MEDEA: MITO Y ARQUETIPO.
Mª Jesús Soler Arteaga.
Universidad de Sevilla.
La presente comunicación, se apoya
en el marco teórico que proporciona el comparatismo, por cuanto pone de
manifiesto no sólo la licitud, sino también la conveniencia de poner en
relación las producciones de un autor;
las producciones nacionales; y además
los discursos de distintas ramas del arte. Concretamente, entre los
muchos caminos que nos muestra el comparatismo, transitaremos por la rama de la
literatura comparada dedicada a la tematología que, como define A. Chillón
(1999: 402)[1]:
“...se ocupa del
estudio de los temas, argumentos y motivos literarios. Tenía en cuenta en el
siglo XIX el examen de diversos
tratamientos literarios que recibía un mismo asunto –la ciudad, el amor,
el viaje, la caída, el doble, la muerte,
los mitos nacionales-, a menudo confeccionando interminables catálogos
saturados de títulos, autores, y materias. En las últimas décadas, sin embargo,
después de la crisis que la tematología
erudita sufrió a causa de la implacable crítica a que fue sometida por
el Formalismo y el New Criticism durante la primera mitad del siglo, la
investigación tematológica ha recuperado una notable pujanza”.
El análisis tematológico puede hacerse a
través de las figuras, los símbolos, los mitos, etc. En este caso se ha elegido
el mito de Medea que deberá ser analizado teniendo en cuenta que el tema que plantea es el del amor, que es
sin duda uno de los grandes temas de la literatura y uno de los que han sido
tratados más ampliamente; dentro del cual podemos encontrar diversos
‘subtemas’: el que se plantea es el amor como pasión desmedida que desencadena
por medio de los celos sucesos terribles (paralelamente a este tema surge toda
una corriente literaria dedicada a advertir sobre los peligros del amor); y esta pasión es protagonizada por un sujeto
femenino.
A la hora de decidir que textos son
los que vamos a contrastar, hay que tener en cuenta que la historia de Medea ha
tenido un amplio tratamiento: desde el primer texto que sirve de inspiración
para la historia de los argonautas que
es sin duda La Odisea; pasando por La Teogonía de Hesíodo a mediados del siglo VIII a. C., la cuarta Oda
Pítica de Píndaro y la tragedia
homónima de Eurípides, ambas del siglo V a. C.; hasta las versiones de P.
Corneille, la de Jean Anouilh, la de E. Soriano o la de José Triana. Pero no
sólo en el ámbito literario, sino también en otros campos del arte: en pintura
hay muchas representaciones en ánforas del siglo V a. C., y de artistas
posteriores como Anselm Feuerbabh, Eugéne Delacroix y F.A. Sandys; en escultura
destaca Eduardo Paolozzi, en música Gustave Charpentier, Mozart y Mikis
Theodorakis; por último en cine destacan las
adaptaciones de Pier Paolo Passolini, la de Jules Dassin, la de Brendan
Kenelly, y la de Jacqueline Crossland.
Las obras que hemos tomado para la
comparación son: en primer lugar la obra de Eurípides puesto que marca un antes
y un después con respecto al mito; la obra de Séneca, que junto con Eurípides,
son los dos autores que han marcado más fuertemente la figura de Medea; la
novela de E. Soriano, que se sitúa en España durante la Guerra Civil; y por
último la obra de teatro de J. Triana titulada Medea en el espejo que se
sitúa en Cuba.
En líneas generales el mito puede
definirse como una fábula o ficción frecuentemente de carácter religioso; mediante la forma de un relato, el
mito suele ofrecer una explicación de fenómenos naturales, se suelen
caracterizar por tratar una materia
sagrada o dramática, y por tener una estrecha relación con el mundo de la magia
y la religión, utilizando sus símbolos. Su función es mostrarle al hombre la
realidad, explicársela y afirmar la pertenencia del hombre a esta realidad.
Pero también son la emanación de una
sociedad, y muestran sus estructuras. Aunque algunos autores, entre ellos G.
Durand, destacan el sentido simbólico que prevalece sobre el hilo del
relato.
