martes, 16 de abril de 2013

Análisis de la leyenda "El rayo de luna" en relación al perfil del héroe romántico



 ROMÁNTICOS Y   ROMANTICISMO.

Análisis de la leyenda "El rayo de luna" en relación al perfil del héroe romántico.

  El racionalismo es arrasado por una ola gigante de sentimientos, emociones, fantasías y libertad. El siglo XIX llega con un nuevo movimiento que se desparrama sobre todos los aspectos de la vida, EL ROMANTICISMO.

Ante los esquemas rígidos de los ilustrados se oponen la rebeldía, el desorden, la sensibilidad y el sufrimiento del romántico, que insatisfecho con la realidad,  se refugia dentro de sí mismo.
En la segunda mitad del siglo la poesía alcanza el sumun de sentimentalismo e intimidad, instándose el período posromántico. Gustavo Adolfo Becquer logra reflejar los aspectos esenciales de la corriente en su leyenda “El rayo de luna”, la cual será analizada a continuación.
La leyenda es un género cultivado por los románticos  ya que se inspiran en temas históricos y legendarios. Buscan anclar sus producciones en tiempos y costumbres lejanas a las suyas, demostrando así la disconformidad y rechazo por los tiempos en los que vivían. Por lo tanto, podemos observar desde el propio género una característica romántica. 
Cuando se analiza el título de la leyenda se aprecia uno de los símbolos más recurrentes de la literatura: la luna. Su simbología adquiere especial trato en este período, debido a sus connotaciones misteriosas,   oscuras y sentimentales. En el texto es mencionada en diversas  circunstancias:
“…en este globo de nácar que ruda sobre las nubes habitan gentes…”
“…una luna blanca y serena en mitad del cielo azul…”
 “…la luz de la luna rielaba chispeando…”
“…la luna brillaba en toda su plenitud en lo más alto del cielo…”
“…era un rayo de luna…”
La repetición indica la importancia de la luna con la propia leyenda y la asociación con el título. El lector descubre que su simbología tendrá un valor fundamental en el desenlace. 
La voz del narrador se hace explícita en el prefacio. Con el empleo de la primera persona y su repetición puede sugerirse la importancia del “yo” tan arraigado en el romanticismo, en donde el artista se siente superior al mundo que lo rodea, considerándose un genio incomprendido, pero orgulloso de su condición.

Yo no sé si esto es una historia…”
“…yo seré uno de los últimos en aprovecharme…”
Yo he escrito esta leyenda…”
El primer capítulo nos presenta al personaje principal de la leyenda: Manrique. Es a través de su perfil  psicológico y social que pueden apreciarse las cualidades más representativas del héroe romántico.
Un noble el cual desprecia las armas, desprecia en sí su propia identidad. La guerra era considerada un sinónimo de gloria, pero nada puede distraer a nuestro héroe de la lectura de la cántiga  de un trovador. Este aspecto demuestra el interés por la poesía medieval, tiempo anhelado por los románticos. Se caracteriza un personaje que comprende rasgos extraños  y singulares.
Manrique evade la compañía de los  hombres, de su familia, de su entorno. La soledad forma parte de su espíritu, sentimiento  del cual el romántico se complace unas veces y sufre otras. En este caso, su deseo de estar solo se transforma en una obsesión.
“…Manrique amaba la soledad, y la amaba de tal modo que algunas veces hubiera deseado  no tener sombra…”
Esta obsesión se explica a través de otro rasgo romántico: romper los esquemas establecidos por el neoclasicismo, defendiendo la fantasía, la imaginación y las fuerzas irracionales del espíritu. Manrique se aísla para soñar despierto. Para crear mundos ficticios en donde pudiera sentirse más cómodo, más a gusto. El rechazo por la sociedad  los lleva a evadirse de sus circunstancias, imaginando épocas pasadas, tierras lejanas, seres maravillosos.
“…forjaba un mundo fantástico, habitado por extrañas creaciones, hijas de sus delirios y sus ensueños de poeta…”
El poeta  y el héroe de su creación comparten cualidades e ideales. Uno es el reflejo del otro. Por lo tanto, cuando el narrador hace mención a los “ensueños de poeta” se describe a sí mismo, pero  simultáneamente juzga esta condición permitiendo que el lector construya su propio criterio.
El romántico no se conforma con encerrar sus pensamientos en la escritura, sino que necesita sentirlos con intensidad, su vida se convierte en una poesía fantástica sin restricciones. Esta característica puede ser interpretada como crítica hacia el neoclasicismo, período en el cual se debía estructurar el pensamiento y la obra literaria a un modelo rígido, repleto de reglas gramaticales, semánticas y sintácticas. El romántico descubre la libertad de expresarse a su antojo, sin regirse por las barreras de la forma, endiosando la inspiración y espontaneidad.
“…al que nunca le habían satisfecho las formas en que pudiera encerrar sus pensamientos, y nunca los había encerrado al escribirlos.”
La naturaleza cobra una significación esencial. El poder de los elementos naturales lo cautivan. El agua, la tierra, el fuego, el aire… todo el ambiente  se transforma en un cuadro digno de admiración  y descubrimiento. A su vez, el alma del personaje y del poeta se funde en esta naturaleza, convirtiéndola en el fiel reflejo de su ánimo.  El entorno se convierte en cómplice de sus ensoñaciones, pero también es el combustible que necesita el héroe para inventar  sus fantasías.
“Creía que en el fondo de las ondas del río, ente los musgos de la fuente y sobre los vapores del lago, vivían unas mujeres misteriosas, hadas, sílfides…”
“En las nubes, en el aire, en el fondo de los bosques, en las grietas de las peñas, imaginaba percibir formas de  seres sobrenaturales, palabras inteligibles que no podía comprender.”
El escenario en el cual se desarrolla la mayor parte de la acción es típicamente romántico. Las ruinas  son rescatadas por el poeta y escogidas como símbolo de caducidad de un pasado mejor, el cual pretende redescubrir y perpetuar. Su preferencia por lo histórico es evidente. La soledad es una cualidad inherente a este tipo de espacios.
“…hay un puente que conduce de la ciudad al antiguo convento de los Templarios…”
“En la época a que nos referimos, los caballeros de la Orden habían ya abandonado sus históricas fortalezas.”
“…se internó en las desiertas ruinas de los Templarios.”
La vegetación gana terreno y devora las ruinas olvidadas. La naturaleza en estado salvaje, puro, sin la intervención de la mano del hombre es extensamente detallada por el poeta, denotando la admiración por aquellas cosas que escapan de las convenciones humanas.
“…hacía muchos años que las plantas de los religiosos, la vegetación abandonada a sí misma, desplegaba toda sus galas, sin temor a que la mano del hombre la mutilase, creyendo embellecerlas.”
La noche, madre de los secretos y misterios más profundos, es también madre del romántico. Ésta puede brindarle el cobijo necesario para que nadie descubra su presencia. Lo invita hacia lo prohibido, lo místico y paranormal. 
“Era de noche, una noche de verano, templada, llena de perfumes y rumores apacibles…”
El amor romántico escapa de la cotidianidad y la monotonía de las relaciones estables. Su capacidad de amar es múltiple y fugaz. Puede ser una mirada, una sonrisa, una palabra  y caerá presa de un estado sublime de enamoramiento. Manrique no escapa a la regla, “…había nacido para soñar el amor, no para sentirlo, amaba a todas las mujeres un instante…”
La abstracción, la incorporeidad, la imposibilidad de concretar ese lazo  son tópicos esenciales del movimiento, como bien lo refleja Bécquer en la leyenda y en sus rimas. La rima once sintetiza poéticamente el perfil de la  amada:
“Yo soy un sueño, un imposible,
vano fantasma de niebla y luz;
soy incorpórea, soy intangible;
no puedo amarte. - ¡Oh, ven; ven tú!”

