miércoles, 19 de agosto de 2015

Cuento "El altillo" de Mario Benedetti

El Altillo






Está allá arriba. Lo veo desde aquí. Siempre quise un altillo. Cuando tenía nueve años, cuando tenía doce. Lo veo desde aquí y es bueno saber que existe. Tiene la luz encendida. Es una bombilla de cien bujías, pero desde el patio la veo apenas como un resplandor. Siempre quise un altillo, para escaparme. ¿De quién? Nunca lo supe. Francamente, yo quisiera saber si todos están seguros de quién escapan. Nadie lo sabe. Puede ser que lo sepa un ratón, pero yo creo que un ratón no es lo que el doctor llama un fugitivo típico. Yo sí lo soy. Quise un altillo como el de Ignacio, por ejemplo. Ignacio tenía allí libros, almanaques, mapas, postales, álbumes de estampillas. Ignacio pasaba directamente del altillo a la azotea, y desde allí podía dominar todas las azoteas vecinas, con claraboyas o sin ellas, con piletas de lavar ropa o macetas en los pretiles. En ese momento ya no tenía ojos de fuga sino de dominador. Dominar las azoteas es aproximadamente lo mismo que dominar las intimidades. La gente cuelga allí la ropa interior, amontona trastos viejos, toma el sol sin pedantería, hace gimnasia para sí misma y no para las muchachas, como sucede en la playa. La azotea es como una trastienda. Claro que hay azoteas que tienen perros y eso es un inconveniente; pero siempre queda el recurso de tirarles piedras o simplemente espantarlos con gritos. De todos modos, ni a Ignacio ni a mí nos gustaba que un perro nos estuviera mirando. Una azotea con perro pierde su soledad y entonces no sirve, especialmente si el perro tiene ojos de persona. A mí ni siquiera me gustan los perros con ojos de perro. Los gatos me importan menos. Son como un decorado y nada más. Puedo sentirme perfectamente solo con el cielo, un avión, una cometa y un gato. Incluso con Ignacio podía sentirme casi solo. Sería tal vez porque no hablaba. Tomaba los gemelos de teatro, miraba detenidamente la azotea de los Risso, y una vez que se cercioraba de que ni Mecha ni Sonia habían subido todavía, entonces me los alcanzaba a mí, y yo miraba detenidamente hacia la azotea de los Antuña hasta cerciorarme de que ni Luisa ni Marta habían subido. Siempre quise un altillo. El de Ignacio era un lindo altillo, pero tenía el inconveniente de que no era mío. Ya sé que Ignacio nunca me hizo sentirme extranjero, ni intruso, ni enemigo, ni pesado, ni ajeno; pero yo sentía todo eso por mí mismo, sin necesidad de que nadie me lo recordara. Para huir, para escapar de algo que uno no sabe bien qué es, hay que hacerlo solo. Y cuando escapaba (por ejemplo, cuando hice añicos los anteojos de mi tía y los tiré por el water y ella perdió todo su aplomo y se puso furiosa y me gritó tarado de porquería, linda consecuencia de las borracheras de tu padre, aunque según el doctor no es seguro que mi atraso tenga que ver con las papalinas de mi viejo, que en paz descanse) y cuando yo escapaba al altillo de Ignacio para estar solo, no podía estar solo, porque claro, estaba Ignacio. Y también a veces el perro del vecino, que es de los que miran con ojos de persona. Todo eso a los doce años y también a los nueve. A los trece se acabó el altillo porque empecé a ir al colegio de fronterizos. No recuerdo nada de lo que hice en el colegio. Hay que ver que fui solamente por tres días; después me pegó el grandote malísimo y estuve mucho tiempo en cama sin poder abrir este ojo que ahora abro, y además conteniendo la respiración. Todo debido a la costilla rota, claro. Pero al final tenía que respirar porque me ponía colorado, colorado, primero como un tomate y después como una remolacha. Entonces respiraba y el dolor era enorme. Se acabó el colegio de fronterizos, dijo mi tío. Después de todo es casi normal, dijo mi tía. Yo estaba agachado y de pronto sentí el frío de la llave en el ojo. Me aparté de la cerradura y me puse el camisón. Ella vendrá a enseñarte aquí desde mañana, dijo mi tía, antes de arroparme y darme un beso en la frente. Yo no tenía todavía mi altillo, ni tampoco podía ir al de Ignacio porque su papá se peleó con mi tío, no a las trompadas sino a las malas palabras. Ella vino a enseñarme todas las mañanas. No sólo me enseñaba las lecciones. También me enseñaba unas piernas tan peludas que yo no podía dejar de mirarlas. Le advertí que yo era casi normal y ella sonrió. Me preguntó si había alguna cosa que me gustaba mucho, y yo dije que el altillo. Enseguida me arrepentí porque era como traicionar a Ignacio, pero de todos modos ella lo iba a saber porque su mirada era de ojos bien abiertos. Yo creo que nunca cerraba los ojos, o quizá pestañeaba en el instante que yo también lo hacía. Algunas veces yo demoraba más, a propósito, pero ella se daba cuenta de mi intención y también demoraba su pestañeo, y tal vez luego parpadeaba junto conmigo porque nunca le vi cerrar los ojos. Mejor dicho, la vi una sola vez, pero ésa no vale porque estaba muerta. Los ex alumnos le llevamos un ramo de flores. Yo era ex alumno pero no la quería demasiado. Quería sus piernas, eso sí, porque eran peludas, pero la persona de ella también tenía otras partes. Así que sólo duró un mes y medio. Una lástima porque había mejorado mucho, dijo mi tía. Ya sabía la tabla del ocho, dijo mi tío. Yo sabía también la del nueve, claro que nunca dije nada porque algún secreto hay que tener. Yo no sé cómo hay gente capaz de vivir sin secretos. Ignacio dice que el secreto más secreto de sus secretos es que. Pero yo no lo voy a decir porque le juré no comunicarlo a nadie. Fue sobre el perro muerto que lo juré. No sé exactamente cuándo. Siempre se me mezclaron las fechas. Acabo de hacer algo y sin embargo me parece muy lejano. En cambio, hay ocasiones en que una cosa bien antigua, me parece haberla hecho hace cinco minutos. A veces puedo saber cuándo, sobre todo ahora que mi tío me regaló el reloj que fue de mamá que en paz descanse. Pobrecito, así se entretiene, dijo mi tía. Pero yo no quiero entretenerme, es decir no quería, porque eso fue a los doce años y ahora tengo veintitrés, me llamo Albertito Ruiz, vivo en Solano Antuña cinco seis nueve, mi tío es el señor Orosmán Rivas y mi tía la señora Amelita T. de Rivas. La T. es de Tardáguila. Al fin conseguí el altillo. Para mí solo. Loo conseguí ayer, anteayer, o hace cinco años. No me importa el plazo. Mi altillo está. Lo veo desde aquí. Siempre quise mi altillo. Dice el doctor que no es exactamente un fronterizo, suspiró mi tía, y por el ojo de la cerradura yo vi exactamente su suspiro, o sea cómo se levantaba la pechera y luego bajaba, cómo se levantaba el collar con la crucecita y luego bajaba. Luego bajaba del altillo y mi tío estaba tomando mate y preguntaba qué tal. Lindo, dije. Mi altillo tiene una portátil con una bombilla que oficialmente es de setenta y cinco bujías. Yo hice trampa y le puse una de cien bujías, pero la tía cree que es una de setenta y cinco. A veces me molesta en los ojos tanta luz. El tío se dio cuenta de que, aunque en la bombilla dice setenta y cinco, en realidad es de cien bujías, pero yo sé que no me va a denunciar frente a la tía, porque en su mesa de noche él también tiene una de setenta y cinco cuando la tía le ha dado permiso para tener una de cuarenta bujías. Bujías quiere decir bichitos. Si Ignacio no hubiera venido hace un rato, yo estaría ahora en el altillo. Pero vino y hacía muchos años que no lo veía. Él dijo que once. Yo supe que se habían mudado y que él no tenía más altillo. Hola, dijo. Ignacio nunca habló mucho, ni siquiera en la época que tenía su altillo y estaba tan orgulloso. Ahora yo tengo el mío. De tarde me gusta salir a la azotea y por suerte aquí no hay perros con mirada de persona. Hay uno chiquito en la azotea de Terneiro, uno chiquito que se llama Goliat, pero ése tiene mirada de perro así que no me preocupa tanto. Hola, dije yo también. Pero me di cuenta a qué venía. Enseguida me di cuenta. Él dijo que hacía once años que no nos veíamos y que estaba en tercero de Facultad. Me pareció que tenía bigote. A mí no me crece el bigote. Tu tío me dio permiso para que viniera a verte, dijo para disimular. Dice tantas macanas mi tío. Se acercó a la ventana. Miró el cielo. También el cielo lo miró a él. Paf. Qué tal, me preguntó mi tío cuando bajé. Lindo, dije. Yo dejé la luz encendida y desde aquí veo el resplandor. A mí no me va a quitar nadie el altillo. Nunca. Nadie. Nunca. Yo a él no lo traicioné y ahora viene y se pone el muy falluto a mirar disimuladamente el cielo. Todos sabemos que él perdió su altillo, pero yo no tengo la culpa. Qué tal, preguntó mi tío. Lindo, dije. La luz está encendida, la bombilla de cien bujías, pero estoy seguro que a Ignacio no le molesta, porque antes de bajar dije perdón y le cerré los ojos.


