a zambullirse en los brazos del otro de forma violenta y pasional. De este último, en contraposición con el primero es que quiere hablar el yo lírico. Ha vivido imaginando el amor, ha vivido pensando qué sería, pero ahora que lo siente, nada tiene comparación. Ahora la vida tiene sentido, ahora, no importa las consecuencias de esta “explosión”, rápida, inesperada, descontrolada, e incontrolable.

Estructura externa

El poema está escrito en forma de soneto, es decir, dos cuartetos (cuatro estrofas) y dos tercetos (tres estrofas) con una rima consonante (total) y en versos endecasílabos (once sílabas). La elección de la forma no es inocente. El soneto es una de las formas más rígidas en la poesía, por lo tanto si en ella, que es un “volumen pequeño” – de acuerdo a la RAE – toda la emoción del amor, pues entonces la explosión será de su contenido y del ser que lo enuncia, y será aún mayor.

Estructura interna

Esta estructura se refiere al contenido del poema, y no deja de estar relacionado con la forma. Podemos pensar que en los cuartetos se plantea la situación que ha descubierto el yo lírico, cómo ha entendido al amor hasta ahora, y cómo lo siente hoy. Y en los tercetos se plantea el presente, resumiendo la misma situación de los cuartetos, pero ahora con toda la fuerza explosiva de sentir en el presente el amor.

Análisis del primer cuarteto

¡Si la vida es amor, bendita sea!
Quiero más vida para amar! Hoy siento
que no valen mil años de la idea
lo que un minuto azul de sentimiento.

El poema comienza con los signos de exclamación que ya demuestran esa explosión de sentimientos. El yo lírico ha descubierto que si el sentido de estar vivo es el amor, pues entonces bienvenida la vida para ellas y para todos los que puedan sentir el amor. Su afirmación es absolutamente subversiva y revolucionaria para su época. La expresión “bendita sea” proviene del lenguaje religioso, y significa alabar, engrandecer, ensalzar. Bendecir es “consagrar al culto divino algo, mediante determinada ceremonia” (RAE). Sin embargo, en la época en que Delmira vivía, tal afirmación resulta una heregía, era exaltar algo que se relaciona con los sentidos, lo sensual, lo que los cristianos denominan “concuspicencia”, que sería la exaltación de las placeres corporales. Tomando una cita bíblica que afirma la primera carta de Juan, capítulo 4, versículo 16: “Dios es amor; y el que vive en amor, vive en Dios, y Dios en él” -intertextualidad que hace el yo lírico – podemos ver su rebeldía. Claramente el amor que propone esta carta no es el amor erótico, sino el amor divino, también llamado “ágape”, que es amor a Dios y a los hermanos en la fe. La rebeldía del yo lírico es trasvolar esta idea al amor erótico, real, físico, y mezclarlo con lo divino. Cambia la palabra “Dios” por “vida”, y adjunta el “bendita sea”, como si todo el discurso religioso que le han enseñado hasta el momento contradijera lo que hoy siente, como si ese discurso la hubiera obligado a estar pasiva, sintiendo el amor como una idea lejana e inalcanzable físicamente, y no le hubieran explicado, ni le hubieran dado permiso para descubrir esta otra forma de sentir.

Es esta nueva forma de sentir la que la lleva a afirmar “quiero más vida para amar”, el sentimiento nuevo es tan poderoso que haberlo descubierto también revela la angustia de la muerte. No está pensando como le enseñaron en su época a desear la vida después de la muerte, quiere la vida que acá se siente, que acá se vive, que acá se ama.

A través del encabalgamiento - cuando un verso continúa en el siguiente- el yo deja aislado y reforzado el marco temporal: “hoy siento”, y esto es subjetivo, por lo tanto no es cuestionable, es personal, de esta manera qué discurso religioso puede atreverse a desmentir lo que el yo siente.

Los últimos dos versos del cuarteto oponen las dos ideas, la que le han planteado y la que ha descubierto. Esta oposición se vuelve violenta por la fuerza de la forma, la antítesis:

 “que no valen mil años de la idea
lo que un minuto azul de sentimiento.

“mil años” contra “un minuto”, “la idea” contra “el sentimiento”. Haber perdido mil años soñando con el amor no vale nada cuando uno se encuentra verdaderamente con el sentimiento. Todo pierde sentido. Si le dieran al yo lírico mil años de vida, pero sólo le permitieran la idea del amor, lo cambiaría, sin dudar, por un solo minuto del sentimiento real, verdadero, aunque eso sólo fuera lo que le quedara de vida.

La palabra “azul” resulta emblemática en el texto. Recordemos que Delmira está influida por el modernismo, y el nicaragüense Ruben Darío ha publicado su libro “Azul” que ha marcado a los poetas de América y España. El color azul luego de esa publicación se ha convertido en símbolo de escritura apasionada, de pasión rebelde y real, también mezclada con la melancolía, de un mundo que los excluye por querer sentir, y expresar como bandera sus sentimientos, en un mundo materialista y enloquecido por los nuevos inventos tecnológicos, y perdido en el principio del consumismo.

Segundo cuarteto

Mi corazón moría triste y lento...
Hoy abre en luz como una flor febea.
¡La vida brota como un mar violento
donde la mano del amor golpea!

