Introducción
El
cuento soledad de Morosoli narra la historia del señor Domínguez que tenía una
sola ocupación, darle de comer a su caballo. Desde
el principio se nota el deterioro físico del caballo y el hambre que padece su
dueño. Domínguez comienza a pensar dos posibilidades: si no vende su
caballo morirá de hambre y si lo vende tendrá su estómago lleno pero su alma
quedará vacía. En los dos casos el desenlace será negativo. Por eso podemos
decir que el personaje es trágico.
Gracias
al caballo el hombre posee una tarea, algo para hacer en la vida. La duda
entre vender o no el caballo se resuelve por la negativa del bolichero. El
instinto de supervivencia supera el amor por el caballo. Luego
de la venta Domínguez queda vacío, ya nunca tendría nada más que hacer. La
necesidad biológica (de comer) lo llevó a la venta de su vida. El
hombre no sabe qué hacer, lo único que le queda es ponerse a llorar.”
Tema:
De lo
dicho anteriormente se puede deducir que el tema, planteado ya en el título, es
la soledad. Pero no una soledad entendida como simplemente estar solo. En este
texto se plantea algo un poco más profundo porque a través de una situación
particular, un prototipo de hombre de campo, se presenta una soledad absoluta:
social, emocional, existencial. En todas termina el personaje.
El
título no tiene nombre, porque no hace referencia a una soledad en particular,
sino a la soledad más profunda del ser humano.
Este
personaje, prácticamente aislado, cuyo único vínculo es un caballo, que es su
responsabilidad y su única tarea en la vida; no puede reconocer que ese
vínculo, tan primario es el único que tiene, y lo único que tiene. Es al fin
ese vínculo lo que lo sostiene con vida, y no puede reconocer su importancia
hasta que lo destruye por algo también básico, como es un plato de comida.
Otro de
los temas planteados en este texto es la deshumanización. El mundo
deshumanizado, insensibilizado, materialista, hace que el personaje, que
también ve así al mundo, se acostumbre y sobreviva a él. Pero a medida que el
cuento va transcurriendo, el personaje se dará cuenta que este mundo puede ser
mucho peor de lo que ha vivido hasta el momento. Puede ser tan cruel,
indiferente, y despiadado como una fiera de circo. Este mundo de “dobles caras”
fue lo que lo hizo aislarse, luchar por la simple supervivencia, con un mínimo
de dignidad (queso y dulce cuando cobra la pensión) hasta transformarlo a él
mismo en una fiera, totalmente aislada y vacía de su propia vida. Al menos en
este mundo tenía un amigo, y una vida, en la ruina, pero al menos lo era, y
terminará sin nada, sin encontrar un sentido a estar vivo y levantarse cada
mañana.
Este
tema tiene relación con el mundo en que Morosoli escribe. Un mundo donde el
individuo como tal resulta incomprendido, donde su existir no vale nada si no
tiene nada a cambio que dar o no puede tener éxito como piensa su sobrino, no
ha sabido hacer algo útil con su vida.
Estructura:
El
cuento cuenta con una estructura formal y una estructura interna.
En la
estructura formal podemos ver un rasgo estilístico del autor, que influenciado
por el insipiente cine, adopta una forma cinematográfica de narrar. Divide el
cuento en seis partes, que formalmente separa con una línea. A su vez utiliza
el presente histórico de forma insistente para involucrar al lector, quien
parece ver lo que allí pasa, como si estuviera sucediendo en ese mismo momento
en que se está contando. Tal como sucede con una película.
Las
primeras dos partes podrían ser la presentación de personajes, el ambiente e
incluso la situación conflictiva, y las reflexiones que el personaje hace
respecto a su situación. Por lo tanto sería el marco. Incluimos la segunda
parte, porque allí se presenta, objetivamente al caballo, y no a través de la
mirada de Domínguez, siendo el caballo uno de los personajes protagónicos en
esta historia.
La
tercera, cuarta y quinta parte sería el desarrollo o el nudo, porque allí se
produce el movimiento de la acción. Son las circunstancias y sus acciones lo
que lo llevará a tomar la decisión.
La
última parte, ya es el desenlace, donde vemos el fin del personaje, y sus
reflexiones finales, el descubrir su verdadera condición y en lo que se ha
convertido. Esta es la parte más lírica del cuento.
