Intertextualidad y
paralelismo entre el Popol Vuh y La Biblia
Dra. Otilia Cortez
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Resumen: El Popol Vuh,
ha sido reconocido no sólo por su valor histórico, sino también por su
contenido ético religioso y poético. La versión más antigua que conocemos de
esta obra extraordinaria es realmente una transcripción que debemos al Padre Francisco Ximénez (siglo
XVIII). En este ensayo se exploran las similitudes entre el contenido
del Popol Vuh y el de la Biblia judeocristiana. Las coincidencias más notables,
cuyo origen sigue siendo objeto de mucha especulación, se advierten entre la
primera parte del Popol Vuh y el Génesis, probablemente porque es en estas
secciones donde más espacio hay para mitos universales sobre la creación del
universo y del hombre que lo habita. A partir de la innegable intertextualidad
de los dos textos, se discuten las más probables explicaciones de la
misma.
Palabras clave: Popol Vuh, Biblia, intertextualidad, paralelismo, literatura indígena, Latinoamérica, pensamiento mágico religioso
Palabras clave: Popol Vuh, Biblia, intertextualidad, paralelismo, literatura indígena, Latinoamérica, pensamiento mágico religioso
La complejidad filosófica-religiosa
del pensamiento del pueblo Quiché, reflejada en el Popol Vuh, así
como la forma artística en que aparece escrito este notable testimonio del
mundo precolombino le confiere un estimable valor documental e historiográfico
que los arqueólogos, historiadores, lingüistas y estudiosos de las humanidades
han sabido reconocer.
Las ideas cosmogónicas y el
aliento épico-religioso de esta obra de los aborígenes de Guatemala resultan de
un interés especial debido
a la similitud de algunos episodios de la obra quiché con determinados pasajes
de la Biblia judeocristiana. Es acerca de esta similitud o
intertextualidad sobre la que desarrollo este ensayo, con la finalidad de
explorar aspectos en que la cosmogonía maya-quiché refleja una posible
influencia del pensamiento cristiano impuesto a los indígenas por los
conquistadores y misioneros españoles, presumiblemente no solo como
consecuencia indirecta del proceso de conquista y colonización, sino como
resultado de cierto tipo de “camuflaje ideológico” que puede haber tenido lugar
en el transcurso de la primera transcripción, o durante el proceso de copia y
primera traducción al español que debemos a Fray Francisco Ximénez.
Generalidades sobre el Popol Vuh
El Popol Vuh, más
específicamente la versión a la que comúnmente se identifica como “Manuscrito de Chichicastenango,”
fue probablemente completada poco después de la conquista española,
posiblemente por un indígena alfabetizado, quizás uno de los primeros
discípulos de los frailes españoles. De hecho, algunos historiadores, entre ellos el guatemalteco
J. Antonio Villacorta, han
sugerido que el autor del “Manuscrito de Chichicastenango” fue un indio quiché
llamado Diego Reinoso, instruido en la lengua española por el Obispo Francisco
Marroquín, quien lo llevó del pueblo de Utatlán a Guatemala. El filólogo
Rudolf Schuller también opina que hay base para atribuir la paternidad de la
primera versión escrita del Popol Vuh a Reinoso. Ambos,
Villacorta y Schuller, se apoyan principalmente en el hecho de que Reinoso
participó en la redacción de otros documentos indígenas, entre ellos el Título
de los Señores de Totonicapán. Sin embargo, dado que este indio
quiché siempre avalaba sus escritos con su nombre, la hipótesis de que él fuese
el que originalmente dio forma escrita al Popol Vuh claramente
pierde fuerza puesto que ningún documento antiguo hace tal referencia. Hasta hoy, a pesar de las
opiniones mencionadas, debido a que no hay datos históricos convincentes sobre
la autoría de la obra, ésta sigue siendo considerada más bien anónima.
El original quiché no tiene título, pero la obra es generalmente
identificada como “Popol Vuh,” “Pol Vuj,” “Libro del Consejo,” “Libro Sagrado,”
“Biblia Quiché,” “Libro del Común,” “Libro del pueblo,” o “Libro Nacional de
los Quichés.” En la Historia de la Literatura de Guatemala, de
Francisco Arbizúrez y Catalina Barrio, se afirma que el abate Charles Ettienne
Brasseur de Bourbourg, lo llama el “Libro de los príncipes,” por la elegancia
con que fue escrito, posiblemente por príncipes de la familia real.
Se cree que el Popol Vuh fue un códice y que se formó
a través del relato oral de los indios, conservado en la memoria colectiva de
los quichés. Animados por los misioneros españoles, entre otros por Fray
Francisco Ximénez, algunos indios escribieron los relatos comunales, los que
seguramente escucharon en su niñez de labios de sus padres y abuelos. De esta manera tomaron forma escrita muchas
historias cuyo contenido sólo existía y se trasmitía en forma oral.
