martes, 2 de abril de 2013

"La memoria de los caballos"


LA MEMORIA DE LOS CABALLOS


Una mañana buscaba desesperadamente decir algo distinto del propio enunciado de las bondades de la literatura. Los enunciados desertifican el pensamiento. Recordé entonces a mis yeguas y les dije a los niños:
Un caballo tiene toda su historia en la mente, en la memoria de toda su especie. Un caballo no es un caballo, sino todos los caballos. Un caballo que ha nacido en una cuadra y se ha movido toda su vida entre las vallas de un picadero, que no ha visto jamás al lobo, que no ha escuchado su aullido, conoce al lobo. ¿Sabes por qué un caballo galopa cuando siente las afiladas púas de una espuela clavándose en sus ijares? No, no es porque le haga daño. Sí, es porque siente miedo, pero, ¿miedo, de qué? No, no es que le vuelvas a hacer daño. Es porque, en su memoria, esas afiladas púas son los dientes del lobo. No lo ha visto nunca, pero en su memoria de especie caballar el lobo existe, es el peligro, es la muerte. Más aún: muchos hemos visto que un perro, mientras duerme, a veces aúlla. En la vida, no aúlla, ladra. ¿Sabes por qué? Porque en sus sueños él mismo retrocede miles de años y es todavía un lobo. En sus sueños corre por la estepa, caza, acecha, devora a su presa... Y un camello cuya madre bebió de un pozo mientras él estaba todavía en su vientre, es capaz de saber en qué dirección exacta está ese pozo, cuando no tiene más agua cerca. Los animales comparten toda su existencia, venciendo al tiempo y a la destrucción de la naturaleza. Pero nosotros no. Nosotros hemos perdido gran parte de esa memoria genética, y necesitamos los libros para conocer al lobo, para conocer nuestro pasado. Y para ver con los ojos de otro hombre, de los del pasado y de los del presente. La literatura es nuestra memoria genética, lo que nos mantiene unidos. Por eso no les voy a decir que lean porque es bueno, ni porque es copado, sino porque si no leen no serán parte de la especie, sino individuos aislados. Vivirán solos, en la cárcel de ustedes mismos.
Eso les digo. Y añado para quienes escribimos, editamos, aconsejamos y prescribimos lecturas para niños y jóvenes, que uno de los peores errores es creer que un pequeño se hace adicto a la lectura a base de `libros divertidos`. Quien hace eso pone al libro a competir con los videojuegos, la televisión, el botellón y la discoteca. Hacer eso es rebajar al libro, además de condenarle a la derrota. El niño, a base de libros `divertidos`, leerá mientras esté la tutela de la escuela y no tenga acceso libre a otras diversiones. Cuando por fin pueda, abandonará el libro en beneficio de otras diversiones más gratificantes, menos exigentes, más pasivas, más... divertidas. No: la literatura es otra cosa, es el acceso a otras mentes, a la diversidad única de nuestra especie, demasiado cegada ya para acceder con los ojos cerrados a su memoria genética. La literatura es un conjunto de palabras que nos hacen sentir otras cosas, otras emociones; que sugiere sentimientos, que te hace vivir otras vidas...
Luchaba yo por hacer comprender lo anterior a niños de ocho años, cuando uno de ellos levantó la mano: `Yo, cuando los cazadores matan al oso, al padre de Ñum-Ñum... lloré`. Silencio. Un niño me ha ayudado. No ha sentido vergüenza por confesar ante sus compañeros que ha llorado leyendo un cuento. Lo ha hecho por generosidad, pero también por sentimiento. Lo ha hecho porque yo luchaba por explicar lo que para él es diáfano: leer es acceder a los sentimientos del hombre, de todos los hombres. La memoria genética, hecha palabra. No necesito decir nada más, salvo algo muy simple: ese niño es ya un lector, lo será ya siempre. Inmune a las estadísticas... y a los enunciados.
Gonzalo Moure Trenor
http://web.educastur.princast.es/proyectos/abareque/web/index.php?option=com_k2&view=item&id=134:la-memoria-de-los-caballos&Itemid=126

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