http://www.ladeliteratura.com.uy/biblioteca/divinacomedia.pdf
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OJO!!! PORQUE EL PDF ES TOOODA LA OBRA!
Textos, análisis, biografías y material teórico para estudiantes de Literatura.
martes, 30 de mayo de 2017
Material sobre Divina Comedia para alumnos de 5º año (imprimir)
https://aulico.files.wordpress.com/2008/06/sobre-dante-y-la-divina-comedia.pdf
Chicos! Les dejo el material sobre Divina Comedia para que puedan imprimirlo y en otra entrada los cantos 1, 2, 3, 4 y 5 (agregué dos más... también, sin rencores.)
Chicos! Les dejo el material sobre Divina Comedia para que puedan imprimirlo y en otra entrada los cantos 1, 2, 3, 4 y 5 (agregué dos más... también, sin rencores.)
Reflexión sobre Antígona (leer, alumnos de 5º)
http://bdigital.uncu.edu.ar/objetos_digitales/7952/vol-3-reflexionesantigona.pdf
Queridos alumnos de quinto año: les dejo el enlace para que puedan leer el ensayo sobre Antígona (son algunas páginas más de las que dije... sin rencores)
Queridos alumnos de quinto año: les dejo el enlace para que puedan leer el ensayo sobre Antígona (son algunas páginas más de las que dije... sin rencores)
Realismo mágico
Realismo mágico
Realismo mágico. Corriente artística que presenta elementos mágicos
o situaciones ilógicas, en comparación con otras obras consideradas más
realistas o normales. Desarrollado a mediados del Siglo XX, su expresión fue
especialmente a través de la Literatura, aunque también incluyó la pintura y la
filmación.
Historia
El término realismo mágico fue
usado por primera vez, en 1925, por el crítico alemán Franz Roh, que se refirió
a un estilo particular de Pintura. Más tarde, se usó para describir el estilo
de algunos pintores estadounidenses como Paul Cadmus, Ivan Albright y George
Tooker, entre otros artistas de las décadas de 1940 y 1950.
A diferencia del uso del término
en la literatura, cuando describe las Artes Visuales, no se refiere a pinturas
con elementos mágicos e ilógicos, sino realistas en extremo y, a veces,
mundanas. Ángel Flores fue el primero en llamar el rico estilo literario
suramericano realismo mágico.
A finales de los años sesenta el
término empezó a embarcar a escritores de otros continentes. Paulatinamente, el
realismo mágico fue ganando lugar en la conciencia literaria del mundo, hasta
el punto que será necesario mucho más de una corriente literaria vanguardista
para sustituir el realismo mágico y su poder. El realismo mágico apagó las
diferencias culturales empleando una interpretación global y estándar;
exagerándola algunas veces, y subrayando la tolerancia de que el ser humano es
capaz. Empezó por decodificar la herencia del Postmodernismo, así que el primer
rasgo del estilo fue tratar las diferencias con deferencia.
Floreció con esplendor en la
literatura latinoamericana de los años sesenta y setenta, a raíz de las
discrepancias surgidas entre cultura de la Tecnología y Cultura de la
superstición, y en un momento en que el auge de las dictaduras políticas
convirtió la palabra en una herramienta infinitamente preciada y manipulable
Definición
Los críticos literarios han
utilizado la expresión "Mágico" para designar una tendencia en la
novelística del Siglo XX. Esta se caracteriza por la inclusión y el respeto a
los mitos dentro de un contexto realista. No pocos estudiosos incluyen
elementos sobrenaturales, míticos y de la creencia popular. No se trata de
"presentar la magia como que fuera real" sino de presentar "la
realidad como si fuera mágica". Es una focalización de lo sobrenatural. Es
un género de Ficción plantado principalmente por los novelistas iberoamericanos
durante la segunda mitad del Siglo XX.
El realismo mágico, como gran
parte de la literatura de la segunda mitad de siglo, es esencialmente moderado.
Muestra la realidad narrativa con elementos fantásticos y fabulosos, no tanto
para reconciliarlos como para exagerar su aparente contrariedad. El reto que
esto supone para la noción común de la "realidad" lleva implícito un
cuestionamiento de la "verdad" que a su vez puede socavar de manera
deliberada el texto y las palabras, y en ocasiones la autoridad de la propia
novela.
Características
Es una característica propia de
la Literatura latinoamericana de la segunda mitad de Siglo XX que funde la
realidad narrativa con elementos fantásticos y fabulosos, no tanto para
reconciliarlos como para exagerar su aparente discordancia.
Tendencia a fundir lo real con lo
fantástico.
En sus obras existen elementos
mágicos que los personajes consideran normales.
Los elementos mágicos se pueden
intuir pero no se explican..
Contiene múltiples narradores que
pueden estar en primera, segunda y tercera personas.
El tiempo se puede distorsionar y
se percibe como cíclico y no lineal.
Se transforma lo cotidiano en
experiencias que pueden ser sobrenaturales.
Los personajes pueden revivir;
los escenarios son en su mayoría americanos.
En cuanto a los temas, hay
diversidad de épocas históricas, una esencia cultural del mestizaje y elementos
prehispánicos en sus valores mitológicos.
Las propiedades que surgen de la
realidad son: clarividencia, levitación, vidas largas al estilo bíblico,
milagros, enfermedades mitad imaginarias que son exageradas hiperbólicamente;
pero todo eso supone fe. Todo esto representa la parte mágica, mientras el
realismo se encuentra en el modo de contar la narrativa: como si el hilo
principal fuera realista y lo más importante, mientras que lo mágico no
representa más que unos detalles ordinarios de poca importancia.
El realismo mágico invita al
lector a menospreciar lo real, a apreciar lo milagroso y a despreciar lo
histórico.
Diferencias entre lo Real maravilloso y Realismo mágico
El realismo mágico es una
tendencia internacional que surge hacia 1918 y que se da tanto en la pintura
como en la literatura. En el se plasma un mundo totalmente realista en el cual
de repente sucede algo inverosímil. En cambio, lo real maravilloso no es una
tendencia internacional ni tiene límites cronológicos. Proviene de las raíces
culturales de ciertas zonas de la América Latina, raíces indígenas y africanas
que pueden manifestarse tanto en la literatura colonial como en las novelas de
Alejo Carpentier y de Miguel Ángel Asturias. Mientras el realismo mágico se
distingue por su prosa clara, precisa y a veces estereoscópica, la de lo real
maravilloso luce un barroquismo o sea una prosa superadornada. Para el autor
mágico realista, el mundo es un laberinto donde las cosas más inesperadas, más
inverosímiles (sin ser imposibles) pueden ocurrir del modo más antidramático.
Para los que practican lo real maravilloso, sus personajes indígenas o negros
de Guatemala, Cuba o el Brasil creen en los aspectos mitológicos o espirituales
de su cultura.
Figuras representativas
Alejo Carpentier
Miguel Ángel Asturias
Carlos Fuentes Macías
Julio Cortázar
Mario Vargas Llosa
Gabriel García Márquez
Isabel Allende
Jorge Luis Borges
Juan Rulfo
En cuanto a filmación son algunas historias de Woody Allen las que se
pueden considerar dentro del realismo mágico. Destacan “Zelig”, “The Purple Rose of Cairo”,
“Alice”, “Shadows and Fog” y “The Curse of the Jade Scorpion”.
EL GÉNERO NARRATIVO Y SUS PRINCIPALES ELEMENTOS
EL GÉNERO NARRATIVO Y SUS PRINCIPALES ELEMENTOS
Obra narrativa es aquella en la que un narrador a través de un discurso oral o escrito, relata una historia destinada a oyentes o lectores.
Obra narrativa es aquella en la que un narrador a través de un discurso oral o escrito, relata una historia destinada a oyentes o lectores.
La historia tiene algunos elementos
constitutivos como son: un espacio, un tiempo, personajes y un conflicto que
puede o no resolverse de forma acabada.
Ésta comienza con una situación inicial de
equilibrio, hasta que algún elemento la transforma en una situación nueva de
desequilibrio, no pudiendo volverse a la situación anterior. Así las mismas se
suscitan hasta llegar a su resolución, que es una última situación donde
aparece un nuevo equilibrio diferente del primero. Si no existe el
desequilibrio, que provoque un conflicto, no existe narración.
En cuanto a su forma, habitualmente encontramos la narración en prosa. Esto no descarta
que existan narraciones en forma lírica, como lo puede ser la epopeya.
