LA MEMORIA DE LOS
CABALLOS
Una mañana buscaba desesperadamente
decir algo distinto del propio enunciado de las bondades de la literatura. Los
enunciados desertifican el pensamiento. Recordé entonces a mis yeguas y les
dije a los niños:
Un caballo tiene toda su historia en la mente, en la memoria de toda su
especie. Un caballo no es un caballo, sino todos los caballos. Un caballo que
ha nacido en una cuadra y se ha movido toda su vida entre las vallas de un
picadero, que no ha visto jamás al lobo, que no ha escuchado su aullido, conoce
al lobo. ¿Sabes por qué un caballo galopa cuando siente las afiladas púas de
una espuela clavándose en sus ijares? No, no es porque le haga daño. Sí, es
porque siente miedo, pero, ¿miedo, de qué? No, no es que le vuelvas a hacer
daño. Es porque, en su memoria, esas afiladas púas son los dientes del lobo. No
lo ha visto nunca, pero en su memoria de especie caballar el lobo existe, es el
peligro, es la muerte. Más aún: muchos hemos visto que un perro, mientras duerme,
a veces aúlla. En la vida, no aúlla, ladra. ¿Sabes por qué? Porque en sus
sueños él mismo retrocede miles de años y es todavía un lobo. En sus sueños
corre por la estepa, caza, acecha, devora a su presa... Y un camello cuya madre
bebió de un pozo mientras él estaba todavía en su vientre, es capaz de saber en
qué dirección exacta está ese pozo, cuando no tiene más agua cerca. Los
animales comparten toda su existencia, venciendo al tiempo y a la destrucción
de la naturaleza. Pero nosotros no. Nosotros hemos perdido gran parte de esa memoria genética, y
necesitamos los libros para conocer al lobo, para conocer nuestro pasado. Y
para ver con los ojos de otro hombre, de los del pasado y de los del presente.
La literatura es nuestra memoria genética, lo que nos mantiene unidos. Por eso
no les voy a decir que lean porque es bueno, ni porque es copado, sino porque
si no leen no serán parte de la especie, sino individuos aislados. Vivirán
solos, en la cárcel de ustedes mismos.
Eso les digo. Y añado para quienes escribimos, editamos, aconsejamos y
prescribimos lecturas para niños y jóvenes, que uno de los peores errores es
creer que un pequeño se hace adicto a la lectura a base de `libros divertidos`.
Quien hace eso pone al libro a competir con los videojuegos, la televisión, el
botellón y la discoteca. Hacer eso es rebajar al libro, además de condenarle a
la derrota. El niño, a base de libros `divertidos`, leerá mientras esté la
tutela de la escuela y no tenga acceso libre a otras diversiones. Cuando por
fin pueda, abandonará el libro en beneficio de otras diversiones más
gratificantes, menos exigentes, más pasivas, más... divertidas. No: la literatura es otra cosa, es
el acceso a otras
mentes, a la diversidad única de nuestra especie, demasiado cegada ya para acceder
con los ojos cerrados a su memoria genética. La literatura es un conjunto de
palabras que nos hacen sentir otras cosas, otras emociones; que sugiere
sentimientos, que te hace vivir otras vidas...
Luchaba yo por hacer comprender lo
anterior a niños de ocho años, cuando uno de ellos levantó la mano: `Yo, cuando
los cazadores matan al oso, al padre de Ñum-Ñum... lloré`. Silencio. Un niño me
ha ayudado. No ha sentido vergüenza por confesar ante sus compañeros que ha
llorado leyendo un cuento. Lo ha hecho por generosidad, pero también por
sentimiento. Lo ha hecho porque yo luchaba por explicar lo que para él es
diáfano: leer es acceder a los sentimientos del hombre, de todos los hombres.
La memoria genética, hecha palabra. No necesito decir nada más, salvo algo muy
simple: ese niño es ya un lector, lo será ya siempre. Inmune a las
estadísticas... y a los enunciados.
Gonzalo Moure Trenor
http://web.educastur.princast.es/proyectos/abareque/web/index.php?option=com_k2&view=item&id=134:la-memoria-de-los-caballos&Itemid=126
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