INFORMACIÓN SOBRE EL
QUIJOTE
EL BARROCO
Se llama Barroco al
período que sucede al Renacimiento en el siglo XVII.
En el Renacimiento el
hombre es el centro del mundo, sin dejar de sentir que es la obra maestra de
Dios. En este período renace la cultura grecolatina, por eso se imitan a los
clásicos porque ellos encarnan la belleza suprema. El arte debe agradar,
procurar un placer. Esto se consigue con la sencillez, la claridad, el
equilibrio. El Renacimiento coincide con los grandes descubrimientos y con la
Reforma Protestante.
La palabra Barroco tiene
dos posibles orígenes: uno es el de una forma de silogismo. El silogismo es la
disciplina del razonamiento que sistematizó Aristóteles. La forma que se
presume puede haber surgido este nombre era la más complicada. Otro posible
origen es “baroco”, esta es una perla de agua fría que mantiene una forma
irregular. De alguna forma esta figura de la perla irregular bien se condice
con este período en el que el preciosismo se hace costumbre, y todo se recarga
de rebusques trantando de que no existan espacios vacíos, sin importar cuan
regular quede la figura. Esta es una época de desequilibrio.
El Barroco sigue
creyendo en el hombre, pero ya no es solamente obra maestra de Dios. Ahora en
el hombre se agitan el Cielo y el Infierno. Por eso el espacio en las obras
barrocas se expande, ahora ya no hay plano, sino posibilidades de representar
otras dimensiones, como por ejemplo los espejos, o las escaleras, o ficciones
dentro de ficciones que multipliquen los espacios, haciendo espacios infinitos.
El hombre Barroco siente el desengaño del mundo, percibe el vacío interior de
un hombre que se siente más cerca de la muerte que de la vida. En el arte está
lejos de la simplicidad, se vuelve extremadamente complejo, se vuelve sobre sí
mismo, tiende al contraste, al dinamismo, a la exageración, a la riqueza de
figuras y al desborde ornamental, a la artificiosidad desbordada.
Tanto el conceptismo
como el culteranismo han sido movimientos barrocos complejos que surgieron en
la época. El conceptismo fue manejado por Quevedo. Se trataba de llegar al
concepto de las cosas a partir de figuras sobrias pero profundas, esenciales y
condensadas. Si bien había complejidad en la figura, esta estaba en función de
un concepto que era esencial. Mientras que el culteranismo, apoyado por
Góngora, se deleita en los elementos artificiosos y preciosistas. No se trata
de hacer poesía para el vulgo, sino de llenarla de elementos cultos, con
expresiones o mitos extranjeros, si fueran latín, mejor que no fuera accesible
fácilmente. Es una poesía hermética y con figuras rebuscada y hasta osadas, en
algunos casos.
LAS
NOVELAS DE CABALLERÍA Y LA PARODIA
De la poesía épica
medieval y de los romances heroicos nacen las novelas de caballería en prosa.
Este tipo de novelas cuenta las hazañas fantásticas de héroes inventados, no
históricos ni legendarios. Estas novelas se hacen inmediatamente populares y
seducen al pueblo de forma que se evadan de la realidad.
La novela de Cervantes
se trata de parodiar a las novelas de caballería. La parodia es una forma
artística por la cual, tomando los mecanismos del objeto parodiado, y sus
procedimientos estilísticos, se busca burlar a dicho objeto, provocar comicidad
e irreverencia.
Uno de los reproches que
Cervantes hace a estas novelas es la falta de ejemplaridad, ya que éstas sólo
buscan deleitar y no enseñar, su forma es disparatada y tienen el único
propósito de evadir al lector. Otro de los reproche es la falta de
historicidad. Frente a hazañas como las del Cid, las hazañas de las novelas de
caballería son absolutamente sobre naturales.
Estas novelas tenían la
costumbre de citar fuentes ficticias que dieran aspecto de verdad a sus
historias alocadas. Estas fuentes a veces eran tomadas como verdaderas por
algunos lectores ingenuos. De la misma manera, y parodiando este procedimiento,
Cervantes inventa a Cide Hamete Benengeli, historiador arábigo y manchego que
permitió con sus escritos continuar la historia de Don Quijote.
Otro de los
procedimientos que Cervantes imita parodiando es la falta de unidad interior
que tenían las novelas de caballería, así nuestro autor incluirá novelas
enteras dentro de la novela, y llegará a complicar la situación, dejando hasta
trunco algunos episodios.
La artificiosidad del
estilo también es uno de los defectos parodiados por Cervantes. Y para ello
jugará con el lenguaje en el habla de Don Quijote que intentará imitar siempre
el decir de los caballeros que admira.
TÍTULO
Desde el título se puede
ver el tema central de la novela. Cervantes llamó a su obra: “El ingenioso
hidalgo don Quijote de la Mancha”. Vemos en su título la transformación del
hidalgo en el personaje de ficción que él quiere ser: Hidalgo/Don Quijote. Es
esta transformación el tema central. Un hidalgo es el título de nobleza más
bajo, es un “hijo de algo”, pero es a través de su ingenio que se transformará
en “don”, título que estaba reservado a los caballeros o a mayor alcurnia. Si
tenemos presente la palabra “ingenio” veremos que esto es el don de invención,
la posibilidad de crear mundos de ilusión.
Así que pasa de hidalgo
a Don, y pasa de alguien sin un nombre claro, tal vez Quijana a Quijote. Pero
pasa de un nombre que no merece ser mencionado a uno que se inventa a partir de
ese nombre que no merece conocerse claramente. Se toma algo de su persona y se
la transforma, se la sublima, manteniendo la raíz de la palabra y cambiando el
final de ella. De la misma manera, este personaje mantendrá la esencia de su
ser, y cambiará el final de su historia. Esta parece ser la clave de la mirada
del personaje: la realidad tosca, vulgar, mediocre puede ser transformada por
la mirada, en una realidad digna, bella, sublimada dependiendo de cómo se haga.
