ODA
A LEUCÓNOE
No indagues,
Leucónoe; vedado está saberlo
qué destino los
dioses a ti y a mí nos dieron,
y no de Babilonia
consultes los misterios.
Vale más, como fuere,
aceptar el decreto,
ya nos conceda Jove
contar muchos inviernos,
o ya sea éste el
último en que abatirse vemos
contra escollos
tenaces las olas del Tirreno.
Sé prudente, buen
vino consume de lo añejo
y largo afán no
entregues a plazo tan pequeño.
Mientras hablamos
huye con la palabra el Tiempo.
¡Goza este día! Nada
fíes del venidero.
Horacio ,Odas, libro I, oda XI
Oda
a Leucónoe
Este
poema pertenece al autor latino Horacio. Vivió bajo el imperio del Emperador
Augusto, falleciendo en Roma en el año 8 AC. A pesar de ser hijo de un esclavo
liberto, su padre le proporcionó la posibilidad de estudiar, por lo que se
trasladó a Grecia a estudiar Filosofía. De allí trajo dos cosas importantes
para su vida y su obra: el conocimiento del griego y sus múltiples autores
tanto literarios como filosóficos y su adhesión a la filosofía de Epicuro,
conocida como epicureísmo. En breves palabras tomadas del Diccionario de la
Real Academia Española, definiremos al epicureísmo como: “Teoría enseñada por
el filósofo Epicuro, en el siglo IV a. C., que sostiene como principio de la
existencia humana el bienestar del cuerpo y de la mente.”
Este
principio aparecerá en su obra, básicamente en los dos temas principales de la
poesía de Horacio: el elogio a la vida retirada, conocida como “Beatus ille…”,
palabras iniciales de su poema, que traducimos como “Bendito aquél…” El otro
tema, el “Carpe diem”, que significa “Aprovecha el día”, es la invitación a
vivir la juventud plenamente.
Comenzaremos
el análisis, como es imprescindible, por el título: Oda a Leucónoe.
En
primer lugar, debemos determinar el significado de la palabra ODA, para así
luego comprender mejor por qué el autor titula así el poema. La palabra oda, de
origen griego significa, según el
Diccionario de la Real Academia Española “Composición poética lírica de tono elevado,
que generalmente ensalza algo o a alguien.”
¿Qué
significa esto? En primer lugar que estamos ante una forma de composición
literaria que pertenece al género lírico, por lo tanto, por definición, EXPRESA
SENTIMIENTOS. Al decir que es de “carácter elevado”, significa que no hace
ninguna referencia de tipo crítico, ya sea seria o burlesca; por el contrario,
habla ensalzando, encomiando, alabando, resaltando lo bueno de una persona o de
una cosa.
Como
todo texto de carácter lírico, los sentimientos expresados parten de un YO
conocido como YO LÍRICO y se dirigen a un TÚ, real o imaginario. Eso no
significa que los sentimientos expresados sean hacia ese TÚ, sino que ese
destinatario puede ser solamente quien los recibe, los oye, pero no le están
destinados necesariamente.
En
el caso de nuestro autor, sí expresa sentimientos y ese TÚ, real o imaginario,
es una mujer cuyo nombre es Leucónoe.
El
tiempo pasado en Grecia, posibilitó a Horacio el conocimiento de la lengua
griega, una de cuyas características es la riqueza de vocabulario y
expresiones. Es frecuente, desde los tiempos del griego clásico al presente, la
formación de palabras por la unión de dos. El nombre Leucónoe es de origen
griego y está formado por dos palabras: λευκóς, que significa “blanco” y νούς
que significa “mente”. Si asociamos los significados de las palabras, para
unirlas en uno solo y así caracterizar a la dueña del mismo, podríamos decir
que Leucónoe es “mente blanca”, si lo
vemos etimológicamente (es decir, por su significado). Pero si analizamos más
profunda y metafóricamente, este nombre caracterizaría a la mujer que lo posee:
una mente blanca podría ser metáfora de ingenuidad, de candor, de pureza, de
inocencia y hasta de una mente despreocupada.
El
texto se inicia con palabras que señalan
que son de advertencia:
"No
indagues, Leucónoe; vedado está saberlo
qué
destino los dioses a ti y a mí nos dieron,
y no
de Babilonia consultes los misterios." [...]
La
advertencia o también podemos considerarlo consejo, es que no quiera saber lo
que los dioses les tienen prohibido conocer: el futuro. Los verbos “indagar”
,“vedado” y “saberlo” unidos señalan la
prohibición; el futuro desconocido está en la palabra “destino”, que indica que
no sabemos cuáles serán los sucesos de nuestra vida futura y si nos serán
favorables o adversos. Las palabras “los dioses” indican quiénes son, según la
creencia politeísta del pueblo romano, los poseedores de dicho conocimiento.