La necesidad de amar algo hermoso, lejano, inverosímil acerca a Manrique a los límites de la locura, cuestionando  qué tipo de mujeres habitaría la luna. Parece no conformase con las pertenecientes a este  mundo y su normalidad. Debe hallar un ser único y especial que lo deslumbre.
Esta concepción surge de la imaginación susceptible de Manrique, que deseando encontrar un espíritu al cual encauzar   su amor, confunde un rayo de luna con la orla de un traje de mujer. La persecución comienza a desquiciar al héroe, convencido de que su alma gemela ronda en el mismo lugar y a la misma hora que él, cual estratagema del destino. El personaje no hace más que proyectar su propia identidad en la creación de esta efímera dama. Sus gustos, deseos, miedos, y soledades se depositan en el perfil  representando  sus propios ideales y  particular realidad.
“Una mujer desconocida… En este sitio… A estas horas. Esa, ésa es la mujer que yo busco.”
El narrador objetiva la situación y anticipa que los esfuerzos  de Manrique por alcanzar a su amada son un “Afán inútil.”  Pero el personaje mantiene su fe basado en la brújula más certera de los románticos: el corazón.
“…la encontraré, me lo da el corazón, y mi corazón no me engaña nunca.”
Nunca ha podido ver más que la borla de su vestido blanco, pero la imaginación prolífera de Manrique le permite visualizar cómo es su amada físicamente, pintándola  de pies a cabeza, desde sus  ojos azules, su cabello negro, su figura alta y esbelta. Cree que así ha de ser, porque así lo anhela su alma. Debe pensar como él y odiar como él, tal vez para no sentirse en la soledad e incomprensión absoluta en la que se encuentra sumergido. Una compañera que lo entienda por completo, sin cuestionar su aislamiento y repulsión por la sociedad.
“¿Quién sabe si, caprichosa como yo, amiga de la soledad y el misterio, como todas las almas soñadoras, se complace en vagar por entre las ruinas, en el silencio de la noche?”
La desilusión de Manrique, aunque dolorosa, es una característica más la corriente. Al descubrir con terror que su misteriosa mujer no es otra cosa que un rayo de luna filtrado entre los árboles,  el estado inicial de melancolía, no plenitud y disconformidad por el contexto se acentúa.  Esta angustia existencial nublará el temple y la actitud del personaje, ya que ha caído en la cuenta de que sus ideales no encuentran  cauce en la realidad cotidiana.  La fugacidad e inconsistencia de los valores, los sentimientos y los principios, se transforman en la daga que acuchilla los sueños de Manrique. Las grandes ilusiones abocan al desengaño.
“El amor, el amor es un rayo de luna.”
“La gloria, la gloria es un rayo de luna.”
“Mentiras todo. Fantasmas vanos que formamos en nuestra imaginación y vestimos a nuestro antojo, y los amamos y corremos tras ellos (…) ¿Para qué? Para encontrar un rayo de luna.”
La expectativa de alcanzar la plenitud a través de los grandes ideales y valores universales se convierte en ese rayo de luna, y el poeta, agonizando ante la realidad de la vida se apaga sin ninguna brisa que avive la llama de su imaginación.
“A mí, por el contrario, se me figura que lo que había hecho era recuperar el juicio.” 

3 comentarios:

  1. está muy bueno :) gracias por ayudar con esta contribución :D besos

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  2. MUY BUEN ANÁLISIS TE PASASTE

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  3. esta genial, gracias por la ayuda son los mejores

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