Y también la lectura contraria es posible: en una realidad sublime, embellecida,
digan, existe siempre algo de mediocridad que la sostiene. Pero esta lectura,
sin duda, no es la que tiene nuestro personaje, sino la que puede hacer
cualquier lector dado los campos que la obra abre.
ESTRUCTURA
La novela está
estructurada en dos grandes partes: hay dos Quijotes, que incluso fueron
publicados con diez años de diferencia.
En el primer Quijote
tenemos dos salidas del personaje. Una muy corta que llega hasta el capítulo V
y la otra que va hasta el final del primer libro. En este primer Quijote
tenemos un personaje que cree en la realidad que inventa y que busca hazañas
con que poder alagar a su Dulcinea del Toboso. El personaje confía en su
creación, es optimista, siendo Sancho quien cumple la función de presentarle la
realidad, a la que él considera transformada por encantadores que sólo quieren
su mal.
En el segundo Quijote
tenemos la última salida del personaje. Ahora tendrá otras motivaciones, dado
que Sancho encanta a Dulcinea en el capítulo X. A partir de allí, el Quijote
andará sólo para desencantar a Dulcinea. En esa gran aventura, vive
innumerables aventuras. Ya el personaje se muestra más desconfiado. No está tan
seguro de la presencia de los encantadores, e intenta creer en su creación, que
se le ha ido de las manos.
Primera parte:
Presentación del hidalgo
(Análisis del Capítulo
I)
Trabajo realizado por la
Prof. Paola De Nigris
Ubicación de la obra:
Como los grandes
clásicos no podemos ubicar fácilmente esta obra en una corriente literaria o en
un solo período porque excede a su tiempo. Hay en la obra elementos
renacentistas, como ser un personaje que sale a buscar nuevos horizontes. Hay
elementos barrocos, como ser en la segunda parte, los duques que manipulan y se
divierten con la fantasía del personaje. Hay elementos manieristas, como ser la
duda permanente que el texto platea (¿está loco o no?).
El uso del lenguaje, la
falta de certezas, la multiplicación de planos que la obra plantea nos acerca a
un texto complejo de analizar.
Tema:
Es precisamente la
multiplicación de planos y la falta de certezas la que nos muestra el tema de
la obra: el perspectivismo. Nada es claro. Todo depende del lugar en que se
mire. Así todo será relativo. La bacía de barbero también puede ser el “yelmo
de Mambrino” dependiendo de quién mire, sea Sancho, sea el Quijote. Así
cualquier situación que se plantea puede ser vista de diferentes formas,
dependiendo de quién “las lea”. Esa es la clave de la obra. La venta puede ser
castillo; las prostitutas, doñas; y los molinos, gigantes. Es la mirada la que
da significado a lo que se ve. Y eso nos puede parecer loco, pero también es
profundamente humano; la mayor parte de las veces necesitamos dar significados
diferentes a las cosas para sobrellevar la frustración o la mediocridad de lo
cotidiano.
Título:
El título de la obra
plantea una contradicción. El “hidalgo” es un título de nobleza que representa
a una casta guerrera que está venida a menos. Eran “hijos de algo” y ese “algo”
eran los caballeros de la plena Edad Media. Pero en el título, la palabra
“hidalgo” está asociada a “Don” siendo este un título de nobleza de mayor
jerarquía. Así se nos presenta la contradicción ¿hidalgo o Don? Precisamente
las dos, porque son caras de una misma moneda. Es un hidalgo que elige verse
como Don, que es lo que aspira a ser, o lo cree ser por simple hecho de
llamarse así. Veamos que el título también incluye la palabra “ingenioso” que
es un proceso mental por el cual se inventa algo nuevo, así es este proceso
mental lo que crea la nueva realidad. Pero tengamos presente que no parte de
cualquier lugar, sino parte de su misma condición, y por eso, este hidalgo que
cuando se ha adentrado la obra sabemos que se llama Alonso Quijano, y tiene
como epíteto “el bueno”, no elige convertirse en un asaltante de caminos, sino
todo lo contrario, en alguien que imparte justicia. Todo el proceso del
personaje será así: parte de una realidad y elige verla de una manera
diferente, por eso no podemos asegurar tan fácilmente que esté loco.
De esta forma el título
nos deja un mensaje interesante: detrás de toda realidad mediocre puede existir
una realidad sublime. Pero así como me deja ese mensaje, también me deja el
contrario: detrás de toda realidad sublime se esconde una realidad mediocre.
Estructura:
Si bien el capítulo primero
sirve como presentación a toda la obra, este podría dividirse en tres partes:
la primera sería la presentación del hidalgo, la segunda el proceso de la
locura y la tercera las prevenciones que toma el hidalgo para armarse
caballero.
Presentación del
hidalgo:
El texto comienza con la
conocida expresión “en un lugar de la Mancha, de cuyo nombre no quiero
acordarme”. Deliberadamente, el narrador nos niega el lugar de dónde proviene
el hidalgo. Sólo quiere que sepamos que es de la Mancha, pero nos aclara que no
tiene ninguna intención de recordar el lugar exacto. La imprecisión está
plantea así desde el comienzo, porque este será el tema de la obra, el
relativismo. Nada quedará seguro, las certezas no existen en este mundo, tanto
el de la obra como el que vive el autor (incluso el nuestro).
Recordemos, también, que
Cervantes había declarado en el prólogo, que la intensión de esta obra era la
parodia de los libros de caballería. Una parodia es la imitación burlesca de
una obra o personajes, tomando las características esenciales del mismo. Todos
conocían las elementos esenciales de una novela de caballería, ya que era
literatura habitual en la época; hombres gallardo, de espíritu limpio, que
luchaban contra dragones, gigantes, y adquirían fama y renombre, todo esto en
un lugar imaginario y perfecto. Una de las características de esta novela era
la precisión. Ellas comenzaban con el lugar exacto en que dichas hazañas
sucedían, y junto con ellas también la progenie que el personaje tenía. En este
caso, el narrador nos niega esa información, y encima veremos que ni siquiera
sabe el nombre real de su personaje, por lo menos en el primer capítulo. Estos
son los mecanismos de la parodia, cualquiera que empieza a leer en aquella
época, reconoce los elementos de las novelas de caballería, y reconoce la burla
que se está haciendo desde el comienzo.
