Dante
Por Teresa Torres y
Margarita Carriquiri
(resumen sobre el trabajo
realizado por Paola De Nigris)
Alta Edad Media
Se
podría llamar a este período de la Edad Media “oscurantismo”, ya que el mismo
se vio marcado por la caída del imperio romano, una la permanente amenaza de
los bárbaros y una supremacía religiosa de un cristianismo católico que pone
énfasis en la vida ultraterrena. Lo que importa en esta época no es la vida en
esta tierra, sino la promesa de una vida mejor luego de la muerte. Pero a esa
vida mejor no resulta fácil de acceder, porque se pone énfasis en las obras del
hombre, por esto el hombre se sienta culpable por el hecho de ser tal y estar
siempre pecando a causa de sus deseos carnales, se sienta abrumado por la
amenaza del fin del mundo y con la casi inevitable perdición de sí mismo.
San
Agustín, teólogo de la época, ve a la historia del hombre como una
manifestación de la voluntad de Dios y de su plan divino. El hombre, que es
imperfecto por naturaleza, es salvado únicamente por la gracia divina, y ella
sólo elige a unos pocos, mientras que la mayoría será condenada al infierno.
Según
Hauser, historiador actual, esta época se caracteriza porque en ella la idea
del progreso es desconocida. Esta es una época que busca conservar fielmente lo
antiguo y lo tradicional. Los valores supremos están fuera de duda, y se
encuentran encerradas en formas eternamente válidas. La posesión de estos
valores es el objeto de la vida.
Esta es
una época de tranquilidad, segura de sí misma, robusta en su fe, que no duda de
la validez de su concepción de la verdad, ni de sus leyes morales, no conoce el
conflicto espiritual, ni tiene problemas de conciencia, y no siente deseos de
novedad ni se cansa de lo viejo.
Su
arquitectura usa el estilo románico, también llamado “fortalezas de Dios”, que
son edificaciones caracterizadas por su pesadez, sus gruesas paredes, escasas
aberturas, y que hablan de un hombre encerrado, temeroso de lo externo y
agobiado por la presencia de un dios distante y duro.
Baja Edad
Media
Esta es
una época de renacer en todos planos de la actividad humana. Nacen la ciudades,
como lugar de encuentro y puesta a punto con el mundo. Comienza la economía
monetaria y mercantil. Aumenta la producción. Los caminos se llenan de
mercaderes y viajeros. Las clases altas descubren el placer de aparentar, de
brillar en los acontecimientos mundanos y el lujo, que comienza a ser un signo
de poder y una forma de disfrutar de lo terrenal y lo cotidiano.
La
Iglesia intenta acompañar este movimiento disciplinando al clero y a la
actividad de los laicos. La visión de la divinidad cambia, y ahora el hombre se
siente protegido por un amoroso ser supremos al cual puede llegar a través de
la invocación de los santos o de la virgen. Ahora el representante religioso de
la baja Edad Media es Santo Tomás de Aquino, quien manifiesta su confianza en
la posibilidad del hombre de comprender las verdades mediante la razón y
planteaba el destino de salvación de los mortales, confiando en un racional
plan divino.
La educación
se va independizando del poder de la Iglesia: aparecen las Universidades
laicas.
En
arquitectura aparece el estilo gótico. La catedral ya no se aferra a la tierra
sino que se lanza a la búsqueda de las alturas, con torres que terminan en
agujas, muros que se adelgazan y luz que entra a raudales. El hombre se yergue
sobre la tierra, pero aunque no olvida la posibilidad de castigos en el más
allá, ahora la vida lo invita a disfrutar. El culto a la Virgen María pasa a un
primer plano y se la ve como la intermediaria ideal entre el hombre y Dios.
La
literatura
La
lengua se desprende del latín y evoluciona hacia lo que hoy conocemos (español,
francés, italiano) como lengua romances, aunque el latín seguirá conservando su
puesto como lengua erudita, aunque estas nuevas manifestaciones lingüísticas
irán ganando terreno.