Material de análisis "El altillo" de Benedetti

http://bdigital.uncu.edu.ar/objetos_digitales/1109/carrillocilha78.pdf

Biografía Mario Benedetti

Mario Benedetti trabajó en múltiples oficios antes de 1945, año en que inició su actividad de periodista en La MañanaEl DiarioTribuna Popular y el semanarioMarcha, entre otros. En la obra de Mario Benedetti pueden diferenciarse al menos dos periodos marcados por sus circunstancias vitales, así como por los cambios sociales y políticos de Uruguay y el resto de América Latina. En el primero, Benedetti desarrolló una literatura realista de escasa experimentación formal, sobre el tema de la burocracia pública, a la cual él mismo pertenecía, y el espíritu pequeño-burgués que la anima.
El gran éxito de sus libros poéticos y narrativos, desde los versos de Poemas de la oficina (1956) hasta los cuentos sobre la vida funcionarial de Montevideanos(1959), se debió al reconocimiento de los lectores en el retrato social y en la crítica, en gran medida de índole ética, que el escritor formulaba. Esta actitud tuvo como resultado un ensayo ácido y polémico: El país de la cola de paja (1960), y su consolidación literaria en dos novelas importantes: La tregua (1960), historia amorosa de fin trágico entre dos oficinistas, y Gracias por el fuego (1965), que constituye una crítica más amplia de la sociedad nacional, con la denuncia de la corrupción del periodismo como aparato de poder.
En el segundo periodo de este autor, sus obras se hicieron eco de la angustia y la esperanza de amplios sectores sociales por encontrar salidas socialistas a una América Latina subyugada por represiones militares. Durante más de diez años, Mario Benedetti vivió en Cuba, Perú y España como consecuencia de esta represión. Su literatura se hizo formalmente más audaz. Escribió una novela en verso, El cumpleaños de Juan Ángel (1971), así como cuentos fantásticos como los de La muerte y otras sorpresas (1968). Trató el tema del exilio en la novela Primavera con una esquina rota (1982) y se basó en su infancia y juventud para la novela autobiográfica La borra del café (1993).
En su obra poética se vieron igualmente reflejadas las circunstancias políticas y vivenciales del exilio uruguayo y el regreso a casa: La casa y el ladrillo (1977),Vientos del exilio (1982), Geografías (1984) y Las soledades de Babel (1991). En teatro, Mario Benedetti denunció la institución de la tortura con Pedro y el capitán(1979), y en el ensayo comentó diversos aspectos de la literatura contemporánea en libros como Crítica cómplice (1988). Reflexionó sobre problemas culturales y políticos en El desexilio y otras conjeturas (1984), obra que recoge su labor periodística desplegada en Madrid.
También en esos años recopiló sus numerosos relatos breves, reordenándolos, en la colección Cuentos completos (1986), que sería ampliada en 1994. Junto a la solidez de su estructura literaria, debe destacarse como rasgo esencial de los relatos de Benedetti la presencia de un elemento impalpable, no formulado explícitamente, pero que adquiere en sus textos el carácter de una potente irradiación de ondas telúricas que recorre a los protagonistas de sus historias, para ser transmitida por ellos mismos (casi sin intervención del autor, podría decirse) directamente al lector. La predilección por este género y la pericia que mostró en él emparenta a Mario Benedetti con los grandes autores del Boom de la literatura hispanoamericana, y especialmente con los maestros del relato corto: Jorge Luis Borges y Julio Cortázar.