Sin embargo, no fue este
exactamente el caso del Popol Vuh, puesto que quien lo
reconstruyó por escrito en la lengua de los mayas quichés, aunque con el
alfabeto latino, dice que lo escribe porque ya no se ve elPopol Vuh, el
Libro Común original, porque “su vista está oculta al investigador y al
pensador” (Popol 21). Por otro lado, Adrían Recinos en su
Introducción a la obra, traducida por él mismo del quiché al español, expresa
su duda respecto a que este libro haya sido un documento de forma fija y de
redacción literaria permanente. Según él, más bien debe suponerse que haya sido
un libro de pinturas que los sacerdotes interpretaban ante el pueblo para
mantener vivo el recuerdo de los orígenes. De este modo refuerza la opinión del
Padre Ximénez y del Padre Sahagún, quienes sugieren que originalmente el Popol Vuh estaba
representado pictóricamente (The Sacred Book 17). [1]
El mismo Recinos y otros
estudiosos e historiadores como Francisco Albizúrez y Catalina Barrios han
señalado que con toda probabilidad el texto “original” se perdió:
Acaso esta obra cumbre de nuestra
literatura indígena, cuyo contenido es el origen de la América Central,
desapareció en medio de la catástrofe que destruyó el señorío quiché. Es
posible que haya sido consumido por las llamas durante el incendio de
Gumarcaah, provocado por los españoles... (Albizúrez y Barrios, 21)
Otros en cambio piensan que el
documento se extravió en el afán de ponerlo a salvo de los Españoles.[2] En
todo caso, el contenido
del Popol Vuh que ahora conocemos llegó a todos nosotros
gracias a la transcripción y primera traducción al Castellano que hizo el Padre
Francisco Ximénez del manuscrito
que encontró en el
convento de los Dominicos en el siglo XVIII.
Valores de la obra
Aunque Albizúrez y Barrios
consideran que el Popol Vuh es una obra “preñada de valor
estético,” ellos mismos señalan que no se la puede considerar por entero como
una pieza literaria debido a que no se conoce la versión original y a que el
texto en referencia ha sido recreado a base de la memoria, e influido probablemente por la
cultura hispano-cristiana (36-37). Y en verdad, el hecho de contar
únicamente con una traducción limita en gran medida el reconocimiento de los
valores literarios originales de la obra.
Sin embargo, el revestimiento de atributos
poéticos en muchos de los pasajes en que se advierte una visión de la realidad
nutrida de intuición, de imaginación y de sentimiento, nos permite valorar la
trascendencia estética de la obra. Del mismo modo es posible apreciar
las concepciones éticas que quedan manifiestas en los valores, tradiciones y
normas, en el realce de la solidaridad y la meditación, y en el rechazo al
envanecimiento por causa de la riqueza y el poder; tal es el caso de Cabracán,
quien fue castigado por Hunahpú e Ixbalanqué debido a su soberbia.
Parte del reconocimiento del valor
de esta obra es el hecho de considerarla como un claro antecedente de novelas
hispanoamericanas de nuestro siglo. Ramón L. Acevedo opina que es prácticamente
imposible una comprensión cabal de las novelas como Hombres de Maíz,
Mulata de Tal y Malandrón de Miguel Angel
Asturias, Llegaron del mar del guatemalteco Mario
Monforte, El Árbol de los Pañuelos del hondureño Julio Escoto,
o Mayapán de la también hondureña Argentina Díaz Solano. De
hecho es común hacer referencia al Popol Vuh como monumento
central de la literatura indígena y como base de la estética del realismo
mágico de Asturias.
Por otro lado, Rafael Girard hace
énfasis en el valor historiográfico de esta obra quiché, el cual “resalta no
sólo de su propio texto, descriptivo de la historia del hombre maya-quiché a
través del tiempo, sino también en la mención expresa del escriba indígena que,
a guisa de introducción, manifiesta: ‘Este es el origen, el principio de la antigua
historia quiché; aquí escribiremos la historia antigua, el principio, el origen
de la gente quiché y todo lo que hizo [toda la historia] el pueblo quiché’” (Esoterismo,12).
De manera que es en el
propio texto del Popol Vuh en donde los mayas quichés dejan
definida su propia concepción de historia y por lo cual el padre Ximénez,
interpretando el sentir del pueblo quiché, intituló su versión española
“Historia del origen de los indios de esta provincia de Guatemala” Para el
mismo Girard, en el Popol Vuh no hay que buscar una parte mítica y otra
histórica, porque sus
relatos míticos son al mismo tiempo históricos conformando así una
mito-historia. (12)
Intertextualidad y paralelismo entre el Popol Vuh y
la Biblia
Las siguientes consideraciones
sobre el concepto de “intertextualidad”
son de interés para la discusión que sigue. Marchese y Forradelas han sugerido
definirlo, siguiendo a M. Arrivé, como “el conjunto de las relaciones que se ponen de manifiesto
en el interior de un texto determinado,” las cuales lo acercan “tanto a otros
del mismo autor como a modelos literarios explícitos o implícitos a los que se
puede hacer referencia” (217). En este sentido es especialmente
relevante el uso que le da al término Julia Kristeva, para quien “todo texto se construye como un
mosaico de citas, todo texto es absorción y transformación de otro texto”.
