Análisis de VIDA-GARFIO
Título y tema
El título del poema hace
referencia al tema del mismo. El yo lírico quiere aferrarse a la vida,
engancharse a ella, no permitir jamás la situación de la muerte. El “garfio” es
un instrumento de hierro, curvo y puntiagudo, que sirve para aferrar algún objeto,
de esta manera el yo expresa desde su título el deseo de luchar por la vida,
aún en circunstancias tan adversas como la muerte, “la ley severa” a decir de
Quevedo, eso que a todo ser humano nos pasará, y de la cuál no hay lucha
posible del hombre contra ella, siendo esta lucha un tópico de la literatura
universal. La mayor rebeldía del hombre es contra la muerte, y ésta es la que
plantea el yo lírico del poema.
Este yo pretende continuar vivo,
aún después de la muerte, y para eso supone la posibilidad de transformarse en
parte de la naturaleza, sin perder jamás la conciencia que tuvo y tendrá (según
su parecer) eternamente, ni los sentimiento o los sentidos que aún tiene
despiertos en esta vida. El cuerpo material se tranformará, para el yo, de
forma natural, en parte de la naturaleza, pero esta transformación no será
total, dado que seguirá viendo, oyendo, sintiendo con su propia conciencia.
Estructura externa
El poema está estructurado en
cinco estrofas de catorce sílabas cada verso en su mayoría. Existe una
excepción significativa - que se comprende al estudiar la estructura interna – de dos versos que miden siete
sílabas, también llamado pie quebrado.
Su rima es consonante en los
verso dos y cuatro de cada estrofa, dejando el primero y el tercero libre.
Estructura interna
El poema podría dividir, según su
contenido, en tres o tal vez cuatro partes, según lo entienda el lector.
La primera parte estaría formada
por las dos primeras estrofas, y ésta refiere a la vida y se hace hincapié en
las imágenes sensoriales: vista, oído, tacto.
La segunda parte podría estar
formada por la tercera estrofa. En ella, si bien se sigue hablando de la vida,
aparece la muerte y el pie quebrado “más breve. Yo presiento”. Este verso da
paso a otra aparición muy importante que es el “yo”, que si bien ha estado
implícito anteriormente, ahora se explicita.
La tercera parte es la estrofa de
la muerte (la cuarta). Allí los colores refieren a la oscuridad, y la lucha es
lo que la marca.
La última parte sería el pedido,
el resurgimiento de la vida.
De alguna manera esta estructura
interna reproduce el ciclo natural que el yo imagina: la vida, la muerte y la
transformación.
Primera estrofa
AMANTE: no me lleves, si muero al
camposanto.
A flor de tierra abre mi fosa,
junto al riente
alboroto divino de alguna
pajarera
o junto a la encantada charla de
alguna fuente
Este poema tiene una forma
epistolar (estructua de carta), cuyo destinatario es el amante. Es como un
testamento. Tendrá también un pedido que se transforma en un motivo recurrente
(“leit motiv”), “A flor de tierra”, y un pedido final “arrojame semillas”. Todo
esto forma parte del propósito del yo, si esto no se cumple, nada podrá ser
posible, ya que no habrá transformación que le permita volver a ser parte de la
vida.
Este tú lírico (a quien va
dirigido el poema) tiene una particularidad. Ella se refiere a él como “amante”
pero no necesariamente pensando en alguien prohibido socialmente, sino en aquel
que ama, sin ataduras, sin más compromiso que el que la intimidad impone. Es a él
a quien se refiere, porque sólo esa parte de su compañero puede comprender la
importancia del pedido, su amor a la vida. El amante lo comprende, justamente
por su condición de tal, él también ama, sabe lo que significa tal deseo, y
tanto lo sabe que ella deposita en él la capacidad de saltarse todas las normas
sociales, todos los dogmas y las barreras que puede tener después de muerta, el
ser enterrada en un lugar público, sin el concentimiento de las ataduras
legales. Su deseo a seguir viva no es sólo una rebeldía hacia la muerte, sino
una rebeldía hacia todo lo concebido y estipulado por las normas sociales y
legales, es decir hacia lo humano y la humanidad.
Esta rebeldía aparece concentrada
ya en primer verso: “no me lleves si muero al camposanto”. En primer lugar
aparece el condicional “si”, esto sugiere que para el yo lírico existe una
posibilidad de que esto nunca suceda. La muerte es algo inevitable, por lo
tanto aceptar esa posibilidad implicaría pones un “cuando”, sin embargo utiliza
el “si” como una posibilidad de que tal hecho no se realice nunca. Allí aparece
su primera rebeldía.