Esta imprecisión
planteada respecto al lugar, también se planteará respecto al tiempo: “no ha
mucho tiempo” dice el narrador en este primer capítulo. Sin embargo, al final
del capítulo VIII dice el narrador que no puede seguir su historia, porque no
sabe cómo termina. En el capítulo siguiente es cuando todo comienza a
complicarse. El narrador encuentra en Toledo, unos “papeles viejos” que
un muchacho está vendiendo. En esos papeles está la “Historia de don
Quijote de la Mancha, escrita por Cide Hamete Benengeli, historiador arábigo”.
De esta manera aquel “no ha mucho tiempo” se vuelve confuso (¿es una historia
antigua o no tanto? ¿el narrador conoce al hidalgo o en realidad es una
historia que escuchó de alguien que contó y que termina perdiéndose en el
tiempo?). Esta complicación del narrador que parece presentar a un personaje
con la imprecisión de quién por rumores ha escuchado hablar de un personaje con
determinadas características que le ha pasado determinada cosa, se vuelve más
profunda cuando quien termina narrando es “Cide Hamete Benengeli” que es
traducido por el muchacho que vende los papeles en el capítulo IX. Así que ya
no sólo tenemos un narrador que no sabe de dónde viene su personaje, que no
sabe cuándo existió, sino que también tenemos a un segundo narrador y a un
traductor, por lo tanto una historia que pasa por varios niveles de narración.
Este primer narrador
parece querer presentar la historia como algo verosímil y por lo tanto posible,
esta es una de las razones de la imprecisión en esta presentación. Si el
narrador no quiere acordarse del lugar, si dice “no ha mucho tiempo”, nos habla
de un narrador que conoce la historia porque es harto conocida, porque es
popular, y se cuenta naturalmente, oralmente.
El hidalgo que se
presenta desde el primer enunciado tiene algunos elementos importantes en los
que deberíamos detenernos: “lanza en astillero, adarga antigua, rocín flaco y
galgo corredor”. El primer elemento nos habla del linaje guerrero de sus
antepasados, que él ve cada día, pero del que no es parte, más que como un
recuerdo lejano y que ahonda en su frustración de lo que no ha hecho jamás. La
lanza y escudo (“adarga antigua”) están como adorno de lo que fue, y recuerdo
constante de lo que no es. El “rocín flaco” que luego se transformará en su
Rocinante, ya está presentado como un caballo que no tiene el arquetipo de
caballo de caballero. Está venido a menos, está flaco y su costumbre es la de trabajar,
es un caballo “de poca monta”. Es interesante precisar, que este es el típico
caballo para este hidalgo, que no tiene lo necesario para ser un caballero,
como tampoco lo tendrá el caballo. El perro, que se menciona aquí (“galgo
corredor”) recuerda el ocio de esta casta guerrera venida a menos. Sus ancestro
vivían de la lucha, a los hidalgos les queda la caza, es decir un mero
entretenimiento, mediocre de lo que eran las hazañas heroicas de sus
antepasados.
Con los pincelazos que
da en el primer enunciado, el narrador se propone describirnos minuciosamente
lo que el personaje come. Es interesante precisar que no sabrá cómo se llama,
no sabrá de dónde viene exactamente ni cuánto tiempo hace que existió, pero
sabe qué come, qué viste, quién vive con él, y cuántos años tienen lo que lo
rodean. Detalles que parecen, a simple vista, irrelevantes. Y lo son, si no
tenemos en cuenta que lo que caracteriza a este hidalgo es la rutina, el tiempo
y la vida vacía que lleva permanentemente. La monotonía que reina en su vida
cotidiana, y la frustración de lo que no es, que terminarán siendo el motor
para querer cambiar su mundo.
La comida que el
narrador detalla reafirma la pobreza del hidalgo y el aburrimiento. Su menú
semanal está determinado, no hay opciones de cambio, porque tampoco existe un
poder económico o un interés creativo en eso. La comida, que es el alimento
básico para la existencia, es aquí vaca (que en la época es una comida
desacreditada), lentejas, salpicón, incluso algún palomino, los domingos, algo
que debería ser como el gran festín, pero que resulta absurdo, dado que los
palominos eran usados por la nobleza para transmitir mensajes.
Luego de hablar de la
comida, el narrador detalla la vestimenta que usa el hidalgo. Esta reafirma la
pobreza del personaje, que tiene pocas prendas, lo que muestra la falta de vida
social, y por lo tanto la soledad y el aislamiento o dejadez en que vive. Pero
la amargura de esa conclusión está escondida tras la ironía del narrador: “los
días de entresemana se honraba con un vellorí de lo más fino”. La ironía está
clara en el doble significado de la palabra “fino”, dado que podría pensarse
que sentía honra por la finura y el prestigio del vellorí, pero también puede
sugerir que este vellorí está fino por lo gastado. Así el narrador empieza a
mostrarnos cómo ve una cosa que en realidad puede ser otra.
Esta soledad y reclusión
tiene una razón en el entorno social del personaje. Lo acompaña una “ama que
pasaba de los cuarenta”, una sobrina de veinte años y un único trabajador,
joven, que sirve para cualquier tarea. Nadie podía comprender al hidalgo, la
“ama” que es la más cercana en edad no tiene la misma condición social de él,
la sobrina no se acerca a poder comprender la frustración de un hombre ya
anciano, para la época, y el trabajador es el único que hace alguna tarea
productiva, pero no está para ocuparse de los ensueños del personaje. Es esta
profunda soledad la semilla que permitirá el crecimiento de la “locura”. Usaré
las comillas para referirme a ese término porque si bien el narrador dirá que
el personaje se vuelve loco, esto merece una discusión profunda que iremos
planteando durante este análisis.
