lunes, 27 de marzo de 2017

LA ERA VICTORIANA (Material para orales de 4º)

LA ERA VICTORIANA

La época victoriana fue de gran actividad comercial, financiera e industrial. Diversas circunstancias fueron especialmente favorables a los esfuerzos ingleses. La Revolución Industrial la había adelantado a sus rivales del continente europeo, ya que contaba en su propio territorio con las materias más necesarias. La estabilidad política confirmó esa supremacía. Al no impedirse que el esfuerzo tuviera éxito, el proceso parecía ajustarse al derecho, y la ciencia (si lo es) de la economía política hizo grandes progresos en esta su época clásica, desde los Principios de Ricardo hasta los de J. S. Mill.

Los poetas victorianos, como los novelistas, se enfrentaban a una sociedad muy cambiada frente a la que describían los románticos: casi podían palpar cómo cambiaba la estructura de clases; la clase media iba tomando posiciones cada vez más influyentes frente a la antigua aristocracia y comenzaba a introducir un nuevo sistema de valores; ya nadie podía ignorar el proceso de industrialización ni sus secuelas de contaminación y miseria; la fe religiosa se veía amenazada por los descubrimientos geológicos y biológicos y por un espíritu de escepticismo que se volvía contra la Biblia.

Es demasiado simple decir que los primeros victorianos hicieron un mundo de su crisis religiosa. El vacío espiritual hoy apenas significa nada (aunque algunos lampan por extraños terrenos para llenarlo). Sin embargo, los primeros que vieron cómo su fe iba desapareciendo vivían inmersos en una comunidad creyente, una comunidad que profesaba abiertamente sus creencias y en la que representar una vanguardia intelectual no resultaba nada cómodo. Mientras que el ateísmo de Shelley asesta un duro golpe al cristianismo convencional, las dudas convierten al victoriano en un reincidente sin ganas, en alguien que se debate entre problemas espirituales, alguien melancólico y añorante de lo que ha perdido y que los demás aún conservan. Más que como liberación, la falta de fe se vive como una pérdida.

Parte de la vitalidad con que nos salpican las páginas de las novelas victorianas se debe a la nueva concepción que ofrecen del mundo. Gran Bretaña dejaba de ser un país rural y se transformaba rápidamente en una sociedad urbana, proceso terrible y emocionante a la vez por las consecuencias y las potencialidades que implicaba. Además, el tren iba descubriendo todos los rincones de la isla, que despertaban la curiosidad y admiración de los ciudadanos. Si antes el ámbito en el que discurría la vida de la gente era de unos quince o veinte kilómetros a la redonda, ahora este ámbito se multiplicaba por diez. Grupos enteros de población se desplazaban, geográfica y socialmente. En las nuevas ciudades industriales, que no solo eran nuevas, sino que representaban un nuevo modelo de ciudad, la gente se enriquecía y se arruinaba en cuestión de meses. Los milagros empresariales afectaban a todo el mundo, no solo a los nuevos capitalistas o a la fuerza trabajadora, y todos se bandeaban año tras año entre la confortable prosperidad y la inanición.

La nueva religión de los nuevos capitalistas era el laissez-faire, normalmente denominado economía política o benthanismo. Inicialmente para los victorianos las nuevas doctrinas económicas, que abogaban por una economía de mercado sin restricciones y la total libertad del empresario (pero no del sindicalista), constituían dogmas de fe tan incuestionables como los que emanaban del púlpito; las leyes siderúrgicas no admitían refutación posible. Y el nuevo empresario, que divulgaba estas leyes y se aprovechaba de ellas, venía a ser el héroe nacional, el equivalente moderno del filibustero isabelino.

Evidentemente para los intelectuales la época era muy distinta y mucho menos atractiva. La crisis religiosa, que en 1867 se convirtió en objeto de debate popular con El origen de las especies de Darwin, ya la habían librado en su interior escritores como Tennyson o George Eliot años antes. Al asomarse a la Inglaterra victoriana Matthew Arnold vio un horrible patio en el que jugaban bárbaros y filisteos. John Stuart Mill vio la degradación de las clases trabajadoras y el sometimiento de las mujeres.

Se denomina literatura victoriana a aquella producida en el Reino Unido durante el reinado de Victoria (1837-1901). La denominada era victoriana constituye en la historia de Inglaterra y en la de Europa una etapa cultural importantísima. Es el gran momento de Inglaterra, si bien no alcanza el brillante esplendor del período isabelino y jacobino ―la muerte de Lord Byron señala el ocaso de una edad heroica―.

Las características esenciales de aquella época son: una indiscutible preocupación por la decencia, con la consiguiente elevación del nivel moral; un creciente interés por las mejoras sociales y el despertar de un fuerte espíritu humanitario; cierta satisfacción derivada del incremento de riquezas, de la prosperidad nacional y del inmenso desarrollo industrial y científico; conciencia de la rectitud, y un sentido extraordinario del deber; indiscutible aceptación de la autoridad y de la ortodoxia; notable carencia de humor. La era victoriana es época de transformaciones políticas y sociales, inquietudes religiosas, firme trabazón moral, expansión rapidísima del comercio inglés y culminación de la Revolución Industrial.2

En líneas generales, la literatura británica, a diferencia de la francesa, consta, ante todo, de individuos y no de escuelas.

En literatura, el largo reinado de Victoria es uno de los más gloriosos de la historia inglesa.4 La era victoriana cubre prácticamente desde el Romanticismo hasta finales de siglo, y representa literariamente un cambio de estilo en un sentido realista. La fecha fronteriza entre el Romanticismo y la era victoriana es el año 1832. En realidad, Victoria no ascendió al trono hasta 1837, pero en 1832 moría Walter Scott; Keats, Shelley, Byron y Hazlitt ya no existían; Coleridge y Lamb estaban llegando al fin de sus días, y Wordsworth, aunque viviría aún bastantes años, había escrito ya lo mejor de su producción. A la vez, aparecían los primeros volúmenes de Tennyson, el futuro poeta laureado representante de la poesía victoriana. Aunque de hecho perduraba el Romanticismo, su energía creadora estaba agotada, y la literatura buscaba otras fuentes de inspiración. En las alternancias rítmicas del fenómeno literario, la reacción psicológica contra los excesos del Romanticismo inclinaba el gusto hacia la concreción y el orden. Después del reinado de la emoción y de los sueños y las tempestades del alma romántica, empezaba a manifestarse una época razonadora y realista, que emparentaba mejor con la actitud mental del siglo XVIII4 (el siglo de las luces). La nota predominante era la racionalización del impulso literario. Ante los postulados del Romanticismo, los escritores victorianos consideraron la verdad concreta como uno de los motivos esenciales de la creación literaria. En consecuencia, su tono de expresión general fue el realismo; y, en conjunto, se preocuparon más que sus antecesores románticos por la perfección estilística y la organización formal de la obra de arte.