Marco
El
narrador, en tercera persona (narrador externo) asume, en esta primera parte,
el punto de vista del Domínguez. Al asumir este punto de vista, parece
transformarse en un narrador equisciente, sin embargo, en la segunda parte
vemos que parece saber lo que siente el caballo, por lo tanto podríamos
discutir si no es un narrador omnisciente que simplemente nos oculta
información.
El
primer párrafo del cuento se centra en presentarnos lo esencial y más
importante del cuento: al personaje de Domínguez asociado a su tarea y a su
relación con el caballo. Él es eso: su tarea y su vínculo. El nombre Domínguez,
asociado al morfológicamente al día domingo, nos sugiere algunos puntos de
análisis. El domingo es el día de la familia, pero también es el día en que
comúnmente no se trabaja. En el caso de este personaje, ambos aspectos son
relevantes, precisamente porque en su persona confluyen en lo contrario,
Domínguez trabaja todos los días para su caballo, y no tiene familia con quien
compartir nada. De esta manera, el nombre que es la identidad de una persona,
en el caso de Domínguez parece estar desconectada de él. Ha perdido su
identidad, su conexión consigo mismo, lo que luego se refleja en la pérdida del
único ser que significa algo para él.
El otro
aspecto importante de este párrafo es su tarea. Su única tarea, y esto se
repite insistentemente en el cuento, y en esta presentación a través de palabra
con un estilo sentencioso y terminante: “su única tarea”, “la única cosa viva”,
“ocuparse de algo en la vida”, “no tenía nada”, “absolutamente nada de qué
ocuparse”, “el único alimento”. Esta reiteración tiene el propósito de que el
lector comprenda la vacuidad de la vida de Domínguez, y la importancia
sustancial de la tarea que realiza. Una tarea que no es sólo mantener a su
caballo, sino mantenerse vivo, dentro de un proyecto, teniendo algo que le
diera sentido a su vida. Una tarea que era más importante incluso que su propia
alimentación, ya que lo hacía antes de desayunar, y esto es así porque en
realidad la tarea es lo que lo mantiene con vida, activo. En otras palabras, el
caballo, el ser responsable de él, el servir a otros, no es una tarea menor, es
la razón de su vida, el motor que lo mantiene. Al fin y al cabo, este principio
de vivir para los otros empieza a chocar en este mundo indiferente e
individualista.
Pero esta
tarea también tenía algo de sacrificio. No recoge cualquier comida para su
caballo, va a buscarla a “los troncos podridos de los sauces”, es decir a los
lugares que podrían resultar asquerosos para cualquier ser humano, pero no para
Domínguez, que realiza esa tarea con amor y devoción, aunque no se de cuenta
que es así. La realiza por costumbre, porque es su tarea, lo que hay que hacer,
su responsabilidad. Todas las mañanas se da este pequeño sacrificio: primero ir
a buscar la comida para el caballo, y luego, cuando el caballo come, entonces
hay lugar para sí mismo, para sentarse a tomar mate y desayunar. El amor está
dentro de la tarea cotidiana, de la costumbre, porque la razón de este pequeño
sacrificio, está dada por la primera grafopeya del caballo que se da en este
párrafo.
Éste es
un “viejo caballo”, “sin dientes, bichoco y con los ojos opacos de nubes
lechosas”. No tiene dientes con qué comer, por eso deben ser hojas suaves,
podridas, para que el caballo no tenga que lastimarse comiendo. Está con
cataratas (“nubes lechosas” metáfora que indica su dificultad para ver, pero no
para sentir), que no le permiten ver, pero que al final parecerá que ve más
claro que el propio Domínguez. Además de no poder comer cualquier cosa, estaba
enflaqueciendo, y el narrador, mirando a través de los ojos de Domínguez,
supone que no aguantará otro invierno, estación que simbólicamente sugiere la
muerte. Pero esta grafopeya del caballo va en íntima relación con Domínguez. No
en su aspecto físico, sino más bien en su vida, ya que el personaje ha cortado
todo vínculo social, con el sobrino, con los bolicheros, y sólo se ha quedado
con su caballo. Igual que éste, está más cerca de la muerte que de la vida
misma.
El
narrado utiliza el presente histórico al mencionar el adverbio “Ahora”, de esta
manera la acción se presentiza, y el lector parece estar viendo preparándose
para el desayuno. La utilización de este estilo involucra al lector quien no
puede estar ausente de lo que sucede.
Una vez
que ha terminado su tarea, recién Domínguez tiene derecho a ocuparse de sí
mismo. Esto no es una obligación que le haya impuesto nadie, es algo que él
mismo ha tomado como tal, y ya hemos hablado de lo importante que es para él,
aunque él no lo perciba en su total dimensión.
