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lunes, 23 de septiembre de 2019

Biografía de Juana de Ibarbourou


Biografía de Juana de Ibarbourou
El 8 de marzo de 1892 nacía en Melo  la bella poetisa  Juana Fernández Morales, pero se hizo conocida como Juana de Ibarbourou. Fue la hija menor de Vicente Fernández y de Valentina Morales. Vicente y Valentina se casaron en 1880 y en 1882 tuvieron a su primer hija, Basilisa. Tuvieron más hijos que murieron poco después de nacer. Valentina fue figura clave para Juana.

Sobre su padre se sabe poco, al parecer criaba gallos de riña en su casa y posteriormente fue jardinero de la Intendencia Municipal de Cerro Largo.  De fuerte temperamento, tenía dos hogares, el oficial y otro que formó con una mujer casada del lugar; pocas cuadras separadas una casa de la otra. Con esa otra pareja don Vicente tuvo dos hijos, Agustín y Eustaquio. Esto implicó un gran escándalo. A pesar de ello, Juana en su madurez, quiso conocer a sus medios hermanos, logrando aproximarse y perdonar.

La guerra acompañó su niñez. Los dos enfrentamientos que vivió fueron la revolución de 1897 y la guerra de 1904. Melo era el territorio del caudillo blanco Aparicio Saravia. Toda su familia, incluyendo Juana, sentía una gran devoción por el caudillo.

Juana  se iba transformando en una mujer hermosa. La acompañaban los poemas de Rubén Darío, los versos de Antonio Machado y de Juan Ramón Jiménez. Escribió en esos tiempos, sus primeros poemas en el diario “El Deber Cívico”, de Melo. En 1913 contrajo matrimonio con el capitán Lucas Ibarbourou y un año más tarde, nació su único hijo Julio César. Su primer libro fue  “Lenguas de diamante” (poesía) publicado en 1919, le siguieron en 1920 “El cántaro fresco” (prosa) y en 1922 “Raíz salvaje” (poesía), entre muchos otros. Su obra llegaba no solo a los gustosos de la literatura sino también a aquellos que no lo eran.

El éxito cambió la vida en su casa, ya no se ocupaba de las tareas domésticas, cuidaba cada vez más su aspecto físico: quería verse cada vez más hermosa. Su madre Valentina junto con la criada se ocuparon del hogar y de su hijo. Juana y Julio César estaban cada vez más distantes, ella ya no lo iba a buscar a la escuela, no compartía sus deberes. Era su abuela quien lo acompañaba en esos momentos ya que Juana dormía de mañana porque escribía de noche.

El sábado 10 de agosto de 1929, Juana recibía un homenaje importantísimo: sería nombrada JUANA DE AMÉRICA. La ceremonia sería en el salón de los Pasos Perdidos del Palacio Legislativo. El título de “Juana de América” nació de los estudiantes de la Universidad de la República y jóvenes poetas. En ese día diez mil personas acompañaron a Juana, dentro y fuera del Palacio Legislativo. Su popularidad era inmensa. Después de la ceremonia, Juana llegó al éxito total. Todo el pueblo se sentía orgulloso de ella. Sus poemas habían sido incorporados en los programas de estudio tanto de escuelas, liceos y enseñanza superior. No solo en el Uruguay sino también en el resto del continente.  Juana supo, a través de su poesía sencilla y misteriosa, interpretar un modo de sentir popular y simple. Se destaca notoriamente en su obra el optimismo por la vida, los contrastes entre alegrías y tristezas, el amor por la naturaleza, la humanidad, la libertad, el sacrificio del amor y la belleza.

Fue postulada al premio Cervantes y al premio Nobel de literatura. Fue miembro de la Academia Nacional de Letras, recibe el primer Premio Nacional de Literatura, entre muchas otras distinciones. Sus obras fueron traducidas a casi todos los idiomas.

En su vejez, Juana vive en soledad, sin recibir visitas, ocultándose del mundo. El libro “Al encuentro de las Tres Marías” escrito por Diego Fischer, presenta datos biográficos de Juana nunca antes revelados. Se plantea que quizás habría que hablar de una mujer inteligente y ambiciosa que supo siempre a dónde quería llegar. Alguien que se enamoró más de una vez y vivió un romance prohibido con un hombre veinte años más joven. Una víctima de la violencia doméstica. Una víctima de su hijo. Una víctima de su entorno. Adicta a las drogas, la felicidad fue para ella un estado pasajero, que auguraba el dolor y la angustia que nunca la abandonaron. Y aun en el infierno de morfina, violencia y desamor en el que transcurrió la mayor parte de su vida, escribió versos magistrales y prosas memorables. Las autoridades de la época supieron de su sufrimiento, pero optaron por guardarlo como un secreto de Estado.

Juana de Ibarbourou muere el 15 de julio de 1979 en Montevideo. Fue velada en el mismo Salón de los Pasos Perdidos en que fue nombrada «Juana de América». El gobierno del momento dispuso un día de duelo nacional y fue enterrada con honores de Ministro de Estado, siendo la primera mujer en la historia de Uruguay a la que se le otorgó tal distinción.


sábado, 8 de noviembre de 2014

Análisis "La hora"

ANÁLISIS DE “LA HORA” DE JUANA DE IBARBOUROU

Tema y Título:

El tema del poema es el tópico tan conocido como “Carpe diem”, que significa “Aprovecha el día”. Este tema viene desde la época de la antigüedad, del poeta Horacio. Es por esta razón que el poema está marcado por las anáforas: “ahora”, “hoy”. Son palabras que se repiten y reafirman la idea de no dejar pasar el momento cuando éste es propicio, cuando aún hay tiempo de disfrutarlo, de gozarlo con todos los sentidos, con todo el ser; porque el tiempo pasa, y destruye lo bello del presente, y el único fin posible es la muerte, terminante, real, e inapelable. El presente es de lo único que uno puede hacerse, ya que el pasado no puede cambiarse, y el futuro es incierto. Pero el “Carpe diem” no significa el suicidio, ni el descontrol que lleva a la muerte lenta, que hoy en día podemos vivir, sino el disfrute, el placer de aprovechar ese momento, de vivir plenamente, de tomar lo que el presente me da.

