sábado, 3 de mayo de 2014

MEDEA: MITO Y ARQUETIPO

                       MEDEA: MITO Y ARQUETIPO.


Mª Jesús Soler Arteaga.
Universidad de Sevilla.


           La presente comunicación, se apoya en el marco teórico que proporciona el comparatismo, por cuanto pone de manifiesto no sólo la licitud, sino también la conveniencia de poner en relación las producciones de un autor;  las producciones nacionales; y además  los discursos de distintas ramas del arte. Concretamente, entre los muchos caminos que nos muestra el comparatismo, transitaremos por la rama de la literatura comparada dedicada a la tematología que, como define A. Chillón (1999: 402)[1]:
                          “...se ocupa del estudio de los temas, argumentos y motivos literarios. Tenía en cuenta en el siglo XIX  el examen de diversos tratamientos literarios que recibía un mismo asunto –la ciudad, el amor, el  viaje, la caída, el doble, la muerte, los mitos nacionales-, a menudo confeccionando interminables catálogos saturados de títulos, autores, y materias. En las últimas décadas, sin embargo, después de la crisis que la tematología  erudita sufrió a causa de la implacable crítica a que fue sometida por el Formalismo y el New Criticism durante la primera mitad del siglo, la investigación tematológica ha recuperado una notable pujanza”.

           El análisis tematológico puede hacerse a través de las figuras, los símbolos, los mitos, etc. En este caso se ha elegido el mito de Medea que deberá ser analizado teniendo en cuenta que  el tema que plantea es el del amor, que es sin duda uno de los grandes temas de la literatura y uno de los que han sido tratados más ampliamente; dentro del cual podemos encontrar diversos ‘subtemas’: el que se plantea es el amor como pasión desmedida que desencadena por medio de los celos sucesos terribles (paralelamente a este tema surge toda una corriente literaria dedicada a advertir sobre los peligros del amor);  y esta pasión es protagonizada por un sujeto femenino.
           A la hora de decidir que textos son los que vamos a contrastar, hay que tener en cuenta que la historia de Medea ha tenido un amplio tratamiento: desde el primer texto que sirve de inspiración para la historia de  los argonautas que es sin duda La Odisea; pasando por La Teogonía de Hesíodo  a mediados del siglo VIII a. C., la cuarta Oda Pítica de Píndaro y  la tragedia homónima de Eurípides, ambas del siglo V a. C.; hasta las versiones de P. Corneille, la de Jean Anouilh, la de E. Soriano o la de José Triana. Pero no sólo en el ámbito literario, sino también en otros campos del arte: en pintura hay muchas representaciones en ánforas del siglo V a. C., y de artistas posteriores como Anselm Feuerbabh, Eugéne Delacroix y F.A. Sandys; en escultura destaca Eduardo Paolozzi, en música Gustave Charpentier, Mozart y Mikis Theodorakis; por último en cine destacan las  adaptaciones de Pier Paolo Passolini, la de Jules Dassin, la de Brendan Kenelly, y la de Jacqueline Crossland.
           Las obras que hemos tomado para la comparación son: en primer lugar la obra de Eurípides puesto que marca un antes y un después con respecto al mito; la obra de Séneca, que junto con Eurípides, son los dos autores que han marcado más fuertemente la figura de Medea; la novela de E. Soriano, que se sitúa en España durante la Guerra Civil; y por último la obra de teatro de J. Triana titulada Medea en el espejo que se sitúa en Cuba.
           En líneas generales el mito puede definirse como una fábula o ficción frecuentemente de carácter  religioso; mediante la forma de un relato, el mito suele ofrecer una explicación de fenómenos naturales, se suelen caracterizar  por tratar una materia sagrada o dramática, y por tener una estrecha relación con el mundo de la magia y la religión, utilizando sus símbolos. Su función es mostrarle al hombre la realidad, explicársela y afirmar la pertenencia del hombre a esta realidad. Pero también  son la emanación de una sociedad, y muestran sus estructuras. Aunque algunos autores, entre ellos G. Durand, destacan  el sentido  simbólico que prevalece sobre el hilo del relato.
           Hay distintos tipos de mitos dependiendo de su función y de los elementos que intervengan en ellos, así hay mitos  teogónicos, cosmogónicos etc. El que nos ocupa podría considerarse como un mito moral puesto que muestra claramente la existencia del bien y del mal, de actitudes y comportamientos que están considerados de una forma u otra, y que merecen o no según esta consideración un castigo.
           Eurípides mantiene todo esto  pero a la vez  dota al personaje de una dimensión trágica, que hasta el momento no tenía, así A. Guzmán Guerra recoge en su edición de las tragedias[2] (1985:110) que la crítica del momento no entendió las lágrimas de Medea cuando ésta planea su venganza; esto es explicable debido a que su acción no es sólo una venganza que se lleva a cabo, sino que es un conflicto profundo que, como en toda tragedia, hace dudar a un protagonista irremediablemente abocado a actuar, aunque esta acción conlleve un fuerte sufrimiento.
           Esto en cuanto al relato, con respecto al sentido simbólico Medea es un personaje que ha traspasado las fronteras de la mitología; para convertirse en un arquetipo. En palabras de J. Burckhardt y K. Jung: “los arquetipos constituyen las sustantificaciones de los esquemas”; G. Durand (1982: 54)  se apoya en las teorías de Jung y matiza el concepto de arquetipo:
             “Precisamente lo que diferencia el arquetipo del simple símbolo es generalmente su falta de ambivalencia, su universalidad constante y su adecuación al esquema: la rueda, por ejemplo, es el gran arquetipo del esquema cíclico... Es que, en efecto, los arquetipos se vinculan a imágenes muy diferenciadas por las culturas y en las que van a imbricarse varios esquemas.”