El
paisaje que nos muestra del personaje es la pobreza. Su desayuno es mate dulce,
su asiento es de cuero de vaca, su existir es un pobre transcurrir.
Irónicamente el narrador dice que toma su mate dulce, pero sin azúcar, porque
esta se había terminado. Y no concluye ahí, inmediatamente nos presenta la
extrema pobreza: “desayunaba, almorzaba y cenaba con mate dulce”. El personaje
come todos los días la frustración de no tener, ni siquiera la azúcar, un
pequeño gusto, para acompañar su mate. En su pobre transcurrir no está
posibilidad de mirar a un futuro. Domínguez sobrevive, vive un presente
constante, donde lo que importa es cómo resolver el problema inmediato. Esto es
lo que lo llevará a no poder pensar en la importancia de la decisión que toma.
Cuando piensa en soluciones para su situación, no lo hace de forma profunda,
sino de forma de resolver su inmediatez, porque ese es el mundo en que vive, el
mundo marginal. Y podríamos pensar que sólo es el de Domínguez, pero no
necesariamente es así, ya que la inmediatez es uno de los males que aquejan a
todos los individuos de este mundo mercantil y globalizado, que han perdido la
idea de lo trascendente.
Tres
posibilidades se le ocurren a Domínguez para remediar su situación. Estas van
desde lo más cercano, el sobrino, a lo más desconocido, el circo; como si el
personaje fuera revisando primero su pequeño círculo y lo vaya ampliando. Es
interesante ver como en la elección del circo, él de alguna manera ya está
eligiendo alejarse de sí mismo y de lo afectivo, buscar lo impersonal, aunque
ese mundo lo terminará poniendo frente a sí mismo de la manera más cruda.
La
primera posibilidad que considera es la del sobrino que vive del otro lado del
pueblo. La ubicación geográfica ya nos presenta a un personaje antitético de
Domínguez. En primer lugar es más joven que él, en segundo está en la otra
punta del pueblo, y tercero se encuentra en una mejor posición económica que
Domínguez.
No es
sólo el hecho de que sea antitético lo que deja esta posibilidad en el ámbito
del pensamiento. También está el hecho de que el sobrino suele “darles
consejos”, es decir reprocharle la vida que lleva. Este reproche llega incluso
a la insinuación de que “siendo tan viejo no hubiera aprendido a vivir”, un
comentario totalmente ofensivo, como si el sobrino, por darle un plato de
comida se creyera con derecho a juzgar una vida, que seguramente llegó a estas
circunstancias como producto de un profundo descreimiento del mundo. Domínguez
es pensionista, por lo tanto un hombre que ha trabajado antes, pero que su fin
ha sido entregarse a esta suerte de pobre transcurrir, sin trascendencia, hasta
la muerte misma. El sobrino no ve realmente a su tío, ni lo comprende, parece
creerse con el derecho de que por estar en un mejor momento de su vida, y en
superioridad de condiciones, de enseñarle a otros cómo vivir. Domínguez, ante
la indignación, por un plato de comida tiene que “olvidar sus canas” es decir
olvidar su experiencia, su vida misma, su identidad por algo tan básico como es
comer. Algo de orgullo queda en el protagonista como para no querer ir a
pedirle al sobrino, aún en una situación casi límite. El orgullo es,
prácticamente, lo que le recuerda su condición humana. Debe sostener su
impotencia en el gesto “sujetarse las manos”, para no darle una cachetada al
“mocoso” que le recordaría la importancia de tener respeto a los hombres que
han vivido mucho más que él. Ni siquiera ese gusto puede darse.
Pero en
la vida de Domínguez, siempre hay un “pero”, cada decisión tiene algo que no
termina de convencerlo que lo mantiene inmovilizado o lo lleva ver que el mundo
no es tan lineal y sencillo. En este caso, más allá de su orgullo, el pero está
dado por la expresión tan conocida en nuestro campo “pero dos días sin comer
ablandan el cogote”, sugiriendo a través de la metáfora, la caída del soberbio.
El cuello en alto, señal del hombre orgulloso y soberbio, quedan blandos,
caídos frente a la falta de comida, a lo más vital para que el hombre se
sostenga con vida. Así en nuestro campo se ablanda el cogote de las gallinas,
duras, en varios días en el agua hirviendo. Todo hombre tiene en algún momento
su punto de quiebre.