El segundo cuarteto comienza con la personificación del corazón, o tal vez una metonimia de él. Lo importante es que representa lo más íntimo y más vital del ser humano, y por lo tanto donde se encuentran, para ese yo lírico, sus sentimientos, que mueren de una tristeza lenta. Esto es lo que ha provocado la idea, una agonía constante e inacabable, hasta este “Hoy”. Para mostrar esta agonía, el yo lírico usa los puntos suspensivos, porque si no hubiera aparecido este “Hoy”, esta nueva forma de sentir, de vivir, de amar, lo único que le hubiera quedado es más agonía, que en el tiempo se prolonga, y también lo hace en el verso, dejando lo que sigue en un futuro, de manera incierta. Pero aparece ese “Hoy”, ese presente que rompe con la agonía y vuelve al yo lírico a un centro, que parte de esta nueva revelación. Otra vez aparece la antítesis entre la muerte del corazón, y la apertura a la luz. Este nuevo sentir la invita a renacer, a volver a nacer, a volver a una nueva vida. La comparación: “hoy abre en luz como una flor febea”, refiriéndose al corazón, deja entrever la antítesis de la oscuridad de la muerte con la nueva luz que ahora se abre. La imagen “flor febea” muestra la belleza con que el yo visualiza su corazón, frágil, pero hermoso, con un nuevo perfume, con la delicadeza de sus pétalos, y también con lo efímero, pero ¿qué importa si al menos logra abrirse y sentir lo que tanto le fue negado? La palabra “febea” refuerza la imagen de luz. Febo es el dios de la luz en la cultura griega, y uno de los rasgos de estilo del modernismo es utilizar palabras referidas a culturas antiguas, que también los alejaran de la vulgaridad que los rodeaba. Así el yo usa la palabra “febea” y relaciona este renacer con algo divino, mágico, milagroso. Su corazón vuelve a la vida porque alguna divinidad le ha permitido ese milagro.

Los últimos dos versos del cuarteto terminan en una imagen que reafirma la violencia de la explosión a través de la comparación, y la metáfora. “La vida brota” podríamos encuadralo dentro de las figuras metafóricas ya que esta parece tener un movimiento propio, una vida dentro de ella misma que se mueve sin la intervención humana, como una planta que crece sola o una cañería que se rompe el agua inunda todo. Así la vida, lentamente va creciendo en el yo lírico, a pesar del yo, o sin control del yo lírico. La comparación de esa vida con el mar violento, nos completa la imagen de lo incontrolable. ¿Quién puede detener el mar? ¿Quién puede hacer que deje de estar violento? ¿Qué puede el hombre frente a él, cuando se propone arrasar con todo? Así la vida invade al yo, y lo que mueve a ese mar es la fuerza divina del amor, personificado en la mano que golpea a ese mar. Una vez más, si Dios es quien tiene el poder de hacer tal cosa, pues entonces su amor no va encontra de las creencias que le enseñaron, sino que esas enseñanzas han sido mentirosas, o no han sido completas. No se puede para lo irrefrenable, cuando la mano es tan poderosa como para violentar, revolucionar todo sus sentidos y sentimientos. El amor llama a su corazón, y ya nada puede detenerlo.

¡La vida brota como un mar violento
donde la mano del amor golpea!

Los tercetos

Hoy partió hacia la noche, triste, fría...
rotas las alas, mi melancolía;
como una vieja mancha de dolor
en la sombra lejana se deslíe...
¡Mi vida toda canta, besa, ríe!
¡Mi vida toda es una boca en flor!

Los tercetos comienzan, una vez más, con el adverbio “hoy”, sin embargo hablará de su condición pasada y de un quiebre entre ese presente y su pasado.

El primer verso muestra su condición pasada, su melancolía, su tristeza difusa, su agonía lenta ha terminado, ha partido, ya no es parte de su presente, ha marchado a donde tiene que estar, en la oscuridad en la que ha vivido hasta entonces: “la noche, triste, fría”. Una vez más esta noche la representa en su pasado, por eso es “triste”, porque ese es el sentimiento que la ha ahogado hasta este “hoy”. La frialdad también se había apoderado del yo lírico, que no tenía otra opción hasta ahora de mantenerse aislada del calor humano, porque no le estaba permitido, ya que el amor no era más que una idea, y no una vivencia.

Una vez más, los puntos suspensivos sugieren la partida, el verso queda suspendido, y parece como si el yo viera partir esa tristeza, esa noche, esa frialdad a un mundo que ya no le pertenece.

rotas las alas, mi melancolía;
como una vieja mancha de dolor
en la sombra lejana se deslíe...

Lo que parte es la melancolía que parecía tener las alas rotas, es decir, el desencanto parecía no poder volar jamás de ella, lo que le hacía pensar que no existía ninguna esperanza de algo diferente. Esta melancolía está animalizada al hablar de sus alas rotas. Esto hace más milagroso la llegada del amor como algo real. Compara esa melancolía con “una vieja mancha de dolor”, pensando siempre que la mancha se relaciona con la oscuridad y que se contrapone con la luz que ahora ella siente en su corazón. Es “vieja” porque la conoce desde siempre, y porque ya no tenía esperanza de que desapareciera. Al ser vieja, también era más difícil de quitar de su alma, y esto se vuelve trágico si pensamos que lo que esa mancha significa es “dolor”. La melancolía, arraigada a ella sólo podía producir un dolor lento, molesto, indefinible.

El yo lírico hace un violento encabalgamiento entre un terceto y otro, y termina su idea sugiriendo que la sombra, la mancha vieja del dolor se desata de ella y parte a la “sombra lejana”, su vida ahora es luz, nada tiene que hacer esa sombra en su presente.

¡Mi vida toda canta, besa, ríe!
¡Mi vida toda es una boca en flor!

Termina el poema con dos versos marcados por los signos de exclamación que expresan la explosión que el yo siente en el presente. A su vez utiliza un paralelismo (repetición de la misma estructura gramatical) que reafirma su pasión. Ya no es el yo el que siente, es “mi vida toda”, con todo lo que ella implica. Las expresiones son de felicidad intensa: “canta, besa, ríe”. En una palabra: vive, con todos sus sentidos, con todo su ser. Utiliza verbos para mostrar que de aquella pasividad en la que estaba inmersa, ahora hay acción vital, vida en movimiento, alegría suprema.