Por todo esto es que el poema se llama “La hora”, porque la hora es ahora. Porque ha llegado el momento y la amante se lo muestra al tú lírico, en forma de ruego, casi como una orden, pero la desesperación de quien sabe cuál es su fin, el único que tenemos todos los humanos, la muerte y la vejez. ¿Qué importa, después, lo que quería, sino tuve el valor de tomarlo en el momento más pleno?

La conciencia del tiempo que corre angustia al yo lírico, que vive en una sociedad que desprecia o juzga el placer, o la belleza del momento íntimo. Una época que no le permite disfrutar sin culpa, de esa sociedad el yo lírico prefiere pasar, rebelarse, y atreverse a decirle a su amante que es tiempo de disfrutar, animarlo a hacerlo, algo subversivo, más aún si viene de una mujer.

Estructura externa

Lo interesante de esta estructura es que está formada en dísticos (estrofas de dos versos). Esta forma, relacionada con las incesantes anáforas le dan al poema un ritmo ágil, vertiginoso que se relaciona con la desesperación y la angustia para que el tú lírico comprenda la importancia del pedido.
Los versos son difíciles de contar, pero podemos ver que tiene una rima consonante, y las estrofas son diez. Pero el poema se divide en dos partes, y esto se relaciona con la estructura interna.

Estructura interna

Las primeras cinco estrofas están marcadas por las anáforas “tómame” y “ahora”, resaltando las cualidades de juventud y belleza que el yo posee en este momento.

Las otras cinco refieren a la muerte, al futuro, a lo que sucederá si se desperdicia esa “primavera” de la vida. Y comienza con un verso con una métrica menor (cinco sílabas) y un “después”. Para terminar reafirmando la importancia del presente.

Primera parte

El yo lírico utiliza permanentemente, además de la anáfora, el paralelismo (igual estructura gramatical) “Tómame ahora que aún…”, “Ahora que tengo…”, “ahora que calza…”, “ahora que en mis labios…”. El paralelismo va intensificando la pasión del decir, del imaginar, siempre unido a la angustia de saber que eso que está ahora, no será después.

Tómame ahora que aún es temprano
y que llevo dalias nuevas en la mano.

El verbo con el que empieza el poema está presentado en un modo imperativo, y el presente, porque es urgente y necesario que el tú lírico comprenda que debe tomarla. No importa lo que otros digan, no importa para ella guardar su “honradez” si esta termina envejeciendo o muriendo sin haber descubierto el goce de vivir. Por eso “aún es temprano”, aún es el momento, aún se puede, aunque el mundo no lo considere decente, no importa, es algo físico, personal, es el momento de ella, biológico y no social.

Luego el yo lírico se va describiendo a sí misma a través de metáforas relacionadas con la naturaleza. Ella es naturalmente joven y bella; ¿qué tiene que ver eso con las normas sociales? Es natural ser bella y es natural ser joven, por lo tanto es natural disfrutar de esos dones. Por eso ella utiliza la metáfora “dalias nuevas en la mano”. Sus manos, símbolo de entrega, de lo que tiene para dar al otro está llena de nuevas flores, de nuevos perfumes, de nuevas sensaciones táctiles, suaves y dispuestas para él. Todo su ser está renovado porque es joven, y ya ha pasado su estado de niñez, ahora está física y naturalmente preparada para conocer ese mundo que se le brinda.

Tómame ahora que aún es sombría
esta taciturna cabellera mía.

El segundo dístico habla de su cabellera, que “es sombría” por lo tanto es negra, no tiene en ella indicio de canas, símbolo de la vejez, por lo tanto es nueva, es hermosa. La palabra “taciturna” abre dos posibles interpretaciones, ya que taciturno significa triste, melancólico o apesadumbrado. De esta manera podemos pensar que el yo lírico siente su cabellera taciturna porque nadie disfruta con su tacto, así la cabellera parece tener la condición del mismo yo, como si su tristeza por no disfrutar el ahora haya pasado a su cabello. Pero también si pensamos en la melancolía o la pesadumbre, pensamos en algo que se prolonga en el tiempo, y por lo tanto es largo, lo que podría sugerir que su cabellera es larga y más bella aún, por su condición de oscuridad y vitalidad.

Ahora, que tengo la carne olorosa,
y los ojos limpios y la piel de rosa.

En el tercer dístico cambia la imagen, que deja de ser puramente visual para ser ahora también olfativa “carne olorosa”, “piel de rosa”. Su carne, dicho de forma básica, está recubierto de un olor agradable, nuevo, renovador. No pesan en ella los años, ni las angustias y decepciones de la vejez, por eso sus ojos son “limpios”. Los ojos, ventanas del alma, muestran ese interior inocente aún, que no conoce las tristezas de la vida. Es por eso que este es el mejor momento, está nueva para empezar a vivir. Lo mismo sugiere la metáfora “piel de rosa”, con el agregado del tacto, una piel así es suave y agradable, delicada y plena.