Los seres superiores e inmortales, los dioses, son los que gobiernan la vida
del hombre y este se encuentra a su merced, a su voluntad y capricho. Por eso
mismo, porque Leucónoe ya debería saberlo, le aconseja no consultar los
“misterios” de Babilonia. He aquí una metáfora que hace referencia a las
mancias o artes adivinatorias. El futuro ha sido desde siempre, la gran
incógnita para el ser humano y conocerlo, para poderlo cambiar para mejor, ha
sido siempre su gran deseo. El ansia de Leucónoe de consultar las mancias
babilónicas, probablemente la astrología, dado el desarrollo que de la
astronomía tenía el Imperio Asirio-Babilónico, no hace otra cosa que mostrar
esa inquietud que el hombre ha tenido desde que el mundo es mundo. Horacio, el
yo lírico, aconseja no consultar las mancias, dado que es inútil, ese
conocimiento solo pertenece a los dioses inmortales y es válido para ambos:
[…]qué destino los dioses a ti y a mí nos dieron […] Los pronombres personales
que aparecen destacados así lo indican.
[...]"Vale
más, como fuere, aceptar el decreto,
ya
nos conceda Jove contar muchos inviernos,
o ya
sea éste el último en que abatirse vemos
contra
escollos tenaces las olas del Tirreno." [...]
La
aceptación de ese decreto, de ese mandato divino inexorable, que no puede
cambiarse, es preferible a buscar respuestas donde no las hay. Para señalar que
son los dioses los que deciden el destino de los hombres, nombra a uno solo, al
más poderoso, a Jove o Júpiter, el Zeus de los griegos. Otra vez la importancia
de las palabras: un decreto es una orden que no se discute; el verbo para
señalar el destino manejado al arbitrio divino es conceder, que significa dar,
otorgar una gracia, un don. La vida larga o breve que los dioses puedan
otorgar, aparece en la metáfora de “muchos inviernos” y nuevamente vemos la
importancia del uso de la palabra correcta. En este caso, es “contar”: la vida
de las personas se cuenta por años. Pero así como pueden ser muchos, también
puede ser el último invierno que contemplan ese paisaje de la costa oeste de
Italia, donde se ubica el mar Tirreno y no lo saben: […] “ya sea éste el último
en que abatirse vemos/contra escollos tenaces las olas del Tirreno.” […]
A
continuación y para finalizar el poema, el poeta aconseja a Leucónoe:
[...]"Sé
prudente, buen vino consume de lo añejo
y
largo afán no entregues a plazo tan pequeño.
Mientras
hablamos huye con la palabra el Tiempo.
¡Goza
este día! Nada fíes del venidero."
[…]
“Sé prudente, buen vino consume de lo añejo”[…] La mesura, la moderación, la
cautela deben regir la vida de Leucónoe, pero no para preocuparse por el futuro
que le está prohibido conocer, sino para saber aprovechar la juventud y lo
mejor de la vida. La idea de aprovechar lo mejor de la vida está en la metáfora
del vino añejo: de los vinos añejados, que son los mejores, escoge el mejor de
ellos, aconseja el poeta. Mira de la vida todo lo bueno y escoge lo mejor, ya
en placeres físicos, ya en mentales, espirituales. También le recuerda que no
debe preocuparse tanto por el futuro, dado que la vida es breve:
[…]
“y largo afán no entregues a plazo tan pequeño.”[…]
La
fugacidad del tiempo y con él, la de la vida, es como la de la palabra, que no
es otra cosa que aire. La brevedad de la vida aparece señalada en esta
metáfora: “plazo tan pequeño.”
La
locución latina “Tempus fugit” es clave aquí. Significa “El tiempo huye” o “El
tiempo vuela.”
[…]Mientras
hablamos huye con la palabra el Tiempo.”[…] El tiempo aparece escrito con
mayúscula porque está indicando a un dios, a Cronos, el padre de Jove o
Júpiter, quien es justamente, el dios del tiempo. El consejo final, en latín es CARPE DIEM,
[…]“¡Goza
este día! Nada fíes del venidero.” Aprovechar la juventud, el momento, el día,
porque nada puede esperarse del día por venir, del mañana. Si lo señalan los
dioses, mañana puede no llegar nunca, pues podremos estar muertos.
No
queda establecida qué relación tiene el poeta con Leucónoe. Dado los consejos
que le da, bien puede ser su padre, un tío, un hermano mayor, un maestro, una
persona allegada a su familia, pero que, por experiencia de vida, se nota que
le lleva años de diferencia.
Este
tema es aplicable a los tiempos actuales, ya que nada ha cambiado para el ser
humano: la duración de su vida sigue siendo un misterio, no importa si es
creyente de alguna religión o no. Nadie humano tiene ese conocimiento del
instante de ser concebido como el de su muerte. Y la curiosidad por saber el
futuro sigue siendo una constante en el ser humano. Por eso vemos tantas
ofertas de mancias en los medios de comunicación. El deseo del hombre por
conocer su futuro está comercializado y dominado por las leyes del mercado: si
hay oferta (¡y cuánta y de todo tipo!) es porque hay demanda. Aprovechemos el
día, entonces. Hagamos hoy todo lo que sea bueno para nuestra vida, pero con
moderación, con mesura, al decir de Horacio en la metáfora del vino: de lo
mejor que la vida puede ofrecernos en todos sus aspectos, escojamos lo más
valioso, que nos deje buenas experiencias, ya corporales, mentales o
espirituales.
El
tema, por lo tanto del poema, es de carácter filosófico, ya que reflexiona
sobre los aspectos propios de la condición humana: la vida, la muerte, el deseo
de conocer el futuro y el goce de la vida.
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