Los
primeros frutos de la literatura fue en la épica, donde surgen los “cantares de
gesta”, que son narraciones poetizadas de las aventuras de los héroes. Pero es
en la lírica donde se marcan las bases de la sensibilidad de Occidente.
Tres
grandes pasos podremos hallar a este respecto: la lírica trovadoresca, la
escuela de Sicilia y el Dolce Stil Novo donde encontramos a Dante.
Lírca
trovadoresca
Esta
fue la lírica cultivada por los trovadores entre los siglos XI y XII en lengua
románica que se conoce por lengua “provenzal”. El trovador es un poeta que
además de escribir, compone la música de sus creaciones, por lo tanto hace
poesía destinada a ser cantada y a ser escuchada por un público analfabeto, en
la mayoría de los casos.
La
cultura de los trovadores es amplia ya que no sólo debe ceñirse a moldes
estróficos fijos sino además conocer de música, mientras que el juglar sólo
debe entonar bien y ejecutar al menos un instrumento. Solamente los trovadores
pertenecen a la clases altas, a diferencia de los juglares, pero ambos gozan la
consideración de los nobles.
A
partir del siglo XII cambian las costumbres sociales. La mujer, vista hasta ese
momento como un ojeto doméstico degradado por ser la causante del pecado,
comienza a ejercer un rol protagónico como señora del castillo y centro de la
vida social. En este marco la lírica trovadoresca desarrolla un concepto de
amor, el amor cortés, que implica un traslación del vasallaje político al campo
sentimental: la dama es el ser superior al que el enamorado rinde culto y
ofrece su vida como servicio. Este sentimiento exige la discreción del poeta,
dado que la dama ha de ser casada. Es este un amor adúltero basado idea de que
no puede haber “amor verdadero” en el matrimonio. La dama aparece así
idealizada y distante, vista como la poseedora de las máximas virtudes, tanto
físicas como morales, y es origen y destinataria del hacer poético.
La
escuela de Sicilia
En la
corte de Federico II (Siglo XIII) se sitúa el centro de la vida intelectual del
momento. Allí se tradujeron los primeros textos filosóficos y científicos de la
Antigüedad. Surgen también una cantidad importantes de poetas que Dante llamo
“De Vulgari Eloquentia”. Esta primera escuela de lírica italiana repite los
temas, los motivos y hasta la misma métrica de la poesía provenzal. La dama es
lejana, bella y soberbia como señora feudal y el poeta le habla como vasallo,
en tono de extrema humildad. La monotonía que implica la repetición es
disimulada por una habilidad técnica muy importante.
Parte
del mérito de esta escuela fue el introducir y preservar la temática de los
juglares franceses, además del realce que se le dio a la lengua romance.
El
Dolce Stil Novo
Vinculados
a la concepción del amor cortés y procurando reaccionar contra las convenciones
y la frialdad de las composiciones de la escuela siciliana, los poetas del
Dolce Stil profundizan en los conceptos de la lírica provenzal hasta el punto
de elaborar una verdadera filosofía del amor. Dentro de esta escuela se
encuentra Dante como uno de los exponentes emblemáticos de la misma.
Este
movimiento sostiene la correspondencia entre el amor y el corazón gentil. Esta
gentileza espiritual debe entenderse como la posesión de cualidades
imprescindibles para sentir amor. Sólo hay verdadero amor si hay un corazón
gentil. Esta unión es indisoluble y va más allá de la voluntad o cualquier otro
poder. Esta “obligatoriedad” del sentimiento amoroso será la que llevará a
Francesca a decir en el Canto V “el amor, que se apodera pronto de los
corazones gentiles, hizo que este se prendase de la hermosa figura que me fue
arrebatada del modo que todavía me atormenta. El amor, que al que es amado
obliga a amar, me infundió por éste una pasión tan viva, que, como ves, aún no
me ha abandonado”.