Y por su parte, Barthes ha propuesto que todo texto sea leído como un
“intertexto” puesto que “otros textos están presentes en él, en estratos
variables, bajo formas más o menos reconocibles; los textos de la cultura
anterior y los de la cultura que lo rodean; todo texto es un tejido nuevo de
citas anteriores” (citado en Marchese y Forradelas 217).
Todo texto, entonces, puede verse como el resultado de las relaciones
explícitas o implícitas con otros textos. De señalar esas relaciones entre los textos del Popol
Vuh y la Biblia es que nos encargaremos en adelante. Asimismo,
en el desarrollo de este trabajo se señalarán ciertos aspectos de paralelismo
entre la Biblia y el Popol Vuh. Sobre este concepto, Roman
Jakobson, ha sugerido que “son las unidades semánticas de distintas capacidad
las que organizan en primer lugar las estructuras paralelas [...] el
paralelismo de unidades unidas por similaridad, contraste o contigüidad influye
activamente en la composición de la intriga, en la caracterización de los
sujetos y objetos de la acción, en el enfilado tema de la acción” (112). Aunque
el paralelismo que deseamos examinar atañe más a las unidades semánticas
compartidas por dos textos, la observación de Jakobson nos parece igualmente
válida para este caso. Por lo tanto, en lo que sigue nos encargaremos de señalar tanto el
paralelismo conceptual como las relaciones de intertextualidad entre los textos
del Popol Vuh y la Biblia.
Comenzaré por señalar que en el manuscrito del Popol
Vuh no incluye divisiones en partes ni capítulos. Sin embargo,
algunos traductores y estudiosos, entre ellos Brasseur de Bourbourg y Adrián
Recinos, acostumbran
dividir la obra en cuatro partes. De acuerdo con este criterio, la primera división temática
consta de once capítulos y se inicia con la descripción del estado de cosas
antes de la Creación:
Todo estaba en suspenso, todo en calma, en silencio; todo
inmóvil, callado, y vacía la extensión del cielo... No había todavía un
hombre, ni un animal, pájaros, peces cangrejos, árboles, piedras, cuevas,
barrancas, hierbas ni bosques; sólo el cielo existía... Solamente había
inmovilidad y silencio en
la obscuridad, en la noche. Sólo el Creador, el Formador, Tepeu,
Gucumatz, los progenitores, estaban en el agua rodeados de claridad. (Popol 91)
Aunque expresados en distinto
orden y con diferentes palabras, podemos apreciar aquí un evidente paralelo semántico y explícita
intertextualidad con el primer capítulo del Génesis de la Biblia
judeo-cristiana. Nótense los siguientes versículos: “En el principio creó Dios
los cielos y la tierra. Y la tierra estaba desordenada y vacía, y las tinieblas
estaban sobre la faz del abismo, y el Espíritu de Dios se movía sobre la Faz de
las aguas” (Gén.1.1-2).
La idea del estado de cosas antes de la creación es la misma y refleja
la vacuidad de un universo donde solo existen los dioses y Dios en las aguas y
sobre la faz de las aguas, respectivamente. Sin embargo vale la pena señalar
que la posición de los
dioses del Popol Vuh en el momento de la creación es diferente de la posición
del espíritu de Dios al momento de iniciarla. El espíritu del Dios bíblico se
movía sobre la faz de las aguas, quizá para indicar su
supremacía; en el Popol Vuh en cambio, los dioses
estaban en el agua, rodeados de claridad. La posición
de los últimos parece definir su ubicación al mismo nivel de las aguas, no por
encima de ellas. Otra diferencia importante es el estado de las cosas antes del acto de la creación.
En la Biblia se menciona una situación de caos, a diferencia de la situación de
calma y quietud en el texto maya. Es importante señalar estas
diferencias porque son elementos que habríamos de tomar en cuenta al considerar
la posible influencia del padre Ximénez al copiar y/o traducir el material..
Otro paralelo por semejanza se
nota en la creación del universo. Obsérvese el siguiente fragmento:
¡Hágase así! ¡Que se llene el
vacío! ¡Que esta agua se retire y desocupe (el espacio)!, Que surja la tierra y
que se afirme!...¡Que aclare, que amanezca en el cielo y en la tierra!... Así
fue en verdad como se hizo la creación de la tierra: - ¡Tierra!, dijeron y al instante fue hecha.(Popol 91)
Patricia Henríquez, en su ensayo
“Oralidad y teatralidad en el Popol Vuh,” afirma que “el Popol Vuh comienza con
la creación de una atmósfera en consonancia con la situación que se
desarrollará: el génesis del universo. La descripción inicial busca la
grandiosidad y la belleza, propias del arte del espectáculo...” (50). Esta valoración podría aplicarse
también al texto bíblico, con un tono imperativo y un tipo de expresión similar
en los dos primeros capítulos del Génesis: “Luego dijo Dios: Haya expansión en
medio de las aguas, y separe las aguas de las aguas.” (Gén.1.6)
Al respecto, muy acertada nos
parece la observación de José Ignacio González Faus, quien tanto en la
concepción del acto de la Creación del universo como en la del hombre,
encuentra en el Popol Vuh y en la Bibliaaspectos
que obedecen a una lógica
ambiental y cultural de sus respectivos pueblos. Referente al acto de la
creación González Faus establece un acercamiento entre los textos, mencionando
como punto común la
prioridad de las aguas. Para él, este aspecto en el Génesis parece haber
sido importado del mundo mesopotámico, a diferencia del Popol Vuh,
en el que probablemente fue motivada por su geografía ambiental.