Brillante en poesía y rico en pensamiento, el victoriano es un período en que la novela aparece en su máximo esplendor, floreciendo también en él un grupo de eminentes mujeres novelistas. Además, hacia 1860, el teatro experimenta una renovación saludable.4 Más adelante, a partir de 1875, las influencias francesas fueron preponderantes5 en el esteticismo del ensayista Walter Pater y, sobre todo, en la obra poética, narrativa y dramática de Oscar Wilde.5 Por su parte, la poesía del novelista Thomas Hardy habría de esperar al siglo XX para ser valorada5 en su justa medida. En la novelística, destacarían en ese último período victoriano los nombres de Samuel Butler, George Meredith y, sobre todo, Robert Louis Stevenson, Arthur Conan Doyle5 y Bram Stoker, maestros respectivamente de los géneros de aventuras, policíaco y de terror.
Panorama de la narrativa inglesa a lo largo del siglo XIX.

El reinado de la reina Victoria fue la Edad de Oro de la novela inglesa. Fueron varios los escritores cualificados para pretender la supremacía artística a base de méritos muy diferentes.309 En los primeros años del reinado las novelas reflejan la confianza de la gente normal y corriente, más que las dudas y el abatimiento de los intelectuales. Nadie como Charles Dickens, el primer novelista de la época victoriana y su favorito, ha retratado en sus obras el paso que se vivió en la época: del exuberante optimismo al asco y la desesperación.310 El sentido social, las esencias culturales producidas por el choque con esa realidad que llamamos vida, y los frutos del esfuerzo que los ingleses del siglo XIX hicieron para ser lo que tenían que ser, sí aparecen claramente en las obras escritas por los novelistas de la época. Pero como ninguna transformación de la vida deja de ir acompañada por el sufrimiento, tampoco se libró de él esta etapa, y la dirección de las energías y propósitos de los victorianos, por muy constructivos que fueran sobre todo en su aspecto externo, fomentó la agresividad y el afán de dominio, y supeditó el trabajo humano a fines no siempre honrosos. Charles Dickens fue el novelista que acusó con singular eficacia crítica las grietas y defectos del edificio aparentemente compacto de la sociedad victoriana.

La variedad y el vigor excepcional de la novela inglesa de mediados del siglo XIX se debió al interés con que los escritores se aplicaron a dar forma artística a los modos de vida, distintos y cambiantes, de la sociedad en que vivían. Quizá sus obras no parezcan bien acabadas, debido a la costumbre generalizada de publicarlas por entregas; pero su espontaneidad creadora y su alcance son comparables a la explosión dramática del período isabelino. Por primera vez en la historia, la novela se convierte en el género literario dominante en Inglaterra, y el hecho de que fuera el vehículo más adecuado para el estudio psicológico y sociológico de las realidades humanas atrajo a muchos de los grandes creadores de la época.

Así pues, la época victoriana fue, sobre todo, la del auge y expansión de la novelística inglesa. Su mayor representante, y uno de los autores más célebres de la literatura universal, fue Charles Dickens, a cuyo nombre hay que sumar los de otros autores no menos destacados como William Thackeray, Anthony Trollope o George Eliot. Un brote original y diferenciado, más afín al temperamento romántico, surgió en las novelas de las hermanas Brontë. La novela social estuvo representada por Elizabeth Gaskell y Charles Kingsley, y la narrativa histórica por las obras del barón Edward Bulwer-Lytton, mientras que los novelistas más relevantes de los que intentaron prescindir de incidentes sensacionalistas, falsas emociones y convenciones melodramáticas para captar los tonos vitales que experimenta la gente normal en su vida más cotidiana fueron George Eliot y Anthony Trollope.

Dickens y Thackeray fueron amigos personales, si prescindimos de una desgraciada incomprensión; los dos eran humoristas, sentimentales, reformadores y de la misma clase social: la clase media. Pero el humorismo de Thackeray se inclinaba a los juegos de ingenio, y el de Dickens a la farsa; el sentimentalismo de Thackeray estaba refrenado por su "cinismo", mientras que el de Dickens rebosaba; Thackeray usaba la ironía contra las cosas malas, pero Dickens enronquecía de gritarles; Thackeray puso en sus libros a gentes que conoció, pero Dickens descubrió al cockney.

La Inglaterra del siglo XIX fue prolífica en mujeres novelistas, algunas de las cuales hicieron aportaciones de importancia cardinal para el arte.315 Las Brontë con su interpretación de las pasiones, y George Eliot con su penetración psicológica, trajeron al arte dos factores nuevos que han seguido predominando.


En la época también escribían figuras como Benjamin Disraeli, Frances Trollope, Harrison Ainsworth, Mrs. Oliphant, Wilkie Collins y muchos otros. Sus obras fueron publicadas y traducidas en toda Europa y en América y basta echar una ojeada a los periódicos europeos para ver con qué tristeza recogieron la muerte de Dickens y para comprobar, por tanto, el lugar tan especial que ocupaban los novelistas ingleses entre los lectores extranjeros y en la tradición que iba retoñando en Francia, Italia, España y sobre todo en Rusia.

Comentario “Canto a Mí Mismo”