           Medea plantea el tema del amor, un amor desmedido que conduce a la destrucción, y que es  protagonizado por una mujer que se rebela contra todo, y que responde a un arquetipo fácilmente identificable: es la mujer malvada, la bruja, la hechicera, la maga; pero en definitiva la transgresora que rompe todas las reglas y se niega a adoptar una actitud sumisa, o más bien la asume mientras cree que con ello consigue lo que quiere es lo que C. Alborg (1992:31)[3] menciona citando a Toril Moi, el ángel que oculta al monstruo: “El monstruo mujer es aquella mujer que no renuncia a tener su propia personalidad, que actúa según su iniciativa, que tiene una historia que contar – en resumen, una mujer que rechaza el papel sumiso que el machismo le ha asignado.”
           En torno a este arquetipo y a la división que tradicionalmente se ha hecho de la imagen femenina en las sociedades patriarcales y más aún con la influencia de la tradición judeo-cristiana, (imagen que en las sociedades primitivas era unitaria), construiremos nuestra comparación viendo los aspectos que tienen en  común las obras mencionadas, y como son tratados por cada una de ellas.
           Medea es descrita con una serie de rasgos que desde el principio nos muestran  su carácter y que a la vez anuncian  la tragedia. Tomaremos varios fragmentos que pueden ponerse en relación con lo que acabamos de decir: uno de Eurípides donde es descrita por la nodriza: otro de Séneca[4] en el que habla el coro; y otro de E. Soriano[5] donde es descrita por Miguel- Jasón:        
            Nodriza: “Odia a sus hijos y no disfruta al verlos. Yo temo que ella vaya a tramar algo raro, (pues su alma es violenta y no soportara ser maltratada... ¡Ella es tremenda! Desde luego quien con ella se enemista no se llevara fácilmente la palma de la victoria...” (Eurípides 1985, 115)
          Coro: “No sabe refrenar ni sus iras ni sus amores.” (Séneca 1991, 118)
          (Miguel) “Y se encontró con que ella le correspondía con la misma expresión entre regocijada y maliciosa. Le pareció más joven que la noche anterior y con menos pretensión de altivez y de vampirismo. Observó que un levísimo pliegue vertical en el lado derecho del entrecejo era prematuramente fijo ya y le daba expresión obstinada, incluso, dura...” (Soriano 1986, 255)

