Comentario “Canto a Mí Mismo”
Tal vez sea cierto, como pensó alguna vez León Felipe,
que los grandes poetas no tienen biografía, tienen un destino que se expresa en
su canto. El mismo Whitman escribió en sus Cantos de Adiós: “camarada, esto no
es un libro, quien vuelve sus hojas toca un hombre”, es decir, quien vuelve sus
hojas se las ve con un destino. Y el destino es una cosa harto difícil y
reveladora, la única que –llegado el momento de las definiciones- puede
mostrarnos cómo se trasciende la existencia, sin dejar de ser mortal por un
segundo.
En Canto a Mí Mismo, un hombre pone su destino en la
mesa y nos dice: “Yo soy el que riega las raíces de todo lo que crece, y la
prueba de quién soy la llevo yo en mi rostro; lo que diga sobre mí, debes tú
señalarlo como tuyo, porque sólo lo que nadie puede negar existe”. Ese hombre,
Walt Whitman (1819-1892), y su destino, llegan a confundirse tanto que éste
siempre es aquél, y ambos somos nosotros mismos, porque, a la larga, lo que
constituye este poemario es una declaración de todo lo que vive.
Parte fundamental de sus Hojas de Hierba (1855), el
Canto a Mí Mismo tiene, sin embargo, una vitalidad propia, un sello distintivo.
En él está latente el Whitman más profético y visionario; cada uno de sus
cincuenta y dos poemas están atravesados por el ímpetu de la revelación; no en
vano en uno de ellos el poeta nos señala: “acostúmbrate ya al resplandor de la
luz”, acostúmbrate y vive todas estas cosas que son nuevas –el aire, la mañana,
la mujer y el niño-, porque aun cuando han estado aquí desde hace tanto tiempo,
apenas si hemos empezado a descubrirlas.
Como Baudelaire y sus Flores del Mal, Walt Whitman fue
poeta de un solo libro; sus Hojas de Hierba se fueron ampliando con el paso de
las ediciones hasta alcanzar las quinientas páginas. También se le persiguió,
como al francés, unas veces por su sexualidad, otras por su errancia, pero he
aquí que a casi dos siglos de su nacimiento, pocas figuras han alcanzado para
la poesía estadounidense la gloria de un estilo inconfundible como el suyo, y
es que el “padre del verso libre” –como con frecuencia se le llama-, ha tomado
para sí aquello de que un escritor verdaderamente original, no crea escuela,
más bien se hace inimitable.
No podría afirmarse de qué trata en concreto el Canto
a Mí Mismo; por él transita todo: la tierra, los animales, el universo cósmico,
los más soterrados sentimientos, la libertad y el egoísmo, cada uno de los
dioses, toda la cartografía que vienen construyendo los especialistas. Antes de
empezar la primera línea, Whitman echó la cabeza hacia atrás para cerciorarse
de que no faltase nada, y nada se quedó por fuera. Por ello su libro es casi un
evangelio: no comporta una doctrina, pero instaura lo nuevo, confidencia lo
desconocido, y abre un camino que habrá de construir quien decida oírlo.
Dentro del poemario hay muchas fuerzas; relámpagos que
van y vienen en todas direcciones, hacia arriba y hacia abajo, hacia afuera y
hacia adentro; y hay dos o tres centros en donde orbitan los poemas: la
comunión con la naturaleza, la llamada mítica, y la constitución de la
heroicidad. Quisiera invitar a los lectores a acercarnos a estos tres puntos,
con el ánimo de dimensionar el sentido que pulula a lo largo de las páginas.
De cada uno y de todos sale esta canción
Por su título, es posible pensar que Canto a Mí Mismo
está concebido desde una perspectiva egocéntrica y ostentosa. Mas, esto
constituiría un error de base, puesto que lo que busca Whitman es aprehender
toda la naturaleza para expresarla por su boca y, por ende, lo que resulta de
este ejercicio, necesariamente, tiene que dar cuenta de toda ella. En otras
palabras, cuando Whitman afirma que este es su canto, está queriendo señalar
que también es nuestro canto, porque habla por todos y por todo. De esta forma
lo expresa en el primer verso del poema 1:
“Me celebro y me canto a mí mismo.