Comentario “Canto a Mí Mismo”
Tal vez sea cierto, como pensó alguna vez León Felipe, que los grandes poetas no tienen biografía, tienen un destino que se expresa en su canto. El mismo Whitman escribió en sus Cantos de Adiós: “camarada, esto no es un libro, quien vuelve sus hojas toca un hombre”, es decir, quien vuelve sus hojas se las ve con un destino. Y el destino es una cosa harto difícil y reveladora, la única que –llegado el momento de las definiciones- puede mostrarnos cómo se trasciende la existencia, sin dejar de ser mortal por un segundo.
En Canto a Mí Mismo, un hombre pone su destino en la mesa y nos dice: “Yo soy el que riega las raíces de todo lo que crece, y la prueba de quién soy la llevo yo en mi rostro; lo que diga sobre mí, debes tú señalarlo como tuyo, porque sólo lo que nadie puede negar existe”. Ese hombre, Walt Whitman (1819-1892), y su destino, llegan a confundirse tanto que éste siempre es aquél, y ambos somos nosotros mismos, porque, a la larga, lo que constituye este poemario es una declaración de todo lo que vive.
Parte fundamental de sus Hojas de Hierba (1855), el Canto a Mí Mismo tiene, sin embargo, una vitalidad propia, un sello distintivo. En él está latente el Whitman más profético y visionario; cada uno de sus cincuenta y dos poemas están atravesados por el ímpetu de la revelación; no en vano en uno de ellos el poeta nos señala: “acostúmbrate ya al resplandor de la luz”, acostúmbrate y vive todas estas cosas que son nuevas –el aire, la mañana, la mujer y el niño-, porque aun cuando han estado aquí desde hace tanto tiempo, apenas si hemos empezado a descubrirlas.
Como Baudelaire y sus Flores del Mal, Walt Whitman fue poeta de un solo libro; sus Hojas de Hierba se fueron ampliando con el paso de las ediciones hasta alcanzar las quinientas páginas. También se le persiguió, como al francés, unas veces por su sexualidad, otras por su errancia, pero he aquí que a casi dos siglos de su nacimiento, pocas figuras han alcanzado para la poesía estadounidense la gloria de un estilo inconfundible como el suyo, y es que el “padre del verso libre” –como con frecuencia se le llama-, ha tomado para sí aquello de que un escritor verdaderamente original, no crea escuela, más bien se hace inimitable.
No podría afirmarse de qué trata en concreto el Canto a Mí Mismo; por él transita todo: la tierra, los animales, el universo cósmico, los más soterrados sentimientos, la libertad y el egoísmo, cada uno de los dioses, toda la cartografía que vienen construyendo los especialistas. Antes de empezar la primera línea, Whitman echó la cabeza hacia atrás para cerciorarse de que no faltase nada, y nada se quedó por fuera. Por ello su libro es casi un evangelio: no comporta una doctrina, pero instaura lo nuevo, confidencia lo desconocido, y abre un camino que habrá de construir quien decida oírlo.
Dentro del poemario hay muchas fuerzas; relámpagos que van y vienen en todas direcciones, hacia arriba y hacia abajo, hacia afuera y hacia adentro; y hay dos o tres centros en donde orbitan los poemas: la comunión con la naturaleza, la llamada mítica, y la constitución de la heroicidad. Quisiera invitar a los lectores a acercarnos a estos tres puntos, con el ánimo de dimensionar el sentido que pulula a lo largo de las páginas.
De cada uno y de todos sale esta canción
Por su título, es posible pensar que Canto a Mí Mismo está concebido desde una perspectiva egocéntrica y ostentosa. Mas, esto constituiría un error de base, puesto que lo que busca Whitman es aprehender toda la naturaleza para expresarla por su boca y, por ende, lo que resulta de este ejercicio, necesariamente, tiene que dar cuenta de toda ella. En otras palabras, cuando Whitman afirma que este es su canto, está queriendo señalar que también es nuestro canto, porque habla por todos y por todo. De esta forma lo expresa en el primer verso del poema 1:
“Me celebro y me canto a mí mismo.
Y lo que yo diga ahora de mí, lo digo de ti,
porque lo que yo tengo lo tienes tú
y cada átomo de mi cuerpo es tuyo también” (Pág. 25)
Este verso es algo así como una declaración de principio: si lo que dice Whitman sobre sí no vale para todos, entonces no sirve en absoluto. El poeta estará volviendo sobre esta idea muchas veces, e insistiendo en que el origen y horizonte de su canto es múltiple y nunca individual. Ahora bien, de lo anterior se desprende una consecuencia importante: sobre el Canto a Mí Mismoy, en general, sobre la poesía de Walt Whitman, ya no sólo cabrá lo bello, lo laudable, lo que es digno de nuestro respeto, sino también lo corrupto, lo secreto y hasta lo miserable.
Fueron, precisamente, estas nuevas posibilidades que se abrieron para su poesía, las que le acarrearon después tantas denuncias por libertinaje, obscenidad y rebeldía. Sin embargo, lo que no se hace explícito para defender a Whitman de ese juicio histórico es que el erigir una obra en donde quepa por igual lo malo y lo bueno, el verdugo y la víctima, etcétera, no obedece a una búsqueda conciente de ser obsceno o rebelde, sino a la amplitud que alcanza el humanismo del autor; mejor dicho, si algunos encuentran en Canto a Mí Mismo cosas que les pone la piel de gallina, siempre se debe más a un falso pudor que al interés del poeta por verse “maldito” y, sobretodo, más a una hipocresía que quiere perpetuarse que a un pensamiento como el de Whitman que, a pesar de todas los caracteres y adversidades, no desconoce jamás a su prójimo.
A lo que quiero apuntar es al hecho de que este poemario está escrito por un humanista, alguien que asegura que hablará sobre él mismo, pero tiene la certeza de que no podrá hacerlo dejándonos a un lado, porque lo que es él también lo somos nosotros, y nosotros somos los perversos, los amigos, los cretinos, los que lían a las prostitutas, los que juegan calladamente y sacan el mejor provecho, los que juzgaron al negro y también el negro juzgado, el criminal y el violador y, por supuesto, también quienes fueron las víctimas y los violados.
En términos generales, lo que opera aquí es un juego de virtualidad al modo en que un siglo después lo teorizaría Sartre: lo que es un hombre en particular, lo que tiene éste de bueno o de malo, es lo que es el hombre en un sentido amplio, y esto es así porque un hombre concreto expresa a través de sí la virtualidad de lo humano, nuestras potencialidades, esto es, el criminal a quien se juzga por un homicidio o el loco que trastabilla por la calle nos están diciendo con sus actos: soy lo que ustedes son en potencia, asesinos y locos disfrazados.
Whitman piensa que la poesía debe abarcarlo todo; por tal razón, Canto a Mí Mismo no tiene distinción de sexo, credo, edades, sabiduría o costumbres; bebe en el campo al llegar el crepúsculo, y en la ciudad cuando retrocede la aurora; habla de los animales de los bosques, y de las rutinas de los obreros; en últimas, quiere tocar, aunque sea por un instante, la totalidad de lo que existe. Así se descubre en los poemas 7 y 43:
“Muero con el moribundo
y nazco con el niño que recogen los pañales.
Yo no soy sólo esto que se alarga entre mi sobrero y mis zapatos.
Mira atentamente la pluralidad del universo:
nada es igual y todo es bueno.
Buena es la tierra,
buenos los astros….
y las estrellas subalternas también” (Pág. 36)