Según Rafael Girard, la diferencia fundamental consiste en que la
creación del universo en el texto indígena se inicia “con la fijación de los
límites y dimensiones del cosmos distribuidos en dos planos cuadrangulares
superpuestos: cielo-tierra, cuyos lados, ángulos, distancias y puntos básicos
quedaron determinados de una vez y para siempre” (24). Otra diferencia muy
importante es que la visión quiché de la creación del universo involucra a una
pluralidad divina: el Creador, el Formador y los Progenitores; en cambio en la
Biblia la obra es esencialmente realizada por un sólo demiurgo.
En otro ámbito incluido en las dos
narrativas, las respectivas historias de la creación del hombre presentan
notables similitudes así como contrastes muy interesantes. Básicamente en los dos textos el
barro se menciona como materia prima [3]; sin embargo en la historia
quiché, los resultados de este primer intento no son satisfactorios,
debido a que las creaturas así formadas no eran capaces de exaltar o alabar a
sus creadores. Por esta razón, fueron necesarias dos tentativas adicionales, creándose
primero un hombre de palo y finalmente uno de maíz.
En relación con la materia de la
que el hombre fue creado González Faus afirma:
El hombre es creado de maíz, no de barro como en el Génesis. La lógica
subyacente parece ser que el hombre se alimenta sobre todo de maíz: luego, ¡De
eso debe estar hecha su carne!. [...] La lógica que domina en el Génesis 2 no
es esa, sino la de la poquedad del hombre: fue hecho de barro porque es tierra
(adaniah); y por eso su castigo consistirá simplemente en que “vuelvas al polvo
del que naciste” (Gén. 3, 19) Dos acentos diferentes y dos lógicas complementarias.
Por su parte, al comentar las
fallidas tentativas iniciales de crear al hombre según el PopolVuh,
Margaret Mclear hace un señalamiento que dentro de este contexto es de especial
interés por el significado ético que ella le atribuye:
As it turns out the stories do not
point out to the failure of the gods to make man, but the imposibility for man
to be exclusively a glob of mud, a piece of wood, or a mere brute. In others
words, the stories explain what man is not to be. (39)
La interpretación de McClear trae
a luz un tipo de intertextualidad que quizás no sea tan explícita como en los
casos anteriores. Según la
teleología del Popol Vuh, el hombre debe ser sensible, con corazón
y alma suficientemente generosos como para ser agradecidos y amorosos con sus
creadores y sus semejantes. De ahí que los muñecos de palo fueran
destruidos, por no ser sensibles, por no tener corazón y por lo tanto no ser
obedientes. En la Biblia
se enfatiza igualmente la obediencia, y los primeros descendientes de Adán
fueron destruidos por la misma causa, la falta de sensibilidad a la palabra de
Dios. En ambos
textos se menciona la muerte de los hombres desobedientes mediante un diluvio,
aunque en el pasaje quiché se agregan también otras formas de muerte de los
hombres de palo. En los dos casos la muerte es primero que nada una
manifestación del castigo divino.
Como bien señala González Faus,
una importante diferencia entre las dos historias sobre la creación del hombre
radica en que en el Popol
Vuh, no es un solitario Adán sino cuatro individuos los que reciben el
don de la vida. A esta observación habría que agregar, como se indicó
anteriormente al hablar de la creación en general, que en el texto indígena la creación es una obra
de colaboración entre varios demiurgos, en contraste con la versión
estrictamente judaica de la Biblia, en la que el hombre es la creación
de un solo Dios. Naturalmente, la interpretación cristiana aporta la posible participación de otras personas
divinas (Padre, Hijo y Espíritu Santo)[4], aludidas por el uso del plural:
“Entonces dijo Dios: Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra
semejanza;...” (Génesis 2) Esta
última interpretación nos permitiría afirmar que en ambos casos la creación del
hombre es el resultado de una decisión colectiva. En el caso del Popol
Vuh, Girard sugiere que los dioses creadores no existen como tales sin la
integración perfecta (28, 30). Para él, la integración del septemvirato
(Tzakol, Bitol, Alom, Cajolom, Tepeu, Gucumatz, y Corazón del cielo o Cabahuil ilustra el concepto monoteísta
indígena fundado en la pluralidad dentro de la unidad, el mismo
principio que rige el organismo comunal donde el individuo no existe, sino en
tanto que miembro de su comunidad, como parte integrante y necesaria de un
todo. (33)
Igual que en la Biblia, en el Popol Vuh los sucesos
obedecen a un plan divino que en opinión de Patricia Hernández, “demanda ciertos
requerimientos rituales y conductuales, tanto a escala individual como
colectiva”(2). Hernández agrega que: “la civilización Maya Quiché desciende de
los dioses, y sus líderes políticos, sociales y religiosos son los ancestros de
toda la comunidad social. De ahí que se requiera de un medio que mantenga vivo,
actualizado y vigorizante esa unión divina y humana”(2). En el génesis de la
humanidad descrita en los dos textos sagrados se observa esa relación entre lo
divino y lo humano, entre el creador y lo creado.