Y lo que yo diga ahora de mí, lo digo de ti,
porque lo que yo tengo lo tienes tú
y cada átomo de mi cuerpo es tuyo también” (Pág. 25)
Este verso es algo así como una declaración de
principio: si lo que dice Whitman sobre sí no vale para todos, entonces no
sirve en absoluto. El poeta estará volviendo sobre esta idea muchas veces, e
insistiendo en que el origen y horizonte de su canto es múltiple y nunca
individual. Ahora bien, de lo anterior se desprende una consecuencia
importante: sobre el Canto a Mí Mismoy, en general, sobre la poesía de Walt
Whitman, ya no sólo cabrá lo bello, lo laudable, lo que es digno de nuestro
respeto, sino también lo corrupto, lo secreto y hasta lo miserable.
Fueron, precisamente, estas nuevas posibilidades que
se abrieron para su poesía, las que le acarrearon después tantas denuncias por
libertinaje, obscenidad y rebeldía. Sin embargo, lo que no se hace explícito
para defender a Whitman de ese juicio histórico es que el erigir una obra en
donde quepa por igual lo malo y lo bueno, el verdugo y la víctima, etcétera, no
obedece a una búsqueda conciente de ser obsceno o rebelde, sino a la amplitud
que alcanza el humanismo del autor; mejor dicho, si algunos encuentran en Canto
a Mí Mismo cosas que les pone la piel de gallina, siempre se debe más a un
falso pudor que al interés del poeta por verse “maldito” y, sobretodo, más a
una hipocresía que quiere perpetuarse que a un pensamiento como el de Whitman
que, a pesar de todas los caracteres y adversidades, no desconoce jamás a su
prójimo.
A lo que quiero apuntar es al hecho de que este
poemario está escrito por un humanista, alguien que asegura que hablará sobre
él mismo, pero tiene la certeza de que no podrá hacerlo dejándonos a un lado,
porque lo que es él también lo somos nosotros, y nosotros somos los perversos,
los amigos, los cretinos, los que lían a las prostitutas, los que juegan
calladamente y sacan el mejor provecho, los que juzgaron al negro y también el
negro juzgado, el criminal y el violador y, por supuesto, también quienes
fueron las víctimas y los violados.
En términos generales, lo que opera aquí es un juego
de virtualidad al modo en que un siglo después lo teorizaría Sartre: lo que es
un hombre en particular, lo que tiene éste de bueno o de malo, es lo que es el
hombre en un sentido amplio, y esto es así porque un hombre concreto expresa a
través de sí la virtualidad de lo humano, nuestras potencialidades, esto es, el
criminal a quien se juzga por un homicidio o el loco que trastabilla por la
calle nos están diciendo con sus actos: soy lo que ustedes son en potencia,
asesinos y locos disfrazados.
Whitman piensa que la poesía debe abarcarlo todo; por
tal razón, Canto a Mí Mismo no tiene distinción de sexo, credo, edades,
sabiduría o costumbres; bebe en el campo al llegar el crepúsculo, y en la
ciudad cuando retrocede la aurora; habla de los animales de los bosques, y de
las rutinas de los obreros; en últimas, quiere tocar, aunque sea por un
instante, la totalidad de lo que existe. Así se descubre en los poemas 7 y 43:
“Muero con el moribundo
y nazco con el niño que recogen los pañales.
Yo no soy sólo esto que se alarga entre mi sobrero y
mis zapatos.
Mira atentamente la pluralidad del universo:
nada es igual y todo es bueno.
Buena es la tierra,
buenos los astros….
y las estrellas subalternas también” (Pág. 36)
“Yo no sé lo que aún no hemos sufrido y lo que aún nos
aguarda más allá,
pero sé que llegará de una manera inexorable.
Nos tendrá en cuenta a todos:
a los que pasan corriendo
y a los que se quedan sentados.
No se olvidará de ninguno” (Pág. 107)
Restará decir que el canto de Whitman es universal, no
sólo porque en él caben los hombres y sus actos, sino también porque se ocupa
de hablar por el animal y lo que hace, por los minerales que desdicen los
discursos de geólogos, por la noche y su perfecto equilibrio con el día, y por
la muerte que, si bien ineluctable, sólo está entre nosotros para recordarnos
que hay vida.
La llamada mítica
Whitman quiere decir por él y por nosotros “que la
muerte no existe, que el mundo no es un caos, que es forma, unidad, plan, vida
eterna, alegría”, pero cómo puede hacerlo sin filtrar sus palabras a través de
lo profético. Canto a Mí Mismo nos muestra la dimensión más visionaria de Walt
Whitman, y el motivo que viene a argumentar este hecho es el siguiente: revelar
un mundo, toda una naturaleza, y hacer el inventario de sus grandes
fundamentos, requiere de un lenguaje que nos remonte a lo mítico.