Dentro de ella pueden encontrarse subgéneros. Mencionamos aquí, sólo tres, a fin de no
confundir al estudiante.
· CUENTO: Narración sencilla y de breve extensión; con pocos personajes.
· NOVELA: Es extensa, minuciosa. Construye un mundo cerrado en cuanto a hechos y
personajes. Lo principal en la novela es la descripción de la vida de esos personajes y
de su ambiente.
NARRACIÓN LITERARIA
Una narración literaria es un tipo de narración en la que se cuentan hechos o acontecimientos
ficticios, llevados adelante por personajes en un tiempo y un espacio.
Las narraciones literarias se diferencian, por tanto, de otros textos narrativos en los siguientes
aspectos:
a- Los sucesos relatados son imaginarios.
b- No presentan una finalidad práctica informativa – como ocurre, por ejemplo, con las
noticias – sino que pretenden que el lector experimente un disfrute estético.
NARRADOR
La voz que cuenta la historia en una narración recibe el nombre de narrador.
Podemos clasificar al narrador según las siguientes categorías:
Narrador omnisciente.
El narrador omnisciente tiene un conocimiento absoluto, como si se tratase de un dios. Este narrador puede:
1. Informar objetivamente lo que está pasando.
2. Meterse dentro de la mente de los personajes.
3. Interpretar por los lectores la apariencia de los personajes, lo que dicen, sus actos o sus
ideas, aun si los propios personajes no pueden hacerlo.
4. Moverse libremente en el tiempo y en el espacio para brindarnos vistas panorámicas o
telescópicas o microscópicas, o históricas; puede decirnos lo que sucede en cualquier
parte, o lo que sucedió en el pasado, o lo que sucederá en el futuro.
5. Hacer reflexiones generales, juicios, proporcionar verdades.
Narrador equisciente.
El narrador equisciente es el que sabe lo mismo que el protagonista. Es el caso del narrador
testigo, personaje o protagonista. El argumento se centra en un protagonista, y cubre
únicamente aquello en lo que el personaje está involucrado. Es como si tuviéramos una cámara
delante del protagonista y por lo tanto no puede saber lo que piensan los otros personajes; no se
adentra en su mundo interior.
Este narrador puede:
a- presentar detalles conocidos, pero no reconocidos, por el protagonista (que le hayan
pasado desapercibidos, por ejemplo).
b- Puede hacer observaciones que el protagonista nunca haría acerca de sí mismo, como el
color de sus ojos o sus defectos personales.
Narrador infrasciente.
El narrador infrasciente sabe menos que los personajes del relato. Es el narrador que observa
desde fuera del mundo del relato.
Este narrador:
a- Se limita a narrar los signos exteriores o visibles de la actuación de los personajes, como
si fuera una cámara cinematográfica.
b- Se le denomina “técnica del ojo de cámara”.
PERSONAJES.
Un personaje es un ser imaginario creado por el autor. Estos sufren y provocan el desarrollo
de las acciones; tienen voz y carácter propio.
Según su importancia los personajes se clasifican de la siguiente manera:
Personaje principal.
a- Es quien realiza las acciones principales.
b- Enfrenta problemas que intenta resolver.
c- Aparece en toda la obra.
Según el papel que desempeñan en la obra los personajes principales pueden caracterizarse
en:
1. PROTAGONISTA: es el personaje central de la narración que provoca la acción y en
torno a quien gira la obra, pues realiza los hechos más importantes y determina la
conducta de los demás.
2. ANTAGONISTA: es el personaje opuesto al protagonista, quien, consciente o
inconscientemente, le causa dificultades. Puede estar presente en la obra o nunca
aparecer de manera directa, pero impone su presencia en la mente de los otros
personajes.
Personaje secundario.
a- Sirve para caracterizar mejor al personaje principal.
b- Sus acciones ayudan a la realización de la obra pero no tiene una actuación que lo haga
independiente o destacado.
c- Son numerosos en una novela y escasos en un cuento.
Los personajes pueden describirse a través de las siguientes categorías:
a. GRAFOPEYA. Se describe al personaje a través de sus características físicas.
b. ETOPEYA. Se describe al personaje a través de sus características psicológicas.
TIEMPO.
Cuando hablamos del tiempo de la narración, nos referimos a un elemento de la historia que
comprende la duración, la sucesión y el orden de los acontecimientos.
Estos pueden ser narrados de la siguiente manera:
1. Tiempo cronológico (lineal). Los acontecimientos son narrados tal como fueron
sucediendo en el tiempo, sin cortes, por medio de causa – efecto.
2. Tiempo no cronológico. Los acontecimientos son narrados sufriendo saltos, ya sea al
pasado o al futuro. Según el salto producido en la narración podremos hablar de:
a- ANALEPSIS. Se trata de saltos hacia el pasado. A veces una retrospección trae del
pasado un dato aislado que ayuda a comprender cierto incidente de la acción. Otras
veces, la retrospección recupera la totalidad del pasado. Podemos poner como
ejemplo un relato que haya comenzado tan próximo al desenlace que hace
necesario informar sobre lo que pasó antes de que empezara. El narrador, con
miradas retrospectivas, puede explicar los antecedentes o transportar la acción al
pasado.
b- PROLEPSIS. Son mucho menos frecuentes que las retrospecciones. El narrador,
tranquiliza o inquieta al lector avisándole que va a pasar algo.
ESPACIO.
El espacio es el marco físico donde se ubican los personajes y los ambientes sociales y
geográficos en los que se desarrollan las acciones.
Podemos distinguir los siguientes tipos de espacios:
a- “Real”. Son espacios auténticos e identificables, por ejemplo, Uruguay.
b- Imaginario. No existe en nuestra realidad pero está creado a partir de imágenes o
lugares parecidos a nuestra realidad.
c- Fantástico. No existe ni se relaciona con los espacios reales.
TÍTULO.
El título es un elemento fundamental del relato. Este puede ser clasificado de tres formas:
a- Epónimo. El título lleva el nombre del protagonista o del lugar donde se desarrolla la
acción.
b- Emblemático. El título resume el contenido de la obra.
c- Simbólico. El título contiene elementos simbólicos o metafóricos reiterados en la obra.
El Romanticismo
El Romanticismo - Circunstancias históricas
Los orígenes del romanticismo hay
que buscarlos ya en el siglo XVIII, fundamentalmente en la filosofía y cultura
alemanas, país, en el que se produce un movimiento llamado "Sturm und
Drang" (tempestad y pasión) que propugna la creación literaria al margen
de las reglas clásicas y revaloriza la expresión artística de vivencias y
sentimientos. Es ésta la sensibilidad prerromántica, que también se manifiesta
muy pronto en Inglaterra y posteriormente se extiende por el resto de Europa.
El Romanticismo, fenómeno
cultural correspondiente a la primera mitad del siglo XIX, se halla vinculado
con una serie de circunstancias históricas a las que es necesario aludir.
Se debe por una parte a las
reacciones en toda Europa contra el poder napoleónico que finalmente
cristalizan en el Congreso de Viena (1815), lo cual explica el matiz
conservador del Romanticismo.
No es de olvidar que los
gobiernos de la Restauración absolutista procuraron arrancar de cuajo el
espíritu liberal que Napoleón difundió, volviendo a las ideas de tradición y
religiosidad. Sin embargo, junto a este Romanticismo arcaizante,
tradicionalista y cristiano, toma incremento años más tarde otro de tipo
revolucionario y liberal, que pretendía la destrucción de todos los dogmas
morales, políticos y estéticos hasta entonces vigentes. Su auge coincide con la
revolución francesa de 1830 y el triunfo del liberalismo en la mayor parte de
los países europeos. En España el comienzo del Romanticismo revolucionario se
debe sobre todo a la vuelta de los emigrados liberales con motivo de la muerte
de Fernando VII.
La psicología del hombre romántico
El Romanticismo - como el
Renacimiento o el Barroco - no se reduce a un fenómeno literario, sino que
abarca todos los aspectos de la cultura de la época - desde la política hasta
el arte, desde la literatura hasta las modas -, porque en el fondo viene a
consistir en una especial actitud frente a la vida. De ahí que deba hablarse de
la psicología del hombre romántico antes de entrar en el estilo de su
producción estética.
Estos son sus rasgos principales:
Uno de los rasgos capitales del
Romanticismo reside en su espíritu individualista. El Romanticismo equivale a
la rebelión del individuo, a la violenta exaltación de la propia personalidad.