“Yo no sé lo que aún no hemos sufrido y lo que aún nos aguarda más allá,
pero sé que llegará de una manera inexorable.
Nos tendrá en cuenta a todos:
a los que pasan corriendo
y a los que se quedan sentados.
No se olvidará de ninguno” (Pág. 107)
Restará decir que el canto de Whitman es universal, no sólo porque en él caben los hombres y sus actos, sino también porque se ocupa de hablar por el animal y lo que hace, por los minerales que desdicen los discursos de geólogos, por la noche y su perfecto equilibrio con el día, y por la muerte que, si bien ineluctable, sólo está entre nosotros para recordarnos que hay vida.
La llamada mítica
Whitman quiere decir por él y por nosotros “que la muerte no existe, que el mundo no es un caos, que es forma, unidad, plan, vida eterna, alegría”, pero cómo puede hacerlo sin filtrar sus palabras a través de lo profético. Canto a Mí Mismo nos muestra la dimensión más visionaria de Walt Whitman, y el motivo que viene a argumentar este hecho es el siguiente: revelar un mundo, toda una naturaleza, y hacer el inventario de sus grandes fundamentos, requiere de un lenguaje que nos remonte a lo mítico.

Es cierto que el poeta no ha venido a fundar dogmas, ni a llevar a ninguno de la mano. Su objetivo es menos cruel, quiere hablarnos de las cosas, pero como estas cosas parecen renacer merced a su palabra, se nos presentan siempre como nuevas. Whitman escribe estas páginas como si se tratase de una apóstol y, sin embargo, como casi todo a lo que ellas se refieren ya hace parte de nuestra existencia, no tiene la impronta de una creación per se, sino la sorpresa de quien quita las máscaras que nos impiden ver en lo profundo. Escuchémosle:
“Quédate hoy conmigo,
vive conmigo un día y una noche
y te mostraré el origen de todos los poemas.
Tendrás entonces todo cuanto hay de grande en la Tierra y en el Sol
(existen además millones de soles más allá)
y nada tomarás ya nunca de segunda ni de tercera mano,
ni mirarás más por los ojos de los muertos,
ni te nutrirás con el espectro de los libros.
Tampoco contemplarás el mundo con mis ojos
ni tomarás las cosas de mis manos.
Aprenderás a escuchar en todas direcciones
y dejarás que la esencia del Universo se filtre por tu ser” (Pág. 28)
Ante un lenguaje de este calibre, el lector comprende que aquello que tiene para decirnos el poeta sobrepasa cualquier deducción lógica. Hablar sobre la verdad o sobre la existencia, como lo hace Whitman, es sumergirse en una rica urdimbre mítica, en donde lo dado pierde el carácter y se rellena de una nueva sustancia que prescinde de las palabras. “Escribiendo y hablando no se me prueba”, dice el autor; es decir, y tal como afirmó Pavese, una revelación no puede deducirse de palabras, puesto que es algo que nos inunda con su simple presencia.
Hay dos aspectos más en esta llamada mítica a ver el universo como nuevo. El primero tiene que ver con que el tiempo en donde se realiza la experiencia no es el pasado y tampoco es el futuro, siempre es un presente inmediato. En el aquí y ahora empieza y termina todo lo que puedo comprender, en él se encuentra la única oportunidad de perfección que todos poseemos; nada existe por fuera de esto que vivimos, no hay algún infierno distinto al que ahora experimentamos, ni mayores vejez o juventud. Luego veremos que la ubicación de lo que nos dice Whitman en el presente es, ante todo, un llamado a la heroicidad, un remojón para apercibirnos de que estamos siendo, y no hay nada más falso que aquello que fuimos o seremos.

El otro aspecto importante de la llamada que nos llega de Canto a Mí Mismocorresponde a un juego muy bien trabajado entre lo sagrado y lo profano o, más exactamente, entre sacralizar y desacralizar. Por un lado, está claro que tanto en lo formal como en el contenido Whitman utiliza lo profético y lo sagrado, pero, por otro, no es menos verdad que por sus páginas siempre están cayendo las ruinas de viejos paradigmas, considerados por muchos como sagrados.
Por ejemplo, en el poema 24 declara abiertamente: “esta cabeza mía vale más que las iglesias, las biblias y los credos”; en el 41: “lo sobrenatural no existe, llegará un día en que yo haga prodigios, ahora mismo soy un creador”, y aún en el 21 –un poco con dejo nietzscheano-: “canto la canción del crecimiento y el orgullo (ya nos hemos arrastrado y escondido bastante)”. ¡Un hereje!, sentenciarían los cristianos; ¡blasfemia!, el católico ortodoxo. Pero, sin duda, el verdadero perfil iconoclasta de Walt Whitman no está en estas líneas desperdigadas por sus poemas, sino en el sacralizar lo mundano, o sea, en atribuirle un sentido hierático. El tacto, un animal que pasa, el solo placer que nos provoca la belleza de lo artificial, son dignos de expresar también eso que podríamos considerar sacro:
“(He oído cuanto se ha dicho sobre el universo,
todo cuanto se ha dicho desde hace miles de años,
y no está mal hasta ahora… pero ¿es eso bastante?)
Vengo a darme a todos
y a engrandecer a todos.
A pisarle la oferta al ganguero
y a pujar, desde el principio, más alto que ninguno en la subasta” (Pág. 99)
Por ahí dicen que toda creación implica algo que se destruye, y quizá así pueda entenderse mejor esta tensión en la obra de Whitman entre lo sagrado que empieza a caer bajo la fuerza de nuevas revelaciones, y lo profano que se considera este advenimiento hasta el momento en que se acepte como nuevo paradigma. Sea como fuere, debemos a Canto a Mí Mismo una de las más logradas elucubraciones de este tipo que se han hecho en la poesía americana.
La heroicidad del hombre común
“Los infinitos héroes desconocidos valen tanto como los héroes más grandes de la historia”; y, para cantar a ellos, se levanta Walt Whitman. “Las batallas se pierden con el mismo espíritu con que se ganan”; y por ello, para los derrotados también es su canción. Si todo conjura para nombrar lo que miramos y vivimos, todo esto que ocurre frente a nuestros ojos, si hasta advertimos en sus dobleces revelaciones de tenor sagrado, ¿por qué razón, entonces, no podríamos celebrar el hombre cotidiano? Si lo mundano empieza a ser profético y sublime, ¿cómo ignorar a ese hombre corriente que es su máxima expresión?