La segunda aparece planteada en
la palabra “camposanto”, más conocido por cementerio. Sin embargo, nótese que
no usa tal palabra, sino una que proviene del ámbito religioso, lo que nos
lleva a pensar que su rebeldía no sólo es hacia los aspectos legales, dado que
no se puede enterrar en otro lado a un cuerpo muerto, sino que también a los
dogmas religiosos. Si se mira con atención, su posición ante la muerte es sin
duda una rebelión en este aspecto. Las creencias cristianas sostienen que una
vez después de muerto, el alma va a una vida ultraterrena, que no es la actual
llamese cielo o infierno. Sin embargo el yo lírico no pretende tal cosa, sino
quedarse en la vida misma de la que partió, aunque más no sea tranformada en
plantas. La transformación del cuerpo, para el cristianismo, no es más que en
polvo, pero que no tiene conciencia aquí, ya que su alma está en otra parte. El
no querer partir es una forma de heregía para tal creencia.
La muerte sólo se expresa en esta
estrofa en dos palabras: “camposanto” y “fosa”. Sin embargo todo el resto de la
estrofa parece explotar de vida. Esto demuestra el miedo que el yo tiene a tal
circunstancia, tanto que casi no la nombra, no la acepta para sí, y se atreve
hasta considerarla algo imposible para ella.
La metáfora “a flor de tierra” se
tranformará en ese motivo repetitivo durante todo el poema, y su imagen ya
marca la vitalidad que ella quiere. Es necesario que el tú comprenda la importancia
de enterrarla cerca de la superficie, es crucial esta condición, porque le
permitirá al yo subir más rápido, “engancharse” con menos dificultad. Es por
esto que el yo se lo repite insistentemente, porque su desesperación, su
pasión, va creciendo a medida que describe el paisaje que piensa ver y sentir
una vez que logre llegar arriba.
La “fosa” lugar frío, húmedo,
solitario, silencioso, oscuro, es una antítesis de todo lo que vendrá después:
la risa alborotada de la pajarera o la charla de la fuente. Así el primer
sentido que predomina en el poema es el auditivo. El ruido nos recuerda que
existe vida en ese lugar, y eso tranquiliza al hombre. Así el yo lírico utiliza
un encabalgamiento para que ese ruido predomine en la estrofa. En el segundo verso
aparece la palabra “riente” (de risa), el tercer verso “alboroto” y el cuarto
“charla”. Así todo explota en sonido que apabulla el silencio de la fosa. Ese
ruido será ameno, acompañará al yo cuando muera, lo motivará a querer estar
cerca de él.
La primera imagen “riente/
alboroto divino de alguna pajarera” sugiere la libertad, el desorden propio de
la vida; y la palabra “divino” nos acerca al nuevo “dios” que ella está
pensando, entendiendo por esto una nueva concepción del mundo, uno que sea
capaz de permitirle seguir viviendo, aunque más no sea transformada en planta.
Este nuevo dios podría verse como la naturaleza misma, el ciclo vital, que aún
se manifiesta después de la muerte. Si el día muere y vuelve a vivir, si
existen tantos ejemplos de lo cíclico en la naturaleza, ¿por qué no pensar que
el hombre también puede vivir eso después de muerto?
La segunda imagen también tiene
algo de esa divinidad dado que utiliza la palabra “encantada” que sugiere el
proceso mágico de esa fuente. Si así pensaramos que quien habla es la fuente
por medio de este artilugio mágico, entonces estaríamos frente a una
personificación. Y el sonido del agua le recordadaría al yo lírico el tiempo
que trancurre y está en permanente movimiento, así como vuelve a ser utilizado
por la misma fuente. Una vez más la idea de lo cíclico. Si pensaramos que quien
habla no es la fuente, sino los enamorados que se sientan a su vera a
conversar, pero que el yo escucha como si fuera la fuente, estaríamos frente a
una metonimia (transposición de sentido, cuyas palabras transpuestas tienen una
relación de contigüidad), y esta le recuerda algo también importante: el amor.
La palabra “charla” no sólo se
contrapone a el silencio de la fosa, sino también a la compañía, ya que esta no
implica una conversación seria o profunda, sino algo que se usa para amenizar,
divertirse, no sentirse solo.
Segunda estrofa
A flor de tierra, amante. Casi
sobre la tierra,
donde el sol me caliente los
huesos, y mis ojos,
alargados en tallos, suban a ver
de nuevo
la lámpara salvaje de los ocasos
rojos.
