domingo, 27 de octubre de 2013

Análisis Martín Fierro, CANTO VII Primera parte.

MARTÍN FIERRO
CANTO VII



Análisis de la pelea con el negro





            En el Canto VI, al volver de la frontera y encontrarse con su rancho convertido en tapera (símbolo de su vida deshecha), Fierro había jurado “ser más malo que una fiera” y decidido convertirse en gaucho matrero. Esa decisión es una autoafirmación de su ser frente a una sociedad que lo ha desconocido, demostrándole de manera palpable que ni siquiera la sumisión lo pone a salvo de sus atropellos.

                                   “De carta de más me vía”

            La metáfora (resaltada por el hipérbaton) sugiere su sentimiento de inutilidad. Ha tomado conciencia (“me vía”) de su marginación. El ya carece de poder de decisión, depende de una fuerza ajena y superior. Fierro es un mero objeto para la sociedad, con el agravante de que ha quedado fuera del juego. No tiene lugar ni función  en el mundo. Por eso no sabe qué hacer con su vida

“sin saber adónde dirme”

            La segunda mitad de la cuarteta introduce la tercera persona del plural. La impersonalidad de ese “ellos”, sumada al plural, resalta la impotencia de Fierro, que se enfrenta a un enemigo abrumadoramente superior y, en última instancia, no individualizable. No hay a quién quejarse ni de quién vengarse. El negro pagará por ellos. La sociedad no demuestra comprensión alguna hacia la situación. Juzga simplemente, transformando a la víctima desorientada en vago. Ni siquiera se le brinda una oportunidad, ya que el juicio es seguido de inmediato (a través de la coordinación copulativa) por la acción regresiva.
            De su situación personal, se eleva a una reflexión general comprensiblemente pesimista, tránsito subrayado por el cambio de tiempo verbal: del pretérito al presente. La negación absoluta refuerza la impresión de validez irrestricta. Es sugestivo que, por segunda vez en lo que va del canto, emplee el verbo “ver” (“vide”). Crea la impresión de estar escindido de estar escindido entre un ser que padece y otro que lo observa sin poder asumir de una vez su situación.
            La tercera estrofa está constituida por una enumeración negativa, salvo el segundo verso.
            Fierro recuenta sus carencias. El verso afirmativo separa las pérdidas afectivas de las puramente materiales. La reiteración anafórica de “no tenía” destaca su total desamparo, tanto espiritual como material. Su situación es soledad absoluta, soledad en contra, soledad de aquel que huye. Esto se materializa finalmente sobre la propia figura, en la ropa miserable, en la falta de dinero...
            La siguiente cuarteta trae evocación de los hijos. No los incluyó en la enumeración anterior para resaltar que son lo más importante y que todavía no ha perdido la ilusión de reencontrarlos. El andar “de un lado a otro” es índice, no solo de su desorientación, sino de la búsqueda desesperada de sus hijos, que únicamente servirá para hacerle acumular resentimiento. Este verso sintetiza la miseria en que vivía:


                                   “sin tener ni qué pitar”

            Sin embargo, sus constantes desplazamientos eran inspirados por una razón afectiva.
            A partir de la quinta estrofa, comienza el planteo del nuevo episodio. Este se inicia bajo el signo de la fatalidad: “por desgracia”. Una y otra vez Martín Fierro nos señala la inexorabilidad en su vida, y su conciencia de lo fatal en ella. Fierro es un narrador extra – homodiegético, esto es, narrador y protagonista a la vez, lo que le permite contar desde una perspectiva global y saber como narrador lo que como personaje ignoraba. De este modo, mediante la anticipación, va despertando la expectativa del público.
            La ubicación temporal y la espacial son tan vagas que sugieren el caos en que se habían convertido su existencia.
            El baile le permite reintegrarse, aunque más no sea transitoriamente, a la vida social. Pero, debido a su estado de ánimo, no pretende siquiera participar. Solo pretende evadirse de su angustia.
            El hipérbaton posterga la aparición del verbo “Fui” hasta el final de la estrofa, porque esa acción en apariencia intrascendente lo condujo al encuentro de su destino.
            En el baile, re – anuda lazos amistosos que parecen devolverlo a la comunidad de los hombres.
            La insistencia en el carácter excepcional de esa embriaguez y de su posterior conducta violenta revela el afán de Fierro de atenuar como narrador lo que hizo como personaje. Recordemos lo que proclamó sobre el final del Canto I:

                                   “que nunca peleo ni mato
sino por necesidad.”