Ahora que calza mi planta ligera
la sandalia viva de la primavera

El siguiente dístico pasa a mencionar los pies. La descripción que el yo hace de sí misma tiene un orden caótico: las manos, la cabellera, la carne, los ojos, la piel, los pies y luego los labios. Como si ella fuera recordando, de forma emocional sus atributos. Así como recuerda en desorden, también cambia la anáfora, ya no es “tómame”, sino “ahora”, ya, no es bueno seguir esperando porque sólo provocará más desesperación ver lo que se empieza a perder. Sus pasos son ligeros, camina casi como bailando, no le pesa el andar, por eso la metáfora “mi planta ligera/ la sandalia viva de la primavera”. Sus pies están cargados de vida, la vida que le da la juventud de la primavera, la estación del amor, la estación del nuevo nacimiento. Ahora ella puede seguirlo, correr, vivir, bailar, todas expresiones de una vida plena de felicidad.

Ahora que en mis labios repica la risa
como una campana sacudida a prisa.

El último dístico de esta parte recurre a una nueva imagen sensorial, ya usó la visual “la taciturna cabellera”, “los ojos limpios”, entre otras; la táctil “la piel de rosa”, como un ejemplo; la olfativa “carne olorosa”, y ahora utilizará la auditiva “en mis labios repica la risa/ como una campana sacudida a prisa”. La vida se capta con todos los sentidos, se aprehende con ellos, se disfruta pleno si ningún sentido queda afuera. Así quiere el yo lírico ser tomada por el tú lírico, con todo su ser. Primero utiliza la metáfora “repica la risa”, su entusiasmo, su alegría es sincera, estruendosa, espontánea y explosiva y la comparación con la campana reafirma esta idea: es “sacudida a prisa”, no hay prejuicios en su alegría, no hay represión, es naturalmente desinhibida y fresca.

Segunda parte

Después...¡oh, yo sé
que nada de eso más tarde tendré!

Aquí comienza la segunda parte del poema en la que el yo deja ver su angustia por el tiempo que pasa, y el amante no termina de decidirse, tal vez movido más por el “decoro” y las “buenas costumbres”. Tomar a una mujer sin casarse en ese tiempo está mal visto. Pero ella trata de mostrar que nada tiene que ver las presiones sociales, con lo que naturalmente ella está experimentando en su ser biológico. Por eso el “después” seguido de los puntos suspensivos, el futuro es incierto, y el tiempo corre, lo que se traduce en la angustia marcada por los signos de exclamación y la imprecación “¡oh, yo sé/ que nada de eso más tarde tendré!”. El encabalgamiento (cuando un verso continúa en el siguiente) marca la certeza “yo sé”, es inevitable, es indiscutible, la vejez vendrá para todos, aunque intentemos luchar contra ella: “nada de esto más tarde tendré”, cómo no disfrutarlo ahora, si es seguro que no va existir más esa juventud, esa alegría, esa belleza de la que hoy reboza.

Que entonces inútil será tu deseo
como ofrenda puesta sobre un mausoleo.

Se apela directamente al tú lírico: “inútil será tu deseo”, de que sirve haber deseado algo tanto, si cuando estaba en el mejor momento no se aprovechó. Una vez más, la comparación del deseo ahora se relaciona directamente con la muerte, “ofrenda puesta sobre un mausoleo”. La ofrenda, las flores que se llevan a los muertos, y que también están muertas por ser arrancadas, no sirven de nada a la hora de la muerte, ¿es que el muerto las disfruta? La hora de disfrutar es cuando se está vivo. Después es sólo el llanto que no cambia nada, y que no satisfizo ningún deseo.

¡Tómame ahora que aún es temprano
y que tengo rica de nardos la mano!

Este dístico retoma el casi de forma forma idéntica el primer dístico del poema, con la única diferencia que ahora las flores están definidas: “nardos”. Esta elección no es inocente. Los nardos son flores que abren de noche y tienen un olor penetrante, lo que simbolizan la unión sexual que ella le está invitando a vivir al tú lírico.

Hoy, y no más tarde. Antes que anochezca
y se vuelva mustia la corola fresca.

La antítesis “hoy, y no más tarde” es terminante, el tiempo corre, y no se puede esperar al futuro, la hora es ahora, y la metáfora “anochezca” refiere a la cercanía de vejez. Si la noche es símbolo de la muerte, el anochecer del hombre no es otra cosa que su vejez. Lo mismo sucede con la metáfora “se vuelva mustia la corola fresca”, siendo que la corola es lo que sostiene a la flor, y ponerse mustia implica arrugarse, tal como le pasa a los seres humanos. Ahora está “fresca” pero más tarde estará “mustia”, esto es un proceso natural, es también una antítesis natural.

Hoy, y no mañana. Oh amante, ¿no ves
que la enredadera crecerá ciprés?

Utiliza el paralelismo: “hoy, y no más tarde”, “hoy, y no mañana”, porque la pasión y la desesperación van creciendo en intensidad, necesita convencer al amante que salte por encima de todas las convenciones sociales.

Termina con una pregunta retórica, es decir una pregunta que encierra dentro de sí mismo la respuesta. Las dos plantas que se mencionan tienen también una relación antitética, la enredadera refiere a la vida, plena, que abraza cualquier cosa que esté en su centro y que crece frenéticamente hacia el sol, hacia las alturas; sin embargo el ciprés es la planta que los griegos usaban para honrar a sus muertos. Así que la pregunta es clara: lo que hoy es enredadera, mañana será ciprés, planta muerta.


Análisis "Vida-Garfio" de Juana de Ibarbourou.