La
figura de la dama idealizada también llamada la “donna angelicata” (la mujer
ángel) llega con el Dolce Stil a su punto culminante, y su belleza física y
espiritual es el estímulo para hacer vibrar el noble corazón del amante, que
encuentra, a través de ella, el camino a la perfección y a la verdad.
En el
corazón gentil irrumpe el amor ante la visión de la dama, esa fuerza amable
pero feroz y enajenante produce un registro de particulares sensaciones, pensamientos,
placeres y dolores. El poeta del Dolce Stil se vuelca complacido a la
contemplación de sí mismo y a la recreación poética de todo lo que pasa dentro
de su pecho. Amar, sufrir, gozar, complacerse en el sentimiento, recrearlo,
analizarlo, he ahí uno de los grandes hallazgos del movimiento. Mientras que la
mujer aparece como una sonrisa o una mirada distante, los estremecimientos del
alma que ella produce son seguidos punto por punto, hay un enamoramiento de
verse amar que se explota poéticamente.
Ser
víctimas de “Amor” significa el ingreso a un mundo extraño, casi sobrenatural,
y si es un signo de distinción de espíritu poder sentir de esta forma, también
es una condena, un terrible dolor que se vincula con la muerte.
En la
Divina Comedia, el poeta se proyecta a lo universal, propone un tratado moral y
filosófico, pero también, el peregrino llega a la perfección a través del amor
y eso es un principio del Dolce Stil.
Florencia
y las luchas políticas
Durante
los siglos XIII y XIV la organización social de Italia es diferente a la del
resto de Europa: un número importante de ciudades alcanza un gran desarrollo
económico y autonomía política. En el momento de Dante hay un gran
florecimiento económico, financiero y cultural. Hay un auge del humanismo, una
ansia de renovación, una exaltación de la personalidad.
Sin
embargo, no todo se desarrolla armónicamente. Existe en esta época permanentes
luchas políticas entre los güelfos y los gibelinos. Dante participó
intensamente de estas luchas.
Dante
nace en el seno de una familia güelfa. Los güelfos son en la Edad Media los
partidarios del Papa y los gibelinos lo son del emperador. El güelfismo se
divide en dos tendencias: “los negros” representados en esa época por Carlos de
Anjou y el Papa Bonifacio VIII, que adquiere un cariz oficialista y cortesano
que ostentaban antes los gibelinos y “los blancos” de los que Dante forma
parte, que se oponen al poder temporal del papado. Dante participa en una
misión diplomática que tiene como fin reconciliar los dos bandos y mientras
parlamentaban con el pontífice, éste mandó a Carlos de Valois, quien entró en
Florencia apoyado por “los negros”, lo que provocó la expulsión de “los
blancos” y por supuesto, de Dante que conocerá la persecución y el destierro.
La
Divina Comedia: estructura
“La
Comedia”, nombre dado por Dante a su obra, fue conocida por el nombre de “La
Divina Comedia” a partir del siglo XVI. Quienes agregaron el calificativo de
“Divina” fueron sus admiradores posteriores, refiriéndose a su calidad estética
así como a su sustancia religiosa. Se atribuye a Bocaccio la inclusión de este
adjetivo.
“Comedia”
es uno de los subgéneros del drama, sin embargo, la composición de Dante no
tiene la estructura formal de ese género. Lo que sucede es que en la época en
que la escribe se ponía mayor atención al contenido para dictaminar la
pertenencia a un género, más que en la forma. Es así que para que una obra
fuera considerada “comedia” debía comenzar en la tristeza y terminar en la
alegría y el viaje del personaje central comienza perdido y en un momento
doloroso y termina en la mayor de las felicidades, ver a Dios y obtener la
salvación del alma.
