viernes, 11 de abril de 2014

Comentario del poema 48 de Whitman.

El "Canto de mí mismo" de Walt Whitman es el gran poema épico Americano y con frecuencia ha sido leído como el poema que mejor capta las tensiones y características conflictivas que definen lo que podríamos denominar "la ontología democrática americana." [pulse para ver más]

Poema 48
Whitman nos ofrece ahora un recordatorio sobre una de las más profundas percepciones del “Canto de mí mismo”. El alma y el cuerpo no residen en una situación de jerarquía sino que coexisten en una democracia. Tanto de la pena del mundo ha derivado de la insistencia sobre la superioridad del alma con respecto al cuerpo, con la idea de que el alma existe o continúa existiendo en una dimensión imaginaria más allá de la materialidad. Esta creencia, indica Whitman a lo largo de su obra, es lo que ha llevado a los humanos a devaluar esta vida con la esperanza de que una vida del alma en el más allá espiritual será mejor, premiará de algún modo nuestro sufrimiento en esta vida. No es así, Whitman nos recuerda, “el alma no es más que el cuerpo” y “el cuerpo no es más que el alma”. Una vez que hemos aceptado esa igualdad, esa necesidad mutua del cuerpo de tener alma y del alma de tener cuerpo, entonces nuestra concepción de Dios cambia. Si no hay “tiempo” fuera del tiempo, “espacio” fuera del espacio, entonces Dios no está escondido en un ámbito “divino” invisible. En cambio, insiste Whitman, Dios nos resulta visible en cada uno de los minutos de nuestras vidas,  en cada uno de los lugares que vemos. Si toda la vida está contenida en el momento del “Ahora”, y Ahora es un momento en desarrollo y cambio perpetuo, entonces la plenitud de ese momento –todo lo de la vida y la materia en sus formas siempre mutantes- es lo que llamaríamos Dios. Cada uno de nosotros, entonces, “funciona como un centro la rueda universal”, cada ser sensible es el centro de lo que es –una parte y parcela del Dios que se irradia desde nosotros a los más remotos alcances del cosmos.   
Esta democracia del alma y el cuerpo es vital, sugiere Whitman, porque si concebimos a Dios como separado de nosotros, separado de esta vida, y si pensamos en nuestras almas como separadas de nuestros cuerpos, entonces nos dejaremos llevar por creencias que degradan esta vida y este mundo por cuanto ponemos nuestra fe en otro mundo (mejor) por venir. Pero si concebimos a Dios como evidente y presente en cada cara que encontramos, en cada momento que experimentamos, “en cada objeto” que tomamos, entonces conocemos a Dios –en realidad, somos parte de Dios- y cobraremos “simpatía” por este momento en que vivimos. “Simpatía” es la palabra que utiliza Whitman para significar el conocimiento de que cada persona, cada cosa, que encontramos es igualmente parte de lo divino. El caminar con simpatía por el mundo es conocer que Dios está en cada uno de nosotros y, siendo concientes de ello, darnos cuenta que Dios está del mismo modo en todo lo que no es nosotros. Cada uno tiene un acceso parejo con Dios y conciencia igual de Dios. Dios es algo, entonces, sobre lo cual debemos dejar de ser “curiosos”: si Dios es la fuerza creadora del universo, entonces Dios –tal como cada uno de nosotros- existe solamente ahora mismo, en este momento presente en el que se contiene toda la existencia. No podemos abrir nuestros ojos u oídos, no podemos hacer un paso, sin encontrar a Dios. Y cada átomo que nos pertenece estaba allí en el primer Ahora y estará presente hasta el último, esos átomos llegando a ser partes de la interminable variedad de materia y vida que circundó y constituyó a aquellos que vinieron antes de nosotros, van a rodear y constituir a aquellos que vengan después de nosotros, y nos rodean y constituyen a todos nosotros en este preciso momento. Cada uno de nosotros, entonces, podemos mantenernos tranquilos y serenos “ante un millón de universos» porque el alma que nos anima ahora es parte del alma en curso del universo, así como los átomos que nos componen ahora son parte de la interminable inmensa extraña materialidad del universo.
—EF (Traducción L. A. Ambroggio)