Análisis de VIDA-GARFIO

Título y tema
El título del poema hace referencia al tema del mismo. El yo lírico quiere aferrarse a la vida, engancharse a ella, no permitir jamás la situación de la muerte. El “garfio” es un instrumento de hierro, curvo y puntiagudo, que sirve para aferrar algún objeto, de esta manera el yo expresa desde su título el deseo de luchar por la vida, aún en circunstancias tan adversas como la muerte, “la ley severa” a decir de Quevedo, eso que a todo ser humano nos pasará, y de la cuál no hay lucha posible del hombre contra ella, siendo esta lucha un tópico de la literatura universal. La mayor rebeldía del hombre es contra la muerte, y ésta es la que plantea el yo lírico del poema.
Este yo pretende continuar vivo, aún después de la muerte, y para eso supone la posibilidad de transformarse en parte de la naturaleza, sin perder jamás la conciencia que tuvo y tendrá (según su parecer) eternamente, ni los sentimiento o los sentidos que aún tiene despiertos en esta vida. El cuerpo material se tranformará, para el yo, de forma natural, en parte de la naturaleza, pero esta transformación no será total, dado que seguirá viendo, oyendo, sintiendo con su propia conciencia.
Estructura externa
El poema está estructurado en cinco estrofas de catorce sílabas cada verso en su mayoría. Existe una excepción significativa - que se comprende al estudiar la estructura  interna – de dos versos que miden siete sílabas, también llamado pie quebrado.
Su rima es consonante en los verso dos y cuatro de cada estrofa, dejando el primero y el tercero libre.
Estructura interna
El poema podría dividir, según su contenido, en tres o tal vez cuatro partes, según lo entienda el lector.
La primera parte estaría formada por las dos primeras estrofas, y ésta refiere a la vida y se hace hincapié en las imágenes sensoriales: vista, oído, tacto.
La segunda parte podría estar formada por la tercera estrofa. En ella, si bien se sigue hablando de la vida, aparece la muerte y el pie quebrado “más breve. Yo presiento”. Este verso da paso a otra aparición muy importante que es el “yo”, que si bien ha estado implícito anteriormente, ahora se explicita.
La tercera parte es la estrofa de la muerte (la cuarta). Allí los colores refieren a la oscuridad, y la lucha es lo que la marca.

La última parte sería el pedido, el resurgimiento de la vida.

De alguna manera esta estructura interna reproduce el ciclo natural que el yo imagina: la vida, la muerte y la transformación.
Primera estrofa
AMANTE: no me lleves, si muero al camposanto.
A flor de tierra abre mi fosa, junto al riente
alboroto divino de alguna pajarera
o junto a la encantada charla de alguna fuente
Este poema tiene una forma epistolar (estructua de carta), cuyo destinatario es el amante. Es como un testamento. Tendrá también un pedido que se transforma en un motivo recurrente (“leit motiv”), “A flor de tierra”, y un pedido final “arrojame semillas”. Todo esto forma parte del propósito del yo, si esto no se cumple, nada podrá ser posible, ya que no habrá transformación que le permita volver a ser parte de la vida.
Este tú lírico (a quien va dirigido el poema) tiene una particularidad. Ella se refiere a él como “amante” pero no necesariamente pensando en alguien prohibido socialmente, sino en aquel que ama, sin ataduras, sin más compromiso que el que la intimidad impone. Es a él a quien se refiere, porque sólo esa parte de su compañero puede comprender la importancia del pedido, su amor a la vida. El amante lo comprende, justamente por su condición de tal, él también ama, sabe lo que significa tal deseo, y tanto lo sabe que ella deposita en él la capacidad de saltarse todas las normas sociales, todos los dogmas y las barreras que puede tener después de muerta, el ser enterrada en un lugar público, sin el concentimiento de las ataduras legales. Su deseo a seguir viva no es sólo una rebeldía hacia la muerte, sino una rebeldía hacia todo lo concebido y estipulado por las normas sociales y legales, es decir hacia lo humano y la humanidad.
Esta rebeldía aparece concentrada ya en primer verso: “no me lleves si muero al camposanto”. En primer lugar aparece el condicional “si”, esto sugiere que para el yo lírico existe una posibilidad de que esto nunca suceda. La muerte es algo inevitable, por lo tanto aceptar esa posibilidad implicaría pones un “cuando”, sin embargo utiliza el “si” como una posibilidad de que tal hecho no se realice nunca. Allí aparece su primera rebeldía.
La segunda aparece planteada en la palabra “camposanto”, más conocido por cementerio. Sin embargo, nótese que no usa tal palabra, sino una que proviene del ámbito religioso, lo que nos lleva a pensar que su rebeldía no sólo es hacia los aspectos legales, dado que no se puede enterrar en otro lado a un cuerpo muerto, sino que también a los dogmas religiosos. Si se mira con atención, su posición ante la muerte es sin duda una rebelión en este aspecto. Las creencias cristianas sostienen que una vez después de muerto, el alma va a una vida ultraterrena, que no es la actual llamese cielo o infierno. Sin embargo el yo lírico no pretende tal cosa, sino quedarse en la vida misma de la que partió, aunque más no sea tranformada en plantas. La transformación del cuerpo, para el cristianismo, no es más que en polvo, pero que no tiene conciencia aquí, ya que su alma está en otra parte. El no querer partir es una forma de heregía para tal creencia.
La muerte sólo se expresa en esta estrofa en dos palabras: “camposanto” y “fosa”. Sin embargo todo el resto de la estrofa parece explotar de vida. Esto demuestra el miedo que el yo tiene a tal circunstancia, tanto que casi no la nombra, no la acepta para sí, y se atreve hasta considerarla algo imposible para ella.
La metáfora “a flor de tierra” se tranformará en ese motivo repetitivo durante todo el poema, y su imagen ya marca la vitalidad que ella quiere. Es necesario que el tú comprenda la importancia de enterrarla cerca de la superficie, es crucial esta condición, porque le permitirá al yo subir más rápido, “engancharse” con menos dificultad. Es por esto que el yo se lo repite insistentemente, porque su desesperación, su pasión, va creciendo a medida que describe el paisaje que piensa ver y sentir una vez que logre llegar arriba.
La “fosa” lugar frío, húmedo, solitario, silencioso, oscuro, es una antítesis de todo lo que vendrá después: la risa alborotada de la pajarera o la charla de la fuente. Así el primer sentido que predomina en el poema es el auditivo. El ruido nos recuerda que existe vida en ese lugar, y eso tranquiliza al hombre. Así el yo lírico utiliza un encabalgamiento para que ese ruido predomine en la estrofa. En el segundo verso aparece la palabra “riente” (de risa), el tercer verso “alboroto” y el cuarto “charla”. Así todo explota en sonido que apabulla el silencio de la fosa. Ese ruido será ameno, acompañará al yo cuando muera, lo motivará a querer estar cerca de él.
La primera imagen “riente/ alboroto divino de alguna pajarera” sugiere la libertad, el desorden propio de la vida; y la palabra “divino” nos acerca al nuevo “dios” que ella está pensando, entendiendo por esto una nueva concepción del mundo, uno que sea capaz de permitirle seguir viviendo, aunque más no sea transformada en planta. Este nuevo dios podría verse como la naturaleza misma, el ciclo vital, que aún se manifiesta después de la muerte. Si el día muere y vuelve a vivir, si existen tantos ejemplos de lo cíclico en la naturaleza, ¿por qué no pensar que el hombre también puede vivir eso después de muerto?
La segunda imagen también tiene algo de esa divinidad dado que utiliza la palabra “encantada” que sugiere el proceso mágico de esa fuente. Si así pensaramos que quien habla es la fuente por medio de este artilugio mágico, entonces estaríamos frente a una personificación. Y el sonido del agua le recordadaría al yo lírico el tiempo que trancurre y está en permanente movimiento, así como vuelve a ser utilizado por la misma fuente. Una vez más la idea de lo cíclico. Si pensaramos que quien habla no es la fuente, sino los enamorados que se sientan a su vera a conversar, pero que el yo escucha como si fuera la fuente, estaríamos frente a una metonimia (transposición de sentido, cuyas palabras transpuestas tienen una relación de contigüidad), y esta le recuerda algo también importante: el amor.
La palabra “charla” no sólo se contrapone a el silencio de la fosa, sino también a la compañía, ya que esta no implica una conversación seria o profunda, sino algo que se usa para amenizar, divertirse, no sentirse solo.