El primer paso en esta carrera que emprende Whitman para mostrar nuestra heroicidad es reconciliarnos con el resto de la naturaleza. De muy lejos, de tiempos inmemoriales, se nos acerca esta sentencia: no hemos de sentirnos arrojados, porque mirando hacia atrás por un momento se descubren los cientos de sucesos que nos precedieron para hacer posible nuestra aparición:
“Antes de que mi madre me pariese,
generaciones me condujeron.
Mi embrión nunca ha estado dormido ni enterrado.
Por él, la nebulosa se cuajó en una estrella,
y para que en ellos descansase
se apiñaron los enormes y lentos estratos geológicos.
Árboles inmensos le dieron su sustento
y saurios monstruosos lo transportaron en sus fauces y lo depositaron con cuidado.
Todas las fuerzas del universo
han trabajado sin descanso y obedientes para completarme y deleitarme…
Y ahora estoy aquí ¡Miradme!
en este sitio,
con mi alma robusta y vigorosa (Pág. 110)
Para estar aquí, en este presente mítico que nos revela el justo tamaño de las cosas, fueron necesarias miles de estaciones. No nos quedaremos en ellas, por supuesto, ese sería un craso error, pero las tendremos en cuenta para no perder de vista que aquel granjero que siega su cultivo, y este otro que en la tarde cerrará un negocio, y la vaca que pace en la montaña inamovible, no son productos fortuitos, sino la magia misma de todo lo que existe; lo tendremos presente para no olvidarnos de todo lo que nos acerca a ellos, todo lo que compartimos y que a manos llenas es asombroso.
Reconciliado con la naturaleza, el héroe –cree Whitman- debe expandir todos sus sentidos: el tacto de “colmillos puntiagudos”, la vista que llega a lontananza, el oído que percibe el rumiar de lo viviente, la nariz que absorbe los aromas, y el paladar que gusta lo agrio y lo dulce alternativos. Entonces, y sólo entonces, podrán comprenderse a cabalidad las palabras del poeta. Whitman desea pasar con nosotros un día y una noche, para luego continuar con su camino; vendrá a hablarnos como “el hombre que se despoja de los estorbos al iniciar un viaje”, y le recordaremos porque aunque nos enseña a huir de él ¿quién puede hacerlo?
¿Pero, por qué aquel que acepta el Canto a Mí Mismo es un héroe? Es fácil: quien aprende por fuerza propia a descubrir el resplandor, y una vez descubierto entra en armonía con él, se llena de orgullo, y ese orgullo lo impulsa a defender todo lo que le concierne: lucha y sufre como un héroe su vida cotidiana, sabiendo que por fuera de ella no existe algo más grande, y que es tan magnífica y fútil como la de todos los demás. Tendrá conciencia de su trasegar, aunque no comprenda muchas de las cosas, pero siempre estará dispuesto a disfrutar de los placeres que se ofrecen, y a ponerse del lado de quien lo necesita:
“Comprendo el gran corazón de los héroes.
El valor de hoy
y el valor de todos los tiempos (…)
porque yo soy el hombre que sufrió y que estuvo allí.
Siento el orgullo y la serenidad de los mártires.
Siento a la madre que ayer fue quemada en la hoguera por hereje, ante la mirada de sus hijos;
y al esclavo perseguido como un zorro por los perros;
lo siento vencido,
apoyado en la cerca,
sin aliento,
sudoroso…
Siento las punzadas de su corazón,
sus piernas dobladas,
su cuello caído sobre el pecho
y los balazos asesinos.
Todo esto lo siento y lo sufro.
Yo soy todo esto” (Pág. 85)
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Canto a Mí Mismo es la perfecta conjunción entre poesía y revelación. Breve pero prodigioso, Whitman puso en él todas las cosas de las que es posible enterarse en el mundo.

BIOGRAFÍA Walt Whitman

BIOGRAFÍA
Walt Whitman (West Hills, condado de Suffolk, Nueva York, 31 de mayo de 1819 – Camden, Nueva Jersey, 26 de marzo de 1892), fue un poeta, ensayista, periodista y humanista estadounidense. Su trabajo se inscribe en la transición entre el trascendentalismo y el realismo filosófico, incorporando ambos movimientos a su obra. Whitman está entre los más influyentes escritores del canon estadounidense (del que ha sido considerado su centro) y ha sido llamado el padre del verso libre.1 Su trabajo fue muy controvertido en su tiempo, particularmente por su libro Hojas de hierba, descrito como obsceno por su abierta sexualidad.
Considerado como el padre de la moderna poesía estadounidense, su influencia ha sido amplia también fuera de ese país. Entre los escritores que se han visto marcados por su obra figuran Rubén Darío, Wallace Stevens, León Felipe, D.H. Lawrence, T.S. Eliot, Fernando Pessoa, Pablo de Rokha, Federico García Lorca, Hart Crane, Jorge Luis Borges, Pablo Neruda, Ernesto Cardenal, Allen Ginsberg o John Ashbery, entre otros.2
Nacido en Long Island, trabajó como periodista, profesor, empleado del gobierno y enfermero voluntario durante la Guerra Civil Estadounidense. Al inicio de su carrera, también produjo una novela, Franklin Evans (1842). Su obra maestra, Hojas de hierba, fue publicada en 1855, costeada por él mismo. El libro fue una tentativa de tender los brazos hacia el ciudadano común con una épica americana. La obra fue revisada y ampliada durante el resto de su vida, siendo publicada la edición definitiva en 1892. Luego de un derrame al final de su vida, se trasladó a Camden, Nueva Jersey, donde su salud empeoró. Murió a los 72 años y su funeral se convirtió en un espectáculo público.3 4
La sexualidad de Whitman ha sido tan discutida como su obra. Si bien comúnmente se le ha considerado como homosexual o bisexual,5 no está claro el que Whitman tuviese alguna relación sexual con otro hombre,6 por lo que los biógrafos continúan debatiendo.
El poeta se refirió a temas políticos durante toda su vida. Apoyó la cláusula Wilmot y se opuso a la extensión de la esclavitud, si bien fue muy crítico con el movimiento abolicionista.7 En 1865 escribió el famoso poema O Captain! My Captain! (¡Oh, Capitán! ¡Mi Capitán!) en homenaje a Abraham Lincoln después de su asesinato