La parte segunda del texto indígena, según la división propuesta por
Recinos, comprende catorce capítulos; además de ser la más extensa
generalmente se la considera “la más novelesca” (Acevedo 28). Así como en el
Génesis, aparece aquí la
genealogía de los primeros seres vivientes. En la Biblia se detalla la
descendencia de Adán, y después del diluvio la de Noé; en el Popol Vuh se
presenta la genealogía de los gemelos Hunahpú e Ixbalanqué, hijos de
Hun-Hunahpú, quien fue a su vez engendrado por Ixpiyacoc e Ixmucané. En
esta misma parte encontramos la alusión a los caminos que el hombre tiene
opción de seguir en su vida y de lo cuidadoso que debe ser al escoger, pues un
error lo puede llevar a la muerte, como le sucedió a Hun-Hunapú y Vucub
-Hunapú, quienes
escogieron el camino negro: “De estos cuatro caminos uno era rojo, otro
negro, otro blanco y otro amarillo. Y el camino negro les habló de esta manera:
-yo soy el que debéis de tomar porque yo soy el camino del Señor” (121).
Esta situación evoca su contraparte en Génesis 3.1-6, aunque en este otro
pasaje no es el árbol del bien y del mal (= el camino negro), sino la serpiente la que
promete: “No moriréis; sino que sabe Dios que el día que comáis de él, serán
abiertos vuestros ojos, y seréis como Dios, sabiendo el bien y el mal.” En realidad, los temas del libre
albedrío y la tentación, emergen en otros pasajes bíblicos. Por ejemplo,
en Jeremías 6.16, Jehová invita a los hombres a detenerse en los caminos y a
preguntar por las sendas antiguas que representan el buen camino. Naturalmente,
la invitación incluye el seguimiento del camino del bien. Más familiar quizás
es la analogía de las dos sendas o puertas (Mateo 7.13-14) que conducen al bien
o al mal: una ancha y otra angosta. La primera nos lleva a la perdición; y la angosta
a la vida eterna.
En esta misma segunda parte del Popol Vuh nos
encontramos con una referencia a cierto árbol cuya fruta estaba prohibida
comer; es imposible no apreciar su cercanía temática con el árbol del bien y el
mal del Génesis bíblico:
A juicio de aquellos, la
naturaleza de este árbol era maravillosa, por lo que había sucedido en un
instante cuando pusieron entre sus ramas la cabeza de Hun-Hunapú. Y los señores
de Xibalbá ordenaron: --¡Que nadie venga a coger de esta fruta! ¡Que nadie
venga a ponerse debajo de este árbol! (Popol 133)
En capítulos posteriores se narra la experiencia de Ixquic, quien es
precisamente la hija de uno de los señores de Xibalbá, en términos claramente
similares a la primigenia desobediencia de Eva en el Edén bíblico. Ixquic desatiende la orden
de su padre de no acercarse al árbol, y tentada por la prohibición va en busca
de los frutos, que en realidad son calaveras. Es imposible evadir la similitud con la correspondiente
descripción del pecado original en la tradición hebrea, según la cual Eva
desobedece la prohibición de comer el fruto del árbol de la ciencia, del bien y
del mal (Gen.3.6).
La experiencia de Ixquic incluye
otros elementos que durante siglos han permanecido asociados en la cultura
cristiana con personajes sobresalientes en la narración bíblica. Las circunstancias de la
desobediencia conducen a una concepción sobrenatural. Una de las calaveras
dialoga con la joven, y le dice que extienda la mano para tomar las “frutas.”
En este instante la calavera lanzó
un chisquete de saliva que fue a caer directamente en la palma de la mano de la
doncella. Miróse ésta rápidamente y con atención la palma de la mano, pero la
saliva de la calavera ya no estaba en su mano.
--En mi saliva y mi baba te he
dado mi descendencia (dijo la voz del árbol) ... (Popol 134)
Meses más tarde, ésta es la
respuesta de Ixquic cuando es cuestionada por su padre respecto a su preñez:
“--¿De quién es el hijo que tienes en el vientre, hija mía? Y ella contestó:
--No tengo hijo, señor padre, aún no he conocido varón” (136).