          A cambio de conseguir el amor de Jasón, Medea complacerá sus deseos que implican la traición a su casa, a su familia y a su país. Medea roba para él, el vellocino y huye matando en su huida a su hermano y después a Pelias, aunque cada uno de los autores lo resuelve de un modo diferente: Eurípides es el más eufemístico no dice en ningún momento cuales son sus crímenes; Séneca tampoco dice explícitamente cuáles son pero  alude a ellos y se deja sentir desde el principio el destino trágico que tiene que cumplir; J. Triana resuelve la situación de otro modo, María-Medea roba pero es su hermano el que es juzgado por el robo y se suicida antes de ser ajusticiado; por último Daniela la protagonista de E. Soriano, roba a su padre y no mata a nadie pero si cumplió funciones de espía y pagó con su cuerpo la libertad de Miguel-Jasón.
          Otro rasgo en común que podemos constatar es el de amante frente a esposa, en ninguno de los textos podemos encontrar a Medea  casada con Jasón, aunque si hay entre ellos un juramento hecho ante el altar de Hécate  en los textos clásicos; nada en el caso de María, la Medea cubana; y un pacto de lealtad en el caso de E. Soriano, en este último sí hay  un matrimonio aunque es ilegal. En todos los casos Medea es traicionada por la ambición de su amante, llámese Jasón, Julián o Miguel, que olvida sus promesas y abandona a Medea para casarse con la hija de un hombre poderoso, en los  textos clásicos se trata del  rey Creonte.
          En todas ellas se puede comprobar una falta de instinto maternal que  en principio si tiene, aunque se subordine a la venganza, recordemos las lágrimas de la Medea de Eurípides, y también el caso de Daniela,  la Medea de E. Soriano que inhibe este instinto,  porque él la convenció de que no quería tener hijos:
           “J. ¿Por qué, pues,  sollozas tanto por estos hijos?
           M. Los  he traído al mundo. Y cuando manifestabas tu deseo de que vivieran me invadió la pena de si eso se realizará...” (Eurípides 1985, 151)
           “Él decía que la descendencia significa decadencia: que en cuanto un hombre desea hacer madre a su amada, ya no la ama de amor puro, sino de otro contaminado por el instinto más bajo el de la reproducción.” (Soriano 1986, 216)