El último verso es una metáfora de lo que significa estar viva: “es una boca en flor”, su actitud ahora es la de tomar la vida, gustar de ella, besarla, amarla. Y el estar “en flor” implica el nuevo nacimiento que ahora está experimentando en el mejor momento de su vida, en el más bello, en el que vale pena vivirla, porque está brotando y abriéndose a ella.


Análisis del cuento "Rodríguez"

Espínola - Rodríguez (Análisis)

ANÁLISIS DE "RODRÍGUEZ"

Trabajo realizado por la Prof. Paola De Nigris

Título

El título del cuento es epónimo, porque refiere al nombre de uno de los personajes, el protagonista. Es el protagonista porque lleva la acción, si bien no hace mucho, más que seguir su camino, su no accionar mueve la acción del cuento a través de reacción del otro por movilizarlo, de esta manera, la acción general va creciendo.

Es interesante captar que el apellido Rodríguez es un apellido común, que tiene el sentido de emparentar al Hombre con este personaje. No es un apellido que realmente sirva para destacarlo de los demás, sino para generalizarlo. Esto no es común, ya que el nombre de las cosas y las personas (lo mismo se puede decir de los apellidos) sirve para darle identidad a las cosas. Si no las nombramos, éstas no existen como individualidades. En este caso se nombra, pero mostrando la generalidad y de esta manera quitando la identidad del personaje. Esto también tiene relación con la actitud del personaje en todo el cuento. De Rodríguez se sabe poco y nada, lo único que se puede decir es que es inamovible de su objetivo.

Estructura

La estructura de este cuento podría verse de esta forma:

1. Introducción: Presentación de personajes; del entorno espacial y temporal; y del conflicto que incluye los ofrecimientos del personaje fantástico.

2. Desarrollo: Las pruebas del hombre de poncho rojo.

3. Desenlace: La frustración del hombre de poncho rojo y el abandono.

Narrador

El narrador cuenta en tercera persona, con lo cual se puede deducir que no forma parte de la acción, sino que está contando los sucesos que otros vivieron. Este narrador es omnisciente ya que conoce lo que piensa Rodríguez, así como lo que piensa el otro personaje. Sin embargo, este narrador asume un punto de vista variable. El punto de vista es el lugar desde el que cuenta el narrador, y estos puntos de vista coinciden con la estructura del cuento. En la primera parte asume el punto de vista de Rodríguez, en la segunda del personaje fantástico, y en la tercera intercambia entre uno y otro.

El narrador de este cuento no juzga la acción, deja que esta transcurra y que el lector sea quien enjuicie. Si el juicio aparece en su narrativa, habitualmente es a través de los ojos de algún personaje.

La narrativa de Espínola, encuadrada en un mundo convulsionado, plantea personajes que son prototipos sin realmente serlo. Los gauchos que presenta en sus obras, ya no son típicamente regionales, sino universales. Y los conflictos que lo aquejan no corresponden a su condición de gauchos, sino a su condición de Hombres. Por lo tanto su narrativa invita a un cuestionamiento del lector. Rodríguez es un hombre cansado de la vida, sin expectativas, sin pasado y sin futuro, por lo menos no lo presenta en el texto. Un hombre vacío e indiferente ante el mundo. Esta lectura del personaje como un hombre en el medio de un viaje nocturno, del que no se presenta nada, y al que no le interesa nada, puede relacionarse con el hombre “muerto” en vida de principio de siglo. Aquel que ha perdido las ganas de pelear por la vida a causa de su desepción y la angustia que sobrevuela este principio de siglo.

También podemos ver a Rodríguez, como aquel hombre que ya no cree en la política, ni en soluciones, ya que el personaje fantástico podría relacionárselo con un político en el contexto uruguayo, ya que lleva un poncho “más que colorado”, pero esto lo explicaremos más adelante.

Tema

La temática del cuento se comprende a través del conflicto. Y el conflicto se entiende en la medida que somos capaces de determinar qué simboliza cada uno de los personajes involucrados en la historia.

Hay autores que ven en "Rodríguez", una alegoría entre el bien y el mal, y cómo el mal intenta sacar del camino al bien, y cómo el bien siempre gana. Si así fuera, entonces Rodríguez representa el bien, y el otro representaría al diablo que intenta seducirlo para ganar su alma. El encuentro con el diablo ha sido un topos en la literatura gauchesca y fantástica. Por lo tanto el cuento se transformaría en una alegoría. Seguir el camino recto es lo que se debe hacer, y no dejarse tentar por el diablo que siempre está escondido para hacernos detener.

Sin embargo, tomando en cuenta la actitud inconmovible de Rodríguez, incluso frente a la magia, podemos deducir que el personaje no tiene ningún interés por estar vivo, y que nada absolutamente lo conmueve. Cualquier ser humano normal le asombraría las pruebas sobrenaturales que hace el personaje de colorado, sin embargo Rodríguez no se inmuta. No hay en él una pizca de curiosidad. Por otra parte, no tiene ambición, ni buena ni mala, frente a las cosas que se le ofrecen, con lo cual no tiene interés de progresar. No se sabe hacia dónde va Rodríguez, ni de donde viene, ni por qué viaja de noche, con lo cual no podríamos, simplemente, pensar en Rodríguez como el Bien, y de esta manera, el tema se complica, mostrándonos que ya no existe una sola verdad para leer un cuento. Recordemos que estamos bajo la era del Relativismo, así que la verdad absoluta empieza a cuestionarse. También en este caso, la lectura del cuento se puede complejizar.