Pero
aún así, Domínguez piensa en otra posibilidad y descarta la del sobrino. Esta
es la de los bolicheros. Existía un bolichero nuevo en el pueblo a quien podía
probar pidiéndole fiado. Pero otra vez el “pero”, ya que tal vez este bolichero
hubiera sido avisado por otros de que él no era un buen pagador. Esta actitud
de Domínguez de no ser buen pagador puede verse también a través de varios
puntos de vista, pero quién puede juzgar realmente. Por un lado sabemos que no
es una actitud honesta deber y no pagar, porque esos bolicheros han confiado en
Domínguez para darle lo que necesitaba, y luego él se olvidaba de lo que debía
y se iba a comprar a otros lugares lejanos. Es decir, traicionaba la confianza
de su entorno más inmediato, una forma extraña de “suicidarse”. Por otra parte,
Domínguez justifica su accionar diciendo que “la pensión era muy chica”, y
además por unos días le gustaba ver queso, dulce y vino en su mesa. Esto que en
realidad es un despropósito para la pobreza de Domínguez, es una pequeña
compensación por los años trabajados, por la tarea que realiza, en que pone en
su lugar a su amigo el caballo antes que a él mismo, una especie de recompensa
pequeñísima que le recuerda que tiene derecho a ser humano, y a gustar de algo
tan básico como estos tres comestibles, que en su vida resultan un lujo, pero
también necesario para sostenerse. Así resulta difícil de juzgar, si bien
sabemos que su actitud no es la más conveniente, visto desde él mismo, es una
pobre situación, que no le da derecho ni a sentirse recompensado por nada. No
hace falta el juicio, pero si la comprensión, de una situación en la que ambas
partes tienen razón.
La
forma en que aparece la posibilidad del circo es casi mágica. Aparece de
casualidad. Irrumpe en la vida de Domínguez, con ruido, algarabía, alegría, y
magia, un payado, un elefante, la cara atractiva del circo. Pero en seguida se
muestra la otra cara, la indiferente, la cruel, fría, despiadada, y viene de la
mano de un niño, alguien que suponemos inocente, y más ligado a la magia del
circo que a la crueldad de este. Pero este niño, representante del futuro, ya
conoce la cara oscura del circo. Es el “hijo menor de Umpierrez”, lo que
refuerza más el contraste entre lo que debería ser un niño, y lo que es. Este
niño viene cargando una bolsa de gatos, con una gata y seis gatitos recién
paridos. La crueldad está ya planteada, un animal indefenso con sus hijos,
serán vendidos para alimentar a las fieras. Este niño no cree en la magia del
circo, sino que sabe que vive en un mundo frío, mercantil, donde lo principal
es la plata, donde lo sensible no tiene lugar, hay que vivir, o al menos
disfrutar de los placeres que el dinero puede dar. No importa cuánto esto
cueste en la psiquis del hombre, la sensibilidad está dormida, así que sólo
importa lo individual y su necesidad o su deseo. Ese es el mundo del niño, el
mundo que está y que se viene, y el mundo en que Domínguez intenta sobrevivir.
Un mundo deshumanizado y violento.
Es ese
mismo niño quien informa a Domínguez la posibilidad de vender animales al
circo. Domínguez reconoce, dentro de su escala de valores que esto es una
“herejía”, sin embargo no duda en ponerlo en consideración. Para ello hará dos
tipo de justificaciones, una superficial, desprovista de sentimientos, y la
otra más íntima y reconociendo la condición de su caballo.
Ambas
justificaciones están apoyadas por la mirada reflexiva de Domínguez, quien se
para al fondo de su terreno, con su mate, a pensar, con ese ritmo que da esta
acción.
La
primera justificación está planteada desde la voz misma de Domínguez, y cargada
de puntos suspensivos (reticencias) imitando así, el pensamiento y su
transcurrir. Por otra parte, la reticencia deja que el lector termine la idea,
y mantiene lo no dicho suspendido en el aire. Sus ideas rondan sobre la
molestia que puede ser un caballo muerto en la planta urbana. Molestia que le
crearía un problema con los vecinos, ya que según su percepción el caballo va a
morir tarde o temprano, y por su condición de viejo será más la segunda que la
primera. No hay en esta reflexión nada humano más que su problema si llegara a
morir, intentando así justificar la posibilidad de sacrificarlo sin culpa. Pero
cuando lo vuelve a mirar y lo halla “cada vez más flaco”, no puede sostener esa
mirada tan despojada de lo afectivo y se ve obligado a hacer una justificación
más acorde a su amigo.