Hay distintos tipos de mitos
dependiendo de su función y de los elementos que intervengan en ellos, así hay
mitos teogónicos, cosmogónicos etc. El
que nos ocupa podría considerarse como un mito moral puesto que muestra claramente
la existencia del bien y del mal, de actitudes y comportamientos que están
considerados de una forma u otra, y que merecen o no según esta consideración
un castigo.
Eurípides mantiene todo esto pero a la vez
dota al personaje de una dimensión trágica, que hasta el momento no tenía,
así A. Guzmán Guerra recoge en su edición de las tragedias[2]
(1985:110) que la crítica del momento no entendió las lágrimas de Medea cuando
ésta planea su venganza; esto es explicable debido a que su acción no es sólo
una venganza que se lleva a cabo, sino que es un conflicto profundo que, como
en toda tragedia, hace dudar a un protagonista irremediablemente abocado a
actuar, aunque esta acción conlleve un fuerte sufrimiento.
Esto en cuanto al relato, con
respecto al sentido simbólico Medea es un personaje que ha traspasado las
fronteras de la mitología; para convertirse en un arquetipo. En palabras de J.
Burckhardt y K. Jung: “los arquetipos constituyen las sustantificaciones de los
esquemas”; G. Durand (1982: 54) se apoya
en las teorías de Jung y matiza el concepto de arquetipo:
“Precisamente lo que diferencia el arquetipo del simple símbolo es
generalmente su falta de ambivalencia, su universalidad constante y su
adecuación al esquema: la rueda, por ejemplo, es el gran arquetipo del esquema
cíclico... Es que, en efecto, los arquetipos se vinculan a imágenes muy
diferenciadas por las culturas y en las que van a imbricarse varios esquemas.”
Medea plantea el tema del
amor, un amor desmedido que conduce a la destrucción, y que es protagonizado por una mujer que se rebela
contra todo, y que responde a un arquetipo fácilmente identificable: es la
mujer malvada, la bruja, la hechicera, la maga; pero en definitiva la
transgresora que rompe todas las reglas y se niega a adoptar una actitud
sumisa, o más bien la asume mientras cree que con ello consigue lo que quiere
es lo que C. Alborg (1992:31)[3]
menciona citando a Toril Moi, el ángel que oculta al monstruo: “El monstruo
mujer es aquella mujer que no renuncia a tener su propia personalidad, que
actúa según su iniciativa, que tiene una historia que contar – en resumen, una
mujer que rechaza el papel sumiso que el machismo le ha asignado.”
En torno a este arquetipo y a la
división que tradicionalmente se ha hecho de la imagen femenina en las
sociedades patriarcales y más aún con la influencia de la tradición
judeo-cristiana, (imagen que en las sociedades primitivas era unitaria),
construiremos nuestra comparación viendo los aspectos que tienen en común las obras mencionadas, y como son
tratados por cada una de ellas.
Medea es descrita con una serie de
rasgos que desde el principio nos muestran
su carácter y que a la vez anuncian
la tragedia. Tomaremos varios fragmentos que pueden ponerse en relación
con lo que acabamos de decir: uno de Eurípides donde es descrita por la
nodriza: otro de Séneca[4] en el
que habla el coro; y otro de E. Soriano[5] donde
es descrita por Miguel- Jasón:
Nodriza: “Odia a sus hijos y no
disfruta al verlos. Yo temo que ella vaya a tramar algo raro, (pues su alma es
violenta y no soportara ser maltratada... ¡Ella es tremenda! Desde luego quien
con ella se enemista no se llevara fácilmente la palma de la victoria...”
(Eurípides 1985, 115)
Coro: “No sabe refrenar ni sus iras
ni sus amores.” (Séneca 1991, 118)
(Miguel) “Y se encontró con que ella
le correspondía con la misma expresión entre regocijada y maliciosa. Le pareció
más joven que la noche anterior y con menos pretensión de altivez y de vampirismo.
Observó que un levísimo pliegue vertical en el lado derecho del entrecejo era
prematuramente fijo ya y le daba expresión obstinada, incluso, dura...”