Si es así, el hombre de poncho colorado tampoco sería el Mal, sino una fuerza que intenta tentar a Rodríguez con cosas que comúnmente serían las más deseables. Este personaje necesita, para lograr su propósito, alguien que quiera a la vida, sino es imposible tentarlo, sin embargo se encuentra con Rodríguez que no tiene metas, ni interés en estar vivo, es por ello que este personaje fracasa.

Así lo que parece malo y bueno resulta discutible, y es necesario mirar el cuento desde otro punto de vista, tal vez como la lucha entre la tentación y la indiferencia, que resulta una muerte en vida. Por lo tanto, este personaje fantástico podría verse como un mago, que intenta asombrar y seducir, y a Rodríguez como un hombre descreído e indiferente.

Una tercera lectura del tema se asoma en el cuento cuando el narrador habla del poncho “más que colorado”. Decir “colorado” y no rojo, en este país tiene algunas connotaciones. El partido Colorado, gran enemigo del autor, podría estar simbolizando a este personaje fantástico. No olvidemos que esta patria se hizo a partir de la lucha de hombres con ponchos y divisas blancas y coloradas. Así este hombre podría ser un político que intenta ganar el voto de Rodríguez, tal como era habitual en la época. Hay una crítica así a los partidos políticos que son capaces de ofrecer cualquier cosa por el apoyo electoral, y hacer cualquier acto de “magia” para conseguirlo. Rodríguez, sería de esta manera, un hombre que ya está mas allá de estas manipulaciones políticas. Es un hombre de campo, que poco le importa como se muevan “allá”, en el lugar que está muy lejos de su realidad. Ya no cree en nada, ni en nadie, y mucho menos en alguien que tutea o habla con voz melosa.

En realidad, estas tres lecturas que parecen contradecirse, no lo son tanto. Las tres pueden coexistir. Las tres pueden articularse perfectamente, porque parten del mismo texto. Así el lector elegirá cuál quiere para llevar a cabo su lectura. Dependiendo de la que se elija, algunos símbolos del cuento podrían variar en su interpretación.

Primera parte: Entorno, presentación de personajes, las ofertas

Se nos presenta el momento del día en que se va a desarrollar la acción: la noche, teniendo en cuenta todas las connotaciones que a la noche se refiere. Es el momento del día en que suceden las cosas inexplicables o irracionales para el hombre. Pero esta noche es particular, ya que la luna inmensamente blanca, da a la misma la apariencia de ser de día. Este contraste entre la luz y la sombra, nos plantea, ya, una circunstancia no habitual que anuncia una situación anormal. En la noche suceden las cosas oscuras y misteriosas del hombre, pero la presencia de la luna, y su luminosidad, nos presenta un contraste que dará lugar a una lucha, ya que la noche, con todas sus connotaciones, no podrá imponerse.

La antítesis luz/sombra se irá desarrollando durante todo el cuento. Simbólicamente podríamos pensar en la sombra como el mal y la luz como el bien, si siguiéramos la primera lectura plateada en el tema. Pero si nos aferramos a la segunda, la luz de la luna no necesariamente simbolizaría la claridad en la noche, sino la muerte, ya que el color de la luna se parece al color de un cadáver. Así la noche, asociado a la pasión desenfrenada, estaría en perfecto contraste con “la muerte” simbólica con la que asociaríamos a Rodríguez.

La ubicación espacial del personaje extraño ya nos muestra algo de lo que sucederá. Este personaje se encuentra en un lugar opuesto a Rodríguez, y lo está esperando. Durante todo el cuento, Rodríguez y el de poncho colorado serán diametralmente opuestos, y eso está reflejado en la ubicación espacial del comienzo. Serán opuestos en todos los sentidos: El hombre extraño tentará, tendrá emociones fuertes, hará magia, rebosará de vida, mientras que Rodríguez expresará muy poco, jamás emociones fuertes (precisamente eso será lo que descontrolará al hombre), no creerá en nada, no espera nada más de la vida, no le interesa nada, no va a aceptar nada, más que seguir caminando hacia un rumbo desconocido para el lector.

La primera acción de Rodríguez nos habla de un personaje desconfiado, alerta física y mentalmente para cualquier peligro, y preparado para enfrentarlo, sin medir consecuencias, ni dudar. Si Rodríguez es un hombre desconfiado es porque la vida lo ha decepcionado, o le ha enseñado que existe el daño mal intencionado. Rodríguez no parece dudar de su decepción, ni cuestionarse su desconfianza. El mundo amenazante es algo absolutamente aceptado para él, y frente a esa circunstancia, su actitud resulta absolutamente egoísta, ya que no plantea la posibilidad de cambio, sino simplemente cuidarse, y cuidar sus cosas (su zainito por ejemplo); tal vez este sea uno de los pocos intereses que Rodríguez muestra.

La grafopeya (presentación de rasgos físicos) del personaje antagonista nos ubica frente a un personaje que no corresponde a este ambiente del campo, tal vez sí al de la noche. Éste está vestido con un poncho colorado, que además de llamar la atención, resulta inadecuado para la circunstancia. Es el primer indicio de anormalidad en el personaje, y el segundo en el cuento, ya que el primero está en la luna. No es esperable que un hombre de campo ande con un poncho colorado y por lo tanto, demasiado llamativo. Si tomamos en cuenta este aspecto, podríamos decir que este personaje rebosa de vida y de pasión, algo de lo que carece absolutamente Rodríguez. También aquí podemos afirmar que estamos frente una lectura política del cuento si tenemos en cuenta que es un uruguayo, y que Espínola fue blanco, hasta cerca de su muerte que se hizo comunista.

La acción de sonreír y acercarse al protagonista muestra también algo extraño. El personaje lo estaba esperando e intenta seducirlo. La sonrisa es símbolo de acercamiento y amistad, pero dadas las circunstancias extrañas, tal vez, otra persona podría haberse asustado: alguien espera en la noche, no es común su forma de vestirse, sonríe y se acerca para trotar con él.