Aunque corresponde a
circunstancias más trascendentales, la misma sorpresa se trasluce en el diálogo
que transcribe el evangelista Lucas (1.34): “Entonces María dijo al ángel:
¿Cómo será esto? Pues no conozco varón.”
Como un ejercicio meramente
especulativo, es válido aventurar algunas reflexiones sobre la simbología de la
intertextualidad que estamos describiendo. De una forma un poco extraña, las historias de dos
mujeres extraordinariamente relevantes en el texto bíblico, Eva y María,
parecen fundirse en Ixquic, quien representa a la vez la desobediencia y la
redención. En
Ixquic, Eva es la misma María. Si en la historia bíblica la preñez de
María obedece a la voluntad de Dios de usarla como medio para hacerse presente
en la tierra a través de su hijo y así redimir a la humanidad, en el Popol Vuh,
la preñez de Ixquic según la interpretación de Girard “ejemplifica el doble
misterio de la concepción humana y de la germinación de las plantas (los
gemelos asumen más adelante la función de dioses de maíz), asociándose en esta
ocasión, por primera vez, los conceptos inseparables de fecundidad humana y
fertilidad de la tierra, típicos de la cultura maya- quichés” (Girard, Fuente
histórica, 109). En la historia bíblica Jesucristo es Dios encarnado
en hombre, y como ente divino se comporta santamente, de modo que su conducta
sirve de modelo. Hunapú e Ixbalamqué, los hijos concebidos por Ixquic,
engendrados por los Ahpú mediante el chisquete de saliva, representan la
continuación generacional de una familia que encarna el bien, la moral, lo
correcto, en resumen, lo santo.
En la tercera parte (diez capítulos) se describe el tercer y definitivo
intento de la creación del hombre, esta vez hecho de maíz. Los nombres de los
primeros seres humanos fueron Balam-Quitzé, Balam-Acab, Mahucutah, e
Iqui-Balam. Éstos fueron
dotados de tanta inteligencia y tanta capacidad que en muchos aspectos eran
como sus creadores. Por ello, como precaución, los dioses cambiaron la
naturaleza de sus creaturas, echándoles un vaho sobre sus ojos para hacerlos
inferiores. (Popol 107) Esta misma percepción de la inclinación humana hacia la
soberbia y el auto-engrandecimiento, es la razón por la que Jehová decide
confundir las lenguas de los edificadores de Babel:
Y dijeron: Vamos, edifiquémonos
una ciudad y una torre, cuya cúspide llegue al cielo; y hagámonos un nombre...
(Gén.11.4)
Ahora, pues, descendamos y
confundamos allí su lengua, para que ninguno entienda el habla de su compañero.
(Gén. 11.7)
Obviamente, la misma aprensión se percibe en la prohibición de comer
del fruto del árbol de la ciencia, del bien y del mal (Gén. 2.16-17) En este
respecto, es válido concluir que al comparar la versión bíblica con la versión
quiché, se puede observar que en ambos el creador y los creadores
respectivamente prefieren establecer límites y asegurar su supremacía sobre el
género humano.
Para finalizar esta aproximación a
las coincidencias temáticas entre el texto bíblico y el Popol Vuh, vale la pena
echar un vistazo a otras situaciones o episodios que ameritarían un futuro y
más detallado examen.
1. En el capítulo tres se describe así la creación de las
esposas de los hombres de maíz:
Entonces existieron sus esposas y
fueron hechas sus mujeres. Dios mismo las hizo cuidadosamente. Y así durante el
sueño, llegaron, verdaderamente hermosas, sus mujeres, al lado de Balam'Quitzé,
Balam'Acab, Mahucutah e Iqui-Balam. Allí estaban sus mujeres, cuando despertaron, y al instante se llenaron
de alegría sus corazones a causa de sus esposas. (Popol 91)
De manera semejante dio mujer Jehová a Adán, mientras éste dormía. En
ambos casos la creación de la mujer parece obedecer al designio de
proporcionarle al hombre una compañera, para asegurar su reproducción y
prolongación de la especie. En ambos
textos la mujer es creada después del hombre, lo cual tiende a motivar
discusiones sobre las connotaciones sexistas de los dos textos.
2. La confusión de lenguas, aunque por distintas razones, es
otra tema común en los dos textos. En el capítulo XI de Génesis se narra
la forma en que los descendientes de Noé, después de salir de oriente y de
haberse establecido en Sinar decidieron edificar “una ciudad y una torre, cuya
cúspide llegue al cielo” (v. 4). Habiendo considerado esta iniciativa como una
necedad de los hombres, Jehová decidió confundir su lengua y esparcirlos por
toda la faz de la tierra. El mismo éxodo y la necesidad de establecerse en una
ciudad y la confusión de lenguas son también elementos presentes en el Popol
Vuh.