En 1997 publicó la novela Andamios, de marcado signo autobiográfico, en la que da cuenta de las impresiones que siente un escritor uruguayo cuando, tras muchos años de exilio, regresa a su país. En 1998 regresó a la poesía con La vida, ese paréntesis, y en el mes de mayo del año siguiente obtuvo el VIII Premio de Poesía Iberoamericana Reina Sofía. En 1999 publicó el séptimo de sus libros de relatos,Buzón de tiempo, integrado por treinta textos. Ese mismo año vio la luz su Rincón de haikus, clara muestra de su dominio de este género poético japonés de signo minimalista, tras entrar en contacto con él años atrás gracias a Cortázar.
En marzo de 2001 recibió el Premio Iberoamericano José Martí en reconocimiento a toda su obra; ese mismo año publicó El mundo en que respiro (poemas) y dos años más tarde presentó un nuevo libro de relatos: El porvenir de mi pasado (2003). Al año siguiente publicó Memoria y esperanza, una recopilación de poemas, reflexiones y fotografías que resumen las cavilaciones del autor sobre la juventud. También en 2004 se publicó en Argentina el libro de poemas Defensa propia.
Ese mismo año fue investido doctor honoris causa por la Universidad de la República del Uruguay; durante la ceremonia de investidura recibió un calurosísimo homenaje de sus compatriotas. En 2005 fue galardonado con el Premio Internacional Menéndez Pelayo. Sus últimos trabajos fueron los poemarios Canciones del que no canta (2006) y Testigo de uno mismo (2008), el ensayo Vivir adrede (2007) y el drama El viaje de salida (2008).

Los novelistas del 45

http://www.periodicas.edu.uy/o/Capitulo_Oriental/pdfs/Capitulo_Oriental_33.pdfhttp://www.periodicas.edu.uy/o/Capitulo_Oriental/pdfs/Capitulo_Oriental_33.pdf

Generación del 45. Mario Benedetti

http://medios.elpais.com.uy/downloads/2007/HistoriaReciente/21.pdf

domingo, 16 de agosto de 2015

CÁNDIDO VOLTAIRE CAP I




                                                                                CÁNDIDO VOLTAIRE CAP I

En el primer capítulo vemos a un Cándido joven, inocente y crédulo, que proviene de una familia adinerada y que actúa en acuerdo con sus impulsos. Vive en el gran castillo del barón de Thunder-ten-tronckh, quién es poderoso y muy rico. La baronesa es una mujer rolliza y respetable. Cunegunda es hija de la baronesa, y es joven y muy bella. Al final del fragmento, cuando Cándido está con Cunegunda se vislumbra lo que caracteriza a toda la obra: la ridiculización del pensamiento de Leibniz (filósofo representado por Pangloss), quién defiende con un gran optimismo que este mundo es el mejor de los mundos posibles. También defiende el principio de causalidad (cuando hay efecto debe haber una causa necesaria) y una concepción finalista del ser humano, ya que dice que estamos determinados a llegar a un mejor fin. Todas las cosas, dice Pangloss, han sido hechas para los humanos, para nuestro propio disfrute y ventaja. Él es el oráculo del castillo y se ocupa de la educación de Cándido y Cunegunda. Es una obra que está plagada de ironía. Dónde más se ve es en la descripción del barón y su castillo (“Era el señor barón uno de los más poderosos señores de Westfalia, pues su castillo tenía puertas y ventanas.”), en la descripción de Pangloss (“enseñaba metafísico-teólogo-cosmolonigología”) y cuando se dice que las cosas están hechas sólo para las personas (“Las narices se han hecho para llevar gafas; por ello tenemos gafas.”). Además, siempre se repite la misma estructura que utiliza Voltaire para ridiculizar todavía más la filosofía de Liebniz (entre otros: "el castillo de monseñor barón era el más bello de los castillos, y la señora baronesa la mejor de las baronesas posibles." y "el mundo quedó consternado en el más bello y más agradable de los castillos posibles.") Cándido es un joven de alma bondadosa e inocente, que recorre gran parte del mundo encontrando incomprensión y desgracia. El protagonista presenta rasgos de Quijote, el cual defiende sus fantasías, pero cuando logra vencerlas ya es demasiado tarde para rehacer su vida. Es acompañado por su preceptor Pangloss, el cual de hace ver la vida de manera más óptima, por lo tanto, se puede decir que es un joven en una etapa de la vida de aprendizaje y un poco influenciable. Tenía un juicio bastante recto y alma muy simple, por eso le llamaban Cándido. El filósofo Pangloss, acompañante y educador de Cándido. Enseñaba metafísico-teólogo-cosmolonigología, adjuntando sus teorías sobre la causa y efecto de las cosas y pensando que el monseñor barón y la señora baronesa eran los mejores posibles. Defendía que todo tiene un fin; la nariz está hecha para llevar gafas, las piernas para ser calzadas, las piedras para ser talladas... Piensa que la gente que dice que todo está bien en el mundo se equivoca, todo está óptimo.

jueves, 13 de agosto de 2015

El Monte de las Ánimas

El Monte de las Ánimas es uno de los relatos que forman parte de la colección de Gustavo Adolfo Bécquer llamada Soria. La leyenda cuenta lo que le ocurrió a un joven llamado Alonso al intentar complacer a su prima durante la noche de difuntos, la noche de la festividad de Todos los Santos. Se publicó el 7 de noviembre de 1862 con dieciseis leyendas más, en el diario El Contemporáneo.
Bécquer pretende haber recibido la leyenda por vía oral, y trata de darle vista de realidad con nuevos consejos, al final de la leyenda la historia del cazador.

La obra consta de una pequeña introducción, tres partes y el epílogo.
  • Prólogo. El autor narrador dice haber oído la leyenda en Soria y que siente miedo al escribirla. La leyenda está escrita en tercera persona y tiene un narrador editor-historiador. El autor cuenta unos hechos que a él ya se los habían contado anteriormente. Al principio de la novela se ve con claridad cuando dice al principio de la leyenda:
"La noche de los difuntos me despertó a no sé que hora el doble de las campanas. Su tañido monótono y eterno me trajo a las mientes esta tradición que oí hace poco en Soria. (...) Yo la oí en el mismo lugar en que acaeció, y la he escrito volviendo algunas veces la cabeza con miedo, cuando sentía crujirlos cristales de mi balcón, estremecidos por el aire frío de la noche."
  1. Alonso narra a su prima Beatriz los sucesos que ocurrieron en tiempos de los Templarios en el Monte de las Ánimas.
  2. Cambio de escenario, el castillo de los condes de Alcudiel.
  3. Abandono de Beatriz.
  • Epílogo. El autor narrador añade nuevas letras a la leyenda.
La acción transcurre en la Edad Media, y la leyenda es contada por el personaje Alonso, dentro de la obra. Se podría decir que en el momento que la cuenta está recordando unos hechos que el propio personaje ya sabía. Son unos hechos que representa que son verosímiles, ya que los cuenta con todo detalle. Por lo tanto, se produce un flash back, es decir, recuerda una historia que pasó con anterioridad a la época que ellos están viviendo. Entonces cuenta su recuerdo, que ocurre en veinticuatro horas, desde la mañana hasta el amanecer del día siguiente.