El narrador plante una grafopeya del personaje extraño, mientras que de Rodríguez no nos da ningún dato físico. No dar datos sobre Rodríguez implica no darle relevancia a ese aspecto, porque de esta manera contrasta antitéticamente con el otro que le da una importancia sustancial a su aspecto físico, ya que retuerce “esmeradísimamente” sus bigotes. Nótese como el narrador utiliza una palabra tan larga, no sólo para referirse a la importancia que le da el seductor a su aspecto (algo obvio si hablamos de seducción y tenemos presente que la seducción entra por los ojos) sino también para que imaginemos esos bigotes en toda su largura y su ridiculez. Este personaje no sólo contrasta en apariencia con Rodríguez, también contrasta en lo que a cada uno le interesa cuidar: a Rodríguez su zainito y otro su apariencia.

Por otra parte, esta descripción tiene el sentido de mostrarnos cómo cualquiera podría ver lo extraño del personaje y sentir, aunque más no sea miedo, mientras que Rodríguez no siente nada, más que cuidado, y sólo en un principio.

Los datos que se nos da del personaje mago/diablo/político (o como se lo llama en el texto: cargoso, pegajoso, seductor, etc) son su flacura, su altura, su barba negra que contrasta con el poncho colorado, y los bigotes. En su descripción predomina el sentido visual y con él el contraste cromático, rojo y negro, que nos sugiere la presencia de algo apasionado y oscuro. De allí que pensemos en el mago como el Mal, sumado a la tentación que intenta promover en Rodríguez y entonces concluyamos, según una de nuestras posibles lecturas, que este personaje es el Diablo.

Así que este personaje está desubicado en su intento de seducir desde el primer momento, ya que va de poncho colorado y con una figura preocupada por su apariencia, algo lógico de un hombre de ciudad, pero que contrasta hasta lo más profundo con un hombre curtido por la vida, un hombre de campo, como lo es Rodríguez. Esto resulta más que ridículo, y el mismo narrador lo explicita a través de los ojos de Rodríguez, hombre práctico que no comprende que se le de tanta importancia a los bigotes y no a algo tan esencial como es comer y estar “puchereado” para poder encarar los trabajos del campo.

“A Rodríguez le chocó aquel no darse cuenta el hombre de que, con lo flaco que estaba y lo entecado del semblante, tamaña atención a los bigotes no le sentaba”.

La preocupación por el aspecto físico, tiene sentido si pensamos que el mago debe ser, por sobre todas las cosas un seductor. Un seductor es quien persuade, incita con promesas o engaños a hacer algo, debe fascinar, o sea, retener la atención del otro. Y nada mejor para eso que tener un aspecto fuera de lo común.

Sin embargo, la esmerada figura del mago para retener su atención, no funciona en Rodríguez, con lo cual ya tenemos el primer indicio de un posible conflicto que se ira agravando a medida que transcurra el cuento.

Quien primero acciona es el mago, quien tiene como objetivo retener la atención de Rodríguez, en primera instancia, para lograr luego tentarlo y conquistarlo. Siendo que Rodríguez, ni siquiera entra por el aspecto físico, y siendo que la imagen es lo primero que "se compra", este mago estará condenado al fracaso desde este primer momento, algo que el lector atento ya podrá anunciar, y que el personaje del mago ni se entera, por eso sigue adelante, aún a pesar del rechazo que él no verá.

El proceso de seducción empieza con la mirada, luego la sonrisa, el acercamiento, y por último la palabra. El “diablo/mago/político” sigue las todas las etapas pero nunca espera la reacción del otro para pasar a la siguiente. Lo hace, dando por sentado que él es irresistible.

La acción del mago tiene ya una extrañeza en su tono de voz: "con melosidad". Esta palabra viene de miel, y trata de una excesiva amabilidad que parece falsa, impostada. Con lo cual Rodríguez pierde cualquier temor frente a él e interés, frente a lo extraño o desconocido. Sólo le interesa su seguridad personal y esta ya no está en riesgo. Tampoco tiene ninguna curiosidad, toma la decisión de seguir adelante. Esta falta de curiosidad es lo que nos lleva a la lectura de la apatía de Rodríguez. ¿Es la curiosidad, el deseo de saber una señal del mal o del bien? La respuesta de esta pregunta nos llevaría a un largo tratado teológico.

Frente a la pequeña acción de Rodríguez, de mantenerse fijo en su camino, el mago vuelve al ataque, pareciendo que es él quien maneja la acción, pero desde el momento que su objetivo es dominar al otro, su acción estará irremediablemente atada al otro, y lo que parece ser Poder, en realidad es Esclavitud. Mientras intente conquistar a Rodríguez, este último tendrá siempre el poder de la acción del otro, de ahí su necesidad de acercarse y hablar.

En el habla el “meloso” comete un error con el que espera sorprender a Rodríguez y es “el tuteo”, exceso de confianza, invasión de la intimidad de un hombre tan reservado como Rodríguez. Así que además de irresistible, se cree con derecho a invadir pensando que así caerá bien, tratando con esto de romper las barreras de Rodríguez.

La lucha de miradas que se plantea entre ellos es una prueba de lo inútil de su proceder, y de la pérdida de su poder, a pesar de que el extraño no se da por enterado de ello. La metáfora "Le clavó un ojo Rodríguez" enfrentada a la expresión “que era un cuchillo de punta” refiriéndose a la mirada del extraño, nos muestra la lucha de poder que plantean los personajes. Basta un ojo de Rodríguez, para hacer que este mago se contraiga en su intención de lucha y quede cual “un cordero”. Aunque parecería que un cuchillo es más fuerte que un “clavo”, la mirada de Rodríguez planteada de frente supone un límite claro para el extraño. El mago mira de costado, tratando de crear un clima de misterio y superioridad, que se corta frente a la franqueza de Rodríguez que nunca entra en su juego. Esta lucha perdida por el mago, es una especie de anticipación del final.