3. Otra semejanza de interés corresponde al milagro de la
separación de las aguas, en el caso de la Biblia, para dar paso al
pueblo judío, que después de escapar de Egipto iba en busca de la tierra
prometida, y en el éxodo del pueblo quiché, que también tuvo que cruzar el mar.
A ambos pueblos se los
describe en un contexto de aflicción y sufrimientos.[5]
4. La estrella que guió a
Balam-Quitzé, Balam-Acab, Muhucutah e Iquí-Balam es descrita de forma similar a
la estrella que marcó la ruta de los reyes Magos hacia Belén de Judea, en busca
del recién nacido Jesús (Mat. 2.9-11). También los eventos que se describen
presentan una notable similitud:
Grandemente se alegraron
Balam-Quitzé, Balam-Acab, Mahucutah e Iqui-Balam cuando vieron la estrella de
la mañana. Salió primero con la faz resplandeciente, cuando salió primero
delante del sol. Enseguida desenvolvieron el incienso que habían traído desde
el oriente y que pensaban quemar y entonces desataron los tres presentes que
pensaban ofrecer. (Popol 211)
5. Dada la naturaleza
histórico-religiosa de el Popol-Vuh, puede decirse que este
elemento no podía faltar: En la tercera parte encontramos varias manifestaciones de alabanzas e
invocaciones semejantes a las de los salmos bíblicos: “¡Oh tú, Tzacol,
Bitol! ¡Míranos, escúchanos! ¡No nos dejes, no nos desampares, oh Dios que
estás en el cielo y en la tierra, Corazón del Cielo, Corazón de la Tierra!”
(193).
6. La cuarta y última parte del Popol Vuh, conformada
por doce capítulos, narra la dispersión de los descendientes de los hombres de
maíz por el territorio quiché (50). Aquí también se destaca la victoria
del dios Tohil, lograda con la mediación de sus sacerdotes y sacrificadores.
Como paralelos con los pasajes bíblicos reconocemos sólo algunas invocaciones
similares a las de los salmos, del mismo tono que el ejemplo citado
anteriormente.
Hay pues notable evidencia sobre la relación intertextual y
paralelística entre los textos de la Biblia judeocristiana y el Popol Vuh, pero es también significativa la existencia de
importantes diferencias en las respectivas historias de la creación.
Estas diferencias son quizás la clave más importante que tenemos para dar
respuesta a la
interrogante de si los transcriptores y traductores originales alteraron la
versión primigenia del Popol Vuh en respuesta a presiones ideológico políticas
de las instituciones dominantes en aquella época. Entre esas diferencias
importantes debemos considerar nuevamente la concepción explícita de una pluralidad divina, junto con
elementos símbólicos como el estar los dioses en las aguas y no sobre ellas en
el momento crucial de la creación, o la referencia indirecta a la falibilidad
de los creadores. Recuérdese
que éstos necesitaron al menos tres intentos hasta la formación de los hombres
de maíz, creados para dar sustento a los dioses, en lugar de ser éstos los
proveedores de sus creaturas. Todo ello definitivamente contribuye a perfilar a unos dioses
dependientes e imperfectos en muchos aspectos y sin el carácter omnipotente del
Dios bíblico. Puesto que no se trata de diferencias despreciables en su
valor teológico, parece razonable aceptar que en conjunto alejan la posibilidad
de que el Popol Vuh hubiese sido alterado simplemente para adaptarlo a la
visión cristiana de los conquistadores.
Conclusión
Los pasajes que hemos citado constituyen
evidencia de la notable semejanza entre el Popol Vuh y la
Biblia. Son tan transparentes las semejanzas entre los dos relatos que es muy
difícil aceptar que se deba a una simple coincidencia, o a la simple existencia
de aspectos comunes que marcan el desarrollo de todas las sociedades humanas.
Los eventos que en el Popol Vuh muestran cierto paralelismo con ciertos
pasajes bíblicos aparecen muchas veces en un orden diferente, pero en otros
casos incluso la secuencia es idéntica, como ocurre en el caso de la creación
de la mujer, o en el relato de las esposas de los hombres de maíz.
Es también demasiado simple
proponer que esa fusión de concepciones religiosas sea una infiltración que haya tenido lugar
consciente o inconscientemente durante el trabajo de traducción del padre
Ximénez, ya que queda muy marcada una fuerte carga de "paganismo" en
la obra. Esa conducta de parte del padre Ximénez sería justificable sólo
si se considerara en ella
una intención conciliadora entre ambas religiones que facilitara la
evangelización de los indígenas. Sin embargo esta actitud de apertura
religiosa parece imposible dado el sistema riguroso que se implantó en aquella
época para hacer desaparecer todo vestigio “pagano.” Pero también es difícil concebir que esta
infiltración sea obra de un indio convertido, a menos que él haya querido
armonizar el pasado religioso de su pueblo con el presente del mismo. En todo caso esto no parece muy
lógico, puesto que él transcriptor original declara que reconstruyó el texto
con la finalidad de preservar su contenido como un testimonio histórico de las
creencias de sus antepasados. Una posibilidad que se perfila como más
probable es que ese indio
transcriptor haya insertado algunos pasajes bíblicos con el propósito de
atenuar el matiz “pagano,” y poner el documento a salvo de la mano
destructora de los españoles, conservando así lo esencial del relato original.