Sinopsis[editar]

La historia transcurre en Soria, en el llamado Monte de las Ánimas, el día de los difuntos. Los Condes de Borges y de Alcudiel, junto a sus hijos Beatriz y Alonso y pajes iniciaban el camino hacia la cacería, montados a caballo. Alonso, empezó a relatar una leyenda, la del Monte de las Ánimas. Al parecer, a este monte que llamaban de las ánimas pertenecía a los Templarios, que eran guerreros y religiosos a la vez. Cuando los árabes fueron expulsados de Soria, el Rey los hizo venir para defender la ciudad, lo que ofendió a los nobles de Castilla y se creó rivalidad entre ellos. Así, se inició una batalla hasta que el rey finalizó la lucha; el monte fue abandonado y en la capilla de los religiosos se enterraron los cuerpos de unos y otros. Cuenta la leyenda que cuando llega la noche de los difuntos las almas de los muertos corren junto con los animales del monte y nadie quiere estar ahí en dicha fecha.
Una vez en casa de los Condes y reunidos junto a la lumbre, sólo los primos estaban ajenos a la conversación: Alonso y Beatriz, hasta que Alonso rompió el prolongado silencio diciéndole a su prima que, debido a que ella se separará de él próximamente, le gustaría hacerle un regalo para que se acordara siempre de él. Después de insistir mucho, la joven acepta una joya sin decir nada y su primo a cambio le pidió algún obsequio suyo. Beatriz estuvo conforme y le expuso que en el Monte de las Ánimas perdió la banda azul y que era lo que deseaba regalarle.
Alonso se sentía muy fuerte a la hora de luchar con cualquier bestia, pero le aterrorizaba la idea de ir a ese oscuro lugar en aquella fecha tan indicada y sintió miedo. Entonces se vio motivado por una sonrisa de la bella dama y se dirigió, aterrorizado, a recuperar la banda perdida para así contentar a Beatriz.
Las horas pasaron y Beatriz se desveló al creer oír su nombre en una pesadilla. Al despertarse no pudo volver a conciliar el sueño, así que decidió ponerse a rezar muy asustada. Cuando amaneció se avergonzó de su comportamiento de la noche anterior al haberse asustado, y, entonces, vio su banda azul ensangrentada y desgarrada en su mesilla de noche. Beatriz se quedó petrificada, no podía creer lo que veía. Más tarde fueron a avisarla sus sirvientes de una triste noticia: Alonso había sido devorado por los lobos del monte, pero la encontraron muerta.
Dicen que después de este suceso, un cazador tuvo que permanecer una noche dentro del monte de las ánimas, y que antes de morir pudo contar que vio los esqueletos de los antiguos Templarios y de los nobles sorianos enterrados en la capilla levantarse, y además, pudo ver también como una mujer hermosa desmelenada, corría apresuradamente,con los pies ensangrentados ,perseguida por caballos y lanzando chillidos de terror, daba vueltas alrededor de la tumba de Alonso.

Espacio y personajes[editar]

La historia transcurre en el Monte de las Ánimas, situado a las afueras de Soria y a orillas del Duero.
Otras referencias espaciales que aparecen en la Leyenda son:
  1. La ciudad de Soria. Destaca entre la referencia que de ella se hacen el reloj del Postigo. La Puerta del Postigo era una de las puertas de la muralla de Soria, todavía conservada en época del autor.
  2. El convento de San Polo, situado a las afueras de Soria y del que hoy solo se conserva la iglesia. Su fundación se atribuye a la orden de los Templarios.
  3. San Juan de Duero. Monasterio románico de Soria perteneciente a la Orden de Malta.
  4. El Monte de las Ánimas. Situado a las afueras de Soria y a orillas del Duero. Cierta cofradía rendía los frutos de ese paraje para recaudar fondos con los que decir mirar por las almas de los difuntos, de ahí el nombre del Monte.
  5. El puente que da paso a la ciudad.
  6. El monte Moncayo, situado en el límite entre Soria y Zaragoza.
Por su parte, los personajes son:
  • Alonso: Heredero de las tierras en las que se desarrolla la historia. Es un muchacho joven e inocente. Se encuentra enamorado de la hermosa Beatriz. Muere por complacerla al ir en busca de un objeto perdido de ella.
  • Beatriz: Es la prima de Alonso, hija de los condes de Borges. Es una mujer joven y hermosa con caballera oscura, labios finos y profundos ojos azules.
  • Otros personajes: Condes, sirvientes, cazadores, templarios e hidalgos.

Temas[editar]

En la leyenda se establecen los siguientes temas:
  • Hay una conexión que encaja dos temas a la vez. Bécquer recoge el tema folclórico universal con el enfrentamiento de los templarios contra los nobles señores de Soria, y añade a la obra el carácter de la mujer, la cual engaña al hombre para conseguir sus propósitos y dominarlo. Estos dos temas van constantemente relacionados durante la obra, son los que se ven con más claridad, que son la lucha y el amor.
  • Aparece lo tradicional y el arte, con elementos como por ejemplo la iglesia que toca las campanadas a las doce de la noche para informar que es el día de todos los santos. En la obra también se pueden destacar toda clase de ruidos extraños, como por ejemplo: el ruido de unas pisadas que sonaban sobre la alfombra de Beatriz, el crujido de la madera; el azote de los vidrios del balcón; el agua que caía sin cesar, los ladridos de los perros, y las ráfagas del viento. Con todos estos sonidos lo que pretendía Bécquer era transmitir al lector sentimientos de miedo e inquietud.

Relación con otras obras[editar]

El castigo eterno de la mujer desdeñosa es tema frecuente en el arte y la literatura. Giovanni Boccaccio trató el mismo tema en el cuento titulado Historia de Nastagio o degli Onesti cuya protagonista también es perseguida por un jinete.
Botticelli pintó una serie de cuadros basándose en la historia de Boccaccio.
También se puede establecer una relación con obras musicales: El arquitecto gallego Rodríguez Losada estrenó una ópera sobre dicho texto. En 2008, la banda española de juglar metal Saurom creó un tema musical basándose en la leyenda del Monte de las Ánimas.
El grupo de los ochenta Gabinete Caligari nombra dicho monte en su canción "Camino Soria " con las frases "Cuando divises el monte de las ánimas, no lo mires, sobreponte, y sigue el caminar" o "Becquer no era idiota".