La grafopeya del
personaje (descripción física) nos presenta a alguien cuyas características se
oponen a lo que el imaginario colectivo tiene como héroe o caballero. Suponemos
que el mismo debería ser rudo, fuerte, joven, gallarlo, y este es débil, flaco,
entrado en años. En una palabra es lo contrario a lo que esperamos, por lo
tanto es como una caricatura del caballero. Es precisamente esta contradicción
lo que hará que el personaje jamás sea aceptado como lo que espera. No sólo
porque ser caballero en esa época es anacrónico (ya no existen en el tiempo del
hidalgo), sino porque este personaje no cumple los requisitos para ser aceptado
como tal, ni en esta época (la de la obra), ni en la época de los caballeros.
Así el hidalgo siempre estará intentando comenzar un rito de iniciación que
nunca cumplirá, porque al final de la etapa la sociedad nunca lo aceptará como
tal.
La etopeya del personaje
(rasgos de personalidad) apuntan al entretenimiento que tenía esta casta noble:
la caza. Como ya dijimos, esta afición no era más que una representación de la
decadencia de aquel pasado heroico. Algunos críticos han relacionado a este
personaje con la España en decadencia.
Recién al final de estos
datos el narrador hablará del nombre de su personaje y para darle verosimilitud
a su relato sugerirá que no conoce exactamente el nombre, que podría ser
“Quesada”, “Quejana” o “Quijada”. De esta forma, además de apartarse de la
exactitud de las novelas de caballería, se aparta también de lo esperable en
una narración. Es de suponer, que un narrador conoce el nombre de su personaje.
Pero en este caso, como quiere hacernos creer que el personaje existió, la
mejor manera es crear esa imprecisión que sugiere la oralidad. Ya no sólo sabe
de su existencia el narrador, sino que hay “autores” que también conocen esta
historia. De esta forma marca su propósito: “basta que en la narración dél no salga
un punto de la verdad”. Se trata de hacer lo contrario a las novelas de
caballería donde los personajes vivían historias fantásticas, con amores
inverosímiles e inaccesibles, luchando contra dragones y personajes
sobrenaturales, buscando ideales inalcanzables.
Podemos pensar en una
deliberada intención de desmerecer al hidalgo, para luego construir la figura
del caballero. El nombre del hidalgo, en principio, no importa, el que cobra
importancia es el de la creación “Don Quijote”. Mientras que del hidalgo no
sabemos lo más importante, ni su pasado ni su identidad, pero si sabemos lo
vacío de su presente, del caballero que el construirá conoceremos todo lo a
partir de ese momento vivirá.
Proceso de la locura
(Segunda parte del Cap.I de “El Quijote)
Trabajo realizado por la Prof. Paola De Nigris
En este proceso de la locura del hidalgo
podría visualizarse en etapas. La primera etapa sería la forma de leer esos
libros de caballería. El narrador dice que leía “con afición y gusto” y
en este aspecto no encontramos ninguna dificultad, ya que cualquiera puede leer
así y no por eso volverse loco. Sin embargo hay algo extraño en su lectura
porque olvida su hacienda, sus obligaciones y su entretenimiento habitual. Lee
y algo se transforma en su realidad. El problema está en que tiene mucho tiempo
ocioso; tiempo libre e improductivo; tiempo de evasión y no de creación. El
personaje lee como si eso que leyera fuera real. No está leyendo ficción, está
leyendo historia, su historia, la de sus antepasados. En unas palabras: lee
“con afición y gusto” y olvida su vida presente. Aquello que le recuerda lo que
no ha hecho, y lo que sí han hecho sus antepasados (o al menos imagina que han
hecho).
Pero eso forma de leer pasa a una nueva etapa:
lee “con curiosidad y desatino” y esto lo lleva a vender parte de su hacienda
para acceder a más libros. La lectura con curiosidad no hace a la locura, sino
que es sana si hace con acierto. El problema es que el hidalgo lo hace con
“desatino”, es decir interpretando lo que le parece, pierde la razón de la
obra, el núcleo, lee lo que quiere leer, porque esas historias hablan de él o
de lo que él desearía ser, aunque él aún no se ha percatado de ello.
Pero el narrador se burla de su personaje
porque le muestra al lector qué es lo que el hidalgo se desvive por entender.
Cervantes, a través del narrador, critica la prosa rebuscada y recargada de los
libros de caballería; sugiriendo, ingeniosamente que cualquiera que los leyera
e intentara entenderlos se volvería loco. Cita así un fragmento para que el
lector comprenda el estilo de estos libros, destinados a confundir, floreándose
en la repetición de palabras o en polípotes (que es cuando se conserva la raíz
de una palabra pero se cambia la terminación “merecimiento que merece”) que
suenan bonito pero no dicen nada. Sin embargo, el hidalgo, lector también,
considera hermosas estas narraciones “por la claridad de su prosa”. Es
precisamente en esa perspectiva de miradas donde se aprecia el desatino. Lo que
para cualquiera resulta recargado e incomprensible, a él le parece claro,
incluso “le parecían de perlas”, metáfora que sugiere la brillantez y la
preciosidad de aquella forma de decir. Es la musicalidad y el desafío por
comprender lo incompresible, lo que hace que él mantenga ocupada su mente, y
por lo tanto esta lectura viene a llenar el vacío que el personaje tiene
dentro.
Irónicamente, el narrador ubica al lector en
una nueva etapa del hidalgo: “desvelábase por entenderla y
desentrañarles el sentido”. La ironía se presenta al mencionar a
Aristóteles, padre del racionalismo, que aun cuando resucitara tan sólo para
tratar de entender esa prosa y tuviera todo el tiempo para hacerlo, no lograría
encontrar algo lógico en ella. Pero el hidalgo descuida una necesidad básica,
el dormir, para intentar entender. Su mente vuela perdiéndose en el laberinto
de las palabras.