El trascendentalismo fue un movimiento filosóficopolítico y literario estadounidense que floreció aproximadamente entre 1836 y 1860.1 Comenzó como un movimiento de reforma dentro de la Iglesia Unitaria que procuraba extender la aplicación del pensamiento de William Ellery Channing sobre el Dios interior y la significación del pensamiento intuitivo. Se basó en «un monismo que sostenía la unidad del mundo y de Dios, y en la inmanencia del mundo». Para los trascendentalistas, el alma de cada individuo es idéntica al alma del mundo y contiene lo que el mundo contiene.2 Los trascendentalistas trabajaron con la sensación de que el advenimiento de una nueva era estaba al alcance de la mano. Fueron críticos de su sociedad contemporánea por su conformidad irreflexiva, y urgieron a que cada individuo buscara, en palabras de Ralph Waldo Emerson, «una relación original con el universo».
Un grupo de jóvenes estudiantes de la Facultad de Teología de Harvard previeron el peligro que se cernía en torno de su Iglesia. El 15 de julio de 1838, Emerson pronunció un discurso conocido como The Divinity School Address, que resultaría decisivo para la historia del unitarismo. Influido por la filosofía racionalista y romántica alemana y elhinduismo, Emerson proponía el trascendentalismo: una vía intuitiva basada en la capacidad de la conciencia individual, sin necesidad de milagros, jerarquías religiosas ni mediaciones.
Se asocian también al trascendentalismo a los amigos de Emerson y miembros del Trascendental ClubWalt Whitman y Henry David Thoreau.
[editar]Fundamento trascendental
El trascendentalismo americano que propone Emerson parte del fundamento trascendental planteado por el filósofo alemán Immanuel Kant. Dicho fundamento es que los objetos no son cognoscibles en sí mismos, sino sólo a través de la estructura espacialtemporal y categorial que el sujeto proyecta sobre el mundo.
Partiendo de este idea, Johann Gottlieb Fichte definió como idealismo trascendental a su metafísica del Yo y del No-Yo. Friedrich Schelling elaboró el sistema de idealismo trascendental y Arthur Schopenhauer llamó trascendental a la reflexión dirigida no a las cosas sino a la conciencia de ellas en cuanto meras representaciones.
Ralph Waldo Emerson, haciendo uso del fundamento trascedental en su Ensayo sobre la naturaleza sostuvo que la verdadera independencia del individuo se consigue con la intuición y la observación directa de las leyes de la naturaleza. Para Emerson, el ser humano cuando se encuentra en contacto con la naturaleza, haciendo uso de la intuición y la observación, es capaz de entrar en contacto con la energía cósmica, la fuente creadora de la vida, identificada como Dios —u orden— por los deístas, y como «totalidad» por los panteístas.
En la filosofía moderna el término realismo se aplica a la doctrina que manifiesta que los objetos comunes percibidos por los sentidos, como mesas y sillas, tienen una existencia independiente del propio ser percibido. En este sentido, es contrario al idealismo de filósofos como George Berkeley o Immanuel Kant. En su forma extrema, llamado a veces realismo ingenuo, se piensa que las cosas percibidas por los sentidos son en rigor lo que parecen ser. En versiones más complejas, a veces denominadas como realismo crítico, se da alguna explicación de la relación entre el objeto y el observador que tiene en cuenta la posibilidad de que tengan lugar ilusiones, alucinaciones y otros errores de la percepción.
En la filosofía medieval, el término realismo hacía referencia a una posición que consideraba las formas platónicas, o conceptos universales, como reales. Esta posición se llama ahora realismo aristotélico. En la filosofía de Platón, un nombre común, como cama, se refiere a la naturaleza ideal del objeto, sugerida por su definición, y esta naturaleza ideal tiene una existencia metafísica independiente de los objetos particulares de esta clase. Así, la circularidad existe aparte de los círculos particulares, la justicia, independientemente de los individuos o Estados justos particulares, y la idea de cama, independientemente de las camas particulares. En la Edad Media, esta posición fue defendida frente el nominalismo, que negaba la existencia de tales universales. Los nominalistas afirmaban que los muchos objetos llamados por un único nombre no comparten nada sino sólo dicho nombre. El término medio entre estas dos posiciones incluía el realismo moderado, que afirmaba que los universales existen en los objetos del mismo tipo pero no independientes de ellos, y el conceptualismo, que mantenía que los universales podrían existir con independencia de los objetos de un tipo particular, pero sólo como una idea de la mente, no como una entidad metafísica que existe en sí misma.
El término realismo, interpretado con facilidad en su aplicación a la filosofía, no significa ni defensa de un mundo natural, ni oposición al idealismo (el opuesto de éste sería, en todo caso, el empirismo), ni siquiera está ligado de forma directa o explícita con la verdad. Las tesis fundamentales de todo realismo se pueden enunciar como sigue:
- el objeto de conocimiento es independiente del sujeto de conocimiento,
- en lo fundamental, el conocimiento del objeto no es diferente del objeto.
La razón por la que el término realismo se aplica a corrientes filosóficas muy diferentes entre sí, es la naturaleza del objeto. Puede ser material, pero también un objeto espiritual, una creación matemática, una idea, una teoría científica etc.
Análogamente, las posturas no realistas defienden que el objeto sólo existe en nuestra mente, o bien que ni siquiera tiene sentido hablar de que dicho objeto exista. Como posturas no realistas en algún sentido dado encontramos los idealismos, el instrumentalismo, el nominalismo, etc.



