jueves, 25 de abril de 2013

Carta de Quiroga a sus lectores.


En algún lugar del infinito, sin tiempo ni espacio determinado.
Querido lector:
Viví en una época lejana a la cual han denominado posteriormente como Generación del Novecientos.  Mi madre, Pastora Forteza, me dio a luz un 31 de diciembre de 1878 en Salto. Un año después fallece trágicamente mi padre, Prudencio Quiroga, y a partir de este momento la muerte ha sido una sombra compañera en mi vida.
De joven  siempre fui un poco inquieto e indisciplinado. Me encantaba el ciclismo y recorrí mis tierras en busca de aventuras, hasta que la literatura se convirtió en la aventura más grandiosa, y comencé a escribir. Junto con unos amigos formamos un grupo llamado “Comunidad de los tres Mosqueteros”. Frecuentábamos cafés, que se convirtieron en el escenario principal de nuestras charlas literarias, donde debatíamos, leíamos y compartíamos agradables momentos.
Publiqué muchos artículos en distintos diarios y revistas. Comencé a hacerme conocido dentro del ambiente artístico de aquel Uruguay deslumbrado por la Modernidad. Ciertamente, todo estaba cambiando: de las sangrientas batallas por el poder, ahora reinaba una paz extraña, aunque no menos peligrosa. El pasaje del siglo XIX al XX trajo la “modernización” en muchos aspectos: las comunicaciones, las costumbres, la tecnología, la moda, y, por supuesto, las expresiones culturales todas.
Sobre fines del XIX nació en América un movimiento literario denominado Modernismo el cual influyó en los artistas de la época, incluyéndome a mí. Se trataba más que nada de convertir al lenguaje en algo único, detallista, caracterizándose  por la riqueza y la musicalidad en la elección de las palabras. Pero también impulsó una nueva forma de pensar. Éramos “dandys”, algo así como una de sus tribus urbanas actuales. Nos caracterizábamos por  nuestra forma de vestir algo extravagante, por la insolencia, por el desprecio hacia la sociedad a la cual provocábamos y escandalizábamos. Estábamos hambrientos de sensaciones nuevas. Los demás, vivían bajo las normas morales tradicionales donde todo era escondido por temor al qué dirán. La sexualidad estaba reprimida, la rebeldía censurada. Era una sociedad hipócrita y nosotros nos burlábamos de ella a través de nuestra literatura, aunque luego nos despreciaran.
Las personas eran manejadas por la disciplina, la culpa y la vergüenza. Se miraba la vida de los otros, pero “a puertas cerradas” cualquier cosa podía suceder. Lo importante era mantener las apariencias. “No se debe ser, sino parecer” decía un libro de ortografía de la época.        
Se impuso el pudor y el recato como norma sagrada que no sólo debía afectar al cuerpo, sino también al alma. Las mujeres eran sometidas y dominadas. Debían obligarlas a que se identificaran con los roles que el hombre imponía: era preparada para ser madre sacrificada; mujer económica, ordenada y trabajadora en el manejo de la casa; modesta, virtuosa y púdica con su cuerpo. Debía, ante todo, respeto y veneración a su marido, que era cabeza del hogar, y quien tomaba las decisiones importantes en él, y era quien tenía la patria potestad de sus hijos y la ley de su lado. Era un mundo desigual e injusto.

En cuanto a mí, hubo sucesos tan importantes que han marcado para siempre. Mi primer amor fue Esther, pero la familia se opuso a esta relación sentimental. Ella fue enviada a Buenos Aires, alejándola. Le dediqué un cuento llamado “Un sueño de amor”.  Posteriormente realicé un viaje a París. La emoción era tanta que me sentía en la gloria. Conocer París era la meta de muchos colegas y amigos, y sin embargo fue un fracaso. Volví convertido casi en un mendigo, a causa de las necesidades y el hambre que pasé allí.
La peor tragedia sucedió en el año 1902. Yo estaba examinando un arma de fuego la cual se disparó accidentalmente y mató a mi mejor amigo, Federico Ferrando. La justicia me declaró inocente, pero la culpa nunca me abandonó. Por este motivo viajé a Buenos Aires y luego  comencé una excursión por Misiones y sus selvas. Desde ese momento decidí vivir rodeado de la salvaje naturaleza, realizando distintas empresas, que en su mayoría fracasaron.
Me casé con una de mis discípulas, Ana María, y tuvimos dos hijos. Pero ella no era feliz en las condiciones que vivíamos y lamentablemente decidió acabar con su existencia. Viajé varias veces a Buenos Aires, pero siempre regresé a la selva en busca de paz. Muchas de mis obras reflejan la lucha entre la naturaleza y el hombre, la locura y la muerte.
Volví a casarme con una joven de 20 años, cuando yo ya era un hombre de 49. Tuvimos otra niña. Discutíamos mucho. Las mujeres que compartieron mi vida resolvieron abandonarme de una forma u otra. Mi familia entera se alejó marchándose a Buenos Aires. Quedé solo. Al poco tiempo enfermé gravemente de cáncer. Fui internado en el Hospital Clínicas, en donde determiné acabar con mi sufrimiento ingiriendo una dosis de cianuro.
 Pero no sufras por mis penas, querido lector, yo sigo viviendo gracias a  ti. La literatura me ha hecho inmortal… En cada palabra que leas  podrás encontrarme, más vivo que nunca.
Te envío un abrazo, desde la eternidad.
Cariños, Horacio Quiroga.

Actividades:
·        ¿Piensas que la biografía del autor puede influir en su creación literaria? Fundamenta.
·        ¿Cuáles son los rasgos más importantes de la sociedad que describe Quiroga?
·        ¿Cuáles podrán ser  los objetivos de los escritores al provocar escándalos con sus producciones literarias?
Tarea domiciliaria:
·        Averigua cuáles son las obras escritas por Quiroga y comenta brevemente sobre qué tratan.
·        ¿Qué otros escritores reconocidos forman parte de la Generación del Novecientos junto a Quiroga?

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