Vale apreciar la forma en que el narrador abre
diferentes dimensiones en la lectura. Dice el mismo: “con estas razones perdía
el pobre caballero el juicio”. Por un lado nos asegura que se está volviendo
loco, pero por otro utiliza la palabra “caballero” que en este contexto
adquiere una dimensión importante. El que pierde el juicio es el hidalgo que
aún no ha decidido convertirse en caballero. Sin embargo el narrador utiliza
esa palabra en un sentido común, dejando abierto el sentido de clase noble
guerrera, que es a lo que querrá acceder. De esta forma el cuestionamiento de
su locura empieza a plantearse: ¿es caballero o es hidalgo? ¿o es las dos
cosas? ¿está loco o es un ser que quiere reinventarse? ¿es loco querer
reinventarse y cambiar la vida ociosa que se lleva? Si es un hidalgo y sus
antepasados eran guerreros, ¿está mal querer comprender ese pasado que hace a
su identidad? Existen algunos cuestionamientos más que se van abriendo a medida
que el narrador afirma su locura y el lector empieza a reflexionar sobre ella.
Pero aún no ha llegado a la profundidad de
este proceso, porque el personaje cuestiona la verosimilitud de
estas novelas. Es decir, aún puede diferenciar la realidad de la ficción. Los
caballeros que él lee deberían estar llenos de heridas y cicatrices, porque
después de tantas batallas no existe mago que pudiera borrar lo que han vivido.
No es creíble que sigan siendo gallardos y perfectos después de tantas luchas.
Sin embargo, lo que le gusta de esas novelas es que nunca terminen,
es decir la promesa de un “continuará”, porque esto le permite imaginar,
esperar la próxima aventura. En una palabra, le permite ser parte de esas
aventuras imaginando su continuación, le abren una puerta a un mundo creativo
posible. Tanto es así que a él le hubiera gustado ser el escritor de esas
continuaciones, pero no puede, porque “otros mayores y continuos pensamientos”
no se lo permitían. No se contenta con ser escritor, eso sería posible y
lógico, pero dentro de él está la idea de ir más allá, él quiere ser
protagonista, personaje de su vida, igualándola con una novela. Si la realidad
no es como las novelas, eso no importa, porque creerá que bastará con nombrar
las cosas tal como las leyó, para que la realidad se transforme en el mundo de
caballería.
El narrador también nos deja claro que la
lectura de estas novelas no es exclusividad del hidalgo. Todos en la época leen
esas novelas y las comentan, son el entretenimiento del momento. El vulgo
discute quién es mejor caballero, quién es más valiente, quién es el preferido;
y en estas discusiones el hidalgo también toma parte en éstas. Si el vulgo lee
novelas de caballería, y estas son tan nocivas para los lectores ¿por qué no se
han vuelto locos más personajes? Porque no todos son hidalgos, y no todos leen
como este hidalgo, ni tienen tiempo ocioso para alienar en esta lectura. El
cura tiene obligaciones al igual que el barbero, son hombres de pueblo, no
tiene en su historia un pasado guerrero que rescatar; por lo tanto leen para
entretenerse.
Casi al final del proceso, el narrador nos
muestra cómo el personaje pierde el juicio: “se enfrascó tanto en su lectura,
que se le pasaban las noches leyendo de claro en claro y los días de turbio en
turbio; y así del poco dormir y del mucho leer se le secó el cerebro”. Esta
cita es emblemática en este proceso, porque ahora el hidalgo perdió toda
conexión con sus necesidades básicas, y sobre todo las del sueño. Esto resulta
interesante si se piensa que en el dormir habita el sueño, y el hidalgo no
necesita eso ya que sueña despierto; lo que le hace perder la noción de la
realidad. El narrador omnisciente, que juega a conocer todo lo que piensa el
personaje y elige no saber cuál es el nombre, ni de dónde viene exactamente,
plantea en una figura literaria, este proceso: “las noches de claro en claro y
los días de turbio en turbio”. Todas las palabras aquí son polisémicas (tienen
muchos sentidos). En primer lugar utiliza un paralelismo antitético (la misma
estructura gramatical y sus términos son contrarios) contraponiendo
noches/días. Y a su vez plantea la antítesis “noches/claro” y “días/turbio”. La
noche, momento de los sueños, donde todo es confuso, el hidalgo está claro, y a
su vez pasa de “claro en claro”, es decir leyendo toda la noche a la luz
artificial de la vela. Y los días que naturalmente tienen la claridad, el
hidalgo se pasa “de turbio en turbio”, porque su mente está confusa con la
fantasía que se asienta en su cabeza. El final de esto es predecible: la
confusión de realidad y la fantasía. Y tan profundo es esto en el personaje
que elegirá la segunda por sobre la primera. Por ello el narrador concluye con
la metáfora “se le secó el cerebro”, es como si hubiera exprimido y desechado
todo lo que de razón quedaba en él.
Todo lo que leía pasa ahora a ser real, el
sueño (emperador de la noche) reina ahora en el día. Enumerando lo que leía, el
narrador coloca al lector en el caos de la mente del hidalgo, porque esta
enumeración es caótica, sin razones de jerarquía: “encantamientos como de
pendencias, batallas, desafíos, heridas, requiebros, amores, tormentas y
disparates imposibles”. Con este recurso el narrador nos presenta una suerte de
“zapping” de fragmentos “emocionantes” que empiezan a entreverarse en la mente
del hidalgo y que dan la idea den el lector de cómo todo se comienza a mezclar.
Para el hidalgo es verdad, “aquella máquina de aquellas sonadas soñadas
invenciones que leía”. La metáfora de la máquina nos sugiere que algo empieza a
funcionar dentro de él, algo novedoso que se ha ido construyendo
meticulosamente; y el motor son las “sonadas soñadas invenciones” porque
aquella comenzó en la sonoridad de una prosa para transformarse en sueños
incontrolables para el protagonista.