Una vez más repite “a flor de
tierra” y menciona al tú lírico, parando el verso con una cesura de forma que
su pasión se remarque. Es importante, es imperioso, es necesario que no olvide
ese detalle: cerca de la superficie necesita ser enterrada, aunque no se anime
nunca a pronunciar esa palabra. Y lo repite “casi sobre la tierra” para que no
queden dudas, para que comprenda su pasión por continuar viva, para que todo su
ser pueda seguir sintiendo la vida en toda su plenitud. Ella imagina seguir
oyendo, seguir sintiendo el sol, el aire, el viento, incluso seguir pudiendo
ver el ocaso.
Esta imagen táctil “el sol me
caliente los huesos” encierra en si mismo una antítesis. El sol, fuente de
vida, dará su calor, su vida a los huesos, símbolo de muerte.
Sus ojos, ahora transformados en
tallos, podrán ver el atardecer. La expresión “a ver de nuevo” sugiere, una vez
más la idea de lo cíclico. Ahora ella podrá hacerlo de nuevo, aunque no sea en
la forma humana, pero tal espectáculo seguirá siendo parte del deleite de la
vida.
Es interesante notar que ella
parece revivir en el momento en que el sol “muere”; de esta forma se completa
la idea del ciclo.
La metáfora “lámpara salvaje”
sugiere esa lentitud con el sol cae, ya que está sugiriendo la lámpara de
aceite, cuya llama se apaga lentamente. A su vez, el adjetivo “salvaje” nos
hace pensar en lo inalterable para el hombre, aquello que él no puede modificar
o domesticar. De la misma manera nadie podrá oponerse a su deseo de continuar
vida, que será tan salvaje como ese sol con el que se identifica, porque ambos
son naturales, y nadie podrá quebrantar sus voluntades.
Tercera estrofa
A flor de tierra, amante. Que el
tránsito así sea
más breve. Yo presiento
la lucha de mi carne por volver
hacia arriba,
por sentir en sus átomos la
frescura del viento.
Una vez más repite la estructura
planteada en la estrofa anterior, con su correspondiente cesura, pero ahora el
encabalgamiento (la idea que se continúa en el verso siguiente) y una nueva
cesura en el segundo verso, rompe el ritmo del verso y lo acompasa al sentir
del yo lírico y a su contenido. Así como ella quiere que su pasaje de la muerte
a la vida sea breve, de la misma manera el verso se vuelve “más breve”, a la
vez que lo explicita. Forma y contenido no se diferencian en estos versos.
Aparece el yo lírico por primera
vez de forma clara. Esta es su primera aparición de otras que vendrán en las
sucesivas estrofas. Si se observa el verbo que acompaña al yo, podremos ver
como éste se va afirmando en su convicción de querer salir. Cada verbo implica
una certeza nueva, una voluntad, hasta llegar a la acción misma. Pasa de un
débil “presiento”, a un “sé” en la siguiente estrofa, dando la pauta de una
afirmación de su voluntad; luego un “quiero”, expresión de deseo que sólo puede
aparecer después de que este yo está decidido; y por último un “subiré”, la
acción como triunfo, como seguridad absoluta e incuestionable.
En esta estrofa de transición
aparece la muerte, en la idea del “tránsito más breve” y la imagen vital del
viento. Aparece, también, el principio de la lucha. Nada la detendrá, ni la
propia muerte. Su ánimo es no permitir que nada la venza. La lucha no será de
sus sentidos, porque estos nunca dejan la vida que quiere recuperar, sino de su
“carne”, de su cuerpo, porque es a través de él que nuestros sentidos se de
despiertan. La mente procesa lo que el cuerpo siente, por lo tanto sin él es
imposible continuar vivo, por más que nuestra conciencia esté despierta. Por
ello es que el yo necesita esta transformación de su cuerpo.
Una vez más aparece la expresión
que “volver”, que sugiere el proceso cíclico. Y una vez más, este subir implica
la búsqueda de la altitud, símbolo de lo divino, de lo ideal. Esta divinidad
está en la vida, en la tierra y no en el cielo.
La imagen de la vida se
manifiesta otra vez a través de la antítesis: “por sentir en mis átomos la
frescura del viento”, siendo los átomos representación de su cuerpo muerto, y
el viento fresco representación de la vida, en movimiento, transportadora de la
vida. Es interesante reparar que los átomos son la parte más pequeña de la
materia, y esto implica que hasta en ellas quiere ella sentir la vida en
movimiento, ya no le alcanza que el sol caliente los huesos, espera que la vida
llegue más profundo.