Cualquiera que haya sido la
motivación para escribir la versión más antigua que conocemos del Popol Vuh, es
innegable la forma en que opera la intertextualidad de los dos textos: a) Si el
documento realmente recibió forma escrita por uno o varios nativos conversos,
estaríamos ante un documento que revela la confirmación temprana de una
identidad producto de un sincretismo cultural. b) Si el “espejeo” de la Biblia
que se asoma en el Popol Vuh fue la única manera de ponerlo a
salvo de la hostilidad de los conquistadores o una forma de facilitar la
evangelización de los quichés, la intertextualidad en ese caso revela una
deliberada manipulación tanto de los pasajes bíblicos como del original de la
obra quiché. c) Si las similitudes ya señaladas no fueran más que coincidencias
en la manera de concebir la creación del mundo, la intertextualidad que parece
existir sería un elemento revelador de la universalidad del pensamiento
histórico-religioso.
A pesar de todas las incertidumbres, el Popol Vuh o
Biblia de los quichés es una obra de estimable valor histórico, religioso,
ético y literario, cuya temática gira en torno a la creación del hombre y a las
vicisitudes de los pueblos mayas desde su lugar de origen hasta su
establecimiento en las tierras de Guatemala. Allí eventualmente desarrollarían
una de las más elevadas civilizaciones precolombinas, y el Popol Vuh es
testimonio fehaciente de su potencia intelectual.
Notas:
[1] Abrahan Arias Larreta ofrece
una amplia información respecto a este punto: "En lo tocante al reyno
quiché, hay testimonio del autor indígena del Manuscrito de Chichicastenango,
quien aseguró que antiguamente existía en su pueblo un gran libro, escrito con
auxilio de pinturas, en el cual se describían los acontecimientos históricos y
se vaticinaban los hechos futuros” (87). Este dato es corroborado por Alonso de
Zorita, quien asegura que logró conocer el sistema político de los quichés “por
las pinturas que tenían de sus antigüedades de más de ochocientos años. Y con
viejos muy antiguos” (Breve y Sumaria Relación de los Señores de la Nueva
España, 225 - 226).
[2] Aunque no se proporcionan los
nombres de las personas que confirman esta versión, Arbizúrez y Barrios la
mencionan. Similar afirmación aparece en Floresta Literaria de la
Américana Indígena de José Alcina Franch (158).
[3] El mito de la creación de los
cakchiqueles es muy similar al de los quichés, pero no exactamente idéntico a
pesar de que ambos grupos son de origen maya. En ambos mitos la creación del
hombre implicó varios intentos hasta que los dioses descubrieron el maíz, con
cuya masa dieron vida a los hombres (Memorial 50-51).
[4] Girard, basándose en las observaciones
de Guaman Poma y Julio C. Tello, señala que los autóctonos “sabían que había
cielo e infierno, pena, hambre, y castigo. Que había un solo Dios en tres
personas (concepto de pluralidad dentro de la unidad): el padre que era
justiciero, el hijo caritativo y el hijo menor daba y aumentaba la salud, daba
de comer y enviaba agua del cielo para darnos de comer. A esas tres personas
denominaban Illapa ( Rayo)” (Fuente, 50)
[5] La búsqueda de una tierra
prometida es un motivo que se repite en las leyendas de una diversidad de
naciones. Entre los incas, por ejemplo, esa misma búsqueda de una tierra
prometida forma parte de la historia o “mito” de sus orígenes. El Inca
Garcilaso de la Vega en sus Comentarios Reales da testimonio
de esa creencia de su pueblo. Los incas creían que su Padre, el Sol, al ver la
forma tan desdichada en que vivían los hombres, se había apiadado de ellos y
por eso envió del cielo a la tierra a una pareja de sus hijos para que les
diesen preceptos y leyes y les ayudasen a mejorar su estilo de vida. Según
relata Garcilaso, el Padre Sol les dio la orden de que partiesen de donde
estaban, a orillas de la laguna del Titicaca, y que fuesen donde quisieran y
que en cada lugar trataran de hundir en el suelo una varilla de oro de una vara
de largo y dos dedos de grueso que les dio por señal para que donde aquella
vara se hundiese con un sólo golpe, allí se establecieran por voluntad del Sol
su Padre (Anderson Imbert 63). Es muy conocido el relato similar que se
registra en las tradiciones Aztecas, sólo que en este caso la señal recibida es
distinta: un águila posada en un cactus, devorando una serpiente.
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© Otilia
Cortez 2008
Espéculo. Revista de estudios literarios. Universidad Complutense
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El
URL de este documento es http://www.ucm.es/info/especulo/numero40/.html
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