Para
esta segunda mirada, Domínguez necesita hacer una nueva grafopeya, donde los
aspectos enfermizos del caballo queden remarcados. Es necesario convencerse de
que el caballo enfermo está sufriendo y matarlo sería un acto de amor de su
parte, para que no sufra más. Así ve los ojos con “dos pozos como nueces”, y
con esta comparación lo transforma en un ciego. No sólo eso ve, sino la imagen
abyecta de un grano en el hocico que supura. Y llega a la última comparación,
en la que se para porque lo conecta con lo que en realidad es el caballo para
él, sin embargo no puede detenerse demasiado en eso, porque sería imposible,
entonces cumplir su propósito. Esta comparación que lo acerca a este caballo
humanizado es cuando dice: “de noche tosía como un hombre”. Domínguez no
soporta tal idea, y enseguida habla de la comida que ya ni puede comer, para
llegar a la conclusión que necesita “con matarlo se le hacía un favor”.
Pero
existe un rayo de lucidez en su pensamiento que lo hace dudar, por ahora y
esta: “pero morirse porque a uno le llegó la hora, o porque quién sabe quién lo
ordena, es una cosa y que a uno lo maten para darle de comer a los bichos que
hacen prueba, es otra cosa…”. Este es un mundo sin Dios, pero no necesariamente
sin conciencia de que la vida o la muerte no deben ser determinadas por los
hombres, sino por una fuerza superior a él. Esta condición de vida o muerte
todavía sigue siendo sagrada en la mente de Domínguez, pero no por mucho
tiempo, y es esta misma condición lo que conserva de humano esta sociedad
deshumanizada. Es un límite, matar para dar de comer a las fieras es perder el
respeto a esta impotencia que el hombre debe tener frente a la vida y la
muerte.
Con
esta explicación, Domínguez parece conformarse, y el narrador pasa ahora a
contar un episodio cotidiano del caballo, que lo describe como un ser de inmensa
ternura, y define la relación entre ambos. El caballo lo espera, lo acompaña,
lo “empuja cariñosamente” calzando su cabeza en las espaldas. Es capaz de
mostrar el cariño que Domínguez prefiere negar, para poder tomar su decisión.
Una vez más el presente histórico “es lo que hace ahora”, nos muestra lo
cotidiano del proceder del caballo, que contrasta con la reflexión pragmática
de Domínguez.
Nudo
Hasta
este momento la acción ha sido predominantemente pasiva. Domínguez reflexiona,
y todo sucede en su cabeza, y en el mundo exterior, el circo que pasa frente a
sus ojos. Sin embargo, a partir de este momento, la acción pasará a ser
exterior, y Domínguez empezará a moverse, ya sin pensar. Esta acción está
marcada por “de tardecita salió”. Es interesante observar el manejo temporal
del cuento. El mismo comienza a la mañana, su nudo se desarrolla en la
tardecita-noche, y el final es en la noche y la madrugada. Parece que toda la
acción se desarrolla en un día, y acercarse a noche es símbolo del declive, no
sólo del fin del caballo, sino también de la vida de Domínguez, cuya vida
cambia y llega a lo más profundo en tan sólo un día.
La
decisión de Domínguez es ir a ver al bolichero nuevo e intentar pedirle fiado,
sino lo conseguía, tendría que vender al caballo. Una vez más las decisiones de
Domínguez no son de él, sino de las circunstancias externas. No decidirá él
realmente, sino el bolichero, que sin saberlo, empujará a Domínguez a venderlo.
Esto nos muestra un personaje que no es capaz de responsabilizarse de su propia
vida, sino que es llevado, permanentemente por su necesidad pragmática de
satisfacer su hambre, quitándose de encima toda culpa “¿qué iba a hacer?”, como
si la única alternativa posible fuera esta. Su necesidad apremia, y no existe
entre sus posibilidades, resolver el problema a un mediano plazo, por ejemplo
con un trabajo.
El
encuentro con el bolichero es un ejemplo del mundo mercantil, lleno de
hipocresía y desconfianza, aunque no será tan cruel e indiferente como el
diálogo con el encargado del circo. La hipocresía, despreciable, al menos deja
un clima de cortesía y mentiras.