Hojas de hierba
Whitman aseguraba que luego de competir durante diez años por “los premios usuales” –reconocimientos tradicionales-, decidió convertirse en poeta.37 En un comienzo experimentó con una variedad de géneros populares que apelaban a los gustos culturales de la época.38 A principios de 1850 comenzó a escribir lo que se convertiría en Hojas de hierba,39 una colección poética que continuaría editando y revisando hasta su muerte.40 Intentó componer una épica americana única41 y utilizó el verso libre con una cadencia basada en la Biblia.42 Sobre el fin de junio de 1855, sorprendió a sus hermanos con la ya impresa primera versión. George, uno de ellos, dijo: “no esperaba que valiera la pena leerlo”.43
Él mismo pagó la publicación de su primera edición,43 que llevó a cabo en una imprenta local durante los tiempos de descanso de su trabajo comercial.44 Fueron impresas un total de 795 copias.45 La edición fue anónima, y sin embargo, ocupando la portada, había un retrato realizado por Samuel Hollyer.46 En el cuerpo del texto se llamaba a sí mismo “Walt Whitman, americano, uno de los duros, un cosmos, desordenado, carnal y sensual, no sentimental, no creído más importante que un hombre o una mujer aparte de ellos mismos, no más modesto que inmodesto".47 El libro recibió su más alto apoyo por parte de Ralph Waldo Emerson, quien escribió una carta de cinco halagadoras páginas a Whitman y hablaba del libro de manera excelente a sus amigos.48
La primera edición de Hojas de hierba fue ampliamente distribuida y despertó un significativo interés,49 en parte gracias al apoyo de Emerson,50 pero también fue ocasionalmente criticada por el sesgo obsceno de la naturaleza de su poesía.51 El geólogo John Peter Lesley escribió a Emerson, llamando al libro “basura profana y obscena” y al autor “un gil pretencioso”.52 El 11 de julio de 1855, unos pocos días después de que Hojas de hierba fuera publicado, el padre de Whitman falleció a la edad de 65 años.53 En los meses consecutivos a la publicación de la primera edición de Hojas de hierba, las respuestas críticas comenzaron a centrarse en lo “ofensivo” de los temas sexuales más que en la poesía misma. A pesar de que la segunda edición estaba lista e impresa, el editor fue reticente a distribuirla.54 Al final esta edición salió a la venta con veinte poemas adicionales55 en agosto de 1856.56 Fue revisado y republicado en 1860,57 luego en 1867, y una cantidad notable de veces mientras duró la vida de Whitman. Varios famosos escritores admiraron su trabajo lo suficiente como para visitarle. Entre ellos se cuentan Bronson Alcott y el teórico Henry David Thoreau.58
Durante las primeras publicaciones de Hojas de hierba, Whitman tuvo dificultades financieras y se vio forzado a trabajar otra vez como periodista, específicamente en el Brooklyn’s Daily Times, comenzando en mayo de 1857.59 Como editor, revisaba los contenidos de los escritos, contribuía con críticas literarias y escribía editoriales.60 Abandonó el trabajo en 1859, no estando claro si fue echado o decidió irse.61 Whitman, que normalmente llevaba una detallada lista de sus actividades en diarios y anotaciones, dejó muy poca información sobre sí mismo a finales de la década de 1850.62
Walt Whitman (West Hills, condado de Suffolk, Nueva York, 31 de mayo de 1819 – Camden, Nueva Jersey, 26 de marzo de 1892), fue un poeta, ensayista, periodista y humanista estadounidense. Su trabajo se inscribe en la transición entre el trascendentalismo y el realismo filosófico, incorporando ambos movimientos a su obra. Whitman está entre los más influyentes escritores del canon estadounidense (del que ha sido considerado su centro) y ha sido llamado el padre del verso libre.1 Su trabajo fue muy controvertido en su tiempo, particularmente por su libro Hojas de hierba, descrito como obsceno por su abierta sexualidad.
Considerado como el padre de la moderna poesía estadounidense, su influencia ha sido amplia también fuera de ese país. Entre los escritores que se han visto marcados por su obra figuran Rubén Darío, Wallace Stevens, León Felipe, D.H. Lawrence, T.S. Eliot, Fernando Pessoa, Pablo de Rokha, Federico García Lorca, Hart Crane, Jorge Luis Borges, Pablo Neruda, Ernesto Cardenal, Allen Ginsberg o John Ashbery, entre otros.2
Nacido en Long Island, trabajó como periodista, profesor, empleado del gobierno y enfermero voluntario durante la Guerra Civil Estadounidense. Al inicio de su carrera, también produjo una novela, Franklin Evans (1842). Su obra maestra, Hojas de hierba, fue publicada en 1855, costeada por él mismo. El libro fue una tentativa de tender los brazos hacia el ciudadano común con una épica americana. La obra fue revisada y ampliada durante el resto de su vida, siendo publicada la edición definitiva en 1892. Luego de un derrame al final de su vida, se trasladó a Camden, Nueva Jersey, donde su salud empeoró. Murió a los 72 años y su funeral se convirtió en un espectáculo público.3 4
La sexualidad de Whitman ha sido tan discutida como su obra. Si bien comúnmente se le ha considerado como homosexual o bisexual,5 no está claro el que Whitman tuviese alguna relación sexual con otro hombre,6 por lo que los biógrafos continúan debatiendo.
El poeta se refirió a temas políticos durante toda su vida. Apoyó la cláusula Wilmot y se opuso a la extensión de la esclavitud, si bien fue muy crítico con el movimiento abolicionista.7 En 1865 escribió el famoso poema O Captain! My Captain! (¡Oh, Capitán! ¡Mi Capitán!) en homenaje a Abraham Lincoln después de su asesinato