Material extenso pero importante para el análisis de las leyendas de Bécquer


http://www.cervantesvirtual.com/obra-visor/becquer-en-sus-narraciones-fantasticas--0/html/00d05ffa-82b2-11df-acc7-002185ce6064_9.html

Leyendas de Gustavo Adolfo Bécquer

 Leyendas
de
Gustavo Adolfo Bécquer

Las Leyendas son narraciones breves a las que su autor, mezclando elementos reales con situaciones imaginarias, traslada sus ilusiones y sus desengaños, su visión romántica del amor y de la creación artística. Esto se puede apreciar en una serie de características que podemos considerar comunes a los distintos relatos:


· Espacio: Bécquer prefiere las ciudades antiguas (Soria, Toledo, Sevilla), los viejos castillos, templos y monasterios, las ruinas abandonadas, lugares propicios para la imaginación o el misterio.

· Tiempo: En casi todas las Leyendas el hecho culminante ocurre de noche. La época es siempre el pasado, preferentemente la Edad Media. Así ocurre por ejemplo en El rayo de luna, El Monte de las Ánimas, Los ojos verdes o La corza blanca. Las más cercanas en el tiempo son El Miserere, cuya acción principal se desarrolla en el siglo XIX, y El beso, que se sitúa durante la ocupación francesa en la guerra de la Independencia.


· Personajes: Los protagonistas de las Leyendas son casi siempre jóvenes enamorados impulsivos e imprudentes, y damas hermosas pero perversas. Un ejemplo de personaje masculino puede ser el Fernando de Los ojos verdes, que termina arrastrado a la muerte por su propia pasión. Beatriz, la protagonista de El Monte de las Ánimas, es un ejemplo de esa mujer de belleza ideal pero que acarrea la desgracia de su enamorado.
En las leyendas se presentan personajes típicos del Romanticismo:

·         La dama esquiva: Es caprichosa y no repara en las consecuencias funestas que puede traer su comportamiento.
·         La mujer ideal e inalcanzable: Pertenecen a este bloque por ejemplo, la ondina de Los ojos verdes, la sombra que persigue Manrique en El Rayo de luna.
·         El enamorado: Es un caballero que antepone al amor a su propia vida como Alonso en El Monte de las Ánimas.
·         El caballero rebelde: Un personaje con tintes satánicos que desafía a la divinidad como el capitán en El Beso.
·         El artista romántico: Persigue un ideal artístico como el poeta en El Rayo de luna o los músicos en Maese Pérez el organista y El Miserere.



· Elementos fantásticos: en todas las Leyendas hay un momento culminante en el que ocurre un prodigio, un hecho maravilloso que rompe la normalidad. En ocasiones este prodigio tiene un carácter sagrado, como en El Miserere o en Maese Pérez el organista; otras, se basa en creencias populares o supersticiones: lagos encantados (en Los ojos verdes), muertos vivientes (en El Monte de las Ánimas, o El Miserere), etc. En todos los casos el protagonista es el misterio, la confusa frontera entre la realidad y la imaginación.

· Los desenlaces son siempre trágicos, consecuencia de una conducta imprudente o de haber transgredido una prohibición. Así, Manrique, el protagonista de El rayo de luna, pierde el juicio víctima de su propia obsesión por un amor ideal; o el capitán francés de El beso muere por atreverse a profanar un lugar sagrado, lo mismo que les ocurre a Beatriz y Alonso en El Monte de las Ánimas, etc.


Temas


En las Leyendas se plasman los grandes temas de Bécquer: la lucha entre el ideal y la realidad, que se refleja en el tema del amor imposible (El rayo de luna, Los ojos verdes...) y en el tema de la creación artística, que aparece en Maese Pérez el organista y en El Miserere.

El amor, fuerza motriz del universo, energía cósmica y móvil de la acción, que desencadena el desenlace, es el tema principal en la mayoría de las leyendas. En alguna, la intensidad subyugadora del amor se convierte en el motivo de la trasgresión, impulsada por la fuerza irresistible del amor, cuyo castigo es la muerte o la locura de los protagonista, que están destinados a sufrir un final trágico o a veces, cómico grotesco (El Cristo de la calavera), o bien como un elemento amor se mezcla con la religión, adquiere capacidad regeneradora y sirve de redención.
La búsqueda del ideal, búsqueda de la belleza inaprensible, de la emoción poética intuida, de la forma anhelada. Después, la realidad se encargará de desnudar la fantasía de la imaginación. La búsqueda del ideal se vincula externamente con la belleza femenina, bajo cuya forma y figura subyace un impulso de índole estética (Los ojos verdes, El rayo de Luna). A veces, el ideal cristaliza en un logro artístico (Maese Pérez el organista); pero en otras, queda de manifiesta la imposibilidad de plasmar en lenguaje concreto la emoción y la intuición estética.
La mujer aparece en muchas leyendas como referente de belleza –ideal estético- , como símbolo soñado de la perfección artística (Los ojos verdes, El rayo de luna). La mujer se manifiesta como algo incorpóreo y perfecto, que sólo puede rozarse con las alas del sueño. Cuando la mujer aparece como algo diabólico, está definida con rasgos negativos: capricho, frivolidad, coquetería; inductora de las transgresiones (El monte de las ánimas). Aunque goza de hermosura, la mujer carece de rasgos concretos.
El misterio y lo sobrenatural aparece en muchas leyendas. El miedo llega en algunas a lo terrorífico (El monte de las ánimas). En El monte de las ánimas, la repetición de ciertos elementos acústicos va configurando un clima gradualmente dominado por el terror.

Estructuras de las leyendas

Las Leyendas se organizan en tres tipos de estructuras:

a) tentación-pecado-castigo
b) estructura de anticipaciones.
c) actualización de contenidos.

a) La tentación se centra en la mujer, que ofrece la recompensa de su amor para satisfacer un capricho o una veleidad. El pecado o la transgresión se concreta en la consecución del objeto del deseo o en el propio objeto en sí.: banda, guantes… (El monte de las ánimas) El castigo presenta diversos grados o formulaciones: locura, vergüenza, muerte.

b) En la estructura de anticipación, un narrador en tercera persona – el propio autor u otro narrador-, al principio de su intervención, nos anticipa un acontecimiento histórico- legendario que tiene que ver con el tema central del relato, mezclándose elementos ambientales y sobrenaturales. Bécquer prenuncia el tema narrativo principal, las claves de un contenido que más tarde se desarrollará con mayor amplitud. (El miserere).

c) En la actualización de contenidos, a cada momento del eje temporal, le corresponde un contenido narrativo distinto. La progresión narrativa viene marcada por las actualizaciones de contenidos. Los intervalos temporales varían en cada relato. El tiempo es crucial protagonista y eje vertebrador de los contenidos relatados (Maese Pérez el organista).