El "yo", al que ahora se le tributa un culto frenético, constituye el
máximo objetivo de toda la vida espiritual. El mundo externo apenas conserva
otro valor que el de mera proyección subjetiva. Agudo egocentrismo que tiene
sus raíces en la doctrina enciclopedista (defensora de la postura crítica
intelectual) y en el mundo prerromántico (rehabilitador del mundo de las
emociones personales).
El hombre romántico se
caracteriza también por su aislamiento y soledad, temas básicos del
Romanticismo. Su individualismo está marcado sobre todo por su conciencia aguda
y dolorosa de la propia personalidad, de ser distinto de los demás, que en
ciertos casos incluso deriva en un sentimiento de superioridad - su genio, su
desgracia o infelicidad mayor que las de nadie -. Esta es la razón por la cual
el yo del artista pasa a ocupar el primer plano de la creación. Los
sentimientos expresados en las obras románticas son los de sus creadores,
quienes expresan su insatisfacción con el mundo, su ansia de infinito, su búsqueda
del absoluto, su amor apasionado, su deseo vehemente de libertad, sus estados
de ánimo, . Por este motivo la poesía lírica o la música son a lo largo de todo
el siglo XIX las artes supremas.
El ansia de libertad : El ya mencionado individualismo del hombre
romántico produce en él una protesta contra las trabas que hasta entonces
tenían cohibido su espíritu, lo cual deriva consiguientemente en un ansia de
libertad que se refleja en todas las manifestaciones de la época: el arte, la
literatura, la música, la industria, el comercio, la conciencia,...
Irracionalismo: Los románticos rechazan la razón y todo lo
racional. Sus temas preferidos están relacionados con lo sobrenatural, la magia
y el misterio. A estos románticos les falta un pensamiento sistemático y
coherente; no comprenden ni interpretan el mundo de una forma global.
Subjetivismo: En el romanticismo se le concede una gran importancia
a las emociones, los sueños o las fantasías. Como formas de conocimientos
principales se aceptan la intuición, la imaginación y el instinto; es decir
impulsos no racionales, marcados por los sentimientos. La pasión se considera
una fuerza superior a la razón.
El espíritu idealista: Los románticos sienten una gran predilección
por lo absoluto, lo ideal, en conexión con la filosofía idealista,
esencialmente alemana, que se impone con fuerza en toda Europa durante la
primera mitad del siglo. Por este motivo buscan desesperadamente la perfección,
lo absoluto, lo cual explica, por una parte su necesidad de acción, su vitalismo,
pero por otra, los anhelos insatisfechos que derivan en su frustración e
infelicidad. Ese vago aspirar hacia un mundo superior al de las realidades
sensibles y que la razón no acierta a definir, cristaliza a menudo en unos
ideales concretos, que el romántico se impone como norte de su vida: la
Humanidad, la Patria, la Mujer. Hacia estos objetivos concretos el hombre
romántico dirige sus ardorosos afanes: el sentimiento filantrópico, el ideal
patriótico y el amor, al que a menudo se le une un vago misticismo.
Angustia metafísica: Al haber perdido la confianza en la razón, el
ser romántico es por naturaleza alguien inseguro e insatisfecho, lo cual da
lugar a la desazón vital romántica. El romántico siente la vida como un
problema insoluble. Su instinto le denuncia la existencia de fuerzas
sobrenaturales que escapan a todo conocimiento racional y una invencible
angustia sobrecoge su ánimo. Se sabe víctima de un ciego Destino sin
justificación lógica e increpa a la Naturaleza, que contempla impasible su dolor.
La idea de infinito preside su vida; de ahí su inquietud febril y su terrible
desequilibrio. Este aspecto es, sin embargo, también motor de la creación
artística en la búsqueda constante del romántico de respuestas y soluciones a
las dudas y problemas que se plantean.
Choque con la realidad: Otro tema importante en el Romanticismo es
el del desengaño que deriva del choque entre el yo hipertrofiado romántico y la
realidad prosaica y gris que no da satisfacción a sus anhelos e ideales. El
romántico - arrastrado por las imágenes que él mismo ha creado en su interior -
se encuentra con que la realidad no responde a sus ilusiones. Este hecho lleva
al hombre romántico, falto de serenidad para aceptar su ambiente, a un violento
enfrentamiento con el mundo y a rebelarse contra todas las normas morales,
sociales, políticas o religiosas.
Evasión: Otro tema importante en el Romanticismo es el del
desengaño que deriva del choque entre el yo hipertrofiado romántico y la
realidad prosaica y gris que no da satisfacción a sus anhelos e ideales. El
romántico - arrastrado por las imágenes que él mismo ha creado en su interior -
se encuentra con que la realidad no responde a sus ilusiones. Este hecho lleva
al hombre romántico, falto de serenidad para aceptar su ambiente, a un violento
enfrentamiento con el mundo y a rebelarse contra todas las normas morales,
sociales, políticas o religiosas.
Nacionalismo: En el Romanticismo aparece una cierta obsesión por
buscar las raíces de cada pueblo en su historia, en su literatura, en su cultura,
Es ahora cuando se inventa el concepto de pueblo como entidad espiritual
supraindividual a la que pertenecen individuos concretos que comparten una
serie de características comunes: lengua, costumbres, folclore. Así se
comprende la revitalización de los antiguos poemas épicos y de las leyendas y
tradiciones locales. Es evidente que estas ideas románicas se oponen
frontalmente al espíritu universalista de la Ilustración.
Técnica Literaria
Al tipo psicológico que acabamos
de esbozar había de corresponder necesariamente una visión del arte distinta de
la que había originado la producción del siglo XVIII. Veamos sus puntos
esenciales:
El genio creador: En el Romanticismo el arte se convierte en la
forma de expresión del genio que el creador lleva dentro. El artista pues,
nace, no se hace, por lo que cobra capital importancia lo espontáneo, lo
intuitivo, lo original, aquello que es característico del genio creador. Desde
este momento la obra de arte es el resultado de un momento de inspiración que
refleja la valía de su autor. La posibilidad de desarrollo de su capacidad
creativa hace del romántico un individuo vitalista, eufórico y apasionado. El
agudo individualismo del hombre romántico da lugar en el escritor a un deseo de
prescindir de las férreas normas del clasicismo, para llegar a la creación de
una obra absolutamente personal. Las viejas reglas son consideradas como trabas
sin sentido que convierte el arte en un puro mecanismo, y se proclama la
libertad literaria con juvenil entusiasmo. El poeta se dejará llevar ahora por
su instinto, su intuición.
En el terreno de la poesía surgen
junto a la métrica tradicional nuevos tipos de versificación, nuevos ritmos,
nuevas estrofas. Una variada polimetría es el resultado de querer dar a cada
situación su expresión musical adecuada. Además, en España, se produce una
revalorización de un metro tradicional: el romance, que adquiere ahora el
máximo prestigio como forma más indicada para la narración poética.
En el teatro se olvidan las
famosas tres unidades de lugar, tiempo y acción, volviéndose en cierto modo a
la técnica de nuestro siglo XVII: la acción puede recorrer los más apartados
lugares, durar varios años y desdoblarse en dos acciones paralelas. Desaparece
la unidad de estilo y se confunden los géneros, mezclándose - con el objeto de
dar mayor vivacidad a la obra - lo trágico y lo cómico, lo sublime y lo
grotesco, la prosa y el verso. Un trepidante dinamismo invade así el teatro,
que alcanza el mayor éxito de público.
Todo el arte se enfoca ahora
hacia la expresión de lo particular, del matiz individual, de lo irregular, de
lo que escapa a la norma racional. La época románica prefiere destacar lo
específico, la nota pintoresca y única.
Con las reglas desaparece también
la noción del arte moralizador. El tema primordial será la expresión del
"Yo", y el objeto de la obra excitar fuertemente la sensibilidad del
lector con las más variadas emociones: la tristeza, el entusiasmo, la
conmiseración, el terror, la sorpresa.
En el romanticismo se quiebra la
línea clasicista, ya que se rechaza a los clásicos como modelos insustituibles.
Se rechaza todo lo clásico, sobre todo el clasicismo francés más que la
antigüedad grecolatina. La literatura preferida en el Romanticismo es aquella
que por hallarse más apartada de lo clásico, responde mejor al gusto de la
época: la bíblica, la medieval, la del siglo XVII no francés, y la
contemporánea extranjera. De la Edad Media interesan el falso Ossian, Dante, la
poesía popular - el romancero español, las baladas germánicas,.-. Del teatro se
destacan los nombres de Shakespeare, Lope y Calderón. Entre los modernos privan
Goethe, Heine y Byron en la poesía, Víctor Hugo y Dumas en el teatro, Walter
Scott en la novela.