Domínguez
se presenta como no es, sin embargo no miente, es pensionista, pero también
asegura que es buen pagador, lo cual sabemos que no es cierto, porque él mismo
tiene a los otros bolicheros “marcados y recontramarcados”. Necesita de la
mentira para moverse en este mundo, pero no cuenta con la desconfianza del
otro, que “también era especial”. Frente a los dos o tres pesos que pide
Domínguez, se antepone los cien que son el capital del comerciante. Esa es la
excusa para no fiarle, aunque trata de quedar bien, diciéndole que los
pensionistas le gustan mucho. Él es un trabajador y no está dispuesto a regalar
su trabajo, pero para no perder al cliente le invita a venir cuando esté mejor
asentado. Hay algo irónico en todo este diálogo, porque lo que verdaderamente
mueve al comerciante es la desconfianza, ve que Domínguez no es exactamente lo
que dice ser. Y Domínguez lo capta en seguida, y se toma su pequeñísima
venganza “si algún día tengo plata, lo que es éste no le compro nada” como si
eso fuera a desequilibrar las finanzas de este comerciante.
El
mundo hipócrita del mercado todavía le dará lugar a pensar esta pequeña
venganza, pero cuando se enfrente al mercado más despiadado, que lo acorrala,
ya no tendrá posibilidad de creerse capaz de algo así. Domínguez irá entrando
en estas leyes de mercado deshumanizado, sin siquiera imaginarse a qué se
enfrenta. Si el mundo ha sido despiadado para él, aún no ha visto nada hasta
llegar al circo. Este pozo en el que el personaje se va metiendo, contrasta
vivamente con el sobrino, joven y engreído, que no parece saber tampoco al
nivel que un ser humano puede llegar a humillarse.
El
cuarto momento, marcado por la estructura formal, corresponde al encuentro de
Domínguez y el encargado del circo. En este momento predomina el diálogo, casi
como si fuera un texto dramático, aunque el clima sirve de introducción para
este mundo podrido.
La
atmósfera en la que entra Domínguez tiene un aspecto onírico (de sueño), más
bien de una pesadilla, ya que nada en él es agradable. Como Dante al entrar al
infierno no podía valerse del sentido de la vista, aquí el personaje, también
en un ambiente parecido a lo infernal, debe valerse de otro sentido, el olfato;
siendo este sentido algo que nos asalta y no se puede evitar, por más que nos tapemos
la nariz. El olor de putrefacción (“orines y carne podrido”) anuncian también
esa decisión cargada de podredumbre moral que Domínguez estará dispuesto a
realizar. Así como el ambiente estará podrido, también lo estará en breve
Domínguez cuando lleve a cabo su acción. Recordemos que las cosas pudren cuando
se descompone la materia viva. Domínguez y este mundo están podridos en lo más
profundo de su ser, porque su materia viva está sin vida en el caso del circo,
y quedará sin vida en el caso de Domínguez.
Este
ambiente infernal y onírico se refuerza con la oscuridad, que a partir de este
momento irá predominando en el cuento. No puede ver, pero puede oler y
escuchar, quejidos, movimientos, ronquidos, y esta anulación de la vista, que
se repite varias veces, crea inquietud, no se puede reconocer exactamente lo
que rodea al individuo, lo que lo zambulle en un clima de indefensión en el que
Domínguez no repara, ni tampoco lo alerta o lo detiene. Lo único que puede
identificar son los ojos de los tigres y leones. Domínguez no ve, pero es
observado, lo que aumenta la indefensión. Lo diabólico aparece en la
comparación de esos ojos con los botones con luz. Algo perverso, mágico e
inhumano, por lo amenazante, aparece en esos ojos. Aún así, Domínguez no
advierte el peligro de donde está.
El
diálogo no será otra cosa que un reflejo de lo que ya se ha descrito, ya que el
que habla, que ni siquiera es presentado, porque como ser humano no tiene
importancia, será igual de cruel e indiferente, que esas fieras que lo único
que les interesa es la comida. Este diálogo parece un símbolo del mundo
despiadado que se viene.
Domínguez
intenta hacer lo mismo que hizo con el bolichero, porque es la forma que conoce
de negociar, así miente, diciendo que el caballo es sano. Incluso su
inseguridad se muestra en el momento que dice “medio grande”, y el otro
pregunta “gordo”, “no” contesta Domínguez. De alguna manera parece no estar
decidido a mentir totalmente.
