Las
parábolas
Constituyen
la forma literaria de mayor relieve en los Evangelios; valen como narraciones,
como ejemplos, como imágenes y sobre todo, como testimonios de una insuperable
maestría pedagógica. Son punto obligado de referencia cuando se busca condensar
en pocas palabras, el contenido de la doctrina de Cristo. Abundan en los
sinópticos, en tanto que, sumamente reducidas en número, alcanzan en el Evangelio
de San Juan condición de verdaderas alegorías.
El
vocablo parábola deriva del griego y significa, estrictamente, poner una cosa
al lado de otra con la finalidad de establecer una comparación. La parábola
como forma literaria es una narración breve que exige una interpretación y que
procura transmitir una enseñanza. No es originaria del Nuevo Testamento, ni son
los Evangelios los primeros libros que dan noticia de ella: ya en el A.T.
aparecen parábolas, como una forma literaria asociada al temperamento semítico.
Asociadas
invariablemente a Cristo, teniendo por tema (la mayoría de ellas) el reino de
Dios, las parábolas conservan de la tradición el modo y uso rabínicos, el
manejo de elementos concretos y cotidianos y la expresión dotada de una
simplicidad más aparente que real. Porque tras su sencillez y transparencia,
las parábolas albergan profundas y removedoras enseñanzas y proponen dos
aspectos de difícil solución: ¿cómo se han de interpretar?, y ¿cuál es su
finalidad?
El
actual criterio de interpretación rechaza el pensamiento de muchos padres de la
Iglesia, quienes escrudiñaban las parábolas en sentido alegórico creyendo que
podían corresponder, punto a punto, con un contenido del cual ellas eran meras
portadoras.
Pero
al no tener presentes los límites entre parábola y alegoría, olvidaron que la
primera, sea simple metáfora, sea semejanza más elaborada, sea historia con su
pleno desarrollo, ofrece un solo punto de comparación y que los pormenores
suelen no tener significado independiente. Estos sirven, por lo común, para la
ambientación del cuadro principal, y no para llevar las analogías y
correspondencias a un terreno extremado y artificioso. Fundamentalmente, las
parábolas promueven entre los analistas la formulación de un juicio sobre el
tema expuesto. De ese modo, el compromiso es ineludible y la enseñanza se
vuelve activa porque obliga a una participación y a una respuesta.
"A
vosotros os ha sido dado a conocer el misterio del reino de Dios, pero a los
otros de fuera, todo se les dice en parábolas, para que:
Mirando,
miren y no vean;
Oyendo,
oigan y no entiendan,
No
sea que se conviertan y sean perdonados"
San
Marcos, 4, 11-12
Según
este pasaje, las parábolas estarían dirigidas a quienes no son discípulos.
Debemos considerar, en primer término si el método parabólico era para Cristo
lo fundamental, o si lo era, con más propiedad, la salvación de los hombres y
la actitud con que éstos se disponían a su mensaje salvífico de amor y perdón.
Cristo sabía que en la Palestina de su tiempo habría quienes rechazarían su
enseñanza; sabía incluso que el endurecimiento de muchos corazones (los
fariseos sobre todo) desembocaría al fin en el martirio de la cruz. Era inútil
hablar a esos corazones abiertamente. Sólo quedaba, como último recurso,
proponerles parábolas, porque sólo ellas, encubiertas y enigmáticas, podrían
prender en aquellos corazones endurecidos y obrar el milagro de abatir su
hipocresía y su soberbia. Penetrando de modo oblicuo, la parábola inducía a un
juicio desde la libertad del ser humano. Quien rechazase definitivamente estas
palabras lo haría tras elegir a su albedrío el rechazo y la negación. Una
enseñanza abierta hubiera significado un rechazo automático. La enseñanza
parabólica podía dejar en suspenso tal actitud y postergar el rechazo, o
alejarlo definitivamente. Las parábolas son una prueba más de la misericordia,
concepto clave en el Nuevo Testamento. Prueba difícil de entender y que señala,
en quien la pronunció, el origen de una crisis capital con la que han debido
enfrentarse los hombres. Si admitimos que las parábolas enseñan, debemos
completar la observación: enseñan a cada uno a conocer en hondura la propia
intimidad.
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