Los Temas
Soledad:
Es propio del Romanticismo además
el gusto por la soledad. Los románticos huyen de la realidad mediante el
refugio en sí mismos, lo cual justifica la preferencia por lugares solitarios
como castillos, cementerios, jardines, espacios apartados o recónditos, oscuros,...
Esta soledad del romántico nace también de la afirmación de su yo, de su
individualismo.
Nueva Sensibilidad:
Durante el Romanticismo se
prolonga y amplía el sentimentalismo manifiesto ya en muchos autores ilustrados
y que sitúa en primer plano la intimidad. Resultan características la
introspección, la nostalgia, la melancolía, la tristeza y la soledad, a la vez
que se extiende el sentimiento de fugacidad e infelicidad de la vida humana, lo
cual provoca la típica angustia romántica. El gusto por lo sombrío y
crepuscular es revelador de tal sensibilidad.
Naturaleza dinámica:
El artista romántico representa
la naturaleza en forma dramática, en movimiento y con preferencia por la
ambientación nocturna frente a la naturaleza artificiosa y bucólica propia del
Neoclasicismo. Se oponen pues a la mesura y armonía neoclásicas, el desorden y
la falta de proporción. La naturaleza se identifica en el Romanticismo con los
estados de ánimo del creador, y, según sean éstos, es turbulenta, melancólica o
tétrica; es pues, una proyección de sus sentimientos. La naturaleza está, a su
vez, por encima de todo, algo que se puede apreciar claramente en el tópico
romántico de las ruinas, símbolo del predominio de la naturaleza sobre el
hombre y sus obras.
Todos los rasgos románticos
anteriores permiten comprender bien que en su rechazo del mundo que les ha
tocado vivir los artistas románticos hayan podido tomar dos direcciones
opuestas: la nostalgia por los antiguos valores tradicionales (monarquía
absoluta, religión, ideales caballerescos), o la rebelión no sólo frente a su
mundo sino frente al antiguo (republicanismo, anticlericalismo, ideales
democráticos). Por eso podemos hacer la distinción entre un Romanticismo
tradicional o conservador y un Romanticismo liberal o progresista.
Características de las leyendas de Gustavo Adolfo Bécquer
Características de las leyendas
de
Gustavo Adolfo Bécquer
Las Leyendas son narraciones
breves a las que su autor, mezclando elementos reales con situaciones
imaginarias, traslada sus ilusiones y sus desengaños, su visión romántica del
amor y de la creación artística. Esto se puede apreciar en una serie de
características que podemos considerar comunes a los distintos relatos:
· Espacio: Bécquer prefiere las
ciudades antiguas (Soria, Toledo, Sevilla), los viejos castillos, templos y
monasterios, las ruinas abandonadas, lugares propicios para la imaginación o el
misterio.
· Tiempo: En casi todas las
Leyendas el hecho culminante ocurre de noche. La época es siempre el pasado,
preferentemente la Edad Media. Así ocurre por ejemplo en El rayo de luna, El
Monte de las Ánimas, Los ojos verdes o La corza blanca. Las más cercanas en el
tiempo son El Miserere, cuya acción principal se desarrolla en el siglo XIX, y
El beso, que se sitúa durante la ocupación francesa en la guerra de la
Independencia.
· Personajes: Los protagonistas
de las Leyendas son casi siempre jóvenes enamorados impulsivos e imprudentes, y
damas hermosas pero perversas. Un ejemplo de personaje masculino puede ser el
Fernando de Los ojos verdes, que termina arrastrado a la muerte por su propia
pasión. Beatriz, la protagonista de El Monte de las Ánimas, es un ejemplo de
esa mujer de belleza ideal pero que acarrea la desgracia de su enamorado.
En las leyendas se presentan personajes típicos del Romanticismo:
· La dama esquiva: Es caprichosa y no
repara en las consecuencias funestas que puede traer su comportamiento.
· La mujer ideal e inalcanzable:
Pertenecen a este bloque por ejemplo, la ondina de Los ojos verdes, la sombra
que persigue Manrique en El Rayo de luna.
· El enamorado: Es un caballero que antepone
al amor a su propia vida como Alonso en El Monte de las Ánimas.
· El caballero rebelde: Un personaje con
tintes satánicos que desafía a la divinidad como el capitán en El Beso.
· El artista romántico: Persigue un
ideal artístico como el poeta en El Rayo de luna o los músicos en Maese Pérez
el organista y El Miserere.
· Elementos fantásticos: en todas
las Leyendas hay un momento culminante en el que ocurre un prodigio, un hecho
maravilloso que rompe la normalidad. En ocasiones este prodigio tiene un
carácter sagrado, como en El Miserere o en Maese Pérez el organista; otras, se
basa en creencias populares o supersticiones: lagos encantados (en Los ojos
verdes), muertos vivientes (en El Monte de las Ánimas, o El Miserere), etc. En
todos los casos el protagonista es el misterio, la confusa frontera entre la
realidad y la imaginación.
· Los desenlaces son siempre
trágicos, consecuencia de una conducta imprudente o de haber transgredido una
prohibición. Así, Manrique, el protagonista de El rayo de luna, pierde el
juicio víctima de su propia obsesión por un amor ideal; o el capitán francés de
El beso muere por atreverse a profanar un lugar sagrado, lo mismo que les
ocurre a Beatriz y Alonso en El Monte de las Ánimas, etc.
Temas
En las Leyendas se plasman los
grandes temas de Bécquer: la lucha entre el ideal y la realidad, que se refleja
en el tema del amor imposible (El rayo de luna, Los ojos verdes...) y en el
tema de la creación artística, que aparece en Maese Pérez el organista y en El
Miserere.
El amor, fuerza motriz del
universo, energía cósmica y móvil de la acción, que desencadena el desenlace,
es el tema principal en la mayoría de las leyendas. En alguna, la intensidad
subyugadora del amor se convierte en el motivo de la trasgresión, impulsada por
la fuerza irresistible del amor, cuyo castigo es la muerte o la locura de los
protagonista, que están destinados a sufrir un final trágico o a veces, cómico
grotesco (El Cristo de la calavera), o bien como un elemento amor se mezcla con
la religión, adquiere capacidad regeneradora y sirve de redención.
La búsqueda del ideal, búsqueda
de la belleza inaprensible, de la emoción poética intuida, de la forma
anhelada. Después, la realidad se encargará de desnudar la fantasía de la
imaginación. La búsqueda del ideal se vincula externamente con la belleza
femenina, bajo cuya forma y figura subyace un impulso de índole estética (Los
ojos verdes, El rayo de Luna). A veces, el ideal cristaliza en un logro
artístico (Maese Pérez el organista); pero en otras, queda de manifiesta la
imposibilidad de plasmar en lenguaje concreto la emoción y la intuición
estética.
La mujer aparece en muchas
leyendas como referente de belleza –ideal estético- , como símbolo soñado de la
perfección artística (Los ojos verdes, El rayo de luna). La mujer se manifiesta
como algo incorpóreo y perfecto, que sólo puede rozarse con las alas del sueño.
Cuando la mujer aparece como algo diabólico, está definida con rasgos
negativos: capricho, frivolidad, coquetería; inductora de las transgresiones
(El monte de las ánimas). Aunque goza de hermosura, la mujer carece de rasgos
concretos.
El misterio y lo sobrenatural
aparece en muchas leyendas. El miedo llega en algunas a lo terrorífico (El
monte de las ánimas). En El monte de las ánimas, la repetición de ciertos
elementos acústicos va configurando un clima gradualmente dominado por el
terror.
Estructuras de las leyendas
Las Leyendas se organizan en tres
tipos de estructuras:
a) tentación-pecado-castigo
b) estructura de anticipaciones.
c) actualización de contenidos.
a) La tentación se centra en la
mujer, que ofrece la recompensa de su amor para satisfacer un capricho o una
veleidad. El pecado o la transgresión se concreta en la consecución del objeto
del deseo o en el propio objeto en sí.: banda, guantes… (El monte de las
ánimas) El castigo presenta diversos grados o formulaciones: locura, vergüenza,
muerte.
b) En la estructura de
anticipación, un narrador en tercera persona – el propio autor u otro
narrador-, al principio de su intervención, nos anticipa un acontecimiento
histórico- legendario que tiene que ver con el tema central del relato,
mezclándose elementos ambientales y sobrenaturales. Bécquer prenuncia el tema
narrativo principal, las claves de un contenido que más tarde se desarrollará
con mayor amplitud. (El miserere).
c) En la actualización de
contenidos, a cada momento del eje temporal, le corresponde un contenido
narrativo distinto. La progresión narrativa viene marcada por las
actualizaciones de contenidos. Los intervalos temporales varían en cada relato.