La
indiferencia, la falta de afectos en este mundo se ve en varios aspectos. En
primer lugar, sin dar mucha oportunidad, ni siquiera verlo, el encargado pone
un precio, y por más que Domínguez quiera subir ese precio, el otro no se mueve
de eso, y ni siquiera le da lugar, es más, juega con la necesidad de Domínguez
de venderlo. No importa nada, ni el cuero, ni si el caballo vale más, sólo
importa su carne para alimentar a las fieras. Domínguez intenta hacer valer a
su caballo un poco más, ya que lo va a vender, a traicionar, pero es igual, el
encargado es capaz de llegar a la crueldad más absoluta de decirle “tráigalo
sin cuero” como si fuera posible sacarle la piel a un amigo. Para el encargado,
poco importa lo que pueda sentir Domínguez, sólo interesa el negocio, metáfora
de este mundo de capitalismo feroz.
Mayor
es la presión cuando le dice que lo tiene que llevar hoy porque pasado mañana
se van. No le ahorran a Domínguez nada de su traición. Él que no ha querido
nunca asumir las responsabilidades de su vida, ahora tendrá que enfrentarlas
todas hasta las últimas consecuencias, viéndolo todo, sabiéndolo todo, sin
posibilidad de suavizar esta realidad o su traición.
Es en
la última parte del nudo comienza el lirismo del cuento. Este se muestra en la
utilización de frases muy cortas y la excesiva cantidad de signos de puntuación
que enlentecen el ritmo de la misma. A su vez se repite la expresión “despacio”
porque así vienen los personajes y así tenemos que leerlo a causa de las
pausas. Cada frase parece uno de los pasos de los personajes. Esta marcha
recuerda a la de una peregrinación o la de un cortejo fúnebre. Ambos personajes
manifiesta el peso de ese dolor en su caminar. Pero nadie lo ve, otra vez la
indiferencia de este mundo, nadie puede comprender lo que ambos sienten, y si
lo comprendieran o lo vieran, tampoco les importa: “casi nadie se daba cuenta
de que caminaban”. La imagen por sí sola refleja el interior de estos
personajes, no obstante, el narrador plantea una frase poética, que parece
reflejar el entorno pero que sugiere mucho más que eso: “Iban en la oscuridad como
otra oscuridad que caminaba”. Son una oscuridad más oscura que la oscuridad
misma. Si lo leemos literalmente es lógico pensar que en un lugar oscuro hay
cosas que son más oscuras por el cuerpo que ocupan. Pero en este caso no sólo
refiere a esto, sino a la “oscuridad” que aqueja a estos personajes en estas
circunstancias. Son de por sí una oscuridad, unos cuerpos que nadie comprende
ni a nadie interesa. La procesión ahora se reafirma dado que lo oscuro también
sugiere la tristeza. Ellos en si mismo son una nueva oscuridad.
Esta
oscuridad empieza a revelarse en la acción del caballo, quién calza la cabeza
en la espalda, empujándolo, como lo hacía en la segunda parte, cariñosamente. Y
aunque el narrador dice: “sin duda para no perderse”, en realidad este gesto
muestra mucho del caballo. Es como si supiera a dónde lo llevan, y cómo si
supiera lo que Domínguez quiere hacer, pero aún cuando Domínguez lo está
traicionando, mayor dolor es pensar que el caballo, sabiendo, lo perdona y
hasta lo empuja a hacerlo, como si pudiera con esto pagarle algo del
sacrificio, que el mismo Domínguez ha hecho siempre por él. Esto puede
deducirse porque la cabeza la sentía “como un dolor que le llegaba del
caballo”. Este caballo parece ser mucho más que un animal, y donde nos descuidemos,
es más hombre que el mismo Domínguez, porque parece comprender más que el
personaje. Aún cuando Domínguez puede ver todo esto, no se detiene. Allí está.
Sigue su camino como un destino trágico del que no puede dar vuelta atrás.
El
dolor de estos personajes contrasta con la locura de las bestias que sabiendo
que venía comida, esperan eufóricos la muerte del caballo. No hay lugar para el
respeto del dolor ajeno, ellos no sienten, no pueden compadecerse, no pueden
pensar más que en lo básico y vital como es la comida.