Técnica narrativa y estilo

Las Leyendas van encabezadas con prólogos de ficción en los que Bécquer manifiesta que actúa como simple transmisor de informaciones orales, simple cronistas de historias oídas (Narrador omnisciente, narrador-historiador) Estos prólogos atraen la atención del lector y dan verosimilitud legendaria al relato.
En algunas leyendas, el autor incluye un apéndice final, que pretenden atar algunos cabos sueltos y explicar contenidos externos al relato.
Abundan escenas narrativas que se acercan a la narración cinematográfica, de ritmo ligero y de brillante colorido. También son frecuentes diálogos y monólogos escenificados (escenas teatrales).
Los episodios narrativos y descriptivos están referidos a algún determinado momento del día o de la noche, preferentemente la medianoche y el crepúsculo. Son también importantes los matices cromáticos y plásticos del alba y del atardecer. La medianoche representa lo mágico. La noche corresponde simbólicamente al dominio del mal; en cambio, en el atardecer y en el alba se origina lo maravilloso.
El lenguaje que utiliza Bécquer es plástico y musical (sustantivos y adjetivos que aluden al mundo sensorial: oído, vista, olfato, tacto). Como recursos literarios utiliza los tropos. Metáforas, comparaciones, metonimias, elipsis. También utiliza prosopopeyas, aliteraciones y onomatopeyas para reproducir los sonidos en las descripciones sensoriales.





INDICACIONES PARA EL EXAMEN DE LAS LEYENDAS DE G.A.BÉCQUER

Fíjate en los siguientes aspectos a la hora de preparar tu examen.

Las leyendas de Bécquer son textos narrativos por lo tanto debes prestar atención a los elementos de la narración:

·         narrador
·         espacio
·         tiempo
·         personajes
·         estilo

1.        Narrador.

Voces y punto de vista. Fíjate en cada leyenda y determina si aparece un narrador omnisciente, protagonista, objetivo o subjetivo, varios narradores…
La verosimilitud.

2.                   Espacio.

Presta atención a las descripciones de los lugares. ¿Son rurales, urbanos, reales, fantásticos? Qué características románticas tienen. ¿Tienen que ver los personajes?

3.                   Tiempo.

¿En qué época suceden las historias? ¿Cuánto duran? ¿Existe un tiempo psicológico que parece detenerse? ¿Qué elementos climatológicos típicamente románticos aparecen?

4.                   Personajes.

¿Aparece el narrador como personaje? Fíjate en la descripción de los personajes masculinos y femeninos, ¿qué características tienen estas mujeres?
Recuerdas rasgos físicos y sicológicos de por lo menos tres personajes principales. ¿Son personajes planos o redondos, reales, fantásticos?

5.                   Estilo.

¿Serías capaz de localizar alguna figura retórica? ¿De qué manera mantiene el autor la intriga, el misterio, el miedo?

Recuerda que las preguntas tendrán que ver con lo que en este folio aparece. Podría ser pedido un resumen de alguna de las leyendas leídas o localizar un fragmento y señalar los rasgos románticos más destacados en el mismo.