El tiempo es crucial protagonista y eje vertebrador de los contenidos relatados
(Maese Pérez el organista).
Técnica narrativa y estilo
Las Leyendas van encabezadas con
prólogos de ficción en los que Bécquer manifiesta que actúa como simple
transmisor de informaciones orales, simple cronistas de historias oídas
(Narrador omnisciente, narrador-historiador) Estos prólogos atraen la atención
del lector y dan verosimilitud legendaria al relato.
En algunas leyendas, el autor
incluye un apéndice final, que pretenden atar algunos cabos sueltos y explicar
contenidos externos al relato.
Abundan escenas narrativas que se
acercan a la narración cinematográfica, de ritmo ligero y de brillante
colorido. También son frecuentes diálogos y monólogos escenificados (escenas
teatrales).
Los episodios narrativos y
descriptivos están referidos a algún determinado momento del día o de la noche,
preferentemente la medianoche y el crepúsculo. Son también importantes los
matices cromáticos y plásticos del alba y del atardecer. La medianoche
representa lo mágico. La noche corresponde simbólicamente al dominio del mal;
en cambio, en el atardecer y en el alba se origina lo maravilloso.
El lenguaje que utiliza Bécquer
es plástico y musical (sustantivos y adjetivos que aluden al mundo sensorial:
oído, vista, olfato, tacto). Como recursos literarios utiliza los tropos.
Metáforas, comparaciones, metonimias, elipsis. También utiliza prosopopeyas,
aliteraciones y onomatopeyas para reproducir los sonidos en las descripciones
sensoriales.
INDICACIONES PARA EL EXAMEN DE LAS LEYENDAS DE G.A.BÉCQUER
Fíjate en los siguientes aspectos
a la hora de preparar tu examen.
Las leyendas de Bécquer son
textos narrativos por lo tanto debes prestar atención a los elementos de la
narración:
· narrador
· espacio
· tiempo
· personajes
· estilo
1. Narrador.
Voces y punto de vista. Fíjate en
cada leyenda y determina si aparece un narrador omnisciente, protagonista,
objetivo o subjetivo, varios narradores…
2. Espacio.
Presta atención a las
descripciones de los lugares. ¿Son rurales, urbanos, reales, fantásticos? Qué
características románticas tienen. ¿Tienen que ver los personajes?
3. Tiempo.
¿En qué época suceden las
historias? ¿Cuánto duran? ¿Existe un tiempo psicológico que parece detenerse?
¿Qué elementos climatológicos típicamente románticos aparecen?
4. Personajes.
¿Aparece el narrador como
personaje? Fíjate en la descripción de los personajes masculinos y femeninos,
¿qué características tienen estas mujeres?
Recuerdas rasgos físicos y
sicológicos de por lo menos tres personajes principales. ¿Son personajes planos
o redondos, reales, fantásticos?
5. Estilo.
¿Serías capaz de localizar alguna
figura retórica? ¿De qué manera mantiene el autor la intriga, el misterio, el
miedo?
lunes, 22 de mayo de 2017
NARRATIVA DEL SIGLO XX
NARRATIVA DEL SIGLO XX
El acto de narrar es una
actividad que ha acompañado al hombre desde su origen, activa su capacidad de
observación e imaginación. Como cualquier otra manifestación artística del
siglo, la narrativa refleja la crisis del concepto de "realidad" propia
del siglo XX. Si bien subsisten todavía las novelas que procuran ser un reflejo
lo más fiel posible del mundo
circundante, lo corriente es que el narrador busque objetivos muy distintos de
los que se agotan en describir lo que puede verse cotidianamente.
Distinguimos entonces, a grandes
rasgos, dos etapas:
HASTA EL SIGLO XIX
La novela de los siglos XVIII y
XIX, plena de realismo social, aspiraba a reproducir de la manera más exacta la
superficie de la existencia cotidiana, con el propósito de enjuiciar sus desajustes
y conflictos. Partía de la confianza en un orden estable y definitivo, que sólo
requería modificaciones parciales para mejorar.
El centro del interés narrativo
de las novelas del siglo XIX son las acciones del protagonista, ubicado en un
tiempo y espacio definidos, para insertarse en su sociedad en un intento de
consolidar su situación o de mejorarla. A menudo el matrimonio es una vía para
ello. La empresa del protagonista es propia de los valores individualistas y
competitivos de la mentalidad burguesa. El interés del novelista estaba en
recorrer la historia de modo lineal, con un criterio de causalidad entre los
hechos, y apuntaba hacia el examen moral de la conducta. El argumento en
general era previsible y verosímil.
A través de las novelas del siglo
XIX se transmite la imagen de un mundo tranquilo, racional, ordenado, fundado
en la transmisión de unas tradiciones y costumbres que tienen su origen en la
sabia experiencia. Se creía aún en la posibilidad de alcanzar una verdad
absoluta, universal, válida para todos los hombres. El novelista clásico puede
dedicarse a pintar la sociedad en sus mínimos detalles o a la exploración
psicológica del comportamiento humano. A esto hacía referencia el escritor
Stendhal al definir a la novela como "un espejo que se pasea a lo largo de
un camino": puede reflejar lo que ocurre en los niveles más altos o más
bajos de la realidad, pero siempre aspira a una imitación de la misma.
En la novela clásica el lenguaje es
simplemente un medio para describir el lugar de los sucesos, las acciones y los
caracteres de los personajes. Es directo, sin ambigüedades o símbolos. El
ambiente que rodea a los sucesos es en general contemporáneo al momento en que
se escribe la novela; es un fondo histórico real para los acontecimientos
ficticios pero creíbles en que se hallan comprometidos los personajes. El
narrador es omnisciente ya que conoce todos los hechos acaecidos y puede
meterse en la conciencia de sus personajes. En cuanto a la estructura, la
novela clásica presenta un desarrollo lineal de la anécdota, en el que
generalmente pueden distinguirse con claridad un planteo, un desarrollo y un
desenlace. El tiempo respeta el orden cronológico de los sucesos.
DESDE EL SIGLO XX
Una profunda conmoción desintegró
este sistema de apariencia tan sólida, especialmente cuando estalló la guerra
de 1914. Se desencadenó un cambio profundo en la estructura narrativa, que
rompió con las formas clásicas y transformó tanto los contenidos como las
técnicas expositivas utilizadas.
La narrativa actual ha pasado de
lo mimético a lo simbólico: nada de imitación de la realidad objetiva. Esto
supone la sustitución de los escenarios conocidos por espacios imaginarios; a
veces el narrador se instala resueltamente y desde un principio en una atmósfera
inverosímil y absurda, sin que se sienta obligado a rendir explicación alguna.
La novela del siglo XIX tenía por
tema, muchas veces, problemas particulares, limitados. En el siglo XX se ha
sustituido lo exterior por lo interior, y fundamentalmente por lo inconsciente.
Se explora la interioridad, el ensueño, el recuerdo. La trama, en lugar de una
sucesión de acontecimientos, se transforma en una fluencia de asociaciones de
ideas, se torna caótica, confusa, porque el destino humano se percibe como el
reino de lo absurdo. En términos generales puede decirse que el hilo anecdótico
tradicional de la novela realista ha desaparecido. Hay una visión de la
realidad mucho más fragmentada. Desaparece el relato cuya tensión e intriga se
concentraba en el desenlace que pudieran tener las ambiciones del protagonista
y la estructura de la sociedad comienza a ser seriamente cuestionada.
Los personajes pierden la
importancia que tenían como protagonistas, como individualidades, para
convertirse en arquetipos dela conducta contemporánea, incluso llegando a ser
antihéroes. Son reflejo del hombre gris, anónimo, cotidiano, que deambula por
el mundo en busca de claves vitales. No son previsibles, tienen varias facetas
y nos sorprenden al actuar: pueden elevarse a héroes en un capítulo para volver
a la mezquindad en el siguiente. La novela del siglo XX trata no solo de los
grandes acontecimientos de los personajes, sino especialmente los hechos
menores, cotidianos, los pensamientos recurrentes. Muchas veces el protagonista
de la narración ni siquiera es un ser humano, como ocurre en "La
Metamorfosis", de Franz Kafka.