La fantasía pasa a ser más cierta que la
realidad. Le gusta más aquellos personajes alejados de la realidad como el
Caballero de la Ardiente Espada, antes que el Cid, personaje histórico. El
personaje ficticio, además, ha hecho hazañas más fantásticas como ser partir en
dos a “descomunales gigantes”.
Pero su imaginación no solo elige la fantasía,
sino que elige mezclar épocas. Le gusta el caballero que ha utilizado una
estratagema de Hércules. Así se mezclan la época medieval con los mitos
griegos. Culturas diferentes, épocas distintas, personajes ingeniosos que han
aprendido a valerse del “pasado” y hacerlo “presente”.
Otra característica que le gusta es la del
Gigante Morgante, porque si bien en apariencia es una cosa, en esencia es lo
contrario, no es como todos “soberbio y descomedido”, sino “afable y bien
criado”. De la misma manera, él, Alonso Quijano el bueno, no se transformará en
asaltante de camino, sino que elegirá potenciar su condición de bueno
transformándose en caballero para impartir justicia, no importa si parece un
personaje burlesco y anacrónico. No es lo que parece lo que importa sino lo que
es, igual que el gigante Morgante.
No sólo mezcla todo lo antes dicho, sino
también religiones. Reinaldo de Moltaban roba un ídolo de Mahoma. Así que aquellos
caballeros cristianos, limpios de espíritu, también estarán entreverándose en
la religión budista.
Pero una sola cosa es “traidor”, Galalón,
personaje de ficción y el ama y su sobrina, personajes de la realidad. El
enemigo es la realidad, y el personaje se sentiría feliz si pudiera castigarla.
Prevenciones del hidalgo
(Parte 3 del Capítulo I de “El ingenioso
hidalgo Don Quijote de la Mancha)
Trabajo realizado por la Prof. Paola De Nigris
El proceso de la locura termina con la
decisión del hidalgo de convertirse en caballero. Pero antes, el narrador deja
claro que el hidalgo está loco con la expresión “rematado ya su juicio”. Sin
embargo, podemos observar que esta locura es discutible en cuanto el lector
comienza a ahondar en ese “extraño pensamiento que jamás vio loco en el mundo”.
El protagonista considera que “convenible y necesario” hacerse caballero
andante para aumentar su honra y servir a su república impartiendo justicia,
“deshaciendo todo género de agravio” y poniéndose en peligro para
adquirir nombre y fama eterno.
En primer lugar, el hidalgo tiene dos propósitos,
uno social y uno individual. Considera que es necesario impartir justicia para
el beneficio de la su república. Si tomamos esta afirmación podemos
preguntarnos quién está más loco, si el hidalgo que cree que transformándose en
caballero puede cambiar el mundo, o el mundo que se ha degradado, corrompido
tanto que necesita de un personaje para que exista la justicia.
Su segundo propósito es personal, y allí
también podemos encontrar diferentes puntos de vista. Este hidalgo, que ha
tenido una vida ociosa e improductiva, elige al final de su vida hacer que su
vida valga la pena y ha sido uno de los grandes deseos del hombre de todos los
tiempos, alcanzar la inmortalidad, ya sea a través del reconocimiento del
mundo, o a través de la literatura o incluso buscando la fuente de la eterna
vida. Pero al deseo de trascender la vida que llevamos es de los deseos más
recurrentes en el hombre, dejar algo en esta tierra antes de partir. Esto
coloca al personaje en un lugar profundamente humano y natural. Cobrar nombre y
fama también es el deseo de cualquier hombre. Así el narrador, afirmando la
locura del hidalgo, también afirma la locura de todos los lectores que lo
leemos, los cuales también consideramos la injusticia del mundo y también
deseamos trascender, pero tal vez no hagamos nada para hacerlo, ni lleguemos a
un enfrentamiento con la realidad como se anima a hacer este hidalgo.
Es importante destacar que el principio de
autoridad son las novelas de caballería. Se propone “ejercitarse en todo
aquello que él había leído que los caballeros andantes se ejercitaban”. Por lo
tanto aquello que los libros no dicen, él no lo hará. Ya el narrador y
Cervantes se han esmerado en aclarar que estos libros son inverosímiles, es
decir poco creíbles, llenos de fantasía; por lo tanto lo que el hidalgo querrá
será hacer coincidir esa fantasía con la realidad, tal como haría un niño
jugando a que es astronauta y va a la luna. Pero en el caso de un niño, la
sociedad lo considera “normal”, conveniente y hasta necesario para la construcción
de su identidad. En cambio en un hombre de cincuenta años, con un físico
endeble, esta idea resulta inaceptable.
El hidalgo querrá ser parte de la fantasía. Él
se imaginará no sólo protagonista de su vida, sino también, al estilo de las
novelas, lo que el narrador dirá de él. Disfrutará creando el discurso del
narrador, su deleite estará en imaginarse el relato de sus hazañas, y ha sido
por allí que ha comenzado a tomar las prevenciones para convertirse en
caballero: “Imaginábase el pobre ya coronado por el valor de su brazo, por lo
menos, del imperio de Trapisonda”. El narrador, denigrando al personaje al
llamarlo “pobre”, también juega con el nombre del imperio “Trapisonda”. Según
la Real Academia Española, una de las acepciones de la palabra “trapisonda”
(que ha caído hoy en desuso) es “agitación del mar, formada por olas pequeñas
que se cruzan en diversos sentidos y cuyo ruido se oye a bastante distancia”.
Así precisamente está la mente de este caballero, llena de sonidos lejanos y
confusos, por lo tanto es una ironía pensar que es el emperador de ese mundo, y
a su vez es una realidad indiscutible.