(Soriano 1986, 255)
A cambio de conseguir el amor de
Jasón, Medea complacerá sus deseos que implican la traición a su casa, a su
familia y a su país. Medea roba para él, el vellocino y huye matando en su
huida a su hermano y después a Pelias, aunque cada uno de los autores lo
resuelve de un modo diferente: Eurípides es el más eufemístico no dice en
ningún momento cuales son sus crímenes; Séneca tampoco dice explícitamente
cuáles son pero alude a ellos y se deja
sentir desde el principio el destino trágico que tiene que cumplir; J. Triana
resuelve la situación de otro modo, María-Medea roba pero es su hermano el que
es juzgado por el robo y se suicida antes de ser ajusticiado; por último
Daniela la protagonista de E. Soriano, roba a su padre y no mata a nadie pero
si cumplió funciones de espía y pagó con su cuerpo la libertad de Miguel-Jasón.
Otro rasgo en común que podemos
constatar es el de amante frente a esposa, en ninguno de los textos podemos
encontrar a Medea casada con Jasón,
aunque si hay entre ellos un juramento hecho ante el altar de Hécate en los textos clásicos; nada en el caso de
María, la Medea cubana; y un pacto de lealtad en el caso de E. Soriano, en este
último sí hay un matrimonio aunque es
ilegal. En todos los casos Medea es traicionada por la ambición de su amante,
llámese Jasón, Julián o Miguel, que olvida sus promesas y abandona a Medea para
casarse con la hija de un hombre poderoso, en los textos clásicos se trata del rey Creonte.
En todas ellas se puede comprobar una
falta de instinto maternal que en
principio si tiene, aunque se subordine a la venganza, recordemos las lágrimas
de la Medea de Eurípides, y también el caso de Daniela, la Medea de E. Soriano que inhibe este
instinto, porque él la convenció de que
no quería tener hijos:
“J. ¿Por qué, pues, sollozas tanto por estos hijos?
M. Los he traído al mundo. Y
cuando manifestabas tu deseo de que vivieran me invadió la pena de si eso se
realizará...” (Eurípides 1985, 151)
“Él decía que la descendencia
significa decadencia: que en cuanto un hombre desea hacer madre a su amada, ya
no la ama de amor puro, sino de otro contaminado por el instinto más bajo el de
la reproducción.” (Soriano 1986, 216)
Un rasgo determinante es el
aspecto físico, sólo tenemos una descripción física explícita en el caso de
Daniela. Pero de todas ellas sabemos que son extranjeras: excepto en el caso
de María, la Medea cubana que es mulata;
en las obras clásicas es oriental; y
Daniela es española, aunque vive en Argentina; por lo que todas ellas tienen
rasgos que las distinguen, que las hacen diferentes del resto de los personajes
del ambiente en el que se mueven.
Generalmente los rasgos físicos son
un claro indicador de qué tipo de mujer es la que se nos retrata, puesto
que los ojos verdes y el pelo rojo o
negro se atribuyen a la mujer fatal, son rasgos asociados a lo diabólico, al
misterio, etc. En el caso de Medea no contamos con descripciones físicas, pero
no son necesarias puesto que lo que sí queda claro en todas las obras es su
relación con la magia y que es una experta preparando venenos. El hecho de que
el juramento de Jasón se realice en el altar de Hécate, que siempre es
calificada como la terrible divinidad, es revelador puesto que es la diosa de
los magos, y Medea era sobrina de Circe. Cada una de las protagonistas hace uso
de la magia y de los venenos, dos atributos que caracterizan a las brujas; gracias a sus habilidades Medea
mata a la nueva mujer de Jasón y a su padre, envenenando los regalos que le
envía:
Mensajero: “Pues era doble la desgracia
que le había asaltado: la dorada diadema con que había tocado su cabeza lanzaba
un torrente prodigioso de fuego devorador, y los sutiles peplos, regalos de tus
hijos, se cebaba en las blancas
carnes...” (Eurípides 1985: 160).
Séneca se recrea más en los aspectos
mágicos, y pone en boca de la protagonista un conjuro que se prolonga durante
más de cien versos. La muerte de
Creúsa vuelve a ser espectacular:
Mensajero: “También ocurre en esta
catástrofe una cosa que causa admiración: el agua alimenta más las llamas y por donde más se le corta el paso más arde el fuego...”
(Séneca 1991: 118).