Domínguez
no se conforma con entregarlo, y sin que entendamos bien por qué, tal vez por
un afán de llegar al fondo de esta cuestión, tal vez para saber si iba a sufrir
mucho, pregunta cómo lo matan. La crueldad se presenta ante sus ojos con el
máximo horror, y aún así Domínguez no reacciona. Le dicen que lo matan pero no
le dan de comer enseguida a los leones, sino que los hacen desear para que
parezcan más jóvenes. Ni siquiera la muerte del caballo servirá para apalear
una necesidad inmediata, sino para hacer desear. No sólo le dicen lo que harán
sino que le muestran con qué lo matan, un marrón lleno de sangre y pelos, con
lo que matan a todos los animales. El dolor, el duelo, la relación afectiva,
contrastando con la bestialidad de este mundo sin sentimientos, podría haber
hecho que Domínguez reaccionara, sin embargo sigue adelante, aunque sale de ahí
“como borracho”. No porque hubiera tomado algo, sino porque sus sentidos están
totalmente aturdidos ante tanta bestialidad, tanta falta de sensibilidad ante
la vida.
Desenlace
El
final de este cuento comienza con el verbo “salió” porque no sólo sale de ese
lugar infernal, sino porque sale de la vida misma, sale también del “sueño” de
sus sentimientos, sale de ese estado en que estaba dormido, en que no pensaba,
ni quiería sentir. Comienza la anagnórisis, el darse cuenta.
Este
estado del que se despierta se da progresivamente, por eso “estaba enfermo”,
“con náuseas”, porque lo que acaba de descubrir no le permite disfrutar como si
tal cosa. Intenta aturdirse un poco con alcohol para tapar sus sentimientos que
ahora lo asaltan. Intenta seguir con su plan de comprar comida, pero no puede
hacerlo normalmente, porque no ha perdido su condición humana, aunque sabe que
se parece más a las fieras definidas arriba que a un ser humano. ¡Qué lo
diferencia de aquellas bestias indiferentes que lo único que les interesa es la
comida y su propia satisfacción!
Pero de
esto se dará cuenta lentamente, por medio del silencio y la soledad total.
Escucha al circo, los ruidos, los aplausos, la alegría del público, y sabe que
su amigo ya está muerto. Esta algarabía contrasta con su tristeza. Los ruidos,
con su silencio. La multitud con su soledad. Las luces del circo con la noche y
la oscuridad que lo rodea.
“En el
cielo la estrella de luces del circo se levanta como un barco detenido”, esta
comparación nos revela algunas cosas. La estrella que sirvió para marcar el
camino a tantos navegantes, que fue señal de lo divino, no tiene sentido en
este mundo sin Dios, cruel e insensible. Marcó un rumbo, pero uno terrible. Es
una estrella artificial, no real. A su vez se compara al circo con un barco
detenido. El circo seguirá su curso, pero se ha llevado lo más importante para
Domínguez, su contacto con la vida, su tarea, el motor para que él siga
andando. Ese circo seguirá su rumbo, mientras Domínguez quedará detenido para
siempre, sumergido en la más absoluta soledad.
“Era
muy tarde”, pero no sólo en la noche, sino en la vida de Domínguez. Ya no hay
más nada que hacer, y el narrador utiliza la metáfora “la noche se había
vaciado de golpe”, ya no tiene nada más sentido, nada va a poder volver a
llenar la vida de Domínguez. Se da cuenta que se parece a las fieras que buscan
carne, y por eso no puede comer el asado que ha comprado. Comerlo sería
parecerse más a ellas. Las náuseas de su acción no le permiten llegar a ese
punto de insensibilidad.
A
partir de este momento la soledad se mostrará a través de todo lo que Domínguez
no hace. Es la reiteración constante de adverbios de negación los que nos
muestran y nos hacen sentir el vacío del personaje: “no comía”, “no fumaba”,
“no estaba triste”, “no hacía nada más”, “no tenía nada que hacer”, “ni traer
pasto”, “nunca, nunca, nunca, lo que se dice nunca”, “nada que hacer”, “nada”,
“nada”. Al no haber una tarea, una posibilidad de ocuparse de algo, todo
resulta absolutamente inútil, la vida misma pierde su sentido. Para qué esperar
la mañana, para qué levantarse cada día. No existía ni parece existir en
Domínguez una proyección de vida. Accionó y no pensó qué haría después.
Ponerse
a llorar tal vez sea una posibilidad de comenzar, ya que se permitió sentir, lo
que hasta ahora no se había permitido. Con el llanto recupera su humanidad, y
con ella se opone a este mundo insensible, pero no sabemos si esto bastará.
La existencia
planteada al principio con aquellos adverbios terminantes, ahora se
resignifican frente al vacío con prácticamente los mismo términos. Lo que lo
unía al mundo era una “única cosa”, su tarea, al desparecer esta ya nada tiene
sentido.
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