Si
leemos la Comedia y nos quedamos con lo literal tendremos que es la narración
de un viaje realizado por el propio autor, Dante, que asume las condiciones de
narrador y personaje, por los tres reinos de ultratumba (infierno, purgatorio y
paraíso) según eran concebidos por la Iglesia de la época. La obra comienza con
el personaje central perdido en la “selva oscura” (el pecado) y acorralado por
las tres fieras que impiden la salida de ese paraje; gracias a la intervención
de la sombra de Virgilio (poeta latino) emprenderá el viaje que lo sacará de
esta situación primera y en cuyo recorrido verá los castigos eternos a los que
son sometidas las almas de los condenados, los suplicios de aquellos que,
habiéndose salvado aún deben someterse a un proceso de purificación, y, por
último, habiendo sido dejado por Virgilio que cede su lugar de guía a Beatriz,
Dante verá la alegría de los bienaventurados, los que han logrado la salvación
eterna.
La idea
de localizar la acción en el mundo de la muerte no es nueva, ya otros autores
anteriores a Dantes lo han propuesto. Dentro del plano de la narración, los
cambios introducidos por Dante son el proponer la experiencia como algo real,
un viaje, y no una visión, y elegirse a sí mismo como protagonista. Dentro del
plano de las ideas, una fuerza totalizadores que organiza el otro mundo según
claras normas morales y la idea de perfeccionamiento del hombre que le conduce
a la salvación, diferencia esta obra de las que le precedieron.
Estructura
formal
La obra
está dividida en tres cánticas: Infierno, Purgatorio y Paraíso.
Cada
cántica está dividida en treinta y tres cantos, excepto la primera que tiene
treinta y cuatro. El primer canto es considerado como una introducción general
a la obra.
La
obras está escrita en versos endecasílabos y la estrofa empleada es el terceto,
donde coinciden el primero con el tercer verso, mientras el segundo marca la
rima para el terceto siguiente de acuerdo a este esquema: aba – bcb – cdc. Cada
canto termina con un cuarteto.
Toda la
estructura se basa en la utilización cabalística de ciertas cifras: el 3 es un
número perfecto, el número de la Santísima Trinidad y de allí la reiteración de
esa cifra en la estructura; el 9 es un número místico y sagrado, resulta de la
multiplicación del 3; el 33 se forma por la reiteración del 3, por lo tanto
también es un número místico; el 1 representa la unidad divina y al combinarse
con el 3 forma el 100 (33x3+1). Tres son las cánticas y cada una contiene
treinta y tres cantos, el total es de 100 cantos, las estrofas son tercetos y
cada rima se repite tres veces.
Esta
forma se corresponde con el pensamiento medieval, acostumbrado a desarrollarse
en moldes estrictos y significativos de por sí.
Los
tres reinos
Según
el sistema de Tolomeo, nuestro planeta está inmóvil en el centro del mundo y a
su alrededor giran las esferas celestes en las que están suspendidos el sol,
los planetas y las estrellas. Los puntos cardinales son: al norte, Jerusalén
sobre el gran abismo del Infierno; al sur, en posición diametralmente opuesta,
la montaña del Purgatorio; al este el Ganges; al oeste el estrecho de Gibraltar
o columnas de Hércules.
El
Infierno y el Purgatorio están en la tierra, el uno en forma de cono invertido
que llega hasta el centro mismo, y el otro en forma de montaña altísima en cuya
cúspide está el Paraíso terrenal.
El
Infierno
Guiado
por Virgilio, Dante llega al Infierno, gigantesco embudo en cuyo vértice está
Lucifer. Es en el Canto III donde se ingresa a este reino y la inscripción en
su puerta nos dará las características fundamentales del mismo: la ciudad del
dolor eterno habitada por la gente perdida; ninguna esperanza de perdón o
reconciliación pueden albergar los que allí pagan su culpa.