            Un rasgo determinante es el aspecto físico, sólo tenemos una descripción física explícita en el caso de Daniela. Pero de todas ellas sabemos que son extranjeras: excepto en el caso de  María, la Medea cubana que es mulata; en las obras clásicas  es oriental; y Daniela es española, aunque vive en Argentina; por lo que todas ellas tienen rasgos que las distinguen, que las hacen diferentes del resto de los personajes del ambiente en  el que se mueven.
          Generalmente los rasgos físicos son un claro indicador de qué tipo de mujer es la que se nos retrata, puesto que  los ojos verdes y el pelo rojo o negro se atribuyen a la mujer fatal, son rasgos asociados a lo diabólico, al misterio, etc. En el caso de Medea no contamos con descripciones físicas, pero no son necesarias puesto que lo que sí queda claro en todas las obras es su relación con la magia y que es una experta preparando venenos. El hecho de que el juramento de Jasón se realice en el altar de Hécate, que siempre es calificada como la terrible divinidad, es revelador puesto que es la diosa de los magos, y Medea era sobrina de Circe. Cada una de las protagonistas hace uso de la magia y de los venenos, dos atributos que caracterizan  a las brujas; gracias a sus habilidades Medea mata a la nueva mujer de Jasón y a su padre, envenenando los regalos que le envía:
           Mensajero: “Pues era doble la desgracia que le había asaltado: la dorada diadema con que había tocado su cabeza lanzaba un torrente prodigioso de fuego devorador, y los sutiles peplos, regalos de tus hijos,  se cebaba en las blancas carnes...” (Eurípides 1985: 160).
          Séneca se recrea más en los aspectos mágicos, y pone en boca de la protagonista un conjuro que se prolonga durante más de cien versos. La muerte de  Creúsa  vuelve a ser espectacular:
            Mensajero: “También ocurre en esta catástrofe una cosa que causa admiración: el agua alimenta más  las llamas y por donde más se  le corta el paso más arde el fuego...” (Séneca 1991: 118). 
          Mención especial merece Medea en el espejo ya que en esta obra los fenómenos mágicos están asociados a la religión afrocubana, de hecho el espejo será una pieza clave ya que en esta religión se considera un objeto mágico que permite ver a personas, casi como si fuera una bola de cristal; y permite que la protagonista se desdoble y pueda verse a sí misma: como es a causa de la pasión que siente y como es realmente. Además  ayudada por la  Pitonisa y el doctor Mandinga, realiza un rito cercano al exorcismo, para  liberarse de esta pasión. María  mata a su rival  y a su padre con una botella de vino envenenado que sólo  beben ellos.
             Perico: “ Un espejismo de muerte. No hables del espejo. No me hables así. Has envenenado el vino. Has envenenado la noche. Has envenenado el tiempo.” (Triana[6]  1991: 46).
          Daniela más que una bruja es una ‘vamp’, personaje que ha representado en el cine y también en la vida; aunque según G. Durand tanto la bruja como la vamp remiten a la misma actitud, a la rebeldía, y a la fatalidad. Sin embargo los efectos de su regalo son igualmente venenosos, porque en lugar de envenenar el cuerpo envenenan el alma de su rival, una muchacha de  17 años que recibe una caja llena de recortes donde se cuenta todo lo que ella no sabe de su marido, y una carta en la que enumera todos los abortos que se ha practicado, el último hacía pocos días:
           “Pero era ella la que permanecía inmóvil, rígida, yerta. Y aunque el estuvo infinito tiempo besándola toda entera, de pies a cabeza, era a sabiendas de que también besaba un amor  muerto, asesinado apenas al nacer.” (Soriano 1986: 303).
           Por último hablar del efecto que produce la mujer rebelde, que no es otro que la destrucción del hombre, este es el objeto de la venganza: su total destrucción. Medea no mata a Jasón porque busca hacerle un daño mayor que la muerte. Por un lado ella asume su destino de heroína trágica;  y por otro asume el papel de juez y verdugo y lo que castiga no es sólo la infidelidad sino el abandono, y el desprecio, como dice Eurípides  en una cita con la que comienza E. Soriano; Jasón: “ Así sois las mujeres: mientras está a salvo vuestro tálamo, creéis poseerlo todo; pero si sufre menosprecio, sentís odio hacia lo mejor y más hermoso.” (Soriano 1986: 191).
           Claro que esta destrucción  tiene efectos sobre ella misma. El fin de Medea es muy distinto en cada caso. En todos tiene una especial importancia el coro, no podemos entrar en un aspecto que ha sido bastante tratado por los estudiosos de la literatura clásica, pero sí veremos cual es su función concreta en cada obra; excepto en la novela, por razones obvias.
           Eurípides finaliza su tragedia con Medea huyendo en un carro enviado por el sol tirado por dos dragones, mientras presagia el terrible final de Jasón; y con estas palabras puestas en boca del corifeo:
           “De muchos sucesos Zeus en el Olimpo es el dispensador, y muchas cosas ejecutan los dioses inesperadamente. Lo que se esperaba no se cumplió, en cambio, de lo inesperado encontró una solución un dios. Tal ha resultado este asunto.” (Eurípides 1985:170).