La primera prevención que el hidalgo toma es
la de limpiar las armas de sus bisabuelos, que estaban olvidadas y
herrumbradas. De alguna manera, esas armas, símbolo del origen de su identidad,
de sus ancestros, del pasado mismo de una España ya olvidada. Igual que su
historia, y la historia de España, éstas estaban olvidadas en un rincón, y le
recuerdan de dónde venía y lo que nunca fue, rescatarlas es una forma de
rescatarse a sí mismo, a su origen, su identidad y una época donde la palabra
empeñada se defiende con honor y tiene valor, está cargada de contenidos.
Recordemos que la España de este hidalgo ha perdido el sentido de la palabra,
ha perdido el valor del honor.
Con las armas se da un episodio que explicará
el mecanismo de la “locura”. Alonso Quijano ve que tiene un morrión simple, es
decir el casco del caballero, pero le falta la celada que es la protección que
usaban ante el ataque del exterior. No es casual que sea justamente la celada
lo que le falte, el hidalgo no tiene más que su invención, su ingenio y las
palabras de lo que ha leído para protegerse de ese mundo hostil que es el
presente, y que es muy lejano del mundo imaginado. Tampoco es casual que
intente reparar su falta con una celada hecha de cartón, porque será muy frágil
la protección que tenga ante ese mundo antagonista que no lo acepta, lo
desconoce y condenará sus sueños. La época del hierro, en la que se hacían las
celadas, ahora se ha degradado tanto como para transformarse en la época del
cartón, símbolo de esa decadencia del presente español.
Prueba su celada y con un solo golpe deshace
lo que le tomó una semana crear. Hasta ahora el tiempo ha sido impreciso (“no
ha mucho tiempo”, la comida habitual todo los días), no se ha detallado porque
es el tiempo de un proceso interno, que no se mide porque es ocio improductivo.
A partir de ahora es como si el tiempo empezara a correr; una semana para la
celada; cuatro días para el nombre de su caballo, ocho para su nombre. El
tiempo ahora es valioso, corre, es productivo. Es preciso porque está
construyendo. Por eso, si bien le parece mal haberla roto tan fácil, no es para
él tiempo perdido. Si en un golpe rompe una semana de trabajo, el tiempo tiene
valor igual, porque está enfocado en un objetivo.
La hace de nuevo y le pone unas barras de
hierro por dentro; obviamente no por eso va quedar más fuerte, pero basta con
que él lo piense. Un loco real la hubiera probado, una persona que sabe que
esta maquinaria de “sonadas soñadas invenciones” depende de lo que él elija
creer, no la prueba, no lo necesita, basta con convencerse de “su fortaleza”.
El adjetivo posesivo “su” abre el texto a un par de lecturas que se
complementan. Por un lado puede referirse a la celada, el hidalgo cree que esta
es fuerte después de los cambios que le ha producido, y no necesita probarla
porque su mundo se construye de lo que él cree, como cualquier ser humano. Pero
también puede referirse a la fortaleza de su brazo, y así se siente poderoso,
acorde a la figura de un caballero. Ambas lecturas consolidan lo que el
personaje quiere ver de los hechos. Su mirada es profundamente optimista y
esperanzadora, al menos al comienzo de la novela; y no por ello es irreal, sino
que elige el punto de vista que más le conviene. Los hombres, muchas veces
tomamos los puntos de vista que nos sirven para sobrellevar situaciones que nos
abruman o nos frustran. Así el mecanismo del hidalgo que aquí se llama “locura”
es muy parecido al mecanismo de la sociedad actual.
La segunda prevención que toma el hidalgo es
la transformación de su rocín en caballo de caballero. Esta transformación
presenta también un principio de la mecánica de la creación del personaje. Este
principio es la palabra creadora, la palabra mágica, aquella que basta con
nombrar algo para que esto cambie de condición. Es la palabra primigenia, así
como Dios crea al mundo y lo ordena a través de la palabra (“Dios dijo…”), así
el hidalgo creará su mundo con sólo nombrarlo.
El rocín del hidalgo es una
representación de él. Al igual que en la grafopeya del personaje habíamos visto
que éste no tenía ninguna de las cualidades que se esperaban de un caballero,
sino que es un personaje totalmente opuesto a ese físico que vivía en
imaginario colectivo; el narrador hace una grafopeya humorística del caballo.
“Tenía más cuarto que un real” refiriéndose así a la moneda, el real, que
necesitaba muchos “cuartos” para llegar al valor de ella. Pero la palabra
“cuartos” también refiere a la condición de cuarteado. Este es un caballo de
trabajo, viejo y destruido, no es el caballo de un caballero aventurero. Luego
el narrador afirma “y más tachas que el caballo de Gonela”. Las tachas eran los
adornos, y Gonela era un bufón, así que este caballo más parece el caballo de
un payaso que el de un caballero, un caballo lleno de defectos y lamparones de
pelo que se ha caído. Para ensalzar esta descripción, el narrador utiliza el
latín que es un idioma considerado culto y reservado para eventos importantes.
Así el narrador, irónicamente dice “tantum pellis et ossa fuit” que vendría a
ser algo así como “tantum el pelo como sus huesos eran cosas del pasado”. Si la
palabra “caballero conlleva dentro de sí la de “caballo”, y no existe una sin
otra, este es el “caballo” perfecto para este “caballero”, porque ambos
presentan una imagen humorística.
Sin embargo al hidalgo le pareció perfecto
como caballo de caballero famoso, y como tal debía tener un nombre, como lo
tenían esos caballos. Es justamente la invención del nombre lo que provocará el
cambio de condición del caballo que pasará de ser un caballo de trabajo a ser
un caballo prestigioso. El hidalgo se toma cuatro días para pensar este nombre,
y esto será la antesala de su propio cambio de condición. Si él va a ser
caballero, pues el caballo también ha de ser importante. Para la búsqueda del
nombre, piensa en uno que declarase “quién había sido, antes que fuese de
caballero andante”. Se trata de conservar la identidad pero cambiar la
condición y es lo mismo que hará con sí mismo. Él es un hidalgo y por lo tanto
un noble por herencia, el más pobre, pero noble al fin, y elegirá llamarse Don,
el título de nobleza más alto. No se trata de anularse, sino de rescatarse y
enaltecerse, y así buscar fama, comenzando por la construcción de un nombre ya
que en su imaginación él “ya profesaba” la andante caballería.