La noche de difuntos me despertó a no sé qué hora el doble de las campanas; su tañido monótono y eterno me trajo a las mientes esta tradición que oí hace poco en Soria.
Intenté dormir de nuevo; ¡imposible! Una vez aguijoneada, la imaginación es un caballo que se desboca y al que no sirve tirarle de la rienda. Por pasar el rato me decidí a escribirla, como en efecto lo hice.
Yo la oí en el mismo lugar en que acaeció, y la he escrito volviendo algunas veces la cabeza con miedo cuando sentía crujir los cristales de mi balcón, estremecidos por el aire frío de la noche.
Sea de ello lo que quiera, ahí va, como el caballo de copas.
I
-Atad los perros; haced la señal con las trompas para que se reúnan los cazadores, y demos la vuelta a la ciudad. La noche se acerca, es día de Todos los Santos y estamos en el Monte de las ánimas.
-¡Tan pronto!
-A ser otro día, no dejara yo de concluir con ese rebaño de lobos que las nieves del Moncayo han arrojado de sus madrigueras; pero hoy es imposible. Dentro de poco sonará la oración en los Templarios, y las ánimas de los difuntos comenzarán a tañer su campana en la capilla del monte.
-¡En esa capilla ruinosa! ¡Bah! ¿Quieres asustarme?
-No, hermosa prima; tú ignoras cuanto sucede en este país, porque aún no hace un año que has venido a él desde muy lejos. Refrena tu yegua, yo también pondré la mía al paso, y mientras dure el camino te contaré esa historia.
Los pajes se reunieron en alegres y bulliciosos grupos; los condes de Borges y de Alcudiel montaron en sus magníficos caballos, y todos juntos siguieron a sus hijos Beatriz y Alonso, que precedían la comitiva a bastante distancia.
Mientras duraba el camino, Alonso narró en estos términos la prometida historia:
-Ese monte que hoy llaman de las ánimas, pertenecía a los Templarios, cuyo convento ves allí, a la margen del río. Los Templarios eran guerreros y religiosos a la vez. Conquistada Soria a los árabes, el rey los hizo venir de lejanas tierras para defender la ciudad por la parte del puente, haciendo en ello notable agravio a sus nobles de Castilla; que así hubieran solos sabido defenderla como solos la conquistaron.
Entre los caballeros de la nueva y poderosa Orden y los hidalgos de la ciudad fermentó por algunos años, y estalló al fin, un odio profundo. Los primeros tenían acotado ese monte, donde reservaban caza abundante para satisfacer sus necesidades y contribuir a sus placeres; los segundos determinaron organizar una gran batida en el coto, a pesar de las severas prohibiciones de los clérigos con espuelas, como llamaban a sus enemigos.
Cundió la voz del reto, y nada fue parte a detener a los unos en su manía de cazar y a los otros en su empeño de estorbarlo. La proyectada expedición se llevó a cabo. No se acordaron de ella las fieras; antes la tendrían presente tantas madres como arrastraron sendos lutos por sus hijos. Aquello no fue una cacería, fue una batalla espantosa: el monte quedó sembrado de cadáveres, los lobos a quienes se quiso exterminar tuvieron un sangriento festín. Por último, intervino la autoridad del rey: el monte, maldita ocasión de tantas desgracias, se declaró abandonado, y la capilla de los religiosos, situada en el mismo monte y en cuyo atrio se enterraron juntos amigos y enemigos, comenzó a arruinarse.
Desde entonces dicen que cuando llega la noche de difuntos se oye doblar sola la campana de la capilla, y que las ánimas de los muertos, envueltas en jirones de sus sudarios, corren como en una cacería fantástica por entre las breñas y los zarzales. Los ciervos braman espantados, los lobos aúllan, las culebras dan horrorosos silbidos, y al otro día se han visto impresas en la nieve las huellas de los descarnados pies de los esqueletos. Por eso en Soria le llamamos el Monte de las ánimas, y por eso he querido salir de él antes que cierre la noche.
La relación de Alonso concluyó justamente cuando los dos jóvenes llegaban al extremo del puente que da paso a la ciudad por aquel lado. Allí esperaron al resto de la comitiva, la cual, después de incorporárseles los dos jinetes, se perdió por entre las estrechas y oscuras calles de Soria.
II
Los servidores acababan de levantar los manteles; la alta chimenea gótica del palacio de los condes de Alcudiel despedía un vivo resplandor iluminando algunos grupos de damas y caballeros que alrededor de la lumbre conversaban familiarmente, y el viento azotaba los emplomados vidrios de las ojivas del salón.
Solas dos personas parecían ajenas a la conversación general: Beatriz y Alonso: Beatriz seguía con los ojos, absorta en un vago pensamiento, los caprichos de la llama. Alonso miraba el reflejo de la hoguera chispear en las azules pupilas de Beatriz.
Ambos guardaban hacía rato un profundo silencio.
Las dueñas referían, a propósito de la noche de difuntos, cuentos tenebrosos en que los espectros y los aparecidos representaban el principal papel; y las campanas de las iglesias de Soria doblaban a lo lejos con un tañido monótono y triste.
-Hermosa prima -exclamó al fin Alonso rompiendo el largo silencio en que se encontraban-; pronto vamos a separarnos tal vez para siempre; las áridas llanuras de Castilla, sus costumbres toscas y guerreras, sus hábitos sencillos y patriarcales sé que no te gustan; te he oído suspirar varias veces, acaso por algún galán de tu lejano señorío.
Beatriz hizo un gesto de fría indiferencia; todo un carácter de mujer se reveló en aquella desdeñosa contracción de sus delgados labios.
-Tal vez por la pompa de la corte francesa; donde hasta aquí has vivido -se apresuró a añadir el joven-. De un modo o de otro, presiento que no tardaré en perderte... Al separarnos, quisiera que llevases una memoria mía... ¿Te acuerdas cuando fuimos al templo a dar gracias a Dios por haberte devuelto la salud que vinistes a buscar a esta tierra? El joyel que sujetaba la pluma de mi gorra cautivó tu atencion. ¡Qué hermoso estaría sujetando un velo sobre tu oscura cabellera! Ya ha prendido el de una desposada; mi padre se lo regaló a la que me dio el ser, y ella lo llevó al altar... ¿Lo quieres?
-No sé en el tuyo -contestó la hermosa-, pero en mi país una prenda recibida compromete una voluntad. Sólo en un día de ceremonia debe aceptarse un presente de manos de un deudo... que aún puede ir a Roma sin volver con las manos vacías.
El acento helado con que Beatriz pronunció estas palabras turbó un momento al joven, que después de serenarse dijo con tristeza:
-Lo sé prima; pero hoy se celebran Todos los Santos, y el tuyo ante todos; hoy es día de ceremonias y presentes. ¿Quieres aceptar el mío?
Beatriz se mordió ligeramente los labios y extendió la mano para tomar la joya, sin añadir una palabra.
Los dos jóvenes volvieron a quedarse en silencio, y volviose a oír la cascada voz de las viejas que hablaban de brujas y de trasgos y el zumbido del aire que hacía crujir los vidrios de las ojivas, y el triste monótono doblar de las campanas.
Al cabo de algunos minutos, el interrumpido diálogo tornó a anudarse de este modo:
-Y antes de que concluya el día de Todos los Santos, en que así como el tuyo se celebra el mío, y puedes, sin atar tu voluntad, dejarme un recuerdo, ¿no lo harás? -dijo él clavando una mirada en la de su prima, que brilló como un relámpago, iluminada por un pensamiento diabólico.
-¿Por qué no? -exclamó ésta llevándose la mano al hombro derecho como para buscar alguna cosa entre las pliegues de su ancha manga de terciopelo bordado de oro... Después, con una infantil expresión de sentimiento, añadió:
-¿Te acuerdas de la banda azul que llevé hoy a la cacería, y que por no sé qué emblema de su color me dijiste que era la divisa de tu alma?
-Sí.
-Pues... ¡se ha perdido! Se ha perdido, y pensaba dejártela como un recuerdo.
-¡Se ha perdido!, ¿y dónde? -preguntó Alonso incorporándose de su asiento y con una indescriptible expresión de temor y esperanza.