          Como vemos Medea ha cumplido su destino y es perdonada por los dioses, porque no es posible escapar al destino que estos van trazando.
          La versión de Séneca termina con Medea volando por los cielos en un carro alado tirado por dos serpientes  gemelas que ofrecen sus cuellos escamosos al yugo:
          “patuit in caelum via:
           squamosa gemini colla serpentes iugo
           summisa praebent...” (Séneca 1991, 127).
            Este es el único caso en el que aparecen serpientes, recordemos  la tradicional filiación entre las serpientes y la feminidad, el único caso de los analizados puesto que por  poner un ejemplo en algunas de las vasijas del siglo V a. C. en las que se representa a Medea, ésta aparece flanqueada por dos serpientes
          La sorpresa se produce en el texto de J. Triana, ya que los personajes del coro que habían celebrado la muerte de la rival y su padre, y se habían opuesto a la matanza de sus hijos, luchan con ella y finalmente, después de matarla, la alzan como un trofeo. Es el único caso en que Medea muere; es castigada por dar muerte a sus hijos, hay una valoración moral que acepta la venganza; pero que castiga aquello, que según esta valoración, va contra natura.
           En el caso de E. Soriano, Daniela desaparece después de hablar con Miguel sin conseguir que vuelva con ella y lo último que sabemos es que le envía el venenoso regalo que mata a su rival. 
          La destrucción en todos los casos alcanza a Medea que no consigue su único objetivo, ser amada; puesto que no puede cambiar ni la decisión de Jasón, ni el destino que los dioses le han trazado.
          Para concluir, debemos tener en cuenta la recepción de estos textos por parte de             la crítica, que ha utilizado las versiones clásicas para defender determinadas posturas: de hecho en ocasiones se ha considerado que Eurípides defendía una postura misógina como en otras de sus obras, apoyando esta idea en las intervenciones de Jasón; en otras como una defensa de la mujer, atendiendo a las afirmaciones del coro. Podemos decir que ni lo uno ni lo otro puesto que en la obra se pueden encontrar argumentos para sustentar ambas posturas, según el interés de la crítica. Aunque sí es muy significativo el hecho de que Medea no reciba un castigo añadido  por parte de los dioses; tal vez porque  en las dos versiones clásicas  prevalece la visión trágica del destino del que no se puede escapar; el protagonista de la tragedia, sea hombre o mujer,  tiene que actuar, dudar y  sufrir, porque todo ello es parte de su naturaleza humana.
          De la lectura de  J. Triana destacaremos  que es novedosa, por cuanto es la primera vez que Medea sufre un castigo, que supera al castigo moral  que ya ha sufrido. Pero también y de nuevo, podemos ver la complejidad de la decisión  que tiene que tomar, puesto que Medea no deja de preguntarse si debe destruir lo que ama; su castigo no es una cuestión de género porque el coro celebra su venganza, sino una cuestión  moral: incluso la venganza debe tener un límite.
           Otra lectura posible, que es concretamente la que hace E. Soriano, es la lectura feminista; es necesario recordar que en ella hay un feminismo profundo, no el feminismo radical, sino el que  se preocupa como ella misma confesó por los pequeños derechos, que a menudo pasan desapercibidos.
            Elena Soriano plantea la crisis de la mujer que no se resigna a ser una marioneta en manos del hombre, y que desea ser amada por ella misma y no porque se adecue a lo que el hombre o la sociedad esperan de ella; en un momento, los años 50 en España, en el que esta actitud de la mujer era vista con recelo y de hecho sus obras sufrieron censura, por diversos motivos entre los que se encuentra éste.   Esta  lectura sigue teniendo una gran vigencia, y no debemos descartar la posible existencia  de lecturas similares, en otras literaturas o en otras ramas del arte, pensemos por ejemplo en el cine.
           Para finalizar destacaremos la vitalidad de un mito que ha dado lugar a numerosas reelaboraciones y revisiones principalmente en los últimos siglos, esto es explicable si tenemos en cuenta que estamos ante una figura abocada al fracaso porque este es su destino, y porque ella misma es su principal oponente para conseguir lo que desea:  el amor de Jasón, que pierde definitivamente con un castigo que la incluye a sí misma. Medea simboliza como otros mitos: la voluntad de transgresión, la pérdida, la caída, el fracaso... y forma parte del imaginario que hemos heredado  de la modernidad.












[1] Chillón  Albert: Literatura y periodismo. Una tradición de relaciones promiscuas. Bellaterra. Barcelona, 1999.
[2] Alcestis. Medea. Hipólito. Edición y  traducción de A. Guzmán Guerra . Editorial Alianza. Madrid, 1985.
[3]Caza menor. E. Soriano. Edición de C. Alborg. Castalia. Madrid, 1992.
[4] Medea. Edición crítica y traducción  de B. Segura. Alfar. Sevilla, 1991.
[5] Mujer y hombre. Trilogía. Plaza Janés. Barcelona, 1996.
[6] Editorial Verbum. Madrid, 1991.

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