            La flagrante contradicción entre estas palabras y lo que ahora se dispone a contar le debe resultar acusadora a Fierro:

                                   “Como nunca en la ocasión
porpeliarme dio la tranca”

            Fierro continúa mostrándose como juguete de fuerzas que no conocía ni podía controlar. Siente que en esta ocasión no era dueño de sí. “La tranca” lo dominó. El peso del remordimiento es tal que ya comienza a  exculparse. Antes había perdido el control de su vida, ahora de sí mismo. Su resentimiento se descarga contra un desclasado como él, relegado incluso a una posición inferior a la suya por su condición de negro, de distinto. La pelea sin causas requería causa para ser, y había de ser entonces la más natural  e inmediata, la que surgiese de un prejuicio hecho ya casi carne .
            Movido por un prejuicio atávico, Fierro provoca una pendencia carente de otra motivación que no sea su necesidad inconsciente de desahogarse y afirmarse. Precisa demostrar que aún sigue siendo un hombre. Como suele suceder, reafirmará su hombría a expensas de lo humano. Pero lo único que conseguirá será poner fin a una vida y acabar de arruinar la suya.
            Con su provocación, Fierro está atacando, la felicidad que ya no tiene, representada por esa pareja que viene a divertirse y cuya Fierro repite el proceder injusto del que fue víctima. Se transformará en asesino para dejar de sentirse impotente.
            La atención de Fierro se centra primeramente en la morena, pero todo lo que le diga tendrá como destinatario último a su compañero. Siente como soberbia lo que probablemente fuera solo concentrada  expectativa en los ansiados placeres del baile. Llevado por la desesperación, el hombre precisa atraer la atención para dejar de sentirse un inútil. Marginado, quiere ser protagonista.
            Mediante el calambur, no solo insulta Fierro a la mujer, iniciando así la larga serie de asociaciones desvalorizadas con animales, sino que exhibe el ingenio con que pretende convertirse en centro de la atención. El perseguido busca ser atendido.

                                   “mirándome como a perro;”

            La rapidez con que la negra le devuelve el insulto, así como la mirada despectiva que le arroja y el hecho de que siga de largo, debieron dejar mal parado a Fierro, aunque el narrador no nos diga nada acerca de la reacción de los circunstantes, concentrando así aún más la tensión.
             La descripción que hace Fierro de la mujer refuerza la nota humorística, que habrá de resaltar por contrate la tragedia del final. La comparación hiperbólica con la cola de una zorra contrasta cómicamente con la actitud envarada y deliberadamente digna de la mujer.
            El segundo parlamento de Fierro está cortado por una acotación del narrador (“dije yo”), cuya función es resaltar el final insultante y provocador, con su clara alusión sexual. Se trata, en realidad, de un tiro por elevación contra el moreno.
           
                                   “me gusta... pa la corona”

            Sin transición alguna, como lo pone de manifiesto la coordinación copulativa, Fierro aumenta la presión sobre el negro atacándolo en el fundamento mismo de su propia identidad: el color de la piel. Hernández ha sabido ir graduando la intensidad creciente de la provocación:
  • insulto alusivo al físico de la mujer,
  • implicación sexual,
  • irritante agresión racial.

Todas tienen en común su pretensión de ingeniosas, con las que Fierro busca situarse en el centro de la atención.
El diminutivo “coplita” sugiere el carácter divertido que la situación tenía para el gaucho. En cambio, el adjetivo “fregona” revela la clara conciencia de su hiriente contenido. La estructura descendente asegura la intensidad creciente de la ofensa.
Recién en la estrofa XIII, cinco después de que se lo mencionara por primera vez, reaparece el negro. El pretérito pluscuamperfecto destaca el esfuerzo de paciencia que ha estado haciendo, que a través del uso del gerundio se refuerza. Es un indicio de su prudencia. A diferencia de Fierro, no tiene nada que probar ni que probarse y si mucho que perder.
La comparación transforma en imagen sensible la furia interior del moreno:
           
            “en lo oscuro la brillaban los ojos como linterna.”

Al darse cuenta de su enojo, Fierro aumenta la presión sobre el porque comprende que es terreno fértil para la provocación. La aproximación física no solo demuestra que no le teme, sino que es casi una incitación al negro para que lo ataque.
Fierro ha ido a buscar a su contrincante. Este no ha cruzado el umbral todavía (“dendeajuera”).
El nuevo calambur enmascara, bajo la apariencia de un cumplido, una nueva alusión insultante a un rasgo racial:

            Por... rudo... que un hombre sea”

De este modo, Fierro vuelve a lucir su ingenio.
La metonimia en este verso expresa con brutal intensidad el desprecio de Fierro por su contrincante:

            “Corcovió el de los tamangos”