“-Por eso, por eso, por ser vos, es que me voy al grano, derecho. ¿Te gusta la mujer?... Decí, Rodríguez, ¿te gusta?”. El mago nunca se enteró o no quiso ver que el tuteo no había logrado su propósito. Pero él aún insiste en su apuesta, y ahora lo hace más fuerte, lo llama por su nombre. Esto debería asombrar a Rodríguez, sin embargo ni se inmuta, como si le pareciera que eso es esperable y natural de este pesado. Pero cualquiera podría pensar en algo “extraño”, tal vez mágico, si nos llama por nuestro nombre alguien a quien no conocemos.

La primera oferta que le hace es la mujer, porque supone que es lo más común, lo que cualquier hombre quisiera tener. Todas las ofertas que le haga tendrán esa impronta: mujeres, oro, poder. Pero Rodríguez no es cualquiera, y si conoce su nombre, ¿no conoce a Rodríguez lo suficiente como para saber que estas ofertas no son para él? Para que la seducción funcione tenemos que realmente ver al otro, y este personaje no ve a Rodríguez, lo ofrece lo que a él no le interesa. Entonces: ¿cuánto poder tiene realmente o es que no se toma el trabajo de individualizar su oferta?

Además de todo esta primera oferta es para Rodríguez una interesante “piedra en el zapato”. Analicemos la reacción de Rodríguez: “Brusco escozor le hizo componer el pecho a Rodríguez, mas se quedó sin respuesta el indiscreto. Y como la desazón le removió su fastidio, Rodríguez volvió a carraspear, esta vez con mayor dureza. Tanto que, inclinándose a un lado del zaino, escupió”. Tal vez sea esta la única muestra de conmoción del personaje. El narrador no nos dice por qué esta conmoción, pero si miramos las palabras que utiliza podemos descubrir algo interesante de Rodríguez. La palabra escozor tiene dos significados que arrojan luz: sensación dolorosa, como la que produce una quemadura o sentimiento causado por una pena o desazón. Por lo tanto a Rodríguez lo asalta una pena cuando se le habla de la mujer, posiblemente porque se sienta traicionado por alguna que aún ama, y que también desprecia, como le pasa al hombre con sus contradicciones. Este “escozor” ataca su pecho, donde está su corazón, lugar metafórico de los sentimientos. Pero aún así no le responde al “indiscreto” quien se ha metido en un lugar íntimo al que Rodríguez no piensa darle lugar. Pero continuando en esta línea de análisis, la “desazón le removió su fastidio”, siendo “desazón” una inquietud interior, una pesadumbre, un disgusto. Rodríguez se perturba frente a esa inocente pregunta, y termina haciendo una de las mayores muestras de desprecio que es escupir.

Esto que parece tan obvio y que debería ser para el seductor una alerta de que su propósito no se cumple, no es realidad nada para él, que torpemente deja pasar este gesto y vuelve a ofrecerle la mujer, pero ahora de sus sueños. Una mujer que obviamente para Rodríguez es una pesadilla. No le ofrece la mejor mujer del mundo, sino la de sus sueños, que por lo que vemos no es precisamente lo mejor.

Algo parecido pasa con las otras ofertas, ya que todas tienen un techo. Le ofrece oro, pero no todo el oro, sino el que él pueda cargar luego de haber conseguido latas o recipientes en qué cargarlos. Así que si consigue diez recipientes, serán diez, y si consigue dos, serán dos. Y por último lo mismo pasa con el poder. Le ofrece de General para abajo. Cualquier cargo que quiera pero no el más alto. Si pensamos en la figura del diablo, acá tenemos otra ironía del autor, los cargos políticos militares más altos, no los da el presidente, sino el diablo.

El orden de las ofertas también es interesante porque van de lo menos importante a lo más importante, según el interés estandarizado del hombre común.

Pero todo esto que para cualquiera sería lo más llamativo, para Rodríguez es el “cargoso” quien se lo ofrece. La forma en que en la primera parte del texto el narrador utiliza para nombrar al mago/político/diablo, resulta interesante de ver, ya que éste utiliza el punto de vista de Rodríguez, por lo tanto la forma de llamarlo tiene relación directa con la forma en que Rodríguez ve a su antagonista. Revisando la lista en el orden que aparece podemos ver la evolución interna de Rodríguez: el otro, el desconocido, el hombre, el importuno, el interlocutor, el indiscreto, el ofertante, el cargoso, el pegajoso, el seductor. Cada uno de estos nombre tiene que ver con un momento de la narración en que el antagonista interactúa con Rodríguez.

Cada una de las partes de este cuento termina con una intervención de Rodríguez, ya sea directamente o en el pensamiento. La primera es en el pensamiento: “pucha que tiene poderes, usted”. Esto que no llega a decir Rodríguez es adivinado a través del silencio por el antagonista que está esperando atentamente una respuesta y no puede entender que Rodríguez no de ninguna luego de todos los ofrecimientos que le hizo.

El narrador termina esta parte asumiendo el punto de vista del extraño, quien en un solo gesto muestra su desazón, se toca la barba pensativo, agacha la cabeza desolado, ante la indiferencia de Rodríguez. Ahora este personaje extraño que creía ser tan fuera de lo común, viene a darse cuenta que Rodríguez tampoco tiene nada de común.