Mención especial merece Medea en el espejo ya que en esta obra
los fenómenos mágicos están asociados a la religión afrocubana, de hecho el
espejo será una pieza clave ya que en esta religión se considera un objeto
mágico que permite ver a personas, casi como si fuera una bola de cristal; y
permite que la protagonista se desdoble y pueda verse a sí misma: como es a
causa de la pasión que siente y como es realmente. Además ayudada por la Pitonisa y el doctor Mandinga, realiza un
rito cercano al exorcismo, para liberarse
de esta pasión. María mata a su
rival y a su padre con una botella de
vino envenenado que sólo beben ellos.
Perico: “ Un espejismo de muerte. No
hables del espejo. No me hables así. Has envenenado el vino. Has envenenado la
noche. Has envenenado el tiempo.” (Triana[6] 1991: 46).
Daniela más que una bruja es una
‘vamp’, personaje que ha representado en el cine y también en la vida; aunque
según G. Durand tanto la bruja como la vamp remiten a la misma actitud, a la
rebeldía, y a la fatalidad. Sin embargo los efectos de su regalo son igualmente
venenosos, porque en lugar de envenenar el cuerpo envenenan el alma de su
rival, una muchacha de 17 años que
recibe una caja llena de recortes donde se cuenta todo lo que ella no sabe de
su marido, y una carta en la que enumera todos los abortos que se ha
practicado, el último hacía pocos días:
“Pero era ella la que permanecía inmóvil,
rígida, yerta. Y aunque el estuvo infinito tiempo besándola toda entera, de
pies a cabeza, era a sabiendas de que también besaba un amor muerto, asesinado apenas al nacer.” (Soriano
1986: 303).
Por último hablar del efecto que
produce la mujer rebelde, que no es otro que la destrucción del hombre, este es
el objeto de la venganza: su total destrucción. Medea no mata a Jasón porque
busca hacerle un daño mayor que la muerte. Por un lado ella asume su destino de
heroína trágica; y por otro asume el
papel de juez y verdugo y lo que castiga no es sólo la infidelidad sino el
abandono, y el desprecio, como dice Eurípides
en una cita con la que comienza E. Soriano; Jasón: “ Así sois las
mujeres: mientras está a salvo vuestro tálamo, creéis poseerlo todo; pero si
sufre menosprecio, sentís odio hacia lo mejor y más hermoso.” (Soriano 1986:
191).
Claro que esta destrucción tiene efectos sobre ella misma. El fin de
Medea es muy distinto en cada caso. En todos tiene una especial importancia el
coro, no podemos entrar en un aspecto que ha sido bastante tratado por los
estudiosos de la literatura clásica, pero sí veremos cual es su función
concreta en cada obra; excepto en la novela, por razones obvias.
Eurípides finaliza su tragedia con
Medea huyendo en un carro enviado por el sol tirado por dos dragones, mientras
presagia el terrible final de Jasón; y con estas palabras puestas en boca del
corifeo:
“De muchos sucesos Zeus en el Olimpo
es el dispensador, y muchas cosas ejecutan los dioses inesperadamente. Lo que
se esperaba no se cumplió, en cambio, de lo inesperado encontró una solución un
dios. Tal ha resultado este asunto.” (Eurípides 1985:170).
Como vemos Medea ha cumplido su
destino y es perdonada por los dioses, porque no es posible escapar al destino
que estos van trazando.
La versión de Séneca termina con
Medea volando por los cielos en un carro alado tirado por dos serpientes gemelas que ofrecen sus cuellos escamosos al
yugo:
“patuit in caelum via:
squamosa
gemini colla serpentes iugo
summisa praebent...” (Séneca 1991,
127).
Este es el único caso en el
que aparecen serpientes, recordemos la
tradicional filiación entre las serpientes y la feminidad, el único caso de los
analizados puesto que por poner un
ejemplo en algunas de las vasijas del siglo V a. C. en las que se representa a
Medea, ésta aparece flanqueada por dos serpientes
La sorpresa se produce en el texto de
J. Triana, ya que los personajes del coro que habían celebrado la muerte de la
rival y su padre, y se habían opuesto a la matanza de sus hijos, luchan con
ella y finalmente, después de matarla, la alzan como un trofeo. Es el único
caso en que Medea muere; es castigada por dar muerte a sus hijos, hay una
valoración moral que acepta la venganza; pero que castiga aquello, que según
esta valoración, va contra natura.
