En algún lugar del infinito, sin
tiempo ni espacio determinado.
Querido
lector:
Viví en
una época lejana a la cual han denominado posteriormente como Generación del
Novecientos. Mi madre, Pastora Forteza,
me dio a luz un 31 de diciembre de 1878 en Salto. Un año después fallece
trágicamente mi padre, Prudencio Quiroga, y a partir de este momento la muerte
ha sido una sombra compañera en mi vida.
De
joven siempre fui un poco inquieto e
indisciplinado. Me encantaba el ciclismo y recorrí mis tierras en busca de
aventuras, hasta que la literatura se convirtió en la aventura más grandiosa, y
comencé a escribir. Junto con unos amigos formamos un grupo llamado “Comunidad
de los tres Mosqueteros”. Frecuentábamos cafés, que se convirtieron en el
escenario principal de nuestras charlas literarias, donde debatíamos, leíamos y
compartíamos agradables momentos.
Publiqué
muchos artículos en distintos diarios y revistas. Comencé a hacerme conocido
dentro del ambiente artístico de aquel Uruguay deslumbrado por la Modernidad.
Ciertamente, todo estaba cambiando: de las sangrientas batallas por el poder,
ahora reinaba una paz extraña, aunque no menos peligrosa. El pasaje del siglo
XIX al XX trajo la “modernización” en muchos aspectos: las comunicaciones, las
costumbres, la tecnología, la moda, y, por supuesto, las expresiones culturales
todas.
Sobre
fines del XIX nació en América un movimiento literario denominado Modernismo el
cual influyó en los artistas de la época, incluyéndome a mí. Se trataba más que
nada de convertir al lenguaje en algo único, detallista, caracterizándose por la riqueza y la musicalidad en la elección
de las palabras. Pero también impulsó una nueva forma de pensar. Éramos “dandys”,
algo así como una de sus tribus urbanas actuales. Nos caracterizábamos por nuestra forma de vestir algo extravagante,
por la insolencia, por el desprecio hacia la sociedad a la cual provocábamos y
escandalizábamos. Estábamos hambrientos de sensaciones nuevas. Los demás, vivían
bajo las normas morales tradicionales donde todo era escondido por temor al qué
dirán. La sexualidad estaba reprimida, la rebeldía censurada. Era una sociedad
hipócrita y nosotros nos burlábamos de ella a través de nuestra literatura,
aunque luego nos despreciaran.
Las
personas eran manejadas por la disciplina, la culpa y la vergüenza. Se miraba
la vida de los otros, pero “a puertas cerradas” cualquier cosa podía suceder.
Lo importante era mantener las apariencias. “No se debe ser, sino parecer”
decía un libro de ortografía de la época.
Se impuso
el pudor y el recato como norma sagrada que no sólo debía afectar al cuerpo,
sino también al alma. Las mujeres eran sometidas y dominadas. Debían obligarlas
a que se identificaran con los roles que el hombre imponía: era preparada para
ser madre sacrificada; mujer económica, ordenada y trabajadora en el manejo de
la casa; modesta, virtuosa y púdica con su cuerpo. Debía, ante todo, respeto y
veneración a su marido, que era cabeza del hogar, y quien tomaba las decisiones
importantes en él, y era quien tenía la patria potestad de sus hijos y la ley
de su lado. Era un mundo desigual e injusto.
En cuanto
a mí, hubo sucesos tan importantes que han marcado para siempre. Mi primer amor
fue Esther, pero la familia se opuso a esta relación sentimental. Ella fue
enviada a Buenos Aires, alejándola. Le dediqué un cuento llamado “Un sueño de
amor”. Posteriormente realicé un viaje a
París. La emoción era tanta que me sentía en la gloria. Conocer París era la
meta de muchos colegas y amigos, y sin embargo fue un fracaso. Volví convertido
casi en un mendigo, a causa de las necesidades y el hambre que pasé allí.
La peor
tragedia sucedió en el año 1902. Yo estaba examinando un arma de fuego la cual
se disparó accidentalmente y mató a mi mejor amigo, Federico Ferrando. La
justicia me declaró inocente, pero la culpa nunca me abandonó. Por este motivo
viajé a Buenos Aires y luego comencé una
excursión por Misiones y sus selvas. Desde ese momento decidí vivir rodeado de
la salvaje naturaleza, realizando distintas empresas, que en su mayoría
fracasaron.
Me casé
con una de mis discípulas, Ana María, y tuvimos dos hijos. Pero ella no era
feliz en las condiciones que vivíamos y lamentablemente decidió acabar con su
existencia. Viajé varias veces a Buenos Aires, pero siempre regresé a la selva
en busca de paz. Muchas de mis obras reflejan la lucha entre la naturaleza y el
hombre, la locura y la muerte.
Volví a
casarme con una joven de 20 años, cuando yo ya era un hombre de 49. Tuvimos
otra niña. Discutíamos mucho. Las mujeres que compartieron mi vida resolvieron
abandonarme de una forma u otra. Mi familia entera se alejó marchándose a
Buenos Aires. Quedé solo. Al poco tiempo enfermé gravemente de cáncer. Fui
internado en el Hospital Clínicas, en donde determiné acabar con mi sufrimiento
ingiriendo una dosis de cianuro.
Pero no sufras por mis penas, querido lector,
yo sigo viviendo gracias a ti. La
literatura me ha hecho inmortal… En cada palabra que leas podrás encontrarme, más vivo que nunca.
Te envío
un abrazo, desde la eternidad.
Cariños,
Horacio Quiroga.
Actividades:
· ¿Piensas que la biografía del autor puede influir en su creación literaria? Fundamenta.
· ¿Cuáles son los rasgos más importantes de la sociedad que describe Quiroga?
· ¿Cuáles podrán ser los objetivos de los escritores al provocar escándalos con sus producciones literarias?
Tarea domiciliaria:
· Averigua cuáles son las obras escritas por Quiroga y comenta brevemente sobre qué tratan.
·
¿Qué otros escritores reconocidos forman parte
de la Generación del Novecientos junto a Quiroga?
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