Segunda parte: las pruebas

Esta segunda parte del texto comienza con un narrado que asume ahora un punto de vista externo, y presenta la imagen de los personajes como si fuera un cuadro, mirado a distancia y casi sin movimiento. La luna blanca, otra vez, aparece para mostrar nítidamente las imágenes de los caballos y sus jinetes, y se destaca el silencio. Ya no hay más para decir. Sobran las palabras, y no aparecen las acciones que sirvan para el propósito de seducción. Cada uno está sin poder interactuar con el otro, aunque obviamente a Rodríguez no le interesa, porque su único propósito es no desviarse del camino.

Rodríguez no necesita nada, y en la medida que no necesita, nada le interesa tampoco. De esa manera el seductor no tiene posibilidad de inferencia en él.

La acción ahora la comienza Rodríguez, se arma un cigarro, no como un acto de confianza, sino como una expresión de paciencia e indiferencia, como si dijera: “bueno, esto va para largo”, ya que el “diablo” no parece haberse dado por vencido, sino todo lo contrario, ya que la acción de Rodríguez lo invita a volver a la lucha. Parece encenderlo, parece darse creer que lo que Rodríguez necesita es una prueba de su poder. La pasión del extraño irá creciendo a partir de este momento del cuento. Tan ansioso se pone, tan deseoso de mostrar su poder y sorprender a Rodríguez que comete el error de casi darse contra unos arbustos del costado del camino. Este acto ridiculiza la figura de quien quiere y cree tener el poder. Si pensamos en la figura del diablo, podríamos ver aquí la ridiculización de su imagen, y aún si queremos trasladarla a un político importante. Ambos poderes están ridiculizados.

Necesita separarse un poco de Rodríguez para que éste pueda ver la prueba que va a realizar. Pero no sólo resulta ridícula la imagen del seductor porque casi se choca con los espinillos, sino también porque Rodríguez no lo espera, así que aún cuando casi se cae tiene que hacer lo posible para no perder el trote.

“-¿Dudás, Rodríguez? ¡Fijate, en mi negro viejo!” interpela el extraño. Es interesante ver la metonimia que utiliza “negro viejo” para referirse a su caballo. Una metonimia es cuando se hace una transposición de sentido, y entre las palabras transpuestas hay una relación de contigüidad, o sea de inmediatez. Normalmente usamos esta figura cuando tomamos una parte para referirnos a un todo. En este caso se toman las cualidades para referirse al caballo. Pero esta elección no es inocente. El mago quiere que Rodríguez se fije especialmente en esas cualidad porque serán las que cambiará. Necesita que Rodríguez lo vea, sino la seducción no tendrá sentido, no podrá asombrarlo, no cumplirá su propósito. Y justamente Rodríguez ganará esta lucha porque no quitará la mirada de delante del camino, así que no le prestará ninguna atención. La lucha se concentra cada vez más en su mirada, y si observamos, el otro estará haciendo referencias cada vez más desesperadas a la atención de Rodríguez: “Fijate”, “-¡Mirá!”, “¡Servite fuego, Rodríguez!”, “¿Y esto?”, “¡Mirá qué aletas, Rodríguez!”.

Pero comienza tranquilo, a pesar de incidente de los espinillos, y su primer prueba será convertir al caballo de negro en color leche y de viejo en joven. Para esto hará un juego quiásmico: “negro viejo” / “tordillo como leche”. El quiasmo es una figura poética que consiste en entrecruzar los términos, formando de esa manera una estructura de espejo. Así “viejo” y “todillo” que hacen referencia a su edad, quedan unidas, y en los extremos quedan las cualidades “negro” y “leche”. Estos términos antitéticos refuerzan la idea del poder que tiene este personaje antagónico. Puede controlar las cualidades de los animales, lo que nos introduce en el elemento fantástico, en lo sobrenatural e inexplicable.

Este acto debe sorprender a cualquiera porque escapa del poder de lo humano. Pero no así a Rodríguez, y aunque no lo sabemos aún, el extraño sigue basándose en lo que comúnmente sorprendería a cualquier mortal; así que está seguro de haberlo sorprendido y no quiere darle tiempo a pensar para que la sorpresa sea aún mayor.

Pasa entonces así a la segunda prueba: transformar una rama en víbora. Es interesante como la rama parece una prolongación de su brazo, ya que este es “puro hueso”. Esto que debería alertar a Rodríguez, de que no está con un hombre común.

Otro elemento que nos acerca a la lectura del diablo es pensar, no sólo en lo huesudo del personaje, sino también en que transforma esa rama en víbora y la domina, la oprime y la tira cuando quiere. Recordemos que la víbora es símbolo del diablo en el jardín del Edén, y recordemos que si hablamos de la figura del diablo, hablamos de la cosmovisión bíblica. Así que dentro de esta lectura maniquea de la presencia del bien y del mal, esta lectura de la supremacía del personaje sobre la víbora, encuadra perfectamente con la lectura del diablo. Otro elemento que apoya esta teoría es el contraste entre el brillo de la víbora y el color negro de la noche. Recordemos que este contraste es eje de toda la narración.

La oportunidad realmente llega cuando este “diablo” descubre que a Rodríguez le falta algo, es decir tiene una necesidad, una carencia, y esta es el fuego para encender su cigarro. No la pierde, sino todo lo contrario, le excita pensar en las posibilidades de asombro que le da la falta del yesquero. Pero este “diablo” tiene mucho de humano, y debe apelar a la calma para poder hacer su prueba dando a entender su superioridad. Es interesante percibir esta contradicción entre lo sobrenatural y lo humano que el mismo personaje encierra, y que si bien vemos es igual que Rodríguez pero proporcionalmente contrario. Rodríguez es un hombre común, pero su indiferencia y su falta de asombro lo hacen casi sobrenatural.