Segunda estrofa
A flor de tierra, amante. Casi sobre la tierra,
donde el sol me caliente los huesos, y mis ojos,
alargados en tallos, suban a ver de nuevo
la lámpara salvaje de los ocasos rojos.
Una vez más repite “a flor de tierra” y menciona al tú lírico, parando el verso con una cesura de forma que su pasión se remarque. Es importante, es imperioso, es necesario que no olvide ese detalle: cerca de la superficie necesita ser enterrada, aunque no se anime nunca a pronunciar esa palabra. Y lo repite “casi sobre la tierra” para que no queden dudas, para que comprenda su pasión por continuar viva, para que todo su ser pueda seguir sintiendo la vida en toda su plenitud. Ella imagina seguir oyendo, seguir sintiendo el sol, el aire, el viento, incluso seguir pudiendo ver el ocaso.
Esta imagen táctil “el sol me caliente los huesos” encierra en si mismo una antítesis. El sol, fuente de vida, dará su calor, su vida a los huesos, símbolo de muerte.
Sus ojos, ahora transformados en tallos, podrán ver el atardecer. La expresión “a ver de nuevo” sugiere, una vez más la idea de lo cíclico. Ahora ella podrá hacerlo de nuevo, aunque no sea en la forma humana, pero tal espectáculo seguirá siendo parte del deleite de la vida.
Es interesante notar que ella parece revivir en el momento en que el sol “muere”; de esta forma se completa la idea del ciclo.
La metáfora “lámpara salvaje” sugiere esa lentitud con el sol cae, ya que está sugiriendo la lámpara de aceite, cuya llama se apaga lentamente. A su vez, el adjetivo “salvaje” nos hace pensar en lo inalterable para el hombre, aquello que él no puede modificar o domesticar. De la misma manera nadie podrá oponerse a su deseo de continuar vida, que será tan salvaje como ese sol con el que se identifica, porque ambos son naturales, y nadie podrá quebrantar sus voluntades.
Tercera estrofa
A flor de tierra, amante. Que el tránsito así sea
más breve. Yo presiento
la lucha de mi carne por volver hacia arriba,
por sentir en sus átomos la frescura del viento.
Una vez más repite la estructura planteada en la estrofa anterior, con su correspondiente cesura, pero ahora el encabalgamiento (la idea que se continúa en el verso siguiente) y una nueva cesura en el segundo verso, rompe el ritmo del verso y lo acompasa al sentir del yo lírico y a su contenido. Así como ella quiere que su pasaje de la muerte a la vida sea breve, de la misma manera el verso se vuelve “más breve”, a la vez que lo explicita. Forma y contenido no se diferencian en estos versos.
Aparece el yo lírico por primera vez de forma clara. Esta es su primera aparición de otras que vendrán en las sucesivas estrofas. Si se observa el verbo que acompaña al yo, podremos ver como éste se va afirmando en su convicción de querer salir. Cada verbo implica una certeza nueva, una voluntad, hasta llegar a la acción misma. Pasa de un débil “presiento”, a un “sé” en la siguiente estrofa, dando la pauta de una afirmación de su voluntad; luego un “quiero”, expresión de deseo que sólo puede aparecer después de que este yo está decidido; y por último un “subiré”, la acción como triunfo, como seguridad absoluta e incuestionable.
En esta estrofa de transición aparece la muerte, en la idea del “tránsito más breve” y la imagen vital del viento. Aparece, también, el principio de la lucha. Nada la detendrá, ni la propia muerte. Su ánimo es no permitir que nada la venza. La lucha no será de sus sentidos, porque estos nunca dejan la vida que quiere recuperar, sino de su “carne”, de su cuerpo, porque es a través de él que nuestros sentidos se de despiertan. La mente procesa lo que el cuerpo siente, por lo tanto sin él es imposible continuar vivo, por más que nuestra conciencia esté despierta. Por ello es que el yo necesita esta transformación de su cuerpo.
Una vez más aparece la expresión que “volver”, que sugiere el proceso cíclico. Y una vez más, este subir implica la búsqueda de la altitud, símbolo de lo divino, de lo ideal. Esta divinidad está en la vida, en la tierra y no en el cielo.
La imagen de la vida se manifiesta otra vez a través de la antítesis: “por sentir en mis átomos la frescura del viento”, siendo los átomos representación de su cuerpo muerto, y el viento fresco representación de la vida, en movimiento, transportadora de la vida. Es interesante reparar que los átomos son la parte más pequeña de la materia, y esto implica que hasta en ellas quiere ella sentir la vida en movimiento, ya no le alcanza que el sol caliente los huesos, espera que la vida llegue más profundo.
Cuarta estrofa
Yo sé que acaso nunca allá abajo mis manos
podrán estarse quietas.
Que siempre como topos arañarán la tierra
en medio de las sombras estrujadas y prietas.
Esta es la única estrofa referida enteramente a la instancia de la muerte, sin embargo ni aún así ella la concibe totalmente, ya que no se quedará quieta jamás. Si la muerte implica quietud, ella se antepone a eso con el movimiento constante y desesperado de sus manos. La imagen resulta inquietante si pensamos que ella parece estar enterrada viva, ya que su conciencia nunca morirá.