En el caso de E. Soriano, Daniela
desaparece después de hablar con Miguel sin conseguir que vuelva con ella y lo
último que sabemos es que le envía el venenoso regalo que mata a su rival.
La destrucción en todos los casos
alcanza a Medea que no consigue su único objetivo, ser amada; puesto que no
puede cambiar ni la decisión de Jasón, ni el destino que los dioses le han
trazado.
Para concluir, debemos tener en
cuenta la recepción de estos textos por parte de la crítica, que ha utilizado las
versiones clásicas para defender determinadas posturas: de hecho en ocasiones
se ha considerado que Eurípides defendía una postura misógina como en otras de
sus obras, apoyando esta idea en las intervenciones de Jasón; en otras como una
defensa de la mujer, atendiendo a las afirmaciones del coro. Podemos decir que
ni lo uno ni lo otro puesto que en la obra se pueden encontrar argumentos para
sustentar ambas posturas, según el interés de la crítica. Aunque sí es muy
significativo el hecho de que Medea no reciba un castigo añadido por parte de los dioses; tal vez porque en las dos versiones clásicas prevalece la visión trágica del destino del
que no se puede escapar; el protagonista de la tragedia, sea hombre o mujer, tiene que actuar, dudar y sufrir, porque todo ello es parte de su
naturaleza humana.
De la lectura de J. Triana
destacaremos que es novedosa, por cuanto
es la primera vez que Medea sufre un castigo, que supera al castigo moral que ya ha sufrido. Pero también y de nuevo,
podemos ver la complejidad de la decisión
que tiene que tomar, puesto que Medea no deja de preguntarse si debe
destruir lo que ama; su castigo no es una cuestión de género porque el coro
celebra su venganza, sino una cuestión
moral: incluso la venganza debe tener un límite.
Otra lectura posible, que es
concretamente la que hace E. Soriano, es la lectura feminista; es necesario
recordar que en ella hay un feminismo profundo, no el feminismo radical, sino
el que se preocupa como ella misma
confesó por los pequeños derechos, que a menudo pasan desapercibidos.
Elena Soriano plantea la crisis de
la mujer que no se resigna a ser una marioneta en manos del hombre, y que desea
ser amada por ella misma y no porque se adecue a lo que el hombre o la sociedad
esperan de ella; en un momento, los años 50 en España, en el que esta actitud
de la mujer era vista con recelo y de hecho sus obras sufrieron censura, por
diversos motivos entre los que se encuentra éste. Esta
lectura sigue teniendo una gran vigencia, y no debemos descartar la
posible existencia de lecturas
similares, en otras literaturas o en otras ramas del arte, pensemos por ejemplo
en el cine.
Para finalizar destacaremos
la vitalidad de un mito que ha dado lugar a numerosas reelaboraciones y
revisiones principalmente en los últimos siglos, esto es explicable si tenemos
en cuenta que estamos ante una figura abocada al fracaso porque este es su
destino, y porque ella misma es su principal oponente para conseguir lo que
desea: el amor de Jasón, que pierde
definitivamente con un castigo que la incluye a sí misma. Medea simboliza como
otros mitos: la voluntad de transgresión, la pérdida, la caída, el fracaso... y
forma parte del imaginario que hemos heredado
de la modernidad.
[1]
Chillón Albert: Literatura y
periodismo. Una tradición de relaciones promiscuas. Bellaterra. Barcelona,
1999.
[2] Alcestis.
Medea. Hipólito. Edición y
traducción de A. Guzmán Guerra . Editorial Alianza. Madrid, 1985.
[3]Caza menor. E.
Soriano. Edición de C. Alborg. Castalia. Madrid, 1992.
[4] Medea. Edición
crítica y traducción de B. Segura.
Alfar. Sevilla, 1991.
[5] Mujer y hombre.
Trilogía. Plaza Janés. Barcelona, 1996.
[6] Editorial Verbum. Madrid,
1991.
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