El proceso creativo no es fácil, no sólo lleva
tiempo, sino acción mental que el narrador plantea con la enumeración caótica
de verbos (“formó, borró y quitó, añadió, deshizo y tornó a hacer”). Así este
caos no sólo muestra la pasión del personaje sino también la velocidad con que
su cabeza funciona. El nombre al que llega, Rocinante, conserva la raíz, su
identidad, no pierde su ser rocín, pero cambia el final de la palabra (la
desinencia) agregándole una nueva palabra “ante”; así antes era rocín pero
ahora es Rocinante, un caballo nuevo, vuelve a nacer con este nombre. Tres
cualidades tiene este nombre “alto”, porque le cambia de jerarquía; “sonoro”, porque
suena a nombre importante; y “significativo” porque además de ser antes un
rocín vulgar y ahora un caballo importante, es ante todos los rocines del mundo
el mejor.
La tercera prevención es ponerse nombre a sí
mismo, y para ello se toma el doble de tiempo que se tomó con su caballo (ocho
días). Recordemos que según el primer capítulo no sabemos cómo se llama el
personaje, más adelante sabremos que éste es Alonso Quijano, no Quesada o
Quijana como da a entender al retomar la discusión de los autores, volviendo
así al tema de la veracidad de la historia. Si los autores discuten sobre su
nombre, lo único que no es discutible es que el hidalgo exitió.
Por un lado, la palabra “quijote” es una pieza
de la armadura que cubre el muslo del caballero. De esta manera, el nombre es
una especie de metonimia del personaje, ya que a través de una parte se
menciona el todo. Otra lectura posible parte del nombre es parecida a la de
Rocinante. Conserva la raíz de su apellido “quij” y cambia “ano” por “ote”,
conservando así su identidad. La terminación “ote” sugiere burla, ya que el
aumentativo se utiliza en forma despreciativa (“grandote”, “muchachote”,
“bobote”). Mientras el personaje se ensalza, el narrador se burla de él.
Además de añadir su nueva condición de Don, el
personaje elige anexar el nombre de su patria, ya que había decidido ensalzar
su república, y además está siguiendo su principio de autoridad, los libros de
caballería, donde los caballeros colocaban el lugar de dónde provenían a su
nombre.
La última prevención es “buscar una dama de
quien enamorarse”. El amor es para el caballero el motor que mueve sus
acciones, es la representación de la fe, la dama sin ser vista realmente, se
convierte en el motor de sus acciones, la razón de su vida, la persona a la que
se le dedica sus logros. Para definir esta relación entre el caballero y su
dama, y la dinámica de este tipo de amor, el narrador dice “el caballero
andante sin amores era árbol sin hojas y sin fruto y cuerpo sin alma”. Un árbol
sin hojas y sin frutos es un árbol seco, sin razón de existir. Lo mismo sucede
con la expresión “cuerpo sin alma”, sin la dama, un caballero es un muerto en
vida. Esta expresión también proviene del ámbito de lo religioso, ya que el
alma es el motor que hace humana la vida, es el aliento vital de Dios para que
ese cuerpo sea humano, sienta y razone.
Una vez más, antes de pensar en la conversión
de la labradora en dama, el personaje se deleita en el discurso que él mismo
está construyendo para justificar la necesidad del amor. El discurso que
imagina es al estilo de los libros de caballería: “si yo, por malos de mis
pecados, o por mi buena suerte, me encuentro por ahí con algún gigante, como de
ordinario les acontece a los caballeros andantes…”. Es una fórmula humorística
la idea de que es común encontrarse por allí con un gigante, como si fuera algo
natural. El caballero imagina no sólo vencerlo, sino también cómo hablaría
delante de su dama, a la que todavía no ha ni siquiera elegido. El nombre del
gigante “Caraculiambro” es una burla parecida a la del “imperio de Trapisonda”
ya que el narrador no sólo se burla del personaje, sino también del gigante
(piensen en el efecto sonoro que tiene ese nombre y las posibles asociaciones
que uno podría imaginar). El caballero se huelga, goza de cómo hablaría el
gigante, y de cómo sería el encuentro con esa dama.
Elije darle nombre de “señora de sus
pensamientos” a una labradora que él algún tiempo había estado enamorado pero
que ella ni siquiera lo supo jamás. Una vez más parte de la realidad y
construye una realidad diferente, no parte de la nada. Necesita una dama, y la
busca. Pero lo mejor es que esté lejos, porque ese “amor” es una construcción
ideal, que jamás debe encontrarse en el plano de lo real. El único amor que se
puede conservar para este caballero (y tal vez para “algunos caballeros”) es el
amor que jamás pasa al plano de lo concreto, donde uno puede ponerle al otro
todo lo que le gusta, sin necesidad de que el otro nos decepcione con su
frustrante humanidad.
Esta labradora se llamaba Aldonza Lorenzo, y
una vez más, jugando con el sonido cambia las letras de lugar y pasa a destacar
la cualidad de la dulzura que debe caracterizar a una dama, llamándola
Dulcinea, y anexando a ella el lugar “del Toboso”. Una vez más este nombre le resulta
“músico”, suena bonito y natural en una dama; “peregrino” porque será el motor
de sus andanzas, y “significativo” porque destacará la cualidad de dulzura, que
pertenece al mundo de su imaginación, ya que la labradora que él elige está muy
lejos de ser dulce según el comentario de alguno de sus personajes, dado que
ella es el gran ausente, presente sólo en la mente del protagonista.
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