El verbo lo asimila en su furia a un caballo y la perífrasis lo despoja, a su vez, de todo rasgo humano al designarlo reductoramente por sus zapatos. Tengamos en cuenta que el gaucho usaba botas.
La fulminante rapidez con que se desencadena la pelea ex expresada mediante el polisíndeton constituido. Al lanzarse al ataque, el negro cruzó el umbral.
La conjunción  de metáfora y metonimia en la expresión “el de hollín” realza la burla y el desprecio de Fierro. La comparación que le sigue apunta en la misma dirección, poniendo en evidencia además la divertida inconsciencia con que el personaje todavía encaraba la situación.
El modo ciego con que el negro ataca revela que no tiene experiencia como cuchillero y ya preparando el desenlace de la pelea.
Cuando desenvaina el cuchillo se produce un viraje decisivo en la acción.
 La metáfora “ese toro”colabora en tal sentido, ya que si bien continúa identificando al negro con un animal, entraña al mismo tiempo una revaloración como rival, por lo menos en lo que se refiere a su bravura.
El último verso de esta cuartete “solo nací...solo muero”, expresa claramente el cambio de actitud de Fierro. La diversión ha terminado. Del penoso y vulgar espectáculo de un ebrio pendenciero pasamos a una situación ritual y arquetípica, el duelo. Inversión trágica, en este caso, del ritual rítmico y vital del baile.
Las dos estrofas siguientes narran los preparativos del duela, realzando la impresión ritual y retardando, al mismo tiempo, el momento decisivo, para llevar la tensión a su clímax.
En Fierro parece nacer una nueva comprensión de su rival, al que empieza a respetar porque se ha dado cuenta que no es manso ni cobarde.
La evolución de los personajes ha sido inversa: el negro se ha cegado, mientras que Fierro se ha despejado al cobrar conciencia de lo que está en juego. Uno solamente piensa en matar, el otro comprende que puede morir.
El negro acomete sin tino por la furia que lo domina.
A partir de este instante, la acción se precipita tal como lo expresan la abundancia de verbos en pretérito perfecto simple, y de verso terminados in aguda.
En la misma dirección apunta la alternancia de las referencias a los contrincantes: una estrofa empieza diciendo “El negro” y la siguiente “Yo”.

            “Yo tenía un facón con S que era de lima de acero”

Estos versos equivalen a un primer plano del facón, instrumento de la próxima muerte a la vez que del destino de Fierro.
Al perdonarle la vida al negro, le asesta un golpe de plano:

            “en el medio de los aspas”

A través de esta nueva metáfora peyorativa, Fierro vuelve a humillarlo, dejándolo en una posición desairada.
Da la impresión de seguir subestimándolo. Pero lo único que consigue es exasperarle  “como una tigra partida”, con la que se resalta la ferocidad de su nuevo ataque.
De allí que el negro intente y logre herirlo en la cara, lo cual se consideraba vergonzoso para quien recibía el corte. Aquí, además, se carga un valor simbólico: es de estigma de esta vano homicidio, que acompañará a Fierro durante el resto de sus días.
La herida le demuestra que no se puede actuar sin perder la inocencia.
Siente injustamente al negro como malvado porque le obliga a perder su inocencia. La elipsis por la que se omiten las restantes vicisitudes de la pelea resalta la brutal sorpresa del golpe final, acentuada por el sustantivo “topada”, que expresa crudamente el carácter anima, instintivo, de la pelea:

            “Por fin en una topada...”

El hipérbaton, que posterga la aparición para el final del segundo verso realza, hasta visualmente, la violencia del impacto.
La transición hacia la conciencia y la culpa se produce durante el breve y tremendo espectáculo de la agonía. Es el primer homicidio de Fierro. Las convulsiones del negro son como la objetivación de las que debió sufrir la conciencia de su matador.
La matriz estrófica del canto se altera de inmediato, cuando la décima sustituye a la cuarteta. La extensión se amplía para que accedan al primer plano todas las implicancias humanas (dolor de la negra, conciencia de Fierro) que habían sido relegadas por la furia irracional.
El sufrimiento de la mujer se transforma en viva acusación contra Fierro, cuya culpa objetiva de forma conmovedora.
Contra la desesperación acusadora de la morena, se alza el Yo del protagonista, cuyo sentimiento no asumido de culpa le vuelve intolerable la escena. La ironía trágica consiste en que lo haga “por respeto al difunto”, por el que no mostró el mismo respeto cuando estaba vivo.
La siguiente copla está constituida por una pausada enumeración, que contrasta la lentitud de la retirada con la rapidez del duelo.

            “Limpié el facón en los pastos,
            desaté mi redomón,
            monté despacio y salí
            al tranco pa el cañadón.”

Los verbos en primera persona al comienzo de los tres primeros versos refuerzan la impresión de tremenda soledad en que ha quedado Fierro. En su afán de afirmarse, el personaje no ha hecho otra cosa que excluirse definitivamente de la sociedad.
El episodio termina con Fierro perdiéndose en la noche (la de la culpa)
Las tres estrofas finales constituyen el epílogo del canto. El negro fue tratado por la sociedad con la misma desaprensión con que Fierro lo hizo. Su alma interesó tan poco como su cuerpo.
Reaparece la tercera persona del plural, subrayando que la misma sociedad que despojó a Fierro lo condenó injustamente, se deshace con igual insensibilidad del moreno. El negro careció de todo en la muerte, como Fierro carece de todo en la vida. Esto contribuye a resaltar la inutilidad de la pelea.

Martín Fierro será en vida el alma en pena que el negro es de muerto. En la última estrofa, no enteramos de que Fierro lo recuerda cada tanto y que entonces, para aliviar su conciencia, piensa en hacer una buena acción por él.

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