-No sé.... en el monte acaso.
-¡En el Monte de las ánimas -murmuró palideciendo y dejándose caer sobre el sitial-; en el Monte de las ánimas!
Luego prosiguió con voz entrecortada y sorda:
-Tú lo sabes, porque lo habrás oído mil veces; en la ciudad, en toda Castilla, me llaman el rey de los cazadores. No habiendo aún podido probar mis fuerzas en los combates, como mis ascendentes, he llevado a esta diversión, imagen de la guerra, todos los bríos de mi juventud, todo el ardor, hereditario en mi raza. La alfombra que pisan tus pies son despojos de fieras que he muerto por mi mano. Yo conozco sus guaridas y sus costumbres; y he combatido con ellas de día y de noche, a pie y a caballo, solo y en batida, y nadie dirá que me ha visto huir el peligro en ninguna ocasión. Otra noche volaría por esa banda, y volaría gozoso como a una fiesta; y, sin embargo, esta noche.... esta noche. ¿A qué ocultártelo?, tengo miedo. ¿Oyes? Las campanas doblan, la oración ha sonado en San Juan del Duero, las ánimas del monte comenzarán ahora a levantar sus amarillentos cráneos de entre las malezas que cubren sus fosas... ¡las ánimas!, cuya sola vista puede helar de horror la sangre del más valiente, tornar sus cabellos blancos o arrebatarle en el torbellino de su fantástica carrera como una hoja que arrastra el viento sin que se sepa adónde.
Mientras el joven hablaba, una sonrisa imperceptible se dibujó en los labios de Beatriz, que cuando hubo concluido exclamó con un tono indiferente y mientras atizaba el fuego del hogar, donde saltaba y crujía la leña, arrojando chispas de mil colores:
-¡Oh! Eso de ningún modo. ¡Qué locura! ¡Ir ahora al monte por semejante friolera! ¡Una noche tan oscura, noche de difuntos, y cuajado el camino de lobos!
Al decir esta última frase, la recargó de un modo tan especial, que Alonso no pudo menos de comprender toda su amarga ironía, movido como por un resorte se puso de pie, se pasó la mano por la frente, como para arrancarse el miedo que estaba en su cabeza y no en su corazón, y con voz firme exclamó, dirigiéndose a la hermosa, que estaba aún inclinada sobre el hogar entreteniéndose en revolver el fuego:
-Adiós Beatriz, adiós... Hasta pronto.
-¡Alonso! ¡Alonso! -dijo ésta, volviéndose con rapidez; pero cuando quiso o aparentó querer detenerle, el joven había desaparecido.
A los pocos minutos se oyó el rumor de un caballo que se alejaba al galope. La hermosa, con una radiante expresión de orgullo satisfecho que coloreó sus mejillas, prestó atento oído a aquel rumor que se debilitaba, que se perdía, que se desvaneció por último.
Las viejas, en tanto, continuaban en sus cuentos de ánimas aparecidas; el aire zumbaba en los vidrios del balcóny las campanas de la ciudad doblaban a lo lejos.
III
Había pasado una hora, dos, tres; la media roche estaba a punto de sonar, y Beatriz se retiró a su oratorio. Alonso no volvía, no volvía, cuando en menos de una hora pudiera haberlo hecho.
-¡Habrá tenido miedo! -exclamó la joven cerrando su libro de oraciones y encaminándose a su lecho, después de haber intentado inútilmente murmurar algunos de los rezos que la iglesia consagra en el día de difuntos a los que ya no existen.
Después de haber apagado la lámpara y cruzado las dobles cortinas de seda, se durmió; se durmió con un sueño inquieto, ligero, nervioso.
Las doce sonaron en el reloj del Postigo. Beatriz oyó entre sueños las vibraciones de la campana, lentas, sordas; tristísimas, y entreabrió los ojos. Creía haber oído a par de ellas pronunciar su nombre; pero lejos, muy lejos, y por una voz ahogada y doliente. El viento gemía en los vidrios de la ventana.
-Será el viento -dijo; y poniéndose la mano sobre el corazón, procuró tranquilizarse. Pero su corazón latía cada vez con más violencia. Las puertas de alerce del oratorio habían crujido sobre sus goznes, con un chirrido agudo prolongado y estridente.
Primero unas y luego las otras más cercanas, todas las puertas que daban paso a su habitación iban sonando por su orden, éstas con un ruido sordo y grave, aquéllas con un lamento largo y crispador. Después silencio, un silencio lleno de rumores extraños, el silencio de la media noche, con un murmullo monótono de agua distante; lejanos ladridos de perros, voces confusas, palabras ininteligibles; ecos de pasos que van y vienen, crujir de ropas que se arrastran, suspiros que se ahogan, respiraciones fatigosas que casi se sienten, estremecimientos involuntarios que anuncian la presencia de algo que no se ve y cuya aproximación se nota no obstante en la oscuridad.
Beatriz, inmóvil, temblorosa, adelantó la cabeza fuera de las cortinillas y escuchó un momento. Oía mil ruidos diversos; se pasaba la mano por la frente, tornaba a escuchar: nada, silencio.
Veía, con esa fosforescencia de la pupila en las crisis nerviosas, como bultos que se movían en todas direcciones; y cuando dilatándolas las fijaba en un punto, nada, oscuridad, las sombras impenetrables.
-¡Bah! -exclamó, volviendo a recostar su hermosa cabeza sobre la almohada de raso azul del lecho-; ¿soy yo tan miedosa como esas pobres gentes, cuyo corazón palpita de terror bajo una armadura, al oír una conseja de aparecidos?
Y cerrando los ojos intentó dormir...; pero en vano había hecho un esfuerzo sobre sí misma. Pronto volvió a incorporarse más pálida, más inquieta, más aterrada. Ya no era una ilusión: las colgaduras de brocado de la puerta habían rozado al separarse, y unas pisadas lentas sonaban sobre la alfombra; el rumor de aquellas pisadas era sordo, casi imperceptible, pero continuado, y a su compás se oía crujir una cosa como madera o hueso. Y se acercaban, se acercaban, y se movió el reclinatorio que estaba a la orilla de su lecho. Beatriz lanzó un grito agudo, y arrebujándose en la ropa que la cubría, escondió la cabeza y contuvo el aliento.
El aire azotaba los vidrios del balcón; el agua de la fuente lejana caía y caía con un rumor eterno y monótono; los ladridos de los perros se dilataban en las ráfagas del aire, y las campanas de la ciudad de Soria, unas cerca, otras distantes, doblan tristemente por las ánimas de los difuntos.
Así pasó una hora, dos, la noche, un siglo, porque la noche aquella pareció eterna a Beatriz. Al fin despuntó la aurora: vuelta de su temor, entreabrió los ojos a los primeros rayos de la luz. Después de una noche de insomnio y de terrores, ¡es tan hermosa la luz clara y blanca del día! Separó las cortinas de seda del lecho, y ya se disponía a reírse de sus temores pasados, cuando de repente un sudor frío cubrió su cuerpo, sus ojos se desencajaron y una palidez mortal descoloró sus mejillas: sobre el reclinatorio había visto sangrienta y desgarrada la banda azul que perdiera en el monte, la banda azul que fue a buscar Alonso.
Cuando sus servidores llegaron despavoridos a noticiarle la muerte del primogánito de Alcudiel, que a la mañana había aparecido devorado por los lobos entre las malezas del Monte de las ánimas, la encontraron inmóvil, crispada, asida con ambas manos a una de las columnas de ébano del lecho, desencajados los ojos, entreabierta la boca; blancos los labios, rígidos los miembros, muerta; ¡muerta de horror!
IV
Dicen que después de acaecido este suceso, un cazador extraviado que pasó la noche de difuntos sin poder salir del Monte de las ánimas, y que al otro día, antes de morir, pudo contar lo que viera, refirió cosas horribles. Entre otras, asegura que vio a los esqueletos de los antiguos templarios y de los nobles de Soria enterrados en el atrio de la capilla levantarse al punto de la oración con un estrépito horrible, y, caballeros sobre osamentas de corceles, perseguir como a una fiera a una mujer hermosa, pálida y desmelenada, que con los pies desnudos y sangrientos, y arrojando gritos de horror, daba vueltas alrededor de la tumba de Alonso.