Físicamente
este mundo está dividido en nueve círculos, donde se ubican las almas pecadoras
según ciertas normas; cuanto más abajo, menor será el espacio y mayor la culpa
y el castigo. Esta división espacial se corresponde con una estratificación
moral: siguiendo la distinción aristotélica de las tres disposiciones viciosas
del alma humana, incontinencia, bestialidad y malicia.
Dentro
de la incontinencia, Dante agrupa a los lujuriosos, glotones, avaros, pródigos
e iracundos; dentro dela tendencia a la “bestialidad” coloca a los herejes y
violentos para terminar con los maliciosos que incluye a los fraudulentos y los
traidores. Es de destacar como el mayor grado de racionalidad que implica un
pecado para concretarse agrava la culpa. Los habitantes de los primeros
círculos no hicieron otra cosa que dejarse dominar por pasiones inherentes a la
esencia humana, mientras que los últimos utilizaron su capacidad intelectual
para hacer el mal.
La
oscuridad, reflejo físico de la condición moral del alma de los condenados,
domina este mundo, este “aire sin estrellas” que se hace más alucinante en la
medida que se llena de gritos de dolor y terribles blasfemias, expresión de la
ira y la impotencia de las almas pecadoras ante la justicia divina. Es éste el
reino donde el recuerdo de la tierra está más presente, no sólo a través de las
vivencias de cada uno de ellas, sino de la indiscutible “corporeidad” que
asumen las almas. Fijos en su pecado se muestran generalmente ansiosos de
contar su historia.
La
escenografía del Infierno está cargada de puertas, tumbas, murallas, torres y
castillos, así como ríos, pantanos, lagunas, lagos, viento, granizo, gusanos,
perros o serpientes. Estos últimos colaboran con la función de los demonios,
extraídos muchos de ellos del mundo mitológico greco latino; y en el vértice
del cono, Lucifer, el ángel caído, concentra en su figura el terror del
Infierno.
El
castigo tendrá una evidente relación con la culpa; esta relación puede ser de
similitud, como en el caso de los lujuriosos, arrastrados por la eternidad por
el viento como en vida se dejaron arrastrar por la pasión , o los suicidas, que
habiendo atentado contra su cuerpo se ven obligados a renunciar a él; o por
oposición a la culpa, como el caso de los “indiferentes”, que no habiendo hecho
una opción en vida se ven obligados ahora a experimentar el acicate de los
moscones y las avispas y correr detrás de una bandera.
Todos
estos castigos son eternos, o sea que el condenado no tiene ninguna esperanza
de que cesen, y no tienen otra significación que la del dolor que ellos
producen sin que sirva para disminuir la culpa.
El
Purgatorio
Dante
llega al canto XXXIV del Infierno, a contemplar lo más profundo de la degradación
espiritual y desde allí comienza a ascender hacia la perfección. En el
Purgatorio las almas sufren tormentos similares a los infernales, sin embargo
éste es el reino de la esperanza, ya que los que allí habitan se han salvado,
aspiran con certeza a ver a Dios, y el sufrimiento es para ellos una vía de
purificación que acelerará el tránsito a la gloria.
Convencidos
ya de la vanidad de las cosas terrenas, aspirando a gozar la gloria, las almas
se hacen aquí menos corpóreas, más puras en su calidad de espíritus, y su
registro emotivo deja de lado la violencia pasional de las almas infernales
para teñirse de dulce melancolía. Los gritos son sustituidos por el canto y, en
particular por el canto a coro; en el Infierno las almas están encerradas en su
individualidad, aquí, unidas en el amor, trascienden sus límites para unirse en
la alabanza al creador. Los demonios son sustituidos por visiones angélicas que
hablan de la proximidad del Paraíso.
Geográficamente
el Purgatorio se ubica en una isla inaccesible del hemisferio austral.
Concebido como una montaña trunca está dividido en tres zonas: en la base una
zona rocosa, de difícil acceso es el Antepurgatorio; en el cuerpo del monte
está el Purgatorio propiamente dicho, dividido a su vez en siete terrazas donde
el alma se purifica de los siete pecados capitales (soberbia, envidia, ira,
pereza, avaricia, gula y lujuria); y por fin en la cúspide una planicie que es
el Paraíso terrenal.