Hay un ahondamiento psicológico
en los personajes. Aparece la técnica del monólogo interior, que consiste en la
reproducción que el narrador hace, sin previo ordenamiento, de la fluencia de
ideas y asociaciones de pensamientos, tal como se generan en su cabeza. La
utilización de esta técnica genera una sensación de caos, porque al reproducir
el torrente del pensamiento aparecen como simultáneos espacios, tiempos y motivos
distintos.
El tiempo ya no es lineal, como
en la narrativa del siglo XIX. Esto se relaciona con el creciente subjetivismo,
que hace que no interesen el tiempo ni el espacio físicos, objetivos, sino como
son vividos por los personajes de la narración. Lo que ahora interesa es el
mundo interior. En el inconsciente el tiempo como dimensión cronológica pierde
su significación; pasado, presente y futuro se viven alternativa, caprichosa y
hasta simultáneamente. El tiempo no transcurre, se hace lento o realiza saltos.
La narrativa de los últimos años
se ha visto a menudo organizada como un "collage" de varias versiones
de los acontecimientos narrados, de modo que hay varios narradores, cada uno de
los cuales presenta los hechos desde su punto de vista. La voz en tercera
persona, típica de la narrativa tradicional, deja paso a narradores
equiscientes o infrascientes, con lo cual el receptor debe buscar por sí mismo
la verdad o falsedad de las palabras o acciones de los personajes. Puede
ocurrir, en especial como consecuencia de las insólitas estructuras narrativas,
que el lector ya no encuentre al enfrentarse a una novela el viejo "placer
de leer", que todo le resulte arduo y trabajoso. El escritor no conduce a
quien lee hacia certidumbres indiscutibles, y los finales muchas veces no
parecen tales. Umberto Eco ha definido el concepto de "obra abierta".
Desde el punto de vista del significado, supone una multiplicación de los
sentidos posibles, lo que obliga al lector a buscar su propio sentido de la obra,
a ser un cómplice del escritor, y un creador él mismo.
NARRATIVA NORTEAMERICANA
Resulta indiscutible la importancia
del aporte norteamericano al cine, teatro y narrativa del siglo XX. Nos
ubicamos en un país de grandes aglomeraciones urbanas, donde el éxito (muchas
veces ligado a lo económico) es fundamental y donde predomina una visión
pragmática que asocia lo verdadero con lo útil. Esta situación ha sido a menudo
enjuiciada por sus escritores, en una literatura de protesta social que perdura
hasta nuestros días.
A comienzos del siglo XX surgen
escritores que son a la vez periodistas que investigan temas enojosos para el
gobierno. Se los llama “muck rakers”, revolvedores de basura, en obvia metáfora
de su temática.
La desilusión posterior a la
primera guerra mundial trae consigo un grupo de escritores (como Ernest
Hermingway o John Dos Passos) que se conocen como “generación perdida”. Los
años veinte son los “años locos”, época de auge económico y comercial, de
liberación femenina, de renovación del arte en general, años de euforia que
terminan con el quiebre económico de 1929. A partir de allí la temática
narrativa se orienta a temas sociales como la discriminación racial o étnica,
reclamos obreros, consumismo alienante y otros. En este contexto va
perfilándose poco a poco un nuevo tipo de narrativa, cuyo nombre encierra ya de
por sí una contradicción:
CIENCIA FICCIÓN
Se origina en el siglo XX pero
tiene sus raíces en el pasado. El nombre une las ideas de ciencia (conocimiento
racional, exacto, sistemático) y ficción (producto de la imaginación, elementos
de fantasía).
Es una rama de la literatura
fantástica, también difundida en cine, TV, historietas. Propone una evasión del
mundo real, plantea algo que escapa a las leyes lógicas y supone la intromisión
de lo extraño, anormal o desconocido en lo cotidiano.
Michel Butor la define como “una
literatura que explora el campo de lo posible tal y como la ciencia nos permite
vislumbrarlo”. Para Kingsley Amis es una “narración en prosa que trata acerca
de una situación que no podría presentarse en el mundo que conocemos pero cuya
existencia se basa en una hipótesis sobre un descubrimiento innovador de
cualquier tipo, en el dominio de la ciencia y la tecnología, o aún de la pseudo
ciencia y pseudo tecnología.”
Propone un misterio, con explicación
científica más o menos creíble. La ciencia ficción “soft” (blanda) es una
narración de aventuras que puede tener errores y exageraciones científicas, en
tanto la “hard” (dura) plantea personajes científicos y da explicaciones
veraces de los hechos que narra. En general la ciencia ficción muestra la
inquietud del hombre del siglo XX frente a los vertiginosos avances
científicos. En ellas el tiempo esencial es el futuro; muestran qué futuro
puede resultar de ciertas acciones humanas. Su héroe no se integra a la
sociedad; hay una ruptura con la misma porque su búsqueda de nuevos valores
implica la destrucción de la sociedad actual.
En las décadas del 20’ y 30’ la
literatura norteamericana se vio invadida por publicaciones populares y
sensacionalistas llamadas “pulps” (hechas con papel barato, pulpa de papel, de
ahí su nombre), que muchas veces se ubicaban en el espacio, con armas,
monstruos y naves imaginarios, en historias sin base científica alguna,
llamadas “space opera”. Después de la segunda guerra mundial desaparecen los
pulps y surgen los “fanzines”, publicaciones de aficionados, de escaso tiraje y
circulación limitada, cuyo tema era frecuentemente la ciencia ficción. Se crean
clubes de escritores, congresos y premios dentro de este género. Los años 50’ y
60’ representan la época de oro de la ciencia ficción, con autores como Ray
Bradbury, Isaac Asimov, Arthur Clarke y Theodore Sturgeon, entre otros.
Distopía y utopía
El término de distopía funciona
como antónimo de utopía y fue acuñado por John Stuart Mill a finales del siglo
XIX. Ambas palabras conforman dos extremos opuestos. Mientras la utopía hace
referencia al lugar donde todo es como debe ser, al margen de que tal sistema
optimista aparezca como irrealizable en el momento de su formulación, la
distopía o antiutopía, es el reverso de lo ideal y designa una sociedad
ficticia indeseable en sí misma. La sociedad distópica discurre en un futuro
cercano y está basado en las tendencias sociales de la actualidad pero llevadas
a extremos espeluznantes y apocalípticos.
Sociedades totalitarias,
represivas, deshumanizadas, afectadas por grandes sistemas tecnológicos y
mecanismos de control, donde las libertades son encarceladas y anuladas, donde
los sujetos son manejados y manipulados a formar parte de un engranaje,
omnipresente y cruel, son algunas de las características que regulan estos
relatos. Las distopías sirven como críticas sociales en la medida en que
reflejan como grandes espejos los sitios más oscuros e indeseables del
desarrollo de la humanidad. Son sátiras que con sus imágenes advierten sobre
los peligros a los que conducen los extremos y que están ahí para alentar a los
sujetos como portadores del cambio que es necesario emprender para torcer el
rumbo de sus destinos.
“una distopía es, ante todo, una
hipérbole; esto es, una exageración retórica deliberada que tiene por finalidad
patentizar o visibilizar su objeto; en este caso, las tendencias totalitarias,
tecnocráticas y deshumanizadoras. Es también una prognosis, una anticipación,
un ejercicio futurista. Lo exagerado no se ubica en el presente sino en el
porvenir, un porvenir hipotético ciertamente, pero posible, y, más aún,
probable. Reviste, asimismo, un carácter admonitorio. Es una exageración
esclarecedora cuya última ratio es el aleccionamiento y la exhortación.
“la distopía es literatura
política, es crítica social, es un arma cargada de futuro. Excepto su carácter
ficcional, comparte con la historia el intento de redimir el tiempo por venir.
Pero su naturaleza ficcional es sólo una licencia poética para lograr un mayor
efecto. Mostrándonos lo que podría llegar a suceder, nos impele a arrancar de
raíz los elementos autoritarios y totalizadores que, bajo la apariencia de una
maleza inofensiva, crecen y se propagan en la actualidad. La distopía nos da a
probar el fruto amargo de una semilla que ya ha sido plantada”.
La ciencia ficción en la literatura:
De la utopía a la distopía
Nada tiene, pues, de extraño que
haya un ambiente propicio para la distopía, un sentimiento contrautópico
generalizado, una sensación de desánimo, de pesimismo, de unánime desencanto.
El elemento que refleja mejor ese ambiente es, como en el origen del género, el
material imaginativo. El reino de la distopía ha sustituido, en la imagen de
los fabuladores, el sueño de la utopía, y ha disuelto su deseo inicial en la
desesperanza.