Cuarta estrofa
Yo sé que acaso nunca allá abajo
mis manos
podrán estarse quietas.
Que siempre como topos arañarán
la tierra
en medio de las sombras
estrujadas y prietas.
Esta es la única estrofa referida
enteramente a la instancia de la muerte, sin embargo ni aún así ella la concibe
totalmente, ya que no se quedará quieta jamás. Si la muerte implica quietud,
ella se antepone a eso con el movimiento constante y desesperado de sus manos.
La imagen resulta inquietante si pensamos que ella parece estar enterrada viva,
ya que su conciencia nunca morirá.
La desesperación del yo lírico se
expresa también en la forma que está planteado el verso. Las palabras “acaso”,
“nunca”, “allá”, “abajo” son adverbios. Los adverbios son palabras que no
permiten variación de género ni de número, por lo tanto son palabras rígidas,
como si fueran pequeñas palas removiendo el verso. A su vez estas palabras le
dan al verso un ritmo constante y fuerte. Todo esto se relaciona perfectamente
con el movimiento de sus manos, desesperadas, constantes y movidas por la
voluntad tesonera de salir a la superficie, de no estar demasiado en ese estado
bajo tierra. Es por eso también que el yo lírico corta el segundo verso. Poco
estarán sus manos allí, su deseo es que no estén nada.
La estrofa termina con un símil
(una comparación extensa) con los topos. Así como los topos buscan la
superficie porfiadamente entre las sombras de la tierra, de la misma manera sus
manos se moverán sabiendo, instintivamente
dónde está esa superficie.
Una vez más el verbo “arañarán”
muestran su desesperación. Nada la detendrá, ni siquiera las sombras
“estrujadas y prietas”. Es interesante ver cómo esas sombras adquieren un
cuerpo al llamarlas “estrujadas”, parecen apretarla, ahogarla más aún y por lo
tanto desesperarla, así como motivarla a que salga rápidamente de este estado.
Quinta estrofa
Arrójame semillas. Yo quiero que
se enraícen
en la greda amarilla de mis
huesos menguados.
¡Por la parda escalera de las
raíces vivas
yo subiré a mirarte en los lirios
morados!
La última estrofa irrumpe en el
poema con el pedido, “arrójame semillas”. El verbo en modo imperativo se
transforma en una orden, un ruego desesperado, una ayuda más que el amante debe
cumplir para ayudarla a resurgir de la muerte. Las semillas son una metáfora de
esa vida en la que quiere transformarse, ya que no existe otra forma de ganarle
a la muerte. Las semillas son vida en potencia, vida latente, son la
posibilidad de hacer más fácil su continuidad en la vida. Estas semillas van a
enraizarse en sus “huesos menguados”. Una vez más la vida tomará a la muerte
para transformarla en vida. Una vez más la antítesis. Esos huesos que estarán
débiles, casi desintegrados, se mezclarán en la tierra y servirán para que las
semillas creen raíces. La “greda amarilla” no es otra cosa que la tierra fértil
de la que ella quiere formar parte.
Una vez más, como en las otras
estrofas, los colores, expresión de la vida, irrumpen en la estrofa: el verde
de las plantas, la tierra amarilla, el blanco de los huesos, el pardo de las
raíces y el morado de los lirios. Todo será uno solo de forma natural, como la
pintura que la naturaleza despliega ante nuestros ojos.
Los últimos dos versos entre
signos de exclamación muestran el sentir apasionado e íntimo del yo lírico. Las
raíces serán escaleras para el yo (metáfora), lo que implica un esfuerzo de
parte de ella, no sólo de remover la tierra para estar arriba, sino de subir a
la superficie tan sólo para verlo a él. Esto aparece casi como en un susurro al
final del poema “mirarte”. El amor hacia el amante como motivación no había
aparecido tan claro hasta este momento. Tampoco será lo fundamental, pero sí
una parte importante de su travesía. Es que el amor hacia él es parte de ese
amor a la vida. Decirlo al final, casi como escondido en el poema, es una forma
tierna de descubrir su sentir por él, y uno de los deseos más importantes para
continuar en esta vida. Una forma de no abandonarlo nunca. La flor de los
lirios, de por sí sugiere la forma del ojo pintado. Así ella nunca dejará de
estar con él, ni en la vida misma.
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