Es cierto que el poeta no ha venido a fundar dogmas,
ni a llevar a ninguno de la mano. Su objetivo es menos cruel, quiere hablarnos
de las cosas, pero como estas cosas parecen renacer merced a su palabra, se nos
presentan siempre como nuevas. Whitman escribe estas páginas como si se tratase
de una apóstol y, sin embargo, como casi todo a lo que ellas se refieren ya
hace parte de nuestra existencia, no tiene la impronta de una creación per se,
sino la sorpresa de quien quita las máscaras que nos impiden ver en lo
profundo. Escuchémosle:
“Quédate hoy conmigo,
vive conmigo un día y una noche
y te mostraré el origen de todos los poemas.
Tendrás entonces todo cuanto hay de grande en la
Tierra y en el Sol
(existen además millones de soles más allá)
y nada tomarás ya nunca de segunda ni de tercera mano,
ni mirarás más por los ojos de los muertos,
ni te nutrirás con el espectro de los libros.
Tampoco contemplarás el mundo con mis ojos
ni tomarás las cosas de mis manos.
Aprenderás a escuchar en todas direcciones
y dejarás que la esencia del Universo se filtre por tu
ser” (Pág. 28)
Ante un lenguaje de este calibre, el lector comprende
que aquello que tiene para decirnos el poeta sobrepasa cualquier deducción
lógica. Hablar sobre la verdad o sobre la existencia, como lo hace Whitman, es
sumergirse en una rica urdimbre mítica, en donde lo dado pierde el carácter y
se rellena de una nueva sustancia que prescinde de las palabras. “Escribiendo y
hablando no se me prueba”, dice el autor; es decir, y tal como afirmó Pavese,
una revelación no puede deducirse de palabras, puesto que es algo que nos
inunda con su simple presencia.
Hay dos aspectos más en esta llamada mítica a ver el
universo como nuevo. El primero tiene que ver con que el tiempo en donde se
realiza la experiencia no es el pasado y tampoco es el futuro, siempre es un
presente inmediato. En el aquí y ahora empieza y termina todo lo que puedo
comprender, en él se encuentra la única oportunidad de perfección que todos
poseemos; nada existe por fuera de esto que vivimos, no hay algún infierno
distinto al que ahora experimentamos, ni mayores vejez o juventud. Luego
veremos que la ubicación de lo que nos dice Whitman en el presente es, ante
todo, un llamado a la heroicidad, un remojón para apercibirnos de que estamos
siendo, y no hay nada más falso que aquello que fuimos o seremos.
El otro aspecto importante de la llamada que nos llega
de Canto a Mí Mismocorresponde a un juego muy bien trabajado entre lo sagrado y
lo profano o, más exactamente, entre sacralizar y desacralizar. Por un lado,
está claro que tanto en lo formal como en el contenido Whitman utiliza lo
profético y lo sagrado, pero, por otro, no es menos verdad que por sus páginas
siempre están cayendo las ruinas de viejos paradigmas, considerados por muchos
como sagrados.
Por ejemplo, en el poema 24 declara abiertamente:
“esta cabeza mía vale más que las iglesias, las biblias y los credos”; en el
41: “lo sobrenatural no existe, llegará un día en que yo haga prodigios, ahora
mismo soy un creador”, y aún en el 21 –un poco con dejo nietzscheano-: “canto
la canción del crecimiento y el orgullo (ya nos hemos arrastrado y escondido
bastante)”. ¡Un hereje!, sentenciarían los cristianos; ¡blasfemia!, el católico
ortodoxo. Pero, sin duda, el verdadero perfil iconoclasta de Walt Whitman no
está en estas líneas desperdigadas por sus poemas, sino en el sacralizar lo
mundano, o sea, en atribuirle un sentido hierático. El tacto, un animal que
pasa, el solo placer que nos provoca la belleza de lo artificial, son dignos de
expresar también eso que podríamos considerar sacro:
“(He oído cuanto se ha dicho sobre el universo,
todo cuanto se ha dicho desde hace miles de años,
y no está mal hasta ahora… pero ¿es eso bastante?)
Vengo a darme a todos
y a engrandecer a todos.
A pisarle la oferta al ganguero
y a pujar, desde el principio, más alto que ninguno en
la subasta” (Pág. 99)
Por ahí dicen que toda creación implica algo que se
destruye, y quizá así pueda entenderse mejor esta tensión en la obra de Whitman
entre lo sagrado que empieza a caer bajo la fuerza de nuevas revelaciones, y lo
profano que se considera este advenimiento hasta el momento en que se acepte
como nuevo paradigma. Sea como fuere, debemos a Canto a Mí Mismo una de las más
logradas elucubraciones de este tipo que se han hecho en la poesía americana.