Como género literario, la ciencia
ficción surge a partir del triunfo
aparente de la Revolución Industrial y la consiguiente estela de
invenciones y descubrimientos que parecen refrendar la omnipotencia de la
ciencia y la técnica. Verne y Wells son los precursores de un movimiento en el
cual el progreso posibilita la utopía; en sus obras, los viajes a través del
tiempo y del espacio no sólo parecen factibles, sino inminentes. No obstante,
en este contexto pueden encontrarse algunas obras discordantes, en las cuales
el porvenir no promete el bienestar de la humanidad entera sino, por el
contrario, su sometimiento absoluto a manos de una elite dominante. Esta
perspectiva se ejemplifica en El talón de hierro, de Jack London. Escrita en
1908, la novela se aleja de los relatos de aventuras fantásticas o prodigios
científicos, optando más bien por narrar el advenimiento de un futuro violento
y atroz.
Con todo y sus defectos, la obra de London
resulta notable al prever tanto el auge del totalitarismo fascista como la
creciente influencia de los oligopolios en la economía. Pero sobre todo
representa la primera distopía literaria, esto es, la primera novela en la cual
las fábulas optimistas de las utopías pasadas ceden su lugar a un futuro
disfuncional y caótico. Traicionada la fe en el progreso, la desesperanza, la
amargura y el temor se volverán los sentimientos predominantes en casi todas
las obras sobresalientes dentro del género de la ciencia ficción a lo largo del
siglo xx.
Mientras que las utopías clásicas
eran por definición lejanas e inexistentes, las distopías se presentan de una
manera mucho más concreta y precisa al imaginar en un futuro cercano el
recrudecimiento de las más preocupantes características del presente.
Lo que proyectan hacia el futuro
no revierte en una imagen idílica, ni siquiera aceptable, del presente, sino
que lo que hacen es proyectar tendencias o realidades ya existentes e
indeseables, sin que por ello estén propugnando la vuelta al pasado ni
justificando el presente. Si una de las principales funciones de la utopía es
[…] la crítica constructiva del presente a través de la imagen de una
alternativa ideal, presente o futura, el mismo papel crítico puede jugar la
distopía, extrapolando tendencias presentes.
La ubicuidad de los sistemas de video
vigilancia en las metrópolis modernas; el uso de una jerga pseudotécnica por
los publirrelacionistas privados o gubernamentales, ejemplificada por una serie
de eufemismos y neologismos abstractos; la banalización de la vida pública,
aunada a una visión hedonista y superficial difundida y apuntalada por una
sociedad ya no de consumo, sino más bien de hiperconsumo («El buen ciudadano es
el buen consumidor, y el inconformista aquel que no se deja bombardear y
convencer por la publicidad», dice López Keller); la censura y restricción de
ciertas ideas y movimientos que cuestionan el statu quo en algunos países 3, en
fin, son sólo algunas de las más graves tendencias anunciadas por los
distopistas más significativos que claramente han acertado en sus predicciones
literarias.
Quizá la predicción más oscura haya sido el
auge de estados totalitarios que ejercen un control absoluto sobre sus
ciudadanos mediante la ideología, el terror y la fuerza, como se lee en 1984 de
George Orwell y Nosotros de Yevgeny Zamyatin. La naturaleza de los regímenes
totalitarios en estas y otras obras es heterogénea. 1984, por ejemplo, refleja
los brutales excesos del estalinismo de la época imaginando un aparato
gubernamental omnipresente y omnipotente. En la novela antes citada de London
el control recae más bien en un grupo de corporaciones, «la oligarquía», la cual
se encarga de ir eliminando a los pequeños y medianos empresarios y reducir a
los agricultores a un estado de virtual servidumbre. El poder y la corrupción
de las grandes corporaciones privadas es también un tema fundamental en las
obras de Philip K. Dick como ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?4 o
Ubik, entre otras. En contraste, en La naranja mecánica de Anthony Burgess el
poder e influencia del Estado son más bien limitados, lo cual posibilita la
existencia de grupos de violentos criminales como Alex y sus drugos.
Finalmente, en casi todas estas obras los temas recurrentes son la alienación y
la soledad, la violencia sutil o manifiesta en diferentes niveles, y la
existencia de un sistema que engulle individuos y vomita partes, componentes deshumanizados,
despojados de sus personalidades y características esenciales.
La tecnología y la ciencia, que
antes parecían ser la respuesta a todos los problemas de la humanidad,
adquieren con el paso del tiempo una connotación mucho más negativa. En vez de
liberar a la humanidad, la esclavizan. Dentro de la ciencia ficción mainstream
surgen corrientes o subgéneros que exploran más a fondo esta mecanización y
(una vez más) deshumanización de la sociedad. William Gibson, uno de los padres
fundadores del cyberpunk, acuña el término ciberespacio, «una alucinación
consensual experimentada por millones de usuarios», una realidad alterna que
tiene más de pesadilla alucinante que de sueño utópico.
El optimismo inicial de las
utopías clásicas por el triunfo de la ciencia en la lucha contra la adversidad
es cosa del pasado. Nadie fantasea ya con los autos voladores que aparecen en
¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas? / Blade Runner, pero todos podemos
constatar la catástrofe ambiental que ahí se describe (y la megacorporación
Tyrell tiene sus propias encarnaciones actuales). Las colonias en la Luna, tipo
2001, una odisea espacial, se vislumbran hoy tan lejanas como cuando Arthur C.
Clarke escribió la novela. La longevidad humana no se ha prolongado ni un día,
el cáncer y demás enfermedades siguen cobrando millones de vidas, y en fin,
pareciera que la ciencia ha fracasado en cumplir los objetivos más importantes
que muchos le habían asignado. Pero por otra parte, resulta tan evidente como
lamentable que las capacidades nocivas de la industria en numerosas áreas sí
han avanzado a pasos agigantados.
A través de la historia reciente de la
literatura y la filosofía, el tránsito de la utopía a la distopía resulta
significativo: mientras que la primera buscaba ilustrar una civilización ideal
al contrastar sus características con los valores de la imperfecta sociedad
actual, la distopía tiene por objetivo primordial advertir sobre los peligros
del sistema, o bien, denunciar y criticar el rumbo tomado por el statu quo. La
utopía era un sueño, tan deseable como imposible; la distopía, la realidad
inminente, un castigo que nos acecha tras las máquinas modernas como respuesta
a nuestras ambiciones desatadas. Los mejores y más nobles propósitos no bastan
a la hora de hacer realidad aquel «paraíso terrenal» que proponían las utopías
de los siglos pasados; por el contrario, nos acercan a algo que se parece más
al infierno. Es por ello que la incredulidad, el sarcasmo y el pesimismo
prevalecen en las mejores obras de ciencia ficción del siglo xx.
La ciencia ficción abandona, pues, la
utopía y se traslada a la orilla opuesta, la de la distopía: ahogada la fe en
la humanidad en un mar de tragedias, con la ciencia y la técnica al servicio
del hombre únicamente para someter o destruir a sus semejantes, el pesimismo se
vuelve una certeza: nada bueno nos depara la quimera del progreso, cada nuevo
descubrimiento, cada innovación tecnológica vendrá aparejada de una nueva
catástrofe en potencia, un arma, una sustancia, una estrategia para el
sometimiento de millones a manos de unos cuantos. «El espíritu de la distopía
es generalizado como lo fue en su momento el de la utopía», escribe Luis Núñez
Ladeveze. Así las cosas, no resulta insólito que, en la ciencia ficción, hasta
los androides se hayan vuelto paranoicos.
EL PEATÓN de Ray Bradbury
EL PEATÓN de Ray
Bradbury
Entrar en aquel silencio que era
la ciudad a las ocho de una brumosa noche de noviembre, pisar la acera de
cemento y las grietas alquitranadas, y caminar, con las manos en los bolsillos,
a través de los silencios, nada le gustaba más al señor Leonard Mead. Se
detenía en una bocacalle, y miraba a lo largo de las avenidas iluminadas por la
Luna, en las cuatro direcciones, decidiendo qué camino tomar. Pero realmente no
importaba, pues estaba solo en aquel mundo del año 2052, o era como si
estuviese solo. Y una vez que se decidía, caminaba otra vez, lanzando ante él
formas de aire frío, como humo de cigarro.