La desesperación del yo lírico se expresa también en la forma que está planteado el verso. Las palabras “acaso”, “nunca”, “allá”, “abajo” son adverbios. Los adverbios son palabras que no permiten variación de género ni de número, por lo tanto son palabras rígidas, como si fueran pequeñas palas removiendo el verso. A su vez estas palabras le dan al verso un ritmo constante y fuerte. Todo esto se relaciona perfectamente con el movimiento de sus manos, desesperadas, constantes y movidas por la voluntad tesonera de salir a la superficie, de no estar demasiado en ese estado bajo tierra. Es por eso también que el yo lírico corta el segundo verso. Poco estarán sus manos allí, su deseo es que no estén nada.
La estrofa termina con un símil (una comparación extensa) con los topos. Así como los topos buscan la superficie porfiadamente entre las sombras de la tierra, de la misma manera sus manos se moverán sabiendo, instintivamente  dónde está esa superficie.
Una vez más el verbo “arañarán” muestran su desesperación. Nada la detendrá, ni siquiera las sombras “estrujadas y prietas”. Es interesante ver cómo esas sombras adquieren un cuerpo al llamarlas “estrujadas”, parecen apretarla, ahogarla más aún y por lo tanto desesperarla, así como motivarla a que salga rápidamente de este estado.
Quinta estrofa
Arrójame semillas. Yo quiero que se enraícen
en la greda amarilla de mis huesos menguados.
¡Por la parda escalera de las raíces vivas
yo subiré a mirarte en los lirios morados!
La última estrofa irrumpe en el poema con el pedido, “arrójame semillas”. El verbo en modo imperativo se transforma en una orden, un ruego desesperado, una ayuda más que el amante debe cumplir para ayudarla a resurgir de la muerte. Las semillas son una metáfora de esa vida en la que quiere transformarse, ya que no existe otra forma de ganarle a la muerte. Las semillas son vida en potencia, vida latente, son la posibilidad de hacer más fácil su continuidad en la vida. Estas semillas van a enraizarse en sus “huesos menguados”. Una vez más la vida tomará a la muerte para transformarla en vida. Una vez más la antítesis. Esos huesos que estarán débiles, casi desintegrados, se mezclarán en la tierra y servirán para que las semillas creen raíces. La “greda amarilla” no es otra cosa que la tierra fértil de la que ella quiere formar parte.
Una vez más, como en las otras estrofas, los colores, expresión de la vida, irrumpen en la estrofa: el verde de las plantas, la tierra amarilla, el blanco de los huesos, el pardo de las raíces y el morado de los lirios. Todo será uno solo de forma natural, como la pintura que la naturaleza despliega ante nuestros ojos.
Los últimos dos versos entre signos de exclamación muestran el sentir apasionado e íntimo del yo lírico. Las raíces serán escaleras para el yo (metáfora), lo que implica un esfuerzo de parte de ella, no sólo de remover la tierra para estar arriba, sino de subir a la superficie tan sólo para verlo a él. Esto aparece casi como en un susurro al final del poema “mirarte”. El amor hacia el amante como motivación no había aparecido tan claro hasta este momento. Tampoco será lo fundamental, pero sí una parte importante de su travesía. Es que el amor hacia él es parte de ese amor a la vida. Decirlo al final, casi como escondido en el poema, es una forma tierna de descubrir su sentir por él, y uno de los deseos más importantes para continuar en esta vida. Una forma de no abandonarlo nunca. La flor de los lirios, de por sí sugiere la forma del ojo pintado. Así ella nunca dejará de estar con él, ni en la vida misma.


lunes, 7 de octubre de 2013

ANÁLISIS DE “LA HORA” DE JUANA DE IBARBOUROU

ANÁLISIS DE “LA HORA” DE JUANA DE IBARBOUROU

Tema y Título:

El tema del poema es el tópico tan conocido como “Carpe diem”, que significa “Aprovecha el día”. Este tema viene desde la época de la antigüedad, del poeta Horacio. Es por esta razón que el poema está marcado por las anáforas: “ahora”, “hoy”. Son palabras que se repiten y reafirman la idea de no dejar pasar el momento cuando éste es propicio, cuando aún hay tiempo de disfrutarlo, de gozarlo con todos los sentidos, con todo el ser; porque el tiempo pasa, y destruye lo bello del presente, y el único fin posible es la muerte, terminante, real, e inapelable. El presente es de lo único que uno puede hacerse, ya que el pasado no puede cambiarse, y el futuro es incierto. Pero el “Carpe diem” no significa el suicidio, ni el descontrol que lleva a la muerte lenta, que hoy en día podemos vivir, sino el disfrute, el placer de aprovechar ese momento, de vivir plenamente, de tomar lo que el presente me da.

Por todo esto es que el poema se llama “La hora”, porque la hora es ahora. Porque ha llegado el momento y la amante se lo muestra al tú lírico, en forma de ruego, casi como una orden, pero la desesperación de quien sabe cuál es su fin, el único que tenemos todos los humanos, la muerte y la vejez. ¿Qué importa, después, lo que quería, sino tuve el valor de tomarlo en el momento más pleno?

La conciencia del tiempo que corre angustia al yo lírico, que vive en una sociedad que desprecia o juzga el placer, o la belleza del momento íntimo. Una época que no le permite disfrutar sin culpa, de esa sociedad el yo lírico prefiere pasar, rebelarse, y atreverse a decirle a su amante que es tiempo de disfrutar, animarlo a hacerlo, algo subversivo, más aún si viene de una mujer.

Estructura externa

Lo interesante de esta estructura es que está formada en dísticos (estrofas de dos versos). Esta forma, relacionada con las incesantes anáforas le dan al poema un ritmo ágil, vertiginoso que se relaciona con la desesperación y la angustia para que el tú lírico comprenda la importancia del pedido.
Los versos son difíciles de contar, pero podemos ver que tiene una rima consonante, y las estrofas son diez. Pero el poema se divide en dos partes, y esto se relaciona con la estructura interna.

Estructura interna

Las primeras cinco estrofas están marcadas por las anáforas “tómame” y “ahora”, resaltando las cualidades de juventud y belleza que el yo posee en este momento.

Las otras cinco refieren a la muerte, al futuro, a lo que sucederá si se desperdicia esa “primavera” de la vida. Y comienza con un verso con una métrica menor (cinco sílabas) y un “después”. Para terminar reafirmando la importancia del presente.

Primera parte

El yo lírico utiliza permanentemente, además de la anáfora, el paralelismo (igual estructura gramatical) “Tómame ahora que aún…”, “Ahora que tengo…”, “ahora que calza…”, “ahora que en mis labios…”. El paralelismo va intensificando la pasión del decir, del imaginar, siempre unido a la angustia de saber que eso que está ahora, no será después.

Tómame ahora que aún es temprano
y que llevo dalias nuevas en la mano.

El verbo con el que empieza el poema está presentado en un modo imperativo, y el presente, porque es urgente y necesario que el tú lírico comprenda que debe tomarla. No importa lo que otros digan, no importa para ella guardar su “honradez” si esta termina envejeciendo o muriendo sin haber descubierto el goce de vivir. Por eso “aún es temprano”, aún es el momento, aún se puede, aunque el mundo no lo considere decente, no importa, es algo físico, personal, es el momento de ella, biológico y no social.

Luego el yo lírico se va describiendo a sí misma a través de metáforas relacionadas con la naturaleza. Ella es naturalmente joven y bella; ¿qué tiene que ver eso con las normas sociales? Es natural ser bella y es natural ser joven, por lo tanto es natural disfrutar de esos dones. Por eso ella utiliza la metáfora “dalias nuevas en la mano”. Sus manos, símbolo de entrega, de lo que tiene para dar al otro está llena de nuevas flores, de nuevos perfumes, de nuevas sensaciones táctiles, suaves y dispuestas para él. Todo su ser está renovado porque es joven, y ya ha pasado su estado de niñez, ahora está física y naturalmente preparada para conocer ese mundo que se le brinda.

Tómame ahora que aún es sombría
esta taciturna cabellera mía.

El segundo dístico habla de su cabellera, que “es sombría” por lo tanto es negra, no tiene en ella indicio de canas, símbolo de la vejez, por lo tanto es nueva, es hermosa. La palabra “taciturna” abre dos posibles interpretaciones, ya que taciturno significa triste, melancólico o apesadumbrado. De esta manera podemos pensar que el yo lírico siente su cabellera taciturna porque nadie disfruta con su tacto, así la cabellera parece tener la condición del mismo yo, como si su tristeza por no disfrutar el ahora haya pasado a su cabello. Pero también si pensamos en la melancolía o la pesadumbre, pensamos en algo que se prolonga en el tiempo, y por lo tanto es largo, lo que podría sugerir que su cabellera es larga y más bella aún, por su condición de oscuridad y vitalidad.

Ahora, que tengo la carne olorosa,
y los ojos limpios y la piel de rosa.

En el tercer dístico cambia la imagen, que deja de ser puramente visual para ser ahora también olfativa “carne olorosa”, “piel de rosa”. Su carne, dicho de forma básica, está recubierto de un olor agradable, nuevo, renovador. No pesan en ella los años, ni las angustias y decepciones de la vejez, por eso sus ojos son “limpios”. Los ojos, ventanas del alma, muestran ese interior inocente aún, que no conoce las tristezas de la vida. Es por eso que este es el mejor momento, está nueva para empezar a vivir. Lo mismo sugiere la metáfora “piel de rosa”, con el agregado del tacto, una piel así es suave y agradable, delicada y plena.