El trascendentalismo fue un movimiento filosóficopolítico y literario estadounidense que floreció aproximadamente entre 1836 y 1860.1 Comenzó como un movimiento de reforma dentro de la Iglesia Unitaria que procuraba extender la aplicación del pensamiento de William Ellery Channing sobre el Dios interior y la significación del pensamiento intuitivo. Se basó en «un monismo que sostenía la unidad del mundo y de Dios, y en la inmanencia del mundo». Para los trascendentalistas, el alma de cada individuo es idéntica al alma del mundo y contiene lo que el mundo contiene.2 Los trascendentalistas trabajaron con la sensación de que el advenimiento de una nueva era estaba al alcance de la mano. Fueron críticos de su sociedad contemporánea por su conformidad irreflexiva, y urgieron a que cada individuo buscara, en palabras de Ralph Waldo Emerson, «una relación original con el universo».
Un grupo de jóvenes estudiantes de la Facultad de Teología de Harvard previeron el peligro que se cernía en torno de su Iglesia. El 15 de julio de 1838, Emerson pronunció un discurso conocido como The Divinity School Address, que resultaría decisivo para la historia del unitarismo. Influido por la filosofía racionalista y romántica alemana y elhinduismo, Emerson proponía el trascendentalismo: una vía intuitiva basada en la capacidad de la conciencia individual, sin necesidad de milagros, jerarquías religiosas ni mediaciones.
Se asocian también al trascendentalismo a los amigos de Emerson y miembros del Trascendental ClubWalt Whitman y Henry David Thoreau.
[editar]Fundamento trascendental
El trascendentalismo americano que propone Emerson parte del fundamento trascendental planteado por el filósofo alemán Immanuel Kant. Dicho fundamento es que los objetos no son cognoscibles en sí mismos, sino sólo a través de la estructura espacialtemporal y categorial que el sujeto proyecta sobre el mundo.
Partiendo de este idea, Johann Gottlieb Fichte definió como idealismo trascendental a su metafísica del Yo y del No-Yo. Friedrich Schelling elaboró el sistema de idealismo trascendental y Arthur Schopenhauer llamó trascendental a la reflexión dirigida no a las cosas sino a la conciencia de ellas en cuanto meras representaciones.
Ralph Waldo Emerson, haciendo uso del fundamento trascedental en su Ensayo sobre la naturaleza sostuvo que la verdadera independencia del individuo se consigue con la intuición y la observación directa de las leyes de la naturaleza. Para Emerson, el ser humano cuando se encuentra en contacto con la naturaleza, haciendo uso de la intuición y la observación, es capaz de entrar en contacto con la energía cósmica, la fuente creadora de la vida, identificada como Dios —u orden— por los deístas, y como «totalidad» por los panteístas.
En la filosofía moderna el término realismo se aplica a la doctrina que manifiesta que los objetos comunes percibidos por los sentidos, como mesas y sillas, tienen una existencia independiente del propio ser percibido. En este sentido, es contrario al idealismo de filósofos como George Berkeley o Immanuel Kant. En su forma extrema, llamado a veces realismo ingenuo, se piensa que las cosas percibidas por los sentidos son en rigor lo que parecen ser. En versiones más complejas, a veces denominadas como realismo crítico, se da alguna explicación de la relación entre el objeto y el observador que tiene en cuenta la posibilidad de que tengan lugar ilusiones, alucinaciones y otros errores de la percepción.
En la filosofía medieval, el término realismo hacía referencia a una posición que consideraba las formas platónicas, o conceptos universales, como reales. Esta posición se llama ahora realismo aristotélico. En la filosofía de Platón, un nombre común, como cama, se refiere a la naturaleza ideal del objeto, sugerida por su definición, y esta naturaleza ideal tiene una existencia metafísica independiente de los objetos particulares de esta clase. Así, la circularidad existe aparte de los círculos particulares, la justicia, independientemente de los individuos o Estados justos particulares, y la idea de cama, independientemente de las camas particulares. En la Edad Media, esta posición fue defendida frente el nominalismo, que negaba la existencia de tales universales. Los nominalistas afirmaban que los muchos objetos llamados por un único nombre no comparten nada sino sólo dicho nombre. El término medio entre estas dos posiciones incluía el realismo moderado, que afirmaba que los universales existen en los objetos del mismo tipo pero no independientes de ellos, y el conceptualismo, que mantenía que los universales podrían existir con independencia de los objetos de un tipo particular, pero sólo como una idea de la mente, no como una entidad metafísica que existe en sí misma.
El término realismo, interpretado con facilidad en su aplicación a la filosofía, no significa ni defensa de un mundo natural, ni oposición al idealismo (el opuesto de éste sería, en todo caso, el empirismo), ni siquiera está ligado de forma directa o explícita con la verdad. Las tesis fundamentales de todo realismo se pueden enunciar como sigue:
- el objeto de conocimiento es independiente del sujeto de conocimiento,
- en lo fundamental, el conocimiento del objeto no es diferente del objeto.
La razón por la que el término realismo se aplica a corrientes filosóficas muy diferentes entre sí, es la naturaleza del objeto. Puede ser material, pero también un objeto espiritual, una creación matemática, una idea, una teoría científica etc.
Análogamente, las posturas no realistas defienden que el objeto sólo existe en nuestra mente, o bien que ni siquiera tiene sentido hablar de que dicho objeto exista. Como posturas no realistas en algún sentido dado encontramos los idealismos, el instrumentalismo, el nominalismo, etc.




Hojas de hierba
Whitman aseguraba que luego de competir durante diez años por “los premios usuales” –reconocimientos tradicionales-, decidió convertirse en poeta.37 En un comienzo experimentó con una variedad de géneros populares que apelaban a los gustos culturales de la época.38 A principios de 1850 comenzó a escribir lo que se convertiría en Hojas de hierba,39 una colección poética que continuaría editando y revisando hasta su muerte.40 Intentó componer una épica americana única41 y utilizó el verso libre con una cadencia basada en la Biblia.42 Sobre el fin de junio de 1855, sorprendió a sus hermanos con la ya impresa primera versión. George, uno de ellos, dijo: “no esperaba que valiera la pena leerlo”.43

Él mismo pagó la publicación de su primera edición,43 que llevó a cabo en una imprenta local durante los tiempos de descanso de su trabajo comercial.44 Fueron impresas un total de 795 copias.45 La edición fue anónima, y sin embargo, ocupando la portada, había un retrato realizado por Samuel Hollyer.46 En el cuerpo del texto se llamaba a sí mismo “Walt Whitman, americano, uno de los duros, un cosmos, desordenado, carnal y sensual, no sentimental, no creído más importante que un hombre o una mujer aparte de ellos mismos, no más modesto que inmodesto".47 El libro recibió su más alto apoyo por parte de Ralph Waldo Emerson, quien escribió una carta de cinco halagadoras páginas a Whitman y hablaba del libro de manera excelente a sus amigos.48
La primera edición de Hojas de hierba fue ampliamente distribuida y despertó un significativo interés,49 en parte gracias al apoyo de Emerson,50 pero también fue ocasionalmente criticada por el sesgo obsceno de la naturaleza de su poesía.51 El geólogo John Peter Lesley escribió a Emerson, llamando al libro “basura profana y obscena” y al autor “un gil pretencioso”.52 El 11 de julio de 1855, unos pocos días después de que Hojas de hierba fuera publicado, el padre de Whitman falleció a la edad de 65 años.53 En los meses consecutivos a la publicación de la primera edición de Hojas de hierba, las respuestas críticas comenzaron a centrarse en lo “ofensivo” de los temas sexuales más que en la poesía misma. A pesar de que la segunda edición estaba lista e impresa, el editor fue reticente a distribuirla.54 Al final esta edición salió a la venta con veinte poemas adicionales55 en agosto de 1856.56 Fue revisado y republicado en 1860,57 luego en 1867, y una cantidad notable de veces mientras duró la vida de Whitman. Varios famosos escritores admiraron su trabajo lo suficiente como para visitarle. Entre ellos se cuentan Bronson Alcott y el teórico Henry David Thoreau.58
Durante las primeras publicaciones de Hojas de hierba, Whitman tuvo dificultades financieras y se vio forzado a trabajar otra vez como periodista, específicamente en el Brooklyn’s Daily Times, comenzando en mayo de 1857.59 Como editor, revisaba los contenidos de los escritos, contribuía con críticas literarias y escribía editoriales.60 Abandonó el trabajo en 1859, no estando claro si fue echado o decidió irse.61 Whitman, que normalmente llevaba una detallada lista de sus actividades en diarios y anotaciones, dejó muy poca información sobre sí mismo a finales de la década de 1850.62