He dicho que el alma no es más que el cuerpo, 
Y he dicho que el cuerpo no es más que el alma, 
Y nada, ni Dios, es más grande para cada cual que su propio ser, 
Y quienquiera que anda una legua sin simpatía, marcha envuelto en un sudario a sus propios funerales, 
Y yo o vosotros, sin tener un céntimo en el bolsillo, podemos adquirir lo más precioso de la tierra, 
Y mirar con los ojos u observar una habichuela en su vaina, confunde la ciencia de todos los tiempos, 
Y no existe oficio ni empleo en cuyo desempeño el muchacho que se obstina no pueda convertirse en un héroe, 
Y no hay objeto, endeble que parezca, que no funciona cómo cubo de la rueda universal; 
Y digo a cualquier hombre o cualquier mujer, «Mantén tu alma tranquila y serena ante un millón de universos.»


Y digo a la humanidad, «No seáis curiosos con respecto a Dios, 
Porque yo que tengo tantas curiosidades, no tengo curiosidad acerca de Dios», 
(Ningún lujo verbal podría expresar mi tranquilidad en lo que atañe a Dios y a la muerte.) 



Oigo y veo a Dios en cada objeto, pero no comprendo a Dios,
Ni comprendo quién podría ser más maravilloso que yo mismo. 



¿Por qué he de tener deseo de ver a Dios mejor de lo que actualmente le veo? 
Veo algo de Dios en cada una de las veinticuatro horas, y entonces en cada momento, 
En el rostro de los hombres y en el de las mujeres veo a Dios, y en los espejos cuando veo mi faz, 
Encuentro cartas que Dios ha dejado caer en las calles, todas firmadas con su nombre, 
Y las dejo donde las hallo, porque sé que, sea cual fuere el rumbo de mis pasos, 
Otras llegarán puntualmente hasta mí, para siempre y siempre.


Epílogo
Para captar el significado de la primera directiva de Whitman en esta sección – «Mantén tu alma tranquila y serena ante un millón de universos.»- visité el Museo Paleontológico de Liaoning, en Shenyang, China, y me paré en frente de las exposiciones de los fósiles desenterrados de una capa de ceniza volcánica establecidas hace más de 120 millones de años con lo que creí ser un aprecio adecuadamente objetivo del misterio de la vida en la tierra. Aquí habían huesos femorales y de las mandíbulas de dinosaurios, pinturas de cómo hubiesen sido las primeras plantas de flores y, lo más admirable de todo, esqueletos completos de microraptores –pequeñas criaturas de cuatro alas, que comían peces y pudieron haber provisto el enlace evolucionario entre los dinosaurios y los pájaros. El microraptor era, en terminología científica, una forma transitoria (¡frase admirable!) con plumas en descenso en sus patas y alas, un abanico al final de su cola, y la habilidad de volar entre los árboles, como una ardilla voladora; un video animado que acompaña a la exhibición del museo lo muestra corriendo hacia el borde de un acantilado, parándose antes, y luego, desesperado por cruzar, retomar las alas una y otra vez. El deseo “el impulso procreador del mundo”, en palabras del poeta, inspira la unión del alma y del cuerpo: las expediciones, la fundación de ciudades, los vuelos de la imaginación, la fe y los rituales, leyendas y leyes, descubrimientos artísticos, escolares, científicos; “un millón de universos”, en cada uno de los cuales estamos en casa, nos demos cuenta o no.
Con respecto al segundo desafío de Whitman a la humanidad ¿“No seáis curiosos con respecto a Dios”?. De hecho, su curiosidad está siempre a la vista. Descubre evidencias de la presencia de Dios en cada lugar, por cuanto cada cosa es una carta firmada con su nombre,  emocionantemente viva para aquellos que pueden leerla, idealmente comenzando por los lectores de este poema. Whitman se halla en paz con la muerte, porque es una forma transitoria –una estación en el camino entre nuestros hábitos que nos encaminan hacia la tierra y nuestro anhelo instintivo por volar. 
El espectáculo de los fósiles me produjo vértigo.   
—CM (Traducción L. A. Ambroggio)
Pregunta
¿Qué encuentros con cosas particulares en este mundo –o personas en particular- te han empujado a sentir la presencia de “Dios” (cualquiera sea tu definición de ese término) de tal modo que “dios” no te parecía lejano sino íntimamente cercano?

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