Ahora que calza mi planta ligera
la sandalia viva de la primavera

El siguiente dístico pasa a mencionar los pies. La descripción que el yo hace de sí misma tiene un orden caótico: las manos, la cabellera, la carne, los ojos, la piel, los pies y luego los labios. Como si ella fuera recordando, de forma emocional sus atributos. Así como recuerda en desorden, también cambia la anáfora, ya no es “tómame”, sino “ahora”, ya, no es bueno seguir esperando porque sólo provocará más desesperación ver lo que se empieza a perder. Sus pasos son ligeros, camina casi como bailando, no le pesa el andar, por eso la metáfora “mi planta ligera/ la sandalia viva de la primavera”. Sus pies están cargados de vida, la vida que le da la juventud de la primavera, la estación del amor, la estación del nuevo nacimiento. Ahora ella puede seguirlo, correr, vivir, bailar, todas expresiones de una vida plena de felicidad.

Ahora que en mis labios repica la risa
como una campana sacudida a prisa.

El último dístico de esta parte recurre a una nueva imagen sensorial, ya usó la visual “la taciturna cabellera”, “los ojos limpios”, entre otras; la táctil “la piel de rosa”, como un ejemplo; la olfativa “carne olorosa”, y ahora utilizará la auditiva “en mis labios repica la risa/ como una campana sacudida a prisa”. La vida se capta con todos los sentidos, se aprehende con ellos, se disfruta pleno si ningún sentido queda afuera. Así quiere el yo lírico ser tomada por el tú lírico, con todo su ser. Primero utiliza la metáfora “repica la risa”, su entusiasmo, su alegría es sincera, estruendosa, espontánea y explosiva y la comparación con la campana reafirma esta idea: es “sacudida a prisa”, no hay prejuicios en su alegría, no hay represión, es naturalmente desinhibida y fresca.

Segunda parte

Después...¡oh, yo sé
que nada de eso más tarde tendré!

Aquí comienza la segunda parte del poema en la que el yo deja ver su angustia por el tiempo que pasa, y el amante no termina de decidirse, tal vez movido más por el “decoro” y las “buenas costumbres”. Tomar a una mujer sin casarse en ese tiempo está mal visto. Pero ella trata de mostrar que nada tiene que ver las presiones sociales, con lo que naturalmente ella está experimentando en su ser biológico. Por eso el “después” seguido de los puntos suspensivos, el futuro es incierto, y el tiempo corre, lo que se traduce en la angustia marcada por los signos de exclamación y la imprecación “¡oh, yo sé/ que nada de eso más tarde tendré!”. El encabalgamiento (cuando un verso continúa en el siguiente) marca la certeza “yo sé”, es inevitable, es indiscutible, la vejez vendrá para todos, aunque intentemos luchar contra ella: “nada de esto más tarde tendré”, cómo no disfrutarlo ahora, si es seguro que no va existir más esa juventud, esa alegría, esa belleza de la que hoy reboza.

Que entonces inútil será tu deseo
como ofrenda puesta sobre un mausoleo.

Se apela directamente al tú lírico: “inútil será tu deseo”, de que sirve haber deseado algo tanto, si cuando estaba en el mejor momento no se aprovechó. Una vez más, la comparación del deseo ahora se relaciona directamente con la muerte, “ofrenda puesta sobre un mausoleo”. La ofrenda, las flores que se llevan a los muertos, y que también están muertas por ser arrancadas, no sirven de nada a la hora de la muerte, ¿es que el muerto las disfruta? La hora de disfrutar es cuando se está vivo. Después es sólo el llanto que no cambia nada, y que no satisfizo ningún deseo.

¡Tómame ahora que aún es temprano
y que tengo rica de nardos la mano!

Este dístico retoma el casi de forma forma idéntica el primer dístico del poema, con la única diferencia que ahora las flores están definidas: “nardos”. Esta elección no es inocente. Los nardos son flores que abren de noche y tienen un olor penetrante, lo que simbolizan la unión sexual que ella le está invitando a vivir al tú lírico.

Hoy, y no más tarde. Antes que anochezca
y se vuelva mustia la corola fresca.

La antítesis “hoy, y no más tarde” es terminante, el tiempo corre, y no se puede esperar al futuro, la hora es ahora, y la metáfora “anochezca” refiere a la cercanía de vejez. Si la noche es símbolo de la muerte, el anochecer del hombre no es otra cosa que su vejez. Lo mismo sucede con la metáfora “se vuelva mustia la corola fresca”, siendo que la corola es lo que sostiene a la flor, y ponerse mustia implica arrugarse, tal como le pasa a los seres humanos. Ahora está “fresca” pero más tarde estará “mustia”, esto es un proceso natural, es también una antítesis natural.

Hoy, y no mañana. Oh amante, ¿no ves
que la enredadera crecerá ciprés?

Utiliza el paralelismo: “hoy, y no más tarde”, “hoy, y no mañana”, porque la pasión y la desesperación van creciendo en intensidad, necesita convencer al amante que salte por encima de todas las convenciones sociales.

Termina con una pregunta retórica, es decir una pregunta que encierra dentro de sí mismo la respuesta. Las dos plantas que se mencionan tienen también una relación antitética, la enredadera refiere a la vida, plena, que abraza cualquier cosa que esté en su centro y que crece frenéticamente hacia el sol, hacia las alturas; sin embargo el ciprés es la planta que los griegos usaban para honrar a sus muertos. Así que la pregunta es clara: lo que hoy es enredadera, mañana será ciprés, planta muerta.