La tercera y última prueba será frotar la yema del dedo gordo y sacar de eso fuego, presentándola en la uña del pulgar. Esto obligará a Rodríguez a mirar, la obsesión del mago. No sólo tendrá que mirar sino acercarse para prender el cigarro, incluso hasta inclinar la cabeza ante él. Pero nada de esto sale como lo piensa el extraño, ya que Rodríguez lo hace como si fuera algo común, que todos los días pasara. El extraño, ansioso, pregunta la opinión de Rodríguez y es la primera vez que este habla, la que marcará el final de la segunda parte o del desarrollo y comenzará el desenlace.

Rodríguez contesta “esas son pruebas”, minimizando todo el esfuerzo que este extraño había hecho para sorprenderlo. ¿Qué diferencia hay entre este ser y un hombre de circo? Es más, el narrador vuelve al punto de vista de Rodríguez, que tenía abandonado, y nos enteramos, junto con el mago de esta falta de asombro, cuando lo llama “el pegajoso”. Así que mientras todo esto pasaba, Rodríguez veía al mago como un pegajoso, y no como alguien capaz de hacer cosas asombrosas, sino que en lo único que pensaba era en sacárselo de encima.

El desenlace: el descontrol del extraño

Una vez descubierto el pensamiento de Rodríguez, por primera vez para este hombre, este resulta ser totalmente inesperado, así que quien buscaba sorprender termina estupefacto. Ahora las palabras de Rodríguez son “un baldazo de agua fría”. Si al diablo le habían “fulgurado” los ojos cuando pensó en darle fuego con el dedo, si la pasión y el ardor subían a él cuando pensaba que estaba ganando, ahora todo termina apagado por ese “baldazo de agua fría”, como para apagar su pasión. Pero lejos de hacerlo, el extraño retoma este sentimiento con mucho más fuerza, ahora mezclado con ira e indignación. Antitéticamente, el agua fría ahora se sustituye por “la mente hecha un volcán” dando lugar a la idea de explosión incontrolable, de desorden, de caos, de descontrol.

También se descontrolan las imprecaciones, las súplicas para que lo mire, y las pruebas de magia que se transforman en prodigios (sucesos extraños que exceden los límites de la naturaleza).

El primer prodigio será transformar su caballo en toro. Este toro estará lleno de fuego, como si la ira del extraño hubiera pasado también a él. El narrador, ahora en el punto de vista de Rodríguez parece burlarse de la situación cuando irónicamente dice “presentado con tanto fuego en los ojos que milagro parecía no le estuviera ya echando humo el cuero”. Tanto ira causa gracia a Rodríguez que ve el despropósito de este acto sugiriendo que lo extraño no es el acto sino que el toro no se estuviera quemando. Pero a Rodríguez sólo le importa que su zaino no salga lastimado, otra vez aferrado a su mundo, cuidándose él y sus objetos que es lo único que tiene en esta tierra, y por lo único que él cree que debe alarmarse. Su mundo empieza y termina en él. ¿Podemos pensar que esta es la imagen del bien? No lo sé.

El segundo prodigio ya resulta un absoluto despropósito que rompe con el horizonte de expectativa del lector, quien debe releer varias veces esta expresión “mirá que aletas, Rodríguez” para lograr comprender de qué está hablando el mago. El horizonte de expectativas es aquello que el lector considera dentro de lo posible en el cuento, dentro de lo verosímil. Cuando esto se rompe, el asombro del lector puede llevarlo incluso a desestimar el texto. Pero si el cuento ha generado los principios necesarios para lograr este asombro sin que se rompa la verosimilitud, todo será posible dentro de este contexto ficcional. Así, este cuento, ha ido creando la posibilidad que haga que este delirio del bagre sea posible en este contexto. Si uno lo piensa racionalmente es casi imposible imaginar un bagre, fuera del agua, del tamaño de una persona, cabalgando por la tierra. Pero en este contexto de descontrol y de magia todo esto es posible, aunque el lector termine absolutamente asombrado. Pero no así Rodríguez, quien no se inmuta. Un bagre, por más que de vueltas “como luz” no es un peligro para su “zainito” y eso es lo único que puede hacerlo reaccionar.

La desesperación del extraño lo lleva a pedir “por favor, fijáte bien”. Aquel personaje altanero, creído, confiado, termina pidiendo por favor la atención y el asombro de Rodríguez. Resulta inhumano que no lo tenga.

Rodríguez prácticamente se burla del personaje, de su desesperación y su descontrol. “¿Eso? Mágica, eso”. El error gramatical de Rodríguez, que en vez de decir magia, dice mágica, refuerza la idea de un personaje sin mayor cultura pero con mucha experiencia en lo mundano. No sabe cómo decirle a estos prodigios descontrolados, pero seguro no tienen ninguna importancia para él, no significan nada, no le proporcionan nada, ni le demuestran nada. Nada puede un hombre como este darle a Rodríguez.

El extraño termina como corresponde a este conflicto. Comenzó confiado y termina en el suelo, “caído del caballo”, humillado, “clavado de cola”. La derrota del personaje sólo puede terminar en el insulto, justificado, y totalmente uruguayo.

Pero esta exclamación sale de un ahogo, de lo más profundo de su ser y de su cansancio, se ha pasado todo el tiempo tratando de llamar la atención de Rodríguez quien no ha hecho más que menospreciarlo, no creerle, no considerarlo importante. Así terminan ambos personajes tal como empezaron. Rodríguez sigue su camino, tranquilo “bajo la blanca, tan blanca luna”. Una vez más la reiteración del principio “como aquella luna había puesto todo igual, igual que de día,” pero ahora se repite la palabra “blanca” que es la que acompañará a Rodríguez. La luz, el color blanco está siempre del lado de este personaje. Mientras que el otro termina también como empezó, “el oscuro” que es el caballo del extraño, termina mostrando los dientes, en señal de ira y vuelve a los sauces del paso, para esperar a otro candidato. Así la estructura del cuento se vuelve circular, es decir, todo termina como empieza.