A veces caminaba durante horas y kilómetros y volvía a su casa a medianoche. Y
pasaba ante casas de ventanas oscuras y parecía como si pasease por un
cementerio; sólo unos débiles resplandores de luz de luciérnaga brillaban a
veces tras las ventanas. Unos repentinos fantasmas grises parecían manifestarse
en las paredes interiores de un cuarto, donde aún no habían cerrado las
cortinas a la noche. O se oían unos murmullos y susurros en un edificio
sepulcral donde aún no habían cerrado una ventana.
El señor Leonard Mead se detenía, estiraba la cabeza, escuchaba, miraba, y
seguía caminando, sin que sus pisadas resonaran en la acera. Durante un tiempo
había pensado ponerse unos botines para pasear de noche, pues entonces los
perros, en intermitentes jaurías, acompañarían su paseo con ladridos al oír el
ruido de los tacos, y se encenderían luces y aparecerían caras, y toda una calle
se sobresaltaría ante el paso de la solitaria figura, él mismo, en las primeras
horas de una noche de noviembre.
En esta noche particular, el señor Mead inició su paseo caminando hacia el
oeste, hacia el mar oculto. Había una agradable escarcha cristalina en el aire,
que le lastimaba la nariz, y sus pulmones eran como un árbol de Navidad. Podía
sentir la luz fría que entraba y salía, y todas las ramas cubiertas de nieve
invisible. El señor Mead escuchaba satisfecho el débil susurro de sus zapatos
blandos en las hojas otoñales, y silbaba quedamente una fría canción entre
dientes, recogiendo ocasionalmente una hoja al pasar, examinando el esqueleto
de su estructura en los raros faroles, oliendo su herrumbrado olor.
-Hola, los de adentro -les murmuraba a todas las casas, de todas las aceras-.
¿Qué hay esta noche en el canal cuatro, el canal siete, el canal nueve? ¿Por
dónde corren los cowboys? ¿No viene ya la caballería de los Estados Unidos por
aquella loma?
La calle era silenciosa y larga y desierta, y sólo su sombra se movía, como la
sombra de un halcón en el campo. Si cerraba los ojos y se quedaba muy quieto,
inmóvil, podía imaginarse en el centro de una llanura, un desierto de Arizona,
invernal y sin vientos, sin ninguna casa en mil kilómetros a la redonda, sin
otra compañía que los cauces secos de los ríos, las calles.
-¿Qué pasa ahora? -les preguntó a las casas, mirando su reloj de pulsera-. Las
ocho y media. ¿Hora de una docena de variados crímenes? ¿Un programa de
adivinanzas? ¿Una revista política? ¿Un comediante que se cae del escenario?
¿Era un murmullo de risas el que venía desde aquella casa a la luz de la luna?
El señor Mead titubeó, y siguió su camino. No se oía nada más. Trastabilló en
un saliente de la acera. El cemento desaparecía ya bajo las hierbas y las
flores. Luego de diez años de caminatas, de noche y de día, en miles de
kilómetros, nunca había encontrado a otra persona que se paseara como él.
Llegó a una parte cubierta de tréboles donde dos carreteras cruzaban la ciudad.
Durante el día se sucedían allí tronadoras oleadas de autos, con un gran
susurro de insectos. Los coches escarabajos corrían hacia lejanas metas
tratando de pasarse unos a otros, exhalando un incienso débil. Pero ahora estas
carreteras eran como arroyos en una seca estación, sólo piedras y luz de luna.
Leonard Mead dobló por una calle lateral hacia su casa. Estaba a una manzana de
su destino cuando un coche solitario apareció de pronto en una esquina y lanzó
sobre él un brillante cono de luz blanca. Leonard Mead se quedó paralizado,
casi como una polilla nocturna, atontado por la luz.
Una voz metálica llamó:
-Quieto. ¡Quédese ahí! ¡No se mueva!
Mead se detuvo.
-¡Arriba las manos!
-Pero...yo no he hecho nada -dijo Mead.
-¡Arriba las manos, o dispararemos!
La policía, por supuesto, pero qué cosa rara e increíble; en una ciudad de tres
millones de habitantes sólo había un coche de policía. ¿No era así? Un año
antes, en 2052, el año de la elección, las fuerzas policiales habían sido
reducidas de tres coches a uno. El crimen disminuía cada vez más; no había
necesidad de policía, salvo este coche solitario que iba y venía por las calles
desiertas.
-¿Su nombre? -dijo el coche de policía con un susurro metálico.
Mead, con la luz del reflector en sus ojos, no podía ver a los hombres.
-Leonard Mead -dijo.
-¡Más alto!
-¡Leonard Mead!
-¿Ocupación o profesión?
-Imagino que ustedes me llamarían un escritor.
-Sin profesión -dijo el coche de policía como si se hablara a sí mismo.
La luz inmovilizaba al señor Mead, como una pieza de museo atravesada por una
aguja.
-Sí, puede ser así -dijo.
No escribía desde hacía años. Ya no vendían libros ni revistas. Todo ocurría
ahora en casa como tumbas, pensó, continuando sus fantasías. Las tumbas, mal
iluminadas por la luz de la televisión, donde la gente estaba como muerta, con
una luz multicolor que les rozaba la cara, pero que nunca los tocaba realmente.
-Sin profesión -dijo la voz de fonógrafo, siseando-. ¿Qué estaba haciendo
afuera?
-Caminando -dijo Leonard Mead.
-¡Caminando!
-Sólo caminando -dijo Mead simplemente, pero sintiendo un frío en la cara.
-¿Caminando, sólo caminando, caminando?
-Sí, señor.
-¿Caminando hacia dónde? ¿Para qué?
-Caminando para tomar aire. Caminando para ver.
-¡Su dirección!
-Calle Saint James, once, sur.
-¿Hay aire en su casa, tiene usted acondicionador de aire, señor Mead?
-Sí.
-¿Y tiene usted televisor?
-No.
-¿No?
Se oyó un suave crujido que era en sí mismo una acusación.
-¿Es usted casado, señor Mead?
-No.
-No es casado -dijo la voz de la policía detrás del rayo brillante.
La luna estaba alta y brillaba entre las estrellas, y las casas eran grises y
silenciosas.
-Nadie me quiere -dijo Leonard Mead con una sonrisa.
-¡No hable si no le preguntan!
Leonard Mead esperó en la noche fría.
-¿Sólo caminando, señor Mead?
-Sí.
-Pero no ha dicho para qué.
-Lo he dicho; para tomar aire, y ver, y caminar simplemente.
-¿Ha hecho esto a menudo?
-Todas las noches durante años.
El coche de policía estaba en el centro de la calle, con su garganta de radio
que zumbaba débilmente.
-Bueno, señor Mead -dijo el coche.
-¿Eso es todo? -preguntó Mead cortésmente.
-Sí -dijo la voz-. Acérquese. -Se oyó un suspiro, un chasquido. La puerta
trasera del coche se abrió de par en par-. Entre.
-Un minuto. ¡No he hecho nada!
-Entre.
-¡Protesto!
-Señor Mead...
Mead entró como un hombre que de pronto se sintiera borracho. Cuando pasó junto
a la ventanilla delantera del coche, miró adentro. Tal como esperaba, no había
nadie en el asiento delantero, nadie en el coche.
-Entre.
Mead se apoyó en la puerta y miró el asiento trasero, que era un pequeño
calabozo, una cárcel en miniatura con barrotes. Olía a antiséptico; olía a
demasiado limpio y duro y metálico. No había allí nada blando.
-Si tuviera una esposa que le sirviera de coartada... -dijo la voz de hierro-.
Pero...
-¿Hacia dónde me llevan?
El coche titubeó, dejó oir un débil y chirriante zumbido, como si en alguna
parte algo estuviese informando, dejando caer tarjetas perforadas bajo ojos
eléctricos.
-Al Centro Psiquiátrico de Investigación de Tendencias Regresivas.
Mead entró. La puerta se cerró con un golpe blando. El coche policía rodó por
las avenidas nocturnas, lanzando adelante sus débiles luces.
Pasaron ante una casa en una calle un momento después. Una casa más en una
ciudad de casas oscuras. Pero en todas las ventanas de esta casa había una
resplandeciente claridad amarilla, rectangular y cálida en la fría oscuridad.
-Mi casa -dijo Leonard Mead.
Nadie le respondió.
El coche corrió por los cauces secos de las calles, alejándose, dejando atrás
las calles desiertas con las aceras desiertas, sin escucharse ningún otro
sonido, ni hubo ningún otro movimiento en todo el resto de la helada noche de
noviembre.
F I N
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