La heroicidad del hombre común
“Los infinitos héroes desconocidos valen tanto como
los héroes más grandes de la historia”; y, para cantar a ellos, se levanta Walt
Whitman. “Las batallas se pierden con el mismo espíritu con que se ganan”; y
por ello, para los derrotados también es su canción. Si todo conjura para
nombrar lo que miramos y vivimos, todo esto que ocurre frente a nuestros ojos,
si hasta advertimos en sus dobleces revelaciones de tenor sagrado, ¿por qué
razón, entonces, no podríamos celebrar el hombre cotidiano? Si lo mundano
empieza a ser profético y sublime, ¿cómo ignorar a ese hombre corriente que es
su máxima expresión?
El primer paso en esta carrera que emprende Whitman para
mostrar nuestra heroicidad es reconciliarnos con el resto de la naturaleza. De
muy lejos, de tiempos inmemoriales, se nos acerca esta sentencia: no hemos de
sentirnos arrojados, porque mirando hacia atrás por un momento se descubren los
cientos de sucesos que nos precedieron para hacer posible nuestra aparición:
“Antes de que mi madre me pariese,
generaciones me condujeron.
Mi embrión nunca ha estado dormido ni enterrado.
Por él, la nebulosa se cuajó en una estrella,
y para que en ellos descansase
se apiñaron los enormes y lentos estratos geológicos.
Árboles inmensos le dieron su sustento
y saurios monstruosos lo transportaron en sus fauces y
lo depositaron con cuidado.
Todas las fuerzas del universo
han trabajado sin descanso y obedientes para
completarme y deleitarme…
Y ahora estoy aquí ¡Miradme!
en este sitio,
con mi alma robusta y vigorosa (Pág. 110)
Para estar aquí, en este presente mítico que nos
revela el justo tamaño de las cosas, fueron necesarias miles de estaciones. No
nos quedaremos en ellas, por supuesto, ese sería un craso error, pero las
tendremos en cuenta para no perder de vista que aquel granjero que siega su
cultivo, y este otro que en la tarde cerrará un negocio, y la vaca que pace en
la montaña inamovible, no son productos fortuitos, sino la magia misma de todo
lo que existe; lo tendremos presente para no olvidarnos de todo lo que nos
acerca a ellos, todo lo que compartimos y que a manos llenas es asombroso.
Reconciliado con la naturaleza, el héroe –cree
Whitman- debe expandir todos sus sentidos: el tacto de “colmillos puntiagudos”,
la vista que llega a lontananza, el oído que percibe el rumiar de lo viviente,
la nariz que absorbe los aromas, y el paladar que gusta lo agrio y lo dulce
alternativos. Entonces, y sólo entonces, podrán comprenderse a cabalidad las
palabras del poeta. Whitman desea pasar con nosotros un día y una noche, para
luego continuar con su camino; vendrá a hablarnos como “el hombre que se
despoja de los estorbos al iniciar un viaje”, y le recordaremos porque aunque
nos enseña a huir de él ¿quién puede hacerlo?
¿Pero, por qué aquel que acepta el Canto a Mí Mismo es
un héroe? Es fácil: quien aprende por fuerza propia a descubrir el resplandor,
y una vez descubierto entra en armonía con él, se llena de orgullo, y ese
orgullo lo impulsa a defender todo lo que le concierne: lucha y sufre como un
héroe su vida cotidiana, sabiendo que por fuera de ella no existe algo más
grande, y que es tan magnífica y fútil como la de todos los demás. Tendrá
conciencia de su trasegar, aunque no comprenda muchas de las cosas, pero
siempre estará dispuesto a disfrutar de los placeres que se ofrecen, y a
ponerse del lado de quien lo necesita:
“Comprendo el gran corazón de los héroes.
El valor de hoy
y el valor de todos los tiempos (…)
porque yo soy el hombre que sufrió y que estuvo allí.
Siento el orgullo y la serenidad de los mártires.
Siento a la madre que ayer fue quemada en la hoguera
por hereje, ante la mirada de sus hijos;
y al esclavo perseguido como un zorro por los perros;
lo siento vencido,
apoyado en la cerca,
sin aliento,
sudoroso…
Siento las punzadas de su corazón,
sus piernas dobladas,
su cuello caído sobre el pecho
y los balazos asesinos.
Todo esto lo siento y lo sufro.
Yo soy todo esto” (Pág. 85)
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Canto a Mí Mismo es la perfecta conjunción entre
poesía y revelación. Breve pero prodigioso, Whitman puso en él todas las cosas
de las que es posible enterarse en el mundo.
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