En este
lugar termina la función encomendada a Virgilio, al que está vedado entrar en
el reino de los bienaventurados. En la etapa intermedia del Paraíso terrenal,
Virgilio desaparace y ante los asombrados ojos de Dante aparece Beatriz,
símbolo de la Teología o la Gracia divina, únicas guías posibles para entrar en
el Paraíso.
El
Paraíso
Del
Paraíso terrenal Dante asciende al Paraíso verdadero atravesando los nueves
cielos, esferas concéntricas luminosas y transparentes, sobre las cuales está
el cielo empíreo, fijo, sede del mismo Dios, y en torno a Él, las jerarquías
celestiales y la rosa de los bienaventurados, iluminada directamente por el
propio Señor de la creación.
Los
nueve cielos son:
1 )
Cielo de la Luna, donde se ubican los espíritus que quebraron sus votos.
2 )
Cielo de Mercurio que es la ubicación de los espíritus activos y bienhechores.
3 )
Cielo de Venus donde están los espíritus amantes.
4 )
Cielo del Sol, donde se encuentran los espíritus de los teólogos y doctores.
5 )
Cielo de Marte, donde están los espíritus que combatieron la fe.
6 )
Cielo de Júpiter, donde se encuentran los espíritus justos y sabios
7 )
Cielo de Saturno, donde se ubican los espíritus contemplativos.
8 )
Cielo de las Estrellas, donde están los espíritus triunfantes
9 )
Cielo Cristalino, donde se ubica el Empíreo donde está Dios iluminando la rosa
de los Bienaventurados y rodeado de nueve círculos de jerarquías angélicas que
son: ángeles, arcángeles, principados, potestades, virtudes, dominaciones,
tronos, querubines y serafines
El
criterio utilizado por el autor para colocar las almas en distintas esferas no
está en el Paraíso, explicitado en la obra, lo único obvio es que cuando más
cerca de Dios se encuentre el almas, más perfecta es.
Este es
el reino del espíritu absolutamente liberado de la carne, el reino de la
contemplación y de la más absoluta alegría emanada de la visión de Dios, las
almas nada lamentan de lo terreno, nada ansían, están completas en sí mismas.
Las almas son puras de luz y puro amor y de allí que los trazos particulares se
disuelven en mística unión; los elementos terrestres que reaparecen en este
reino son sólo imagen de aquello que intentan transmitir. Lanzado a la
contemplación de la unidad misma de Dios, Dante exclama: “¡Oh cuán insuficiente
es la palabra y cómo es débil par expresar mi concepto!”
Posibles
lecturas del texto
Para
Dante todo enunciado tiene cuatro sentidos: literal, alegórico, moral y
analógico.
El
sentido literal no es otro que el que expresa la palabra en su sentido más
directo; desde este ángulo la obra no es más que una narración de un viaje por
los reinos de ultratumba.
En la
alegoría, lo particular vale únicamente como ejemplo de lo general. La palabra
se llena así de significaciones nuevas que la trascienden, y Dante se
convertirá así en un representante de la humanidad, y su viaje, en el camino de
purificación que debe seguir la misma para alcanzar la eterna salvación.
Más
difícil de deslindar se nos presenta el sentido moral y analógico de la obra;
el primero refiere a la misión edificante que cumple el texto, mientras que
analogía, en teología, es la elevación del alma a Dios y, por extensión, la
revelación de un misterio eterno. Ambos planos tienen muchos puntos de
contacto. La Divina Comedia insiste en el tema moral, planteándonos la
universalidad de la justicia divina que, si bien es dura cuando castiga, ofrece
siempre al hombre la posibilidad de salvación guiado por dos fuerzas, una
natural, la razón, otra